Volver al origen
Hace una inmensidad de tiempo las ciudades estuvieron hechas
para caminar. Parece casi increíble escribirlo en 2019, pero sí, hubo una vez
ciudades donde podías caminar sin temor a ser atropellado o sin tener que
atender esos semáforos que rompen el ritmo natural del andar y obligan a
esperar una luz verde, peatonal. Las ciudades fueron creciendo al paso de
nuestra capacidad de llegar más lejos con distintos medios de transporte. Así
pasamos de la ciudad griega, la polis, hecha a una escala que podía recorrerse
a pie, a los burgos del Renacimiento, a las grandes capitales del Siglo de las
Luces, a las metrópolis coloniales y a las urbes del siglo xx, que masificó los
autos y los trenes. Con ello vino una nueva expansión de las urbes. Había
nacido la ciudad de los 40 kilómetros, las grandes metrópolis que engulleron
pueblos, comarcas cercanas y, todavía más, las megalópolis que gracias a los
trenes aumentaron la mancha urbana. Entre ellas Tokio es la más característica
con sus 100 kilómetros de extensión, pero también podemos sumar a Madrid con
sus trenes de cercanías, o Nueva York, que se volvió una sola con parte de New
Jersey, Long Island y Connecticut. Ahí están las anárquicas ciudades indias de
Calcuta, Mumbai y Delhi; Singapur y Yakarta en el sur de Asia; Lagos y El Cairo
en África; Río, São Paulo y Buenos Aires en Sudamérica.
México tiene las suyas, no sólo la más grande en el valle central del Altiplano sino también El Bajío, Guadalajara en el occidente o Monterrey en el noreste. En todas esas megaciudades o ciudades globales llegó el momento de volver a los orígenes, de regresar al peatón las calles, de hacer ciudades caminables. De unos años para acá las ciudades empezaron a experimentar con la peatonalización de calles, el tránsito calmado, la reducción de velocidades, las ciclovías, los paseos dominicales, la rehabilitación de los centros históricos, la ampliación de banquetas, etcétera. La moderna ciudad del automóvil es fruto del triunfo del funcionalismo y las ideas de Le Corbusier y Mies van der Rohe sobre el urbanismo, que en un movimiento lento son desplazadas por otras miradas, como la del arquitecto danés Jan Gehl (Dinamarca, 1936), quien explica cómo ser peatones es nuestra esencia: “Caminar es el punto de partida de todo. El hombre fue creado para caminar y todos los sucesos de la vida nos ocurren mientras circulamos entre nuestros semejantes. La vida, en toda su diversidad y esplendor, se muestra ante nosotros cuando estamos a pie”.1
Ámsterdam, Copenhague, Oslo, Londres, Madrid, Nueva York,
Múnich y Berlín son ejemplos de una apuesta diferente, donde comenzó un proceso
de cambio para revertir la hegemonía del vehículo privado. Las ciudades
europeas tienen claro el rumbo. En las grandes capitales hay un consenso para
buscar aire limpio, zonas peatonales, arboladas, con mobiliario urbano que
invite a estar en la calle, a permanecer ahí. En parte es fruto de su pasado,
de su historia que en muchos casos arranca en el medioevo, pero también de un
cambio radical en las prioridades y preocupaciones de sus habitantes. Agrupadas
en el C40 (Grupo de Liderazgo Climático, que busca reducir las emisiones de CO2
), las urbes más pobladas del mundo se comprometieron a formar una alianza
contra el cambio climático y a cumplir con tres estrategias que eviten una
catástrofe: una red de cero energía proveniente del carbón en edificios,
reducir la generación de basura y cambiar hacia sistemas de transporte de cero
emisiones. Son ciudades que buscan el liderazgo después del Acuerdo de París y
la Cumbre de Acción Global por el Clima. Buscan cortar las emisiones para 2030,
pero también construir comunidades con equidad.
¿Por qué 2030? Porque el Grupo Intergubernamental de
Expertos sobre el Cambio Climático presentó en octubre de 2018 un informe sobre
la necesidad de limitar el calentamiento global a 1.5 °C en este siglo, para lo
cual se requieren cambios rápidos, realizables antes de 2030, de gran alcance y
sin precedentes en las ciudades. Si la temperatura global se eleva a 2°C las
consecuencias serían devastadoras: desaparición de los arrecifes de coral,
deshielo en los polos, elevación del nivel del mar, inundaciones en ciudades
costeras, fenómenos meteorológicos extremos y un alto costo para los países
pobres.2 Anne Hidalgo lo hizo en París, cuando en 2017 volvió
peatonal la autopista urbana que desde los años 70 se construyó a la orilla del
Sena, como parte de una apuesta por el transporte público, una creciente
peatonalización y el uso de la bicicleta como medio de transporte en esa
ciudad. Además de fijar 2024 como fecha para sacar a todos los vehículos diesel
y 2030 para la transición a vehículos eléctricos.3 Oslo decidió en
2018 eliminar todos los estacionamientos públicos del centro de la ciudad, bajo
la convicción de que a mayor oferta de estacionamiento más tránsito de
vehículos se atrae.
