Paradigmas para enfrentar la crisis ambiental

En este texto, Mónica Tapia y Luis Zambrano hacen un análisis sobre los paradigmas de filosofía política frente a la crisis ambiental.

Texto de & 28/07/22

En este texto, Mónica Tapia y Luis Zambrano hacen un análisis sobre los paradigmas de filosofía política frente a la crisis ambiental.

Tiempo de lectura: 9 minutos

Enfrentamos una crisis ambiental que tiene muchos frentes interrelacionados entre sí. Por un lado, está el cambio climático, que está modificando los ciclos atmosféricos, generando sequías, inundaciones, olas de calor, frentes fríos y huracanes. Por otro, está la pérdida de biodiversidad, comprometiendo la integridad de los suelos, la agricultura y la pesca. La crisis de la que hablamos está distorsionando los entramados de todos los ecosistemas de los cuales dependemos para poder sobrevivir: agua para beber, aire que respirar, clima y polinizadores para nuestros alimentos. 

Las causas de esta crisis tampoco son simples, las acciones locales pueden afectar a todo el planeta. Como en un reloj de cuerda, el cambio del engranaje más chico puede mover todo el mecanismo. El uso del carbón en Estados Unidos y China está relacionado con la ola de calor en Europa y África. La tala de árboles en la Amazonía cambia la humedad en la parte ecuatorial y también puede modificar el clima a nivel global. 

Cada año los efectos de la crisis climática son más evidentes; las sociedades, en particular los jóvenes, han comenzado a demandar acciones a sus gobiernos. Cada gobierno —o bien, cada administración y la coalición que la compone— ha respondido ante estas demandas de maneras diferentes; algunos sólo han adoptado el discurso con políticas públicas insuficientes, otros (como el gobierno de Trump o, incluso el de AMLO, cuyo “decálogo” de cambio climático está basado únicamente en petróleo) las han ignorado abiertamente.

Aún con los gobiernos más progresistas, los avances han sido magros pues existe poca conexión entre los discursos políticos y empresariales, y las acciones concretas para afrontar la crisis ambiental. Esta es la base de la frustración entre los jóvenes, quienes ven un futuro precario. La frustración aumenta al momento de discutir cuáles acciones proponer y quién asume la responsabilidad de llevarlas a cabo, puesto que es frecuente encontrar las mismas inercias promoviendo “más de lo mismo” pero en diferente empaque; o con soluciones maximalistas, poco viables y difíciles de aterrizar. 

Por ejemplo, la frase “para evitar la devastación de la selva hay que tirar el capitalismo” implica que se debe anteponer el cambio en la estructura socioeconómica antes que hacer propuestas para el manejo y la conservación de la selva. Cambiar la estructura económica de todo el planeta es una tarea titánica que difícilmente será llevada a cabo antes de que el Amazonas se devaste por completo. Por otro lado, nadie garantiza que una vez destruido el capitalismo el nuevo orden socioeconómico esté en concordancia con los ejes de la sostenibilidad. Este tipo de propuestas desvían la atención del problema ambiental a uno económico irresoluble en el corto y mediano plazo, promoviendo la parálisis utópica (es decir, la inactividad para solucionarlo). De hecho, este tipo de discusiones son la base de una estrategia llamada “desviación” (deflection en inglés) y es promovida por estrategas (en este ejemplo, los taladores de árboles en la selva) para generar inactividad en los movimientos ambientalistas. 

“La frustración y las posibles trampas en la discusión nos llevó a analizar cómo los distintos paradigmas de filosofía política responden a la crisis ambiental”.

La frustración y las posibles trampas en la discusión nos llevó a analizar cómo los distintos paradigmas de filosofía política responden a la crisis ambiental. Este análisis también lo podemos ver al revés: cómo distintas propuestas para solucionar la crisis ambiental se enmarcan en distintos modelos de filosofía política. Aquí un esbozo de este tema, que requiere de más profundidad y contraste para ir encontrando soluciones a la crisis.

Bajo el capitalismo 

Bajo las ideas capitalistas, el medio ambiente es una externalidad que el mercado no considera. Es decir, el aire, el agua o el clima son recursos naturales gratuitos, no tienen precio y, por lo mismo, no se autorregula en el mercado. Por ello, sus soluciones y decisiones giran alrededor de dos aspectos: 

1. Ponerles precios e incorporarles al mercado. Esto lleva a proponer, por ejemplo, crear un mercado de bonos de carbono, donde se “venden” y “compran” emisiones. Actualmente, las reglas de estas ideas se están diseñando en las bolsas de valores internacionales y muchas empresas están explorando cómo “invertir” en procesos de alto valor ambiental y asegurar su valor en el mercado bursátil.  Otro ejemplo es pensar que cobrando el costo total del agua (cuánto cuesta obtener el agua de los ríos o de los acuíferos, purificarla y distribuirla), la gente utilizará este recurso conscientemente y se reducirá su desperdicio.

