Exclusivo en línea: Spectio o de la que observa

Gabriela Galindo, critica de arte contemporáneo, reseña el nuevo poemario de Rocío Cerón.

Texto de 10/01/20

Gabriela Galindo, critica de arte contemporáneo, reseña el nuevo poemario de Rocío Cerón.

Tiempo de lectura: 5 minutos

Cuenta Carl Jung que, para escribir el prólogo del I Ching, siendo que la cultura china y su lengua no eran, en lo más mínimo, su especialidad, decidió que el propio libro le fuese dictando qué decir. Así que tomó unas monedas, las lanzó al aire repetidas veces y dejó que el gran Libro de las Mutaciones hablara por sí mismo. A manera de remedo de esta técnica, dado que sólo soy una humilde lectora, pero no poeta, tomé el libro de Rocío y comencé abrir páginas al azar, dejando que mis ojos se detuvieran en algún verso y de cada verso tomé unas palabras; del conjunto de palabras seleccionadas, salió este texto. Así que, antes de leerlo, debo confesar que, mucho de lo que aquí digo es lo que ya está dicho — y de mucho mejor manera— en este nuevo libro de Rocío Cerón, titulado Spectio.

Spectio no sólo es observar, es el derecho que tenemos a la obsevación. Es el manifiesto de una Observante, que espía, espera, mira y contempla; la observante va dejando marcas con palabras que hasta en sus silencios suenan y nos conduce a un mundo habitado por personajes que se miran a sí mismos y miran a los otros. Es la mirada lo que hace al mundo y, como decía Platón, sólo la belleza se muestra refulgente en la medida en que es captada por la vista.

Spectio son paisajes sonoros llenos de piedras, hierbas, techos, pisos, paredes y ventanas. Y grietas, muchas grietas; cada grieta es como una herida. Spectio es un libro lleno de heridas, heridas que han sanado y heridas abiertas. Nos deja sentir esa herida de la orfandad fosforescente, esa herida visible del abandono, de la pérdida. Por momentos es casi posible escuchar a tramos los quejidos escondidos tras los cantos, como ese río que lame heridas, o esa luz sin sombra que se vislumbra en un gran estruendo de voces. Escuchamos el lamento en la volcánica mano que sostiene un cardo herido.

Pero no todo es llanto, Cerón nos hace viajar por espacios que igualmente pueden ser bosques y praderas. O edificios y paisajes de concreto que contienen muros que nos detienen para no desbordarnos, y detienen a los otros para protegernos de nuestros temores y recelos. O de pronto, nos hace detenernos en un pequeño parque donde tímidamente se asoma una ardilla; pero estos espacios, siempre serán íntimos, detenidos en momentos, sugestivamente personales, que construyen los andamiajes y las nervaduras del placer. Su poesía es una disolución entre la voz de la poeta y la voz de los otros, o de algunos de sus otros que son también ella misma. Es un solo ser, que es a la vez uno y muchos distintos, es la voz de la niña que ya no es y sigue siendo.

Cerón convierte a la mirada en un acto subversivo que no sólo nos acerca al mundo para reconocerlo y discernirlo, sino que lo despedaza y lo suspende en el tiempo; cerrar los ojos no ayuda a levantar el derrumbe, Rocío hace de lo visible un campo imaginario donde lo antes no visto, es ahora visible dentro de la gran paradoja de la ceguera del verbo y la palabra será la materia con la que figura y desfigura la naturaleza de las cosas.

Spectio son bosques de eucaliptos y aquitecturas urbanas; y también es el cuerpo, siempre el cuerpo; es la carne y los huesos, huesos rotos, pulverizados, desplazados, es la sangre y es la piel. Todo es sensualidad en ese cuerpo que se siente en la intimidad de la luz. La voz poética de Cerón va formando articulaciones verbales, como si las palabras fueran los huesos del esqueleto de nuestras emociones.

