Aún hay sol en las bardas

Carolina López Moller repasa un sueño o el recuerdo de un sueño o sueña que recuerda un recuerdo. En este texto nos ofrece la posibilidad de descubrir cuáles son los detalles de nuestra cotidianidad y cómo los desarmamos poco a poco. Si pensara

Texto de 30/07/21

Carolina López Moller repasa un sueño o el recuerdo de un sueño o sueña que recuerda un recuerdo. En este texto nos ofrece la posibilidad de descubrir cuáles son los detalles de nuestra cotidianidad y cómo los desarmamos poco a poco. Si pensara

Tiempo de lectura: 10 minutos

Si pensara, en lugar de repasar obsesivamente ciertos eventos pensaría en. Pensaría en los párpados. Párpados, párpados, párpados, qué curioso que existan los párpados. Los demás sentidos no tienen interruptor, además existe la noche, la noche que apaga la vista. Pero se puede ver con los ojos cerrados: se puede mirar la oscuridad y entonces un vértigo porque no hay profundidad, ese negro podría estar lejísimos, como el negro de la noche sin fondo, que es puro espacio, pero al mismo tiempo es el párpado, el revés del párpado que está ahí, aquí, justo aquí. Es parecido al vértigo de cuando estoy a punto de quedarme dormida, cuando los pensamientos pierden su cauce pero sigo despierta. Eso que va a pasar en unos momentos o que quizás ya está pasando justo ahora. Antes de que pase tengo que recordar mi día, pero completo, ayer no lo logré; hoy siento que puedo dirigir lo que pienso. Qué tedio. Pero quizás si hago ese esfuerzo de retener e hilar los eventos de mi vida entonces. Quizás entonces. Pues lo primero fue despertarme. Pero eso no es un recuerdo, no fue un esfuerzo, es algo que dije como quien dice su nombre y su edad y su color favorito cuando le piden que se presente. ¿Realmente qué fue lo primero? No sé si los sueños cuentan como la primera cosa de este día o la última del anterior. Ah, pues lo primero que hice, antes de abrir mis ojos, fue recordar el sueño. Eso definitivamente cuenta como del día de hoy: el recuerdo del sueño. Soñé otra vez que tenía el pelo larguísimo y que me veía en el espejo con extrañeza. Trataba de hacer memoria: ¿ya tenía el pelo así de largo? ¿o había crecido de un día para otro?, ¿dónde había estado yo todo este tiempo? Creo que estoy haciéndolo mal, estoy recordando el sueño en lugar de recordar el recuerdo del sueño que tuve en la mañana. No: sí estoy recordando el recuerdo. Eso pasa con los sueños. Una vez que los recuerdas por primera vez, se quedan así. Tal vez pasa con todas las cosas: ahora mismo estoy petrificando el día. La memoria es como la mirada de medusa. Pero el día. Quizás lo primero que hice, antes de recordar el sueño, fue saber que estaba despierta: “estoy despierta”. Ahora mismo estoy despierta, aunque tenga los ojos cerrados. En la mañana también sabía que estaba despierta. Pero en el sueño del pelo pensaba “quizás esto es un sueño”, porque mi pelo no es así de largo. No recuerdo si entonces me desperté o si cambié de sueño (¿cambié de sueño? Cambió el sueño, más bien). En fin. Tal vez me quedé dormitando o recordando sueños un rato más. Luego sí abrí los ojos y busqué la vela. Ahí estaba. Más bien, ya no estaba, se había consumido durante la noche y quedaba sólo el pistilo (¿sí se llama pistilo?) Ahora recuerdo que también me había despertado en el crepúsculo, abrí los ojos para saber cuánto tiempo más podría dormir, y no estaba la luz anaranjada de la vela sino un azul como eléctrico, parecido al que está en el borde una flama; el azul del crepúsculo. La vela se había terminado. El tiempo pasa aunque no repare en ello, el tiempo pasa, el tiempo pasa, mañana