 2. La eficiencia tecnológica traerá soluciones a los problemas ecológicos, siempre y cuando se invierta en innovación. Para ejemplificar esto, basta leer las propuestas de Bill Gates para resolver el cambio climático con geoingeniería: simulando explosiones volcánicas, por medio de la dispersión de partículas en la atmósfera con aviones. Las partículas nos harían “sombrita” y así, reducir el calor del sol. Otro ejemplo son las ideas de Elon Musk sobre convertir  Marte en un planeta habitable a partir de enviar misiles nucleares, buscando modificar su atmósfera. 

Bajo el capitalismo, la crisis ambiental será solucionada con tecnología y con ayuda del mercado, adecuando costos y precios a los recursos naturales. 

Bajo el liberalismo

Bajo las ideas liberales, los problemas de deterioro de los ecosistemas serán solucionados por acciones individuales, basadas en la libertad de escoger hábitos de consumo. Así, se explica que las personas cambien sus hábitos de movilidad de autos privados por transporte público o bicicletas. La dieta vegetariana, por ejemplo, es una práctica popular que tiene, entre otros objetivos, la búsqueda de la sostenibilidad en la producción agrícola; sin embargo, en este espacio ya discutimos sus problemas. El consumo de proteína animal es fundamental en muchas culturas del planeta y es una de las prácticas que hace un collage de diversidad cultural a lo largo y ancho del globo. No comer carne en lo individual está bien, pero no debe plantearse como solución para todos porque homogeneiza las formas de vida y eso nos hace más vulnerables como seres humanos. 

El capitalismo y el liberalismo tienen en común la idea de que las personas deciden en lo individual, y que sus comportamientos en el mercado incentivan, determinan y transforman el consumo y la producción. Bajo ellos, el cambio individual de conciencia y conductas de millones de personas alternará los patrones de destrucción ecológica y fomentará un desarrollo sostenible. En realidad, muy pocas prácticas sociales se escalan a nivel mundial sin políticas públicas. 

Bajo el comunismo y socialismo centralizador

En tercer lugar, están las ideas comunistas y socialistas. Aunque es necesario distinguirlas, las simplificamos en exceso puesto que proponen una relación con la naturaleza similar. La abolición de la propiedad privada y el Estado planificador son centrales en el concepto comunista original. Estas visiones buscan centralizar en un pequeño grupo la toma de decisiones y la planeación del desarrollo, incluyendo su relación con la naturaleza. Se propone que la producción estatal y centralizada resolvería las contradicciones económicas y ambientales, por lo que la toma de decisiones en altos niveles del gobierno que controlan la economía (por ejemplo, la explotación del petróleo, la generación de electricidad, la producción agrícola, la promoción del turismo o la construcción de ciudades y viviendas) determinarían “modos sostenibles” de producir.  

Las políticas del país, entonces, dependen de lo que ese pequeño grupo de personas interpreta  sobre la sostenibilidad, lo cual es peligroso. Por ejemplo, el gobierno de Nicaragua considera que es sostenible construir un canal que compita con el Canal de Panamá. A todas luces, es un desastre ecológico (y económico), pero vendido como sostenible. Afortunadamente el proyecto está detenido porque el inversionista de la constructora fue a dar a la cárcel por fraude. 

Bajo la visión comunista y socialista, el objetivo primario es buscar la igualdad y justicia social, por lo que los efectos en la naturaleza pasan a segundo plano. De hecho, algunas personas de izquierda consideran que la conservación de la naturaleza o la lucha contra el cambio climático es una preocupación “burguesa” y “primermundista”, superflua a considerar en los procesos redistributivos. Por lo tanto, lejos de vislumbrar la crisis ambiental como una amenaza, la desprecian; aseguran que, si existiese, es culpa de los países industrializados. En esto se tocan los extremos: los ultras de izquierda y los ultras de derecha niegan la existencia del cambio climático. 

Bajo la socialdemocracia 

Aunque las ideas socialdemócratas provienen originalmente de las socialistas, se han reformulado para valorar la propiedad privada, el mercado y la democracia. De acuerdo con estas ideas, el Estado interviene en la economía (y por tanto, en el crecimiento económico) a través de reglas para garantizar ciertos bienes y servicios colectivos (por ejemplo, los derechos laborales, la educación, la salud y los servicios públicos). Así, se justifica crear leyes, decretos y normas que protegen al ambiente y regulan al mercado y a las personas. Aunque se garantiza la propiedad privada, se prohíben ciertas actividades económicas (uso de fertilizantes dañinos a la salud, contaminación) y en ciertos territorios (minería en áreas de conservación). También, utilizando los impuestos y los subsidios se desincentivan ciertos comportamientos, como asignar subsidios al transporte público para reducir la congestión o reducir estos subsidios de los combustibles fósiles, como las gasolinas que hacen más barato el uso del automóvil particular. 

“Bajo este paradigma, la crisis ambiental se resolvería definiendo qué regular o prohibir y cómo vigilar su correcta aplicación, dónde intervenir, qué nuevos impuestos agregar o cuáles subsidios desaparecer”.