Las imágenes que acompañan los versos, son como breves respiros, que ayudan a marcar el ritmo de la lectura: formas geométricas, colores, líneas, caras, pero sobre todo, texturas; desde la textura de las piedras, de la hierba, y de la luz, hasta la arruga de la ropa al colocarla en una silla. El mundo es como un gran monumento tatuado y Rocío nos lleva a la observación detallada de cada uno de estos pequeños tatuajes de la tierra.

En lo íntimo de la piedra todo es luz y todo es sombra, son sueños y ruinas; y son las ruinas de lo que hemos construido, Cerón nos hace un guiño a través del vidrio manchado, entre el amarillo, el rosa y el verde de las páginas y a lo lejos escuchamos la risa disonante del loco.

Spectio es tan pausado como acelerado. Por momentos parece que nos conduce hasta la punta de un risco de infinitos paísajes; nos guía lentamente hasta al borde del verso y, de pronto, estando en el límite del precipicio, nos empuja al vértigo del vacío de la palabra para dejarnos caer hacia lo más profundo de nosotros mismos.

La poesía es un reflejo de lo que somos y el reflejo está contenido en una caja infinita es una gigante Matruska que nos contiene a todos y a todo; y contiene también toda su poesía. La poesía de Cerón es un gran verso que contiene otro verso más pequeño, que a su vez contiene otro y éste a otro; así, hasta llegar a la palabra, como ese pequeñísimo elemento que a su vez conforma todo su universo poético. Parecería como que en la palabra está contenido el mundo entero, y en la palabra, está la posibilidad de imaginarlo.

Cuando yo era niña, mi hermana y yo jugábamos a repetir una palabra durante varios minutos hasta que la palabra comenzaba a perder su sentido y se convertía en un juego sonoro que nos mataba de risa, por horas nos carcajeábamos con palabras como jerga, ombligo o bolillo. Sucede pues que, cuando una palabra pierde su sentido semántico y se vuelve in-signicante, es arrancada de su referente y adquiere tonalidades nuevas, distintas; y cuando se “oye” con todo y sus silencios, con sus colores y con sus figuras, entonces se nos abren las puertas de la totalidad de nuestros sentidos. Las palabras se convierten en móviles de percepción en sí mismas, como pequeños trozos del mundo que nos permiten atisbar sentidos ocultos contenidos en la propia palabra.

Eso hace Rocío cuando la escuchamos en esa repetición rítmica, atonal, sugerida en todos sus textos, cada verso, y casi cada poema, puede ser leído y releído ininterrumpidamente como una especie de mantra del lenguaje

Repetición de usos y costumbres. Repetición de pasos… repetición del encuadre. Repetición de uno mismo, del otro y del mundo. Nos repetimos para no ser los mismos, nos repetimos para cambiar. Y así, Cerón le cambia el sentido a las palabras, a las frases, al mundo… repitiéndolas.

No importa si son escritas, habladas o cantadas, Walter Benajmin atinadamente nos dijo que todo en el universo se comunica con palabras, porque todo en él se expresa, porque todo en él habla. Todas las cosas poseen un lenguaje y hablan un lenguaje. Así, todo lo existente, todo lo que es, se dice a través de la palabra.

La palabra de Cerón es fuego y es agua y es viento, su palabra es la tierra que permanece y se permuta hasta el infinito. Arde todo arde, el fuego no es creado, siempre fue y siempre será, como ese principio de constante cambio que experimenta el cosmos. Rocío hace de la palabra la materia con la que va delineando las formas de su universo poético y la forma es también la esencia, es el alma de las cosas.

Cerón observa, escucha y habla, dejando huellas de emociones desnudas, desatadas, a través de metáforas, jugando a expresar la estructura inasible de lo real.

Spectio es una invitación a pasear por caminos imaginarios, delicadamente íntimos, donde todo es silencio, salvo el suspiro de la cueva. EP

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DOPSA, S.A. DE C.V