va a amanecer. El sol va a recorrer el cielo por debajo de mí y mañana va a amanecer. Las cosas cambian, el pelo crece, las velas se consumen. Ahora la vela nueva sigue llena, completa. Casi nunca la he visto a medias. Como esa vez que vi una flor durante, no sé, veinte minutos o media hora, esperando a que se abriera, y la flor inmóvil, me fui un rato y cuando regresé ya estaba despierta, digo abierta. Mientras yo no la veía, la flor se abrió. Pero estaba repasando mi día. Recordé mi sueño, me levanté y abrí las cortinas. Abrí las cortinas como abro las cortinas todos los días, estoy haciendo trampa. Entró mucha luz, supongo. La luz de millones de velas. ¿Cuántas velas será el sol? Y se va a apagar como se apagan las velas. Qué raro. El sol es una vela que se va a apagar. Y yo aquí despertando y durmiendo y el sol que va y viene, como las olas del mar que cuando el sol se apague ya tampoco van a ir y venir más que por ocho minutos, el tiempo que se tarda una partícula de luz en llegar del sol hasta mis ojos o hasta el mar que va a dejar de sonar. Mi respiración que también se va a apagar. Si presto atención a mi respiración los pensamientos paran por un momento. No. No se detienen. La vela aunque está ahí no se escucha. Las cosas lentas son silenciosas, por eso las plantas son mudas. Por eso cuando hay videos en cámara rápida de una flor que se abre hay un soundtrack. El sonido es el movimiento que podemos percibir. Quién sabe qué quiere decir eso, hay movimientos que se pueden percibir pero que son silenciosos, ¿no? Aunque es cierto que el sonido al final es movimiento, del aire, y que lo percibimos. El día, el día. Abrí las cortinas. Hice mi cama hice pipí tomé un vaso de agua bajé por un café desayuné. Trampa. Sí hice todas esas cosas, pero cuáles fueron sus particularidades hoy, qué pensaba mientras desayunaba, mientras esperaba a que el agua del café hirviera. Olí el café, eso pasó, y lo puedo oler un poco ahora, la siguiente vez que sueñe que tengo el pelo largo puedo tratar de concentrarme en los olores y esto seguro sí sirve, oler es de estar despierta, por ejemplo ahora mismo huele a sábanas recién lavadas y debería de oler a mí misma pero quién sabe a qué huele eso. Y seguro huele a mi casa, pero ese olor sólo se huele cuando se regresa de un viaje largo y dices ah, así huele mi cotidianidad, o como cuando recuerdo el sentimiento de una época entera, de la secundaria, y sólo se puede oler desde lejos. Digo recordar, sentir, sentir varios años después. Pero ahora estoy despierta y por eso puedo oler, aunque seguro los ciegos sí sueñan en olores. Con olores. No he pasado del desayuno y si abriera los ojos podría ser que la vela siga completa. O que se esté terminado, no sé cuál es peor. En diciembre prendíamos una vela que tenía todos los días del mes a distintas alturas. Era un reloj del mes, un reloj de fuego del mes de diciembre. Lo prendíamos el primero y como era una vela grande se tardaba varias horas en consumir el día correspondiente. Algunos años íbamos al día, pero otros seguíamos en el cinco cuando era ya el veinte. Lo importante es que estuviera en el 24 el 24. El tiempo en la longitud de la vela. El tiempo en los relojes siempre lo vemos como distancias, distancias que se acortan o se alargan, puntos en el espacio. No es tan raro porque al final el tiempo, si es algo, es la tierra girando alrededor de sí misma y alrededor del sol. El día y la noche, la vela que se consume, las plantas que se repiten a sí mismas hoja tras hoja, y la arruga en la frente que mide cinco centímetros de largo y dos milímetros de profundo, y la cana de tres centímetros