Bajo este paradigma, la crisis ambiental se resolvería definiendo qué regular o prohibir y cómo vigilar su correcta aplicación, dónde intervenir, qué nuevos impuestos agregar o cuáles subsidios desaparecer. Las Manifestaciones de Impacto Ambiental (MIA), la creación de parques y áreas naturales protegidos, la zonificación y el ordenamiento territorial, así como la regeneración urbana y la infraestructura verde, están basados en instrumentos de planeación, control y sanción del Estado y sus políticas públicas.

El diseño e implementación de políticas públicas depende de debates, presiones y voluntad política para llevarlas a cabo. Esto implica que la gente en su totalidad esté atenta de que se estén cumpliendo las reglas impuestas y que se mejoren cada día con nuevas reglas que todos deben seguir. Aún con la crisis ambiental, esto es complicado porque existen diferentes fuerzas económicas y políticas que cabildean o eluden leyes y normativas. Esta forma de concebir la solución del problema tiene como precondiciones que existan: primero, un pluralismo democrático y después, una efectiva rendición de cuentas por parte de los gobernantes. 

Bajo la autogestión comunitaria

Bajo estas ideas, vinculadas al anarquismo, se propone el regreso, a través de asambleas y autogestión, de las decisiones sobre producción, consumo y servicios a comunidades que manejan sus propios recursos naturales. El gobierno de los comunes tiene planteamientos para la crisis ambiental centrados en una escala local, pero que resulta difícil de concebir como propuestas para la escala de una ciudad, un país o del planeta. 

En ocasiones, recuerdan las ideas utópicas del comunismo porque abogan por la destrucción del capitalismo, y consideran al antropoceno como una era negativa para la vida. Por ello, plantean una mayor conexión con la naturaleza desde la perspectiva espiritual o comunitaria; ideas difíciles de implementar bajo las visiones plurales de las diferentes sociedades y culturas. Los sistemas de irrigación comunitarios son un ejemplo clásico de estas ideas de gobierno de los comunes que pueden ser implementadas en comunidades pequeñas, pero difícilmente a escalas mayores que abarcan sistemas de gestión hídrica que involucran a miles o millones de personas participando y tomando decisiones sobre recursos comunes, como el agua.

Otras ideas menos estructuradas se basan en las relaciones de espiritualidad entre sociedad y naturaleza. De ahí, se buscan múltiples soluciones a la crisis ambiental a partir de las creencias de la Madre Tierra y su conexión con todas las especies naturales. Por ejemplo, los veganos que se diferencian de los vegetarianos porque no consumen derivados de animales, como leche y huevos, y se alimentan exclusivamente de productos provenientes de la tierra. Esta práctica rechaza los “daños a los animales”, al creer que nuestras acciones deben basarse  en vínculos espirituales con la naturaleza. Así, la producción alimentaria aceptada por los veganos se limita a prácticas que requieren de amplias extensiones de tierra. De nuevo, es imposible escalar esta práctica como solución a la crisis ambiental global, pues la cantidad de área requerida es mayor a la que existe en el planeta y, paradójicamente, la hace insostenible. 

¿Qué hacer?

La mayor parte de las políticas públicas ambientales que se debaten y construyen actualmente están basadas en alguna de estas visiones ideológicas. Sin embargo, es importante reconocer que  no existe una “bala de plata”, es decir, no hay una sola idea para resolver el conjunto de problemas que generan la crisis ambiental. Se requiere de múltiples interacciones y diferentes estrategias, dependiendo del problema y de su escala. La tecnología por sí sola no solucionará la crisis climática, pero puede ser una herramienta para ir resolviendo ciertos problemas; por ejemplo, la innovación en la eficiencia energética y celdas solares con un menor costo económico y ecológico que acelerará la transición energética.

“Se requiere de múltiples interacciones y diferentes estrategias, dependiendo del problema y de su escala”.

La sola conciencia individual o espiritual no se traducirá en cambios drásticos en la conducta social; pero la transformación de conductas individuales engranadas con políticas públicas sí son parte de la solución. Por ejemplo, un grupo minoritario que decide utilizar la bicicleta como medio de movilidad en las ciudades no modificaría la forma de moverse. Sin embargo, puede presionar para que: 1) se construya infraestructura de seguridad vial para los ciclistas que aumentará el número de usuarios y con ellos una movilidad más sustentable, 2) se aumenten los impuestos a los automovilistas, y 3) se generen zonas libres de auto para peatones y ciclistas. Las políticas públicas locales se pueden complementar con ejercicios de autogestión comunitaria, para hacer a las comunidades más resilientes.

Finalmente, puede ser peligrosa la planeación centralizada en la toma de decisiones porque depende de las preferencias particulares de los gobernantes en turno. Sin embargo, un Estado que regule el mercado y cuente con recursos y capacidades institucionales fuertes para diseñar e implementar políticas públicas será fundamental para la sostenibilidad. El buen desempeño de instituciones que protegen el medio ambiente requiere un control social y contrapesos de los otros poderes.

En conclusión, la complejidad de problemas que nos presenta la crisis ambiental no se soluciona bajo un solo paradigma. Un complemento indispensable es una sociedad bien informada y exigente, incluyendo un periodismo apegado a la ciencia bajo libertad de expresión que conecte todos los puntos complejos con visión sistémica. EP

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