Pontevedra, una pequeña ciudad del norte de España, es un
caso de estudio por lo exitoso de sus estrategias. Con cerca de 100 mil
habitantes, en la primera década del siglo comenzó una transformación urbana
centrada en los peatones y sobre todo en los niños, que consiguió cero muertes
viales. Esa ciudad, cercana a Santiago de Compostela, apostó por limitar la velocidad
urbana a 30 kilómetros por hora y por recuperar el espacio público para los
peatones. La filosofía del cambio estuvo basada en las ideas de Francesco
Tonucci en La città dei bambini.
Bilbao también apostó por los peatones y por un conjunto de políticas públicas
que incluyeron la transformación del puerto, el Metro —obra del famoso
arquitecto inglés Norman Foster—, el tranvía, el museo Guggenheim y el
aeropuerto del arquitecto Santiago Calatrava.
Estados Unidos, a pesar de ser el paradigma de la ciudad
construida por y para el automóvil, también tiene ejemplos interesantes de cómo
revertir la expansión sin medida de sus ciudades. Tennessee, Memphis, se
expandió durante décadas hacia los suburbios y dejó en el abandono el centro de
su ciudad. Desde 2016, sin embargo, esa ciudad revirtió su política
expansionista, al percatarse de cómo la atención a los suburbios se volvía
incosteable para las fi nanzas de la ciudad y la provisión de servicios
públicos. Un camión de basura de Memphis puede atender 16 viviendas en los
suburbios en una jornada, pero una unidad similar puede recoger la basura de
miles de viviendas concentradas en el centro histórico. Contra la asunción
común de que son los suburbios los que subsidian a los barrios pobres, los
administradores de Memphis descubrieron que en realidad ocurría lo contrario.
Por ello, esa ciudad se encuentra “a dieta” y busca incluso desincorporar
algunos de sus suburbios para evitar tener que atenderlos.
En México, uno de los mejores ejemplos de reconversión de
calles es la avenida Madero, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
Cuando se planteó por primera vez, el 17 de agosto de 2009 en el contexto del
Día del Peatón, los comerciantes tenían miedo de perder clientes porque ya no
podrían llegar en automóvil hasta la puerta de sus comercios, pero el resultado
fue sorprendente. Diez años más tarde por Madero transitan al día unas 250 mil
personas y el valor del suelo ha crecido más que el promedio de la ciudad.4
“El hecho de esas transformaciones en los comercios nos habla por ejemplo del
incremento en la plusvalía del suelo, en cómo ha cambiado la demanda de
servicios, que el tipo de usuario es diferente y demanda otras necesidades.
También el cómo se vive el espacio, y a qué va la gente al corredor peatonal. Si
va en aumento el número de bares, cafés y restaurantes podemos deducir que se
ha convertido en un lugar de encuentro, en un espacio para estar, ya no sólo
para transitar”.5 Madero fue el inicio, pero en los últimos 12 años
en el Centro Histórico de la capital del país se han peatonalizado unas treinta
calles, unos cinco kilómetros para el peatón.
En ciudades como Monterrey, el detonante fue la violencia. A
principios de la década y tras sufrir el asesinato de dos de sus estudiantes,
la comunidad del Tecnológico de Monterrey, el Tec, se obligó a repensar la
ciudad y su relación con ella. Su decisión fue apostar por la integración y el
mejoramiento del entorno urbano, a diferencia de otras escuelas que se aíslan e
ignoran a sus vecinos. El Tec los abrazó. Su consejo rector aprobó en 2013 un
programa de desarrollo para las 54 hectáreas del campus en una zona central de
la ciudad, denominado Distrito Tec, pero que también incluye las 24 colonias
vecinas, un polígono de 452 hectáreas a intervenir. Hasta 2019 llevan más de $3
mil millones de pesos invertidos en obras tales como la rehabilitación de la
rotonda Garza Sada y la calle completa García Roel, un programa de
reforestación en cinco colonias que rodean el campus y el inicio de la apertura
de éste al público: 18 hectáreas para compartir con la comunidad. A las obras
físicas se suman iniciativas como un programa de arte público y otro llamado
Callejero que incluye convivencia vecinal, conciertos con música en vivo,
mercado local, juegos y food trucks,
entre otras. El diseño del Distrito Tec, en el cual trabaja el arquitecto Mario
Schjetnan bajo el principio de reconciliar a la ciudad con la naturaleza, fue
premiado por el concurso Manual de Calles 2018 (certamen de diseño vial,
auspiciado por SEDATU y el BID) y también ha recibido premios de diseño en
Estados Unidos.
