Reseña
Exclusivo en línea: El hombre y sus circunstancias
Reseña
Texto de Ignacio Ortiz Monasterio 21/11/19
Richard Wright, Black Boy, Harper, New York, 2006.
En esta obra, el autor afroamericano Richard Wright relata su infancia y su juventud, desde que incendió sin querer la casa de la abuela en Natchez, Mississippi, donde vivía con sus padres y su hermano menor, a los cuatro años, hasta su rompimiento con el Partido Comunista en Chicago, casi tres décadas después. Relata, en otras palabras, su periodo formativo. Se trata en esencia de una autobiografía, aunque Wright emplea técnicas novelescas e imagina (los diálogos, por ejemplo). No es una historia de ascenso, aunque bien pudo haber sido presentada en esta clave. Es una historia de resistencia y carácter.
Su vida en los estados racistas del sur profundo y en el norte, inhumano a su manera, sirve a Wright para mostrar la realidad dolorosa de la comunidad negra. Habla de un padre distante que abandona a la familia para vivir con su amante. De la pobreza agravada. De su madre, Ella Wilson, mujer entrañable aunque a veces brutal que se ausenta para poder alimentar a sus hijos. De Ella enferma. De las semanas que él pasó en un orfanato atroz. De su alcoholismo infantil: “Mendigar bebidas… se volvió una obsesión”. Del hambre que lo acechó hasta la edad adulta. De una abuela protectora, piadosa y rebasada. De la muerte de un tío en manos de hombres blancos que le querían arrebatar su negocio. De al menos diez mudanzas entre pueblos y ciudades de Arkansas, Mississippi y Tennessee en el curso de diez años. De una educación precaria, discontinua, coartada por la miseria. De la violencia racial. Del sueño de fuga al norte. De la migración vía Memphis. De la enajenación urbana en Chicago, de su soledad ahí. De los méritos y la intolerancia del Partido Comunista.
Black Boy no es un panfleto. Wright no hace política, al menos no abiertamente. Incluso aquellos segmentos de pensamiento racial llevan un tono sereno, vivo pero de ninguna manera beligerante. ¿Cómo convierte un relato de adversidad e infortunios personales en lamento de un pueblo? Mostrando el telón de fondo, las condiciones sociales detrás de esos infortunios: educación limitada, falta de oportunidades, empleos precarios, salarios ínfimos, servicios sanitarios malos o excluyentes, desnutrición, racismo, segregación, autodesprecio… Que el entorno condiciona queda claro cuando Richard no tiene otra alternativa que robar para irse al norte. “Casi todo mi salario se me iba en alimentar los estómagos siempre hambrientos en casa. Si ahorraba un dólar a la semana, me tomaría dos años reunir doscientos dólares, la cantidad… necesaria para asentarme en una ciudad extraña. Y, Dios lo sabía, cualquier cosa podía ocurrirme en dos años.” Cualquier cosa: terminar en la cárcel, morir por el color de piel, asesinar.
La adversidad es social, no así el modo de enfrentarla. La de Wright es una historia de carácter porque, ante cada problema, ante cada embate de la existencia, él opone resistencia. La índole testaruda, recia, del personaje aparece desde el primer pasaje, el de la casa en llamas. Consciente tal vez de ella, el escritor la revela simplemente, en un breve diálogo. Una vez que los adultos logran apagar el fuego, van en busca del culpable. Él se ha escondido debajo de la edificación. “There he is”, dice su padre. “Naw”, grita él, como si su negación supliera la realidad. “Come here, boy!” “Naw”, repite.[1] Vemos esa índole también cuando su tía y maestra, luego de pegarle en clase por algo que él no hizo, quiere repetir el castigo en casa. No me volverá a pegar, se había dicho, y la encara. La vemos cuando no ceja hasta obtener el permiso de su abuela de trabajar en sábado, día sagrado para ella. Y también cuando defiende férreamente su libertad de escritor frente a las acometidas de líderes y colegas del Partido Comunista. Wright es cuero curtido. La reciedumbre y el nervio son probablemente innatos; su forja, circunstancial y elegida. Denotan ese abuso que en las voluntades fuertes y los entornos moralmente estrictos deviene sed de justicia.
Propio de su época, el personaje de Black Boy es a un tiempo un Sísifo y un K. Una y otra vez, la roca de la adversidad desciende sobre él y lo golpea. Una y otra vez, Richard, movido por ese ánimo, la desplaza cuesta arriba. Nada parece conseguir, salvo guardar la dignidad. Luego de incontables infortunios, la obra cierra con uno más, el de la humillación pública que le inflige el Partido Comunista. En una marcha obrera, dos blancos afiliados lo avientan contra la acera mientras los camaradas negros miran impasibles. La roca, presumimos, siempre volverá a caer. La existencia es tan dura que resulta irreal; algo hay en ella de absurdo, algo de onírico. Como el antihéroe kafkiano, Richard enfrenta un proceso sin aparente salida ni mejora. Pero a diferencia suya y de su resignación, Richard se mantiene en pie. El final de Black Boy alberga esperanza, la del adulto consciente que se asume como parte del problema y de la solución posible. Sí, el entorno es devastador, pero el corazón late. El autor no se conforma con denunciar. Quiere prender una luz de bengala en la oscuridad. Porque ¿qué puede un pueblo torturado desde el alba si no tiene esperanza? EP
[1] Vale la pena conservarlo en inglés para advertir la pronunciación del no. La traducción:
“—Ahí está.
“—No —grité.
“—¡Ven acá, niño!
“—¡No!”