o de diez o de veinte. La primera cana que aparece siempre es del largo del resto del cabello. Como en la película del castillo vagabundo, que ella de pronto tiene el pelo ya canoso (¿y corto?) cuando viene del futuro, y le da al fuego su cabello largo largo como sacrificio. En esa película el cabello simboliza al tiempo. Qué. Me desperté, desayuné. Nunca voy a terminar, esto es una tarea de locos. ¿Qué es lo que está decidiendo qué sí recuerdo y qué no recuerdo de mi día? Despertar, y desayunar, y abrir las cortinas son eventos que se pueden describir con una palabra o dos. Además esas cosas las vi de niña en clases de inglés, una cuadrícula de seis partes en donde la primera es un oso o algún animal sentado en la cama estirándose. Tenía un libro de un oso de peluche que se vestía en orden y lo primero que se ponía eran los calcetines, por qué alguien se pondría primero los calcetines, eso es lo último que uno se pone. Hoy ni me puse calcetines. Lo primero son los calzones. Pero esos eventos, esas palabras, son recuerdos prefabricados. Hoy me vestí. Son cuentas, cuentitas, shakiras, digo chakiras, que puedo ir encadenando. Y recordar algo, recordarlo de verdad, por ejemplo: vi mi closet y decidí que me iba a poner pantalones, elegí los mismos que ayer, y consideré ponerme una camisa de manga larga, pero luego pensé que iba a hacer calor y me puse la azul de manga corta. Eso no se puede decir con Me vestí. Ahí escogí muchas chakiras, y antes de poner la siguiente hice un doblez, no va a ser un collar de un solo círculo sino que va a tener como arcos que se juntan. Estoy viendo el collar. Tiene cuentas rojas y patrones floreados. Se puede ver con los ojos cerrados, como en los sueños. Además de ver la oscuridad vertiginosa de los párpados, se pueden ver collares y flores que se abren en cámara rápida. Me vestí, aunque eso había sido antes de desayunar. Después de desayunar, leí. Dios, nunca voy a terminar este recuento, pero lo que leí sí vale la pena recordarlo, tan sólo repasarlo, para verificar que no se me olvidó ya del todo. Subrayé cosas, podría empezar por ahí. Una de esas era algo de la muerte: la hemos ido apartando cada vez más de nuestra cotidianeidad, escondiéndola. Otra  cosa que subrayé es una frase que decía que la muerte de la eternidad ha hecho que ya no nos dediquemos a tareas que requieren de un esfuerzo largo. Nunca pienso en la eternidad, ni en la muerte. La muerte. Que el tiempo se mide con la muerte, por ejemplo en ese cuento, donde para ilustrar el paso de los años hay una lista larga en donde la mayoría de las cosas son muertes, guerras, siembras y cosechas, que también son muerte. Que las historias son la vida que pasa como flashazo antes de morir, y eso le da el derecho al moribundo de  contar. Que el que lee un libro adelanta su muerte, quiere tener los frutos y el aprendizaje de una vida entera sin haberla vivido, y sin morir pronto. Y es resumir, elegir, decir algo largo en algo corto. Es como ahora que estoy recontando mi día pero claramente no soy cuenta cuentos, mis hijos se van a aburrir, sigo en el desayuno. Si contara historias bien, ya habría terminado, es más, habría un aprendizaje al final del día. Al final del día. Sería más sabia, al final del día. Podría decir: este fue mi día. Más bien la sabiduría sería dormirse y ya. Me dormiría y dejaría que los sueños hagan esto que estoy haciendo, y lo harían mucho mejor. Después de leer empecé a cocinar. Pero los sueños hacen esto, los sueños cuentan historias, ¿o es el recuerdo del sueño el que es una historia? Los sueños son recuerdos pero también son augurios, augurios, augurios 

