Lluvias precipitadas, lluvias ausentes

Los cambios radicales en las precipitaciones tienen consecuencias inesperadas. Por ejemplo, la migración, las bajas laborales, la muerte del ganado… En México, estamos ante una crisis ambiental seria, de la que forman parte las lluvias y su ausencia. Las sequías ponen en entredicho el sustento de las personas y las inundaciones son otro riesgo para la vida. Aquí, un panorama y una posible solución.

Texto de 15/06/21

Los cambios radicales en las precipitaciones tienen consecuencias inesperadas. Por ejemplo, la migración, las bajas laborales, la muerte del ganado… En México, estamos ante una crisis ambiental seria, de la que forman parte las lluvias y su ausencia. Las sequías ponen en entredicho el sustento de las personas y las inundaciones son otro riesgo para la vida. Aquí, un panorama y una posible solución.

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Pero la tierra recordaba el agua y llamaba a su fantasma

—Andrea Chapela, Como quien oye llover

Tenemos muchas palabras para la lluvia. Chispear, chaparrón, tromba, lluvia torrencial, chipi chipi. Es claro que disfrutamos de observarla y que sus distintas presentaciones nos afectan de manera diferente. No sólo refresca el clima y nos provee de agua, sino que es parte esencial del control del clima. Pero sus extremos pueden ser peligrosos, mucha lluvia o muy poca suelen ser malas noticias. Es por eso que los promedios son engañosos. En el caso de la lluvia en México, en promedio, no ha habido cambios. Durante las últimas siete décadas, la cantidad de agua que ha caído en el territorio nacional ha sido la misma.

“Pero eso no quiere decir que esté lloviendo igual”, dice para Este País el doctor Guillermo Murray, investigador del Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad de la UNAM, quien analizó los datos sobre lluvias en México de los últimos setenta años. Si bien el clima es un fenómeno global, que se ve afectado por millones de variables a lo largo de todo el planeta, donde mejor podemos observar sus cambios es en escalas locales.

La importancia de poder predecir el clima va de la mano con las necesidades de la región. Cuándo sembrar los cultivos que se dan en la zona, el tipo de mareas que se aprovechen, cómo y cuándo abastecer de agua a una gran ciudad. Todas estas actividades se planean de acuerdo a la época de lluvias y la cantidad de agua que se espera recibir.

Pero predecir las lluvias es cada vez más difícil. ¿Por qué sucede esto si, en promedio, sigue cayendo la misma cantidad de agua? “Porque está lloviendo de golpe”, explica el doctor Murray, “tenemos más lluvias torrenciales y al mismo tiempo un aumento en las sequías”. Es decir, hay un aumento hacia ambos extremos, demasiada lluvia, precipitada, y después su prolongada ausencia. El norte es cada vez más seco, y el sur cada vez más lluvioso, aunque el promedio nacional se mantenga igual. “Y no sabemos bien por qué”, continúa el investigador.

Si bien México está siguiendo el patrón global: un aumento constante de la temperatura, acentuado en los últimos veinte años; las consecuencias climáticas en la región —una mayor cantidad anual de huracanes en el Pacífico y de mayor intensidad—, no terminan de explicar el cambio en los patrones de lluvia. En esta periodicidad y constancia que tenían antes las precipitaciones. En su predictibilidad.

“El promedio de las condiciones meteorológicas normalmente tiende a repetirse cada treinta años”, explica Guillermo, “pero ahora tenemos patrones de sequía que se están repitiendo cada diez años”. En el 2011, México sufrió una de sus peores sequías. Dado que fue posterior al periodo de siembra, tuvo un enorme impacto en la agricultura. Diez años después, en este 2021 también sufrimos una sequía que estaba amenazando con dejar sin agua a la Ciudad de México y a muchas otras localidades; sin embargo, como sucedió antes de la siembra, ahora la ganadería se llevó un mayor impacto, perdiendo un 3% de la población ganadera, cerca de un millón de vacas.

Estos desastres naturales están cobrando cada vez más fuerza. “Pero no son desastres naturales, son desastres sociales”, dice para Este País la doctora Yanet Díaz, investigadora postdoctoral del grupo de Clima y Sociedad del Centro de Ciencias de la Atmósfera de la UNAM; es decir, los volcanes, temblores, huracanes e incluso eventos de cambio climático, han estado presentes en nuestro planeta muchísimo antes de que nuestra especie apareciera, y seguirán estando aquí mucho después de que nos hayamos ido. “El qué tanto nos afectan estas condiciones extremas del ambiente”, explica la doctora Díaz, “dependerá de qué tanto estamos preparados para ellas”.

Un análisis de riesgo para desastres naturales es más un análisis social de una población o familia que un análisis ambiental. Ya que, además de los problemas obvios que genera la falta o exceso de agua —como las sequías y su impacto en la agricultura y la ganadería—, hay otros problemas de índole social. 

En la pasada sequía del 2011, aparte del desastre ganadero, también se reportó una disminución en el número de estudiantes en las preparatorias, sobre todo hombres. Esto debido a que la sequía generó una pérdida de ganancias en sus hogares, y ahora debían de empezar a contribuir o aumentar su contribución económica en el hogar, dejándoles poco o nulo tiempo para los estudios. Por las mismas razones, es cada vez más claro que la sequía genera una mayor migración, no sólo hacia Estados Unidos, sino también dentro de México. Un estudio realizado en México y en Estados Unidos calculó que por cada grado centígrado de aumento promedio mensual en la temperatura, la tasa de suicidio aumenta un 2.1%. Además de que, como dice Murray “el calor pone de malas”, los largos periodos en los que no se presenta la lluvia, generan un ambiente social más violento.

