Becarios de la Fundación para las Letras Mexicanas: Tibieza: escena de una separación cotidiana

Mariana Villalobos, becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas, delinea con maestría una escena de la vida cotidiana donde la frialdad amorosa y la rutina se tornan en ruptura.

Texto de 15/12/23

Mariana Villalobos, becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas, delinea con maestría una escena de la vida cotidiana donde la frialdad amorosa y la rutina se tornan en ruptura.

Tiempo de lectura: 2 minutos
Un departamento común de ciudad.

Sebastián: Es un despropósito que tengas tantas si nunca las agarras por el asa.

            Agnes: Son para las visitas.

Sebastián: En serio nunca lo voy a poder entender, se agarran ASÍ.

            Agnes: Que no…

Sebastián: Es como si tomaras café en vaso.

            Agnes: ¡Ya!

Sebastián: No, mira, ahí vas a hacerlo otra vez, no, no…

            Agnes: ¿Qué traes hoy, eh?

Sebastián: ¡Por favor, te lo ruego, úsala como Dios manda!

            Agnes: No.

Sebastián: Al menos enfrente de mí.

            Agnes: Déjame, tú agarra la tuya como se te dé la gana.

La infección que provocaste al abandonar tu lado de la cama ya se está regando en el mío; intento tirar mi brazo en tu almohada y sólo quedan costras de las hemorragias nasales que te atacaban los jueves.

            Agnes: Yo no te digo nada cuando muerdes los hielos.

Sebastián: ¿Eso qué tiene?

            Agnes: Molestas.

Sebastián: Bueno, pues a mí me parece muy molesto que te bañes en la noche.

            Agnes: Ya ni sabes qué inventar.

Sebastián: Haces un mojadero con tu cabello por toda la cama.

            Agnes: Hoy amaneciste…

Nada peor que despertarse a las 4:35 a. m. sin motivos. La madrugada es mi peor enemiga cuando se aparece a mitad de un martes cualquiera. Es seductora solamente cuando usa vestidito de lentejuelas, te inyecta varios litros de alcohol en el sistema nervioso y lame las profundidades de tu tímpano.

Sebastián: ¿Te sirvo?

            Agnes: Ya desayuné.

Sebastián: Te dije que me esperaras.

            Agnes: Me paré a trabajar temprano.

Sebastián: En la mañana ni te da hambre.

            Agnes: Hoy sí me dio.

Sebastián: Avísame, ya hice para los dos.

            Agnes: Ya. Me como uno.

Sebastián: No le pongas, ya tiene sal.

¡QUÉ YA TIENE SAL!

            Agnes: ¡¿Qué te pasa?!

Sebastián: No voy a tener ni un pleito más contigo…

Sebastián se levanta bruscamente, se atora en el mantel y tira las tazas de café.

            Agnes: ¡QUÉ MIERDA!

Sebastián: Perdóname, por favor… perdón…

            Agnes: NO. No… no quiero hablar. ¡Limpias y levantas todo esto!

Una abdominal para incorporarme. La taza del café de anoche en el buró. La tomo por el asa y, en el trago frío, hago un repaso de al menos tres motivos que me hagan soportar el día.

Sebastián: Estoy acostumbrado a ti y eso me asusta.

            Agnes: Todos tenemos miedo de todo. Es lo normal.

Sebastián: No te quiero lastimar.

            Agnes: Ya sé… Ya, limpia esto. Fue un accidente.

Sebastián: No quiero estorbarte.

Agnes:

No quiero estorbarte, fue lo último que escuché salir de tu boca. Te saliste con ese andar atormentado del que me enganché desde el segundo uno. En lugar de azotar la puerta, la emparejaste. Luego pasaron una, dos, tres, cinco, veintidós noches. Vaya que fuiste coherente con eso de que hay que saberse desprender de las cosas. Parpadeo tres veces, ya estoy en la regadera. Agua fría a presión, como un golpe de granizo penetrándome los huesos. Prefiero el agua así, helando, porque todo lo tibio me recuerda a ti. EP

DOPSA, S.A. DE C.V