Las voces heterogéneas han encontrado un refugio, tal vez inestable, en las editoriales independientes de España, que ofrecen un catálogo variado, intrigante y muy prometedor. El problema, como siempre, es la distribución y la difusión de sus libros; los costos de exportación y las trabas aduaneras convierten sus catálogos en artículos de lujo, lo que imposibilita el diálogo entre las diversas literaturas iberoamericanas.
Editoriales independientes de España
Las voces heterogéneas han encontrado un refugio, tal vez inestable, en las editoriales independientes de España, que ofrecen un catálogo variado, intrigante y muy prometedor. El problema, como siempre, es la distribución y la difusión de sus libros; los costos de exportación y las trabas aduaneras convierten sus catálogos en artículos de lujo, lo que imposibilita el diálogo entre las diversas literaturas iberoamericanas.
Texto de Alejandro Espinosa Fuentes 22/05/20
La resistencia: Ediciones Sin Fin (Barcelona)
Uno de los secretos mejor guardados de la poesía latinoamericana no es un poeta que balbucea versos alejandrinos de espaldas a las vías del metro, o una obra que abofetea la cara sonriente del fin del mundo, sino la forma de encontrarla y distinguirla en la era de los hashtags, el encabronamiento instantáneo y el refrito nostálgico. En días tan confusos para la creación, la resistencia poética, más que admirable, resulta insólita y angustiante. Un producto artístico de calidad, antes de despertar la pregunta de a dónde llegará, produce esta interrogante: ¿cuánto le quedará de vida antes de que lo devore el mercado o lo encasillen en fraudulentos eslóganes?
Eso me pregunto mientras camino al lado de Bruno Montané, poeta de la vieja guardia infrarrealista, cerebro indómito responsable, junto con Ana María Chagra, del magnífico sello de poesía Ediciones Sin Fin. Hay rareza por todos lados, me dice Bruno señalando el estampado publicitario de un autobús. Alcanzo a leer la frase: “¡Cáete cinco veces, levántate seis!” Los publicistas no tienen ni idea de que están inventando nuevas formas de volar.
Deambulamos por los alrededores de la Plaza España en Barcelona. A los chinos no les gustó la obra de Bolaño, me dice Bruno, y es curioso porque el primer cuento que escribió hablaba de China. Se refiere a “El contorno del ojo”, con el que Bolaño quedó tercero en un concurso del Ayuntamiento Valenciano en 1983. El primer lugar se lo llevó Antonio Di Benedetto, anécdota que daría pie al cuento “Sensini”. No sé por qué a Roberto le interesaban tanto los chinos a principios de los ochenta, me dice. Sugiero que su curiosidad se la pudo inspirar Baudelaire con uno de los poemas de El spleen de París: “Los chinos leen la hora en los ojos de los gatos”. Es posible, dice el poeta y su atención se va a otra parte, sólo me queda interpretar sus gestos mitad irónicos, mitad nostálgicos.
Bruno Montané es un gigante rubio que pronuncia con acento chileno la jerga olvidada del México de los setenta. Buscamos un cajero automático para ver si ya le depositaron por una corrección de estilo que hizo para El Acantilado o Atalanta. Bruno Montané vive al día. Me imagino cuál sería la respuesta de la audiencia si Broncano lo invitara al programa La Resistencia y le preguntara por sus finanzas. Piqué respondió que tenía más dinero que toda la plantilla de un equipo rival. El comediante mexicano Carlos Ballarta dijo con orgullo que ya había ahorrado un millón de dólares. ¿Qué saben ellos de resistencia? Por supuesto, aunque Bruno Montané merecería que un público masivo aprendiera de su sabiduría, a él nunca lo invitarán a este tipo de programas, tampoco a ningún poeta o escritor que valga la pena.
¿Cómo comenzó Ediciones Sin Fin?, le pregunto. Se trata de un sello que recupera la obra de los poetas malogrados del infrarrealismo mexicano y el movimiento peruano Hora Zero. Hicimos una junta con varios amigos y les pedimos que nos prestaran lana para imprimir, me dice Bruno. Juan Villoro sacó 50 euros y nos ayudó a costear el primer título, de donde surge el nombre de la editorial. Se refiere a Sueño sin fin de Mario Santiago Papasquiaro. Con las ganancias pagamos la siguiente publicación, y así nos vamos, uno por uno.
Ediciones Sin Fin no publica más de tres libros al año. ¡Pero qué libros! ¡Qué autores! Eunice Odio, Osvaldo Lamborghini, Jorge Pimentel, Tulio Mora, Helga Krebs. Ahora están preparando la edición de la poesía completa de Darío Galicia, otro poeta infrarrealista, que en Los detectives salvajes aparece con el nombre de Ernesto San Epifanio y hace una genial categorización de la poesía latinoamericana dividiéndola en poetas maricas y maricones.