Estos estudios y varios otros llegan a una conclusión: quienes más afectados están por estos cambios son quienes menos preparados están para mitigarlos. Lo mismo que ya nos explicó la doctora Díaz. “Debemos pensar en una cultura y una política de mitigación y adaptación”, propone Yanet. Algunas medidas ya se están implementando, como las de sembrar variedades de cultivos más resistentes a sequías, y regarlas con riegos subterráneos cuya evaporación es mucho menor —aunque cerca del 90% de la producción de maíz sigue siendo de temporal—. También hay otras medidas que deberíamos de adoptar sin demora, como la reutilización de aguas grises dentro de los hogares —Israel recircula su agua hasta ocho veces antes de mandarla por el desagüe— y la cosecha de agua de lluvia para grandes ciudades, como la capital mexicana.

La CDMX es un ejemplo de lo mucho que necesitamos cambiar para adaptarnos a estos nuevos patrones de lluvia. Una ciudad que solía ser un lago es ahora una plancha impermeable que se inunda a la vez que no tiene agua suficiente. Que tiene que surtirse de enormes cantidades de agua que proviene de otras regiones, y que en cuanto llega la vierte en los desagües casi inmediatamente. Que poco a poco está terminando con sus zonas boscosas y humedales, haciendo que “donde había tierrita, ahora haya asfalto”, según la doctora Díaz.

Todo esto genera cambios en los ciclos hídricos. Los rompe. No solamente por el movimiento de grandes cantidades de agua de un lado al otro, sino porque el suelo también es parte del ciclo hídrico. “El suelo es como una cubeta”, cuenta Murray, “se llena cuando llueve y se vacía por evaporación —en forma de vapor—, o por transpiración —mediante las plantas—. La cubeta en el país está ahora mucho más baja que antes”. Esto además de los problemas sociales que ya hemos mencionado, genera problemas ambientales para distintos ecosistemas.

Por estas razones, las propuestas de adaptación y mitigación, las propuestas para frenar el cambio climático, deben de surgir y aplicarse no sólo desde la academia, “sino también deben de ser políticas”, comenta Yanet Díaz. También deben de hacerse desde y con cada una de las sociedades y regiones afectadas. No hay una solución única para todo México.

“No podemos esperar que los cambios de actividades que generemos de manera local se vean reflejados rápidamente y en la misma región”, continúa la doctora Díaz, “el clima es un efecto global”. La investigadora nos advierte de algo más “y tampoco podemos esperar volver a las condiciones pasadas. A los patrones de lluvia anteriores”.

Pero, ¿por qué no? Es evidente que el cambio climático actual tiene un origen antropocéntrico ,¿por qué no seríamos capaces e incluso responsables de regresar todo a su condición previa?

“Hay muchas razones”, declara Díaz. Una de ellas es que el sistema climático es un sistema complejo. Es caótico. De hecho, los primeros postulados de la teoría del caos surgieron de un estudio que intentaba predecir el clima. Uno de sus resultados es que estos sistemas pueden cambiar mucho sus resultados finales a partir de cambios minúsculos en sus condiciones iniciales. No podemos controlar los aleteos de todas las mariposas, ni medirlos. “Por lo tanto no podemos predecir qué resultados tendrán los cambios que intentemos hacer”, concluye la investigadora.

Por otro lado, siendo el clima un fenómeno global, requeriría de un trabajo global, colaborativo entre todos los países. “Pero no todos van a estar de acuerdo”, dice Díaz, “y no todos se comprometerán de la misma manera, no todos cuentan con los mismos recursos, ni las mismas políticas”. Y no todos se verán afectados de la misma manera. Lo que resulte benéfico para algunos, resultará perjudicial para otros.

Pero ideológicamente, pretender que podemos controlar el clima es lo que nos ha traído hasta esta situación. “Sería reforzar que todo lo que hicimos, toda la contaminación, estuvo bien”, describe la Dra. Díaz, “nos quitaría la responsabilidad”. Es por eso que los planes deben de ser de adaptación y mitigación. Debemos dejar de pretender tener el control del clima y del planeta, y aceptar que lo que tenemos es responsabilidad de nuestros actos. Debemos de actuar desde nuestra responsabilidad, desde lo que sí podemos predecir y controlar. EP


Referencias

Díaz-Esteban, Y. and Raga, G.B. (2018), Weather regimes associated with summer rainfall variability over southern Mexico. Int. J. Climatol, 38: 169-186. https://doi.org/10.1002/joc.5168

Murray-Tortarolo G (2020) Seven decades of climate change across Mexico. Atmósfera, forthcoming. https://doi.org/10.20937/ATM.52803 

Murray-Tortarolo GN, Jaramillo VJ (2019) The impact of extreme weather events on livestock populations: the case of the 2011 drought in Mexico. Clim Chang 153(1–2):79–89

Arceo-Gómez, E.O., Hernández-Cortés, D. & López-Feldman, A. Droughts and rural households’ wellbeing: evidence from Mexico. Climatic Change 162, 1197–1212 (2020). https://doi.org/10.1007/s10584-020-02869-1 

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