“Que las historias son la vida que pasa como flashazo antes de morir, y eso le da el derecho al moribundo de  contar. Que el que lee un libro adelanta su muerte, quiere tener los frutos y el aprendizaje de una vida entera sin haberla vivido, y sin morir pronto.”

No, no he terminado con el día, no puedo dormirme todavía. Puedo terminar rápido, hacer un resumen. Hace un momento estaba pensando (¿pensando?) algo tan, tan específico, y ya no lo recuerdo. Qué era. Si estaba aquí hace un segundo. Por qué es tan difícil recordar lo que pensamos mientras dormimos. ¿Los sueños son los pensamientos de quien duerme? Ah. Los augurios se estaban mezclando con los ingredientes de la cocina y sus olores y con  por qué los olores no se pueden reproducir así como los sonidos y las imágenes en el cine. Aunque están los perfumes. Y los chicles con sabores de comidas completas en Charlie y la fábrica de chocolate. En realidad debería, además de recordar mi día, hacer una fábula con una lección al final. Que la lección sea no querer recordarlo todo, saber dejar recuerdos tirados por ahí. Por la calle voy dejando cosas que voy recogiendo, pedazos de vida mía venidos desde muy lejos. Antes memorizaba poemas y me los sigo sabiendo, pero se siente ya tan lejano, como si fuera otra persona. Dejar recuerdos tirados, hay unos que no valen la pena, como el de la película que vi hace rato, ese lo podría olvidar. Si no estuviera haciendo este ejercicio mental, la habría olvidado por siempre. Aunque a veces hay cosas que no sabemos que recordamos hasta que las recordamos. Qué mala película. La vida entera de una persona en hora y media. Es más o menos lo que estoy tratando de hacer ahora, bueno, la película es peor aún, yo a este ritmo nunca lo lograría en hora y media, llevo como media hora, quizás media vela, en la mitad de mi día, de un día cualquiera. Ya no se hacen películas de vidas enteras. Es igual de ingenuo que hacer lo que estoy tratando de hacer ahora. O igual de arriesgado. Ahora las películas son de un día. Como Mrs Dalloway. Virginia Woolf en Mrs Dalloway ocupa un libro entero para hablar de un sólo día, y otro libro para hablar de toda la vida de seis personas, aunque en ese libro también transcurre un solo día, el amanecer es el principio de sus vidas, y luego el atardecer es el final de sus días, digo, de sus vidas. El día es la metáfora más natural de una vida, es lo primero que vemos morir, y que vemos morir una y otra vez. Las películas de ahora son de unos cuantos días o meses, una temporada, a lo más unos años, ya casi no se hacen películas de vidas enteras. A menos que sea una película donde sí, donde sí hacen eso, pero con una estructura que lo excusa, como la de Benjamin Button o como la serie Dark que es un día pero en realidad es una eternidad. Es que qué eliges mostrar, cuáles son las elipsis, como ahora, qué estoy recordando y por qué. La del Irlandés sí es una vida completa, o casi, y se acaba cerca de su muerte, pero justo fue una película rara en estos tiempos. Estos tiempos estos tiempos. Con una planta no es tan grave, las elipsis son fáciles de elegir, sólo mides cierta cantidad de tiempo entre una fotografía y la siguiente. Pero hay que tener luz todo el tiempo. En el cine siempre hay lámparas fuera de cámara iluminando a los actores. Luces pensadas, artificiales. Hasta en la de Kubrik que se grabó sólo con luz de vela. El cine nació después de la electricidad, pero en esa película hay sólo luz de vela y luz de sol. En las noches luz de vela, y en el día luz natural. En el cine estamos iluminados, y no dormimos, las vidas de las películas no duermen, tampoco las vidas de los libros. Acaso sueñan. Ahí se va la mitad de la vida, bueno, un tercio. Y en la infancia, que es como ese momento antes de despertar, que es imposible de recordar, de decir: este fue el inicio de mi día. De pronto sé que estoy despierta pero antes de eso no. Antes de que el sol empiece a salir del horizonte ya hay muchísima luz. Y recordar la infancia es igual de difícil que recordar ciertos sueños, de esos de los que hay sólo una sensación y nada de qué agarrarse. Como esos sentimientos de una época, que regresan a veces con las canciones o los olores. Y te das cuenta de que esa canción puede ser el soundtrack de un periodo de vida relativamente lejano. Qué raro pensar en el soundtrack de la vida. Es ya una enfermedad porque es ver la vida propia como una película, en lugar de la película como la vida, como es en realidad. En el cine no hay días y noches sino elipsis, bueno hay cámaras rápidas, lapsos de tiempo: de las ciudades vistas desde un dron, el sol que sale rápido, y los coches que empiezan a llenar las calles. Los timelapses por excelencia son los amaneceres, los atardeceres, las plantas creciendo, las estrellas recorriendo el cielo a lo largo de una noche. Y las rutinas de yoga en instagram. Una hora de yoga en unos segundos. Ver el celular es una cosa que hago todos los días y que no había entrado en mi recuento, más de dos horas al día, según el reporte semanal de uso de pantalla, notificación al final de la semana, los domingos. Como el Quijote, que creía que los caballeros andantes no comían ni llevaban dinero porque nunca lo había leído así en sus libros de caballería. Tengo que leer varios capítulos del Quijote mañana. Tengo que dormirme, despertar, hacer cosas, y no he terminado de recordar mi día. Después de ver la película, me bañé, y vi mi celular, y me acosté. Leí unas páginas. Prendí la vela, cerré los ojos, empecé a repasar el día. Lo primero fue recordar que había soñado que EP

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