Darío Galicia era el único de la generación que leía en inglés y francés, aparece también en la novela Amuleto, donde es secuestrado por el Rey de los homosexuales en las cloacas de Tepito. Pese a ser el más ilustrado del grupo, terminó en la miseria, vagabundeando por las calles del centro de la Ciudad de México, enfermo e ignorado.
Mario Raúl Guzmán, Luis Antonio Gómez y Ana Clavel, escritores cercanos a la editorial, lo encontraron y le ofrecieron una buena cantidad como adelanto de sus regalías. Sobre todo para que pudiera costear los medicamentos. Su vida pendía de un hilo. La vida de uno de los hombres que más sabía de poesía en México pendía de un hilo y no había burocracia ni Fonca que lo amparara. Murió el pasado 31 de diciembre.
Solo nos quedan sus versos… Y Ediciones Sin Fin, refugio de los poetas en resistencia, uno de los mejores sellos de poesía independiente que hay en la actualidad. La vida de esta editorial también pende de un hilo, pese a la fama que le dio al movimiento infra la obra de Roberto Bolaño. Desde que el autor de 2666 comparte agente con Harry Potter se ha vuelto imposible suspirar su apellido sin recibir de inmediato una demanda por los derechos de autor.
Así son las cosas en el mercado editorial y en el mercado capitalista en general. Sin embargo, Bruno Montané no abandona su cometido de divulgar la poesía olvidada. Se disfraza de sombra cada noche en el barrio de El Raval, recientemente publicó su poesía completa, El Futuro, con la editorial Candaya. Aún lleva la vida de un poeta callejero, habita un apartamento destartalado de la calle Tallers, toca el saxofón y presenta títulos de autores geniales en eventos a los que acuden cinco, diez o cien personas. Bolaño estaría orgulloso. Mario Santiago también. Mientras Ediciones Sin Fin exista habrá alguna esperanza para la poesía latinoamericana.
El arte de editar lo que te dé la gana: Jekyll & Jill (Zaragoza)
Víctor Gomollón, mente maestra detrás del sello Jekyll & Jill, nos alegra todas las mañanas en las redes sociales con sus paranoicas reseñas de los peores culebrones hollywoodenses. Su sinceridad despide un humor desenfrenado que aligera el peso de su erudición. A Víctor Gomollón nadie le va a explicar de qué va la literatura ni cómo se debe editar correctamente un libro. Él hace lo que quiere y lo hace de maravilla. Jekyll & Jill sienta precedente e inspira a las nuevas generaciones de editores, sobre todo a los que estamos en contra de un catálogo monótono e insustancial.
En todas y cada una de mis mudanzas transcontinentales le he buscado un huequito en la maleta a los libros de Jekyll & Jill. Una corazonada fetichista me impide abandonarlos. Este sello le da una bofetada con guante blanco a los proyectos pretenciosos, cursis o conservadores. A las editoriales que usan papel de cuatrocientos hilos pero publican textos chatarra, les prueba que una editorial puede ser bella por fuera y por dentro. A las que abaratan los costos engrapando hojas coloridas (no hablo de fanzines sino de trasnacionales tacañas) les demuestra que la perdurabilidad de la tapa dura garantiza más lectores a largo plazo. A los que privilegian un diseño minimalista y monocorde les presume la magia de sus diferentes estilos, tamaños y formatos, ya que cada libro de Jekyll y Jill es único y merece un diseño exclusivo.
Dicho lo anterior, hablemos de sus principales autores, casi todos sabios, enfermos de literatura, trágicos por experiencia y cómicos en defensa propia. Recuerdo la única vez que me he comportado como un demente en un lugar público del continente europeo. Como emigrante uno intenta mantener las apariencias, pero hubo una ocasión en el tren de Valencia a Sevilla en el que ya no pude aguantar la fachada prudente y lancé un libro por los aires carcajeándome a mitad del pasillo. El título responsable fue Incertidumbre de Paco Inclán, genial cronista del absurdo cotidiano, un autor al que después de leer te dan ganas de hacerle un altar.
Así son los autores de Jekyll & Jill, contagian sus obsesiones y renuevan la literatura sin tomarse nada demasiado en serio. El guatemalteco Eduardo Halfon, uno de los mejores cuentistas en la actualidad; Sergio Chejfec, que lleva hasta sus últimas consecuencias la metanarrativa; Alejandro Hermosilla, inventor de precipicios literarios; Andrea Valdés, demoledora ensayista.
