Consomé

En su columna mensual, Daniela Tarazona escribe sobre los miedos y la nueva normalidad a la que nos enfrentamos.

Texto de 03/02/22

En su columna mensual, Daniela Tarazona escribe sobre los miedos y la nueva normalidad a la que nos enfrentamos.

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Mi amiga Jimena me dijo que soy una persona sinmiedoalcovid. Es mentira que no sienta temor ante el catarro maldito de la época.

Experimentar miedo es cosa seria. Me dan miedo las conversaciones a través de las pantallas porque no consigo adivinar la expresión corporal de los demás hablantes. Más miedo me da participar en charlas. Me esfuerzo bastante para que no se note demasiado que mi cuerpo tiembla, aunque quizá sea menos visible que en una participación de cuerpo presente.

Le temo al mar. No sé nadar y suelo estacionarme, como la señora mayor que soy, poco más adentro de donde rompen las olas, siempre con los dedos de los pies clavados en la arena. Que mi cuerpo pierda el suelo al estar rodeada de agua debe ser mi fobia mayor.

“La catalogación de los acontecimientos del mundo circundante me ayuda a ganar tranquilidad. Pero también se trata de un movimiento en falso, de la ilusión”.

Tal vez por eso los lectores y lectoras ya deben haberse dado cuenta de mi deseo por controlar los hechos. Buena parte de mis colaboraciones han sido acerca de mis plegarias en pos del orden. Las cosas están en su lugar de manera ilusoria cuando escribimos. La catalogación de los acontecimientos del mundo circundante me ayuda a ganar tranquilidad. Pero también se trata de un movimiento en falso, de la ilusión. Es extraño descubrir las mañas que desarrollamos para resistir mientras la vida transcurre. Cualquiera es el impostor de sí mismo, por fortuna. “No eres lo que crees”, dicta el miedo con su aliento fétido.

A estas alturas de la película que se proyecta en el entorno, es del todo cierto que la normalidad de los tapabocas está de moda. Pasamos del terror hacia el nuevo virus y nos encontramos en otro momento. Si salimos a la calle podemos notarlo: somos los de antes, pero con las caras semiocultas. Luego, cuando nos retiramos el barbijo, como le llaman en alguna parte, descubrimos el rostro que no estaba y que viene de regreso: las caras renacen, los gestos importan. Suelo arrugar los ojos cuando sonrío con el tapabocas puesto, me importa que mi interlocutor se dé cuenta de que, allí debajo, estoy enseñando los dientes.

“Me siento ahora tan atrevida que incluso me echaría a la panza una sopa de murciélago. Ya qué más daría comer del caldo volador. […] Mafalda sabía que las sopas son horribles y vaticinó, quizá, su peligrosidad”.

Me siento ahora tan atrevida que incluso me echaría a la panza una sopa de murciélago. Ya qué más daría comer del caldo volador. Hace un mes que murió Quino, el extraordinario. Mafalda sabía que las sopas son horribles y vaticinó, quizá, su peligrosidad. La Historia nos muestra que mezclar ciertos ingredientes en el mismo caldo puede dar un resultado catastrófico. Hoy que cualquier cosa comparte su lugar con la otra: lo mismo la enfermedad de un presidente que las gracias de algún influencer en su cuenta de TikTok, el caldo se asemeja a la sopa primigenia de la que escuchamos hablar cuando nos enseñaban teorías sobre el origen del universo.

En un viaje durante mi infancia mi padre encontró un par de perlas dentro de dos ostiones. Tal vez la sopa de murciélago guardaba algún secreto desconocido que no hemos sido capaces de descubrir. Quizá el murciélago cocido y muerto había sido en vida más inteligente de lo común, tal vez era mutante o superdotado y las mieles de su cerebro hervido nos trajeron hasta aquí. Sinmiedoalcovid debería ser un eslogan. Algún publicista debería aprovecharse, como suelen hacer, de las personas que desean apartarse del pavor. Si hicieran la campaña correspondiente, tendrían que fijarse en los deseos ocultos: las manos que escapan de los bolsillos, las personas que han decidido abrazarse ante la posible amenaza del estornudo. Los publicistas de la época tendrían que sacarle jugo a la necedad de la especie, a los locos que se niegan a llevar tapabocas y, cuando son juzgados, pueden incluso golpear a otras personas. ¿Qué se esconde bajo la rabia? Es probable que estemos en este momento histórico (del que cualquiera quiere escapar aunque no emplee los puños) porque nos salió bien el consomé. Demasiadas criaturas sumadas o consumadas, demasiadas criaturas mirándose los ombligos para averiguar si, acaso antes del tiempo, el miedo era distinto. La vuelta al origen o el manotazo que hemos dado sobre nuestros botones de reset ilustran esta época de juegos del hambre. Hundimos la cuchara en el caldo y nos llevamos hacia la boca el cuerpo hervido del animal con rostro humano. El murciélago eres tú y ella es, también, el animal que soy yo. EP

DOPSA, S.A. DE C.V