El mago del Kremlin de Giuliano da Empoli

Juan-Pablo Calderón Patiño reseña el libro El mago del Kremlin, ganador del Gran Premio de Novela de la Academia Francesa y premio Honoré de Balzac.

Texto de 02/10/24

El mago del Kremlin

Juan-Pablo Calderón Patiño reseña el libro El mago del Kremlin, ganador del Gran Premio de Novela de la Academia Francesa y premio Honoré de Balzac.

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El Kremlin es un laberinto donde los siglos se pierden entre pasillos y corredores que pueden ser una trampa. Vestíbulo de purgas, la fortaleza, que es testigo del alma rusa, resguarda el enigma del poder de un país con 11 husos horarios. Reflejo del rojo que la revolución coronó, la hoz y el martillo ya no están, pero son testigos imaginarios del salto que va más allá de la nostalgia soviética para aterrizar en esa palabra que cubre, más que al rey de una monarquía parlamentaria, al Zar que lo controla todo en la Federación Rusa, la principal república del extinto soviet y residencia del canto marcial que entonó el Ejército Rojo fundado por el ucraniano León Trotsky.

Después del mayor desastre geopolítico del siglo XX (la caída de la URSS, como la definió Vladimir Putin), Rusia sigue conservando el “concepto holístico del poder”, donde si la gente ya no tiene interés en la política, qué mejor que ofrecerle un cuento donde un ser mitológico asciende desde el underground de la vieja sede de la KGB en Lubianka (desde donde se veía todo porque “era el edificio  más alto de la ciudad porque desde sus sótanos se veía Siberia”) hasta ese pasillo del Kremlin donde los hombres rojos trataron de imponer su legado alejado del zarismo.

El ítalo suizo da Empoli nos presenta una de las facetas más intensas de la vida rusa después de la caída del telón de acero, mucho después de que, apaleada por sus propios errores, la URSS se extinguiera en una cascada desastrosa que inundó el crujir de la economía, la quimera de Afganistán, el desastre de Chernóbil y la batalla tecnológica donde ya no se puede hacer la guerra con saliva y sin un paraguas nuclear desde las galaxias, donde Laika y Gagarin sólo fueron recuerdo. ¿Qué sugiere el maestro de ciencias políticas en París? Un nuevo Rasputín para el nuevo Zar ruso. Se equivocaron los que creyeron que Putin iba por la revancha soviética: va por reagrupar un antiguo imperio en una tierra donde el patriotismo y el sacrificio se mancillaron con un Yeltsin alcoholizado que dejó al país de Tolstoi convertido en un supermercado bajo un puñado de oligarcas que secuestraron al estado ruso. Un país que, débil en su economía y desmembrado el Pacto de Varsovia, continuó con un arsenal nuclear frente a la colonización de la OTAN en sus narices y un FMI que “planificaba” una economía maltrecha, escena que captó un hijo de San Petersburgo desde su vocación de Estado que aprendió siendo espía.

El nuevo zar que hablaba en alemán a la canciller Merkel y al que ella le respondía en ruso, es testimonio de la estancia berlinesa del hombre de la KGB que valoró al espionaje para escalar prioridades porque “se trata de reunir información, sintetizarla y presentársela a quien deba usarla para tomar una decisión”. El nuevo oso en el bosque ruso sabe ahuyentar a los lobos, pero por más que tenga la coraza de la soledad profunda sabe que debe tener una mano derecha implacable en saber mirar el paisaje, trazar la geopolítica bajo el compás del diálogo entre la historia y lo evidente, como recuperar Crimea, todo antes de la invasión rusa a la Rus de Kiev, ¿de dónde nace la tierra rusa? como dijo M.A. Maximóvich en 1837.

El mago del Kremlin es más que “un poeta perdido entre los lobos”; es el nuevo Rasputín que necesita hacer espejismos para crear la impresión de que la vieja potencia regresó por sus fueros. Ya no tiene más modelo alternativo que recobrar lo que dice le pertenece. Desafiante historia de un asesor político ruso, drama de los últimos años moscovitas y lección para los hombres que vivieron bajo las minucias del poder y que más temprano que tarde buscan el bálsamo en una escena cotidiana en la biblioteca de su casa. Sólo faltó musicalizar el libro, pero esa tarea será del lector que bajo una obra de adagio de Tchaikovsky descubrirá lo opuesto al hielo del poder en el Kremlin y entenderá lo que exclamó asombrado alguien cuando escuchó por primera vez El lago de los cisnes: “que poco ruso se escucha esta belleza”. EP

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