Entre la narrativa híbrida y el ensayo especializado, Jekyll y Jill también ha publicado uno de los grandes artefactos de teoría literaria, Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos de Ben Marcus, un título imprescindible en la biblioteca de todo escritor, editor, crítico literario y pacientes de hospitales psiquiátricos.
Próximamente aparecerá en este sello el nuevo libro de relatos de Paco Inclán, Dadas las circunstancias; los invito a conseguir un ejemplar a como dé lugar. Nada de lo que publica la editorial Jekyll & Jill tiene desperdicio.
Clásicos del futuro: Candaya (Barcelona)
¿Cómo terminé alojado en Carrer de la Bòbila número 4, oficinas de la editorial Candaya en Barcelona? Aquí se hospedó por un tiempo Juan Villoro mientras escribía la novela El testigo, me cuenta Paco. Olga me explica cómo funciona un precioso tocadiscos con altavoces integrados. Coloca la aguja y resuena en la estancia la inconfundible voz de Dylan: “To be stuck inside of Mobile with the Memphis blues again.” Reconozco en las fotografías de las paredes a algunos de mis autores predilectos del momento: Agustín Fernández Mallo, Sergio Chejfec, Cristina Morales.
¿Cómo llegué aquí? Yo estudio en Madrid, pero soy un fanático, casi un adicto terminal, del FC Barcelona. Cuando celebraba los goles de Messi y Suárez en mi bar madrileño el malencarado barista me dejaba sin tapa. Un amigo de la universidad me habló de un catalán llamado Aitor con el que solía ver los partidos. Me puse en contacto con él y establecimos una complicidad blaugrana que dura hasta la fecha. Hasta el cuarto o quinto encuentro me contó que era escritor y que su próximo libro de cuentos sería publicado por Candaya. En mi juventud el nombre de esa editorial fungía de brújula al interior de las librerías. ¿Quién era ese singular personaje que parecía saberlo todo de futbol y literatura? Aitor Romero Ortega, autor de Fantasmas de la ciudad; uno de los grandes libros de relatos que he leído en los últimos años.
Por la mañana se apareció en el local Eduardo Ruiz Sosa. No creo que el escritor sinaloense supiera que yo, antes de llegar a España, devoré con ojos reverentes su colosal Anatomía de la memoria, una de las novelas mexicanas más ambiciosas del presente siglo. Fumamos un cigarrillo pensativo y le pregunté a Eduardo de dónde provenía su versificación en prosa; rasgo que también emplea en su nuevo libro, Cuántos de los tuyos han muerto (2019). Parco y categórico, me contestó cuatro sílabas resplandecientes: Gamoneda. Leí entonces en un cuadro que tienen colgado en la pared principal: “El libro que hace falta, el que siempre hemos necesitado, es el que se escribe en la calle.”
La editorial Candaya es una apuesta constante por la literatura insólita de la más alta calidad. No creen en el refrito ni en las modas pasajeras. Basta con echarle un ojo a su catálogo de los últimos dos años para entender que este proyecto va en serio y no se deja torcer el brazo.
Desde que sacaron a la luz Nefando de la ecuatoriana Mónica Ojeda (próximamente reeditado por Almadía) no han tenido un solo altibajo, ni un solo tropezón, cada nueva publicación reinventa el sello, da luz a un nuevo autor español o latinoamericano que habrá que perseguir por el resto de su producción: Terroristas modernos de Cristina Morales, tal vez la mejor escritora española en el panorama; Un final para Benjamin Walter de Alex Chico, el ojo flâneur que deberían clonar para seguirle el rastro a todos los literatos desterrados del mundo; La primera vez que vi un fantasma de la ecuatoriana Solange Rodríguez Pappe, libro de cuentos intrigante que no ha dejado indiferente a ningún lector; Factbook del murciano Diego Sánchez Aguilar, distopía neurasténica de la que es imposible escapar sin un par de cicatrices existenciales; 8:38 del cántabro Luis Rodríguez, breve enciclopedia obsesiva que compendia parábolas literarias a manera de puzle en torno a la hora exacta en la que murió Dostoievski; Vivir abajo del peruano Gustavo Faverón Patriau, otro mamotreto invencible que no tardará en convertirse en un clásico de la literatura latinoamericana.
Es demasiado, y no he mencionado lo que viene: libros renovadores, libros que causan expectativa, libros distintos a la cada vez más aburrida apuesta de los grandes monopolios editoriales. En México se pueden encontrar sus títulos en la librería El Péndulo, así como en locales secretos de las diferentes ferias del libro. EP