En Sinaloa, la ciudad de Los Mochis emprendió hace cinco
años un ambicioso proyecto para intervenir las calles del centro y reactivar la
actividad comercial de la zona. Con el tiempo se convirtió en la primera zona
30 del estado y hasta del país, es decir, una zona de baja velocidad en donde
el límite permisible es de 30 km/h. El proyecto demoró cuatro años en
realizarse porque no fue sólo una obra física, sino una verdadera reingeniería
social que pasó por reubicar vendedores informales, recuperar el valor del
deteriorado centro histórico, diseñar calles de prioridad peatonal, reducir
velocidades y proyectar una red de infraestructura ciclista. La obra eliminó
estacionamiento de un lado de la vialidad y redujo los carriles de circulación,
lo que permitió ampliar las banquetas, incorporar guías podotáctiles y rampas
de abanico, instalar mobiliario urbano, alumbrado público y arborizado con
especies regionales, una ciclovía unidireccional, un carril de autobús, dos
carriles de circulación general, áreas de carga y descarga, áreas de taxi, todo
con señalización horizontal y vertical. Una zona para 20 mil peatones al día
proyectada como parte de un polígono de 7 km de longitud.
Fray Antonio Alcalde es una de las principales avenidas que
cruzan el centro de Guadalajara y a su paso se erigen la catedral, el palacio
de gobierno del estado, el palacio municipal y la rotonda de los hombres
ilustres. Desde los años cincuenta esa avenida se convirtió en una vialidad de
seis carriles para poder desahogar el creciente tráfi co de la ciudad y con el
tiempo se convirtió en una zona inhóspita por el exceso de vehículos. Tras una
intervención radical en 2018 se convirtió en un gran paseo urbano de 2.5
kilómetros de extensión donde el automóvil cedió el paso a los peatones y
transformó una avenida con un entorno inseguro y caótico en una vía peatonal
que cuenta con más de dos mil árboles nuevos. Los autos y el transporte público
aún circulan pero ahora no son los dueños de la calle, sino los invitados en
vialidades laterales y pensadas más para el abasto y la comunicación interna.
Alcalde pasó de tener más de 100 mil vehículos circulando diariamente a
convertirse en el andador peatonal más grande de la ciudad, donde es posible
disfrutar el templo de San José de Gracia, el santuario de Nuestra Señora de
Guadalupe, museos, escuelas, áreas verdes, 18 plazoletas y nueve plazas
públicas con conexiones a la línea 3 del tren ligero y trolebús con otros modos
de transporte, incluido el sistema de bicicleta pública de la ciudad.
Colima es una ciudad mediana de unos 150 mil habitantes que
empieza a conurbarse con Comala y Villa de Álvarez, entre otros municipios. Aún
está a tiempo de evitar errores de desarrollo de otras ciudades más grandes, y
lo que hicieron en la calzada Pedro A. Galván en 2018 es una muestra del
camino. Esta avenida conecta uno de los principales centros de cultura, áreas
verdes y equipamiento de la ciudad. La intervención fue radical, de calle
completa, con obra nueva en servicios de drenaje y alcantarillado, introducción
de cableado eléctrico, ciclovía, ampliación de banquetas, y arborización además
de respetar y proteger los sabinos centenarios que dan sombra a esa calzada.
Estos son algunos ejemplos, pero el cambio está en curso en
decenas de ciudades del país y permiten esperar un mejor futuro si se acelera
el paso, si se da visibilidad a las transformaciones virtuosas, si se recuperan
esos ejemplos para la elaboración de políticas públicas y para la intervención
de la sociedad en proyectos que reconcilien y no dividan a nuestras ciudades.
La esperanza verde
Cerca de mi casa hay un enorme roble de unos 40 o 50 años de
edad, protegido con mucho esmero por los vecinos contra quienes pretenden
talarlo. Del árbol cuelga un peritaje hecho por biólogos que describe su estado
de salud y su condiciones: ahí mismo se advierten las penas que enfrentaría
quien se atreviera a dañarlo. Ese caso es uno más de los que muestran la
importancia que le damos a los árboles en las ciudades. En mayo, la tala de 60
árboles por el desarrollador de Mítikah, planeado para ser el rascacielos más
elevado de la ciudad con sus 265 metros de altura, provocó una indignación
general, demandas por ecocidio y advertencias de fuertes sanciones por parte
del gobierno local. Es un enojo natural, todos sufrimos los efectos de la falta
de árboles en la calle. El desarrollo de las ciudades y la proliferación de las
construcciones provocó en las últimas décadas la elevación de la temperatura
media en las zonas urbanas y la aparición de islas térmicas o de calor, lo que
expone a quienes trabajan en las calles y provoca efectos económicos y
ambientales que cuestan cada vez más.
La ausencia de árboles y la temporada de secas también
influyen en detonar las contingencias ambientales. Los páramos urbanos donde el
verde es inexistente sufren en mayor medida por la contaminación producida por
partículas suspendidas, pues un árbol no sólo da sombra, sino que también
purifica el aire y ayuda a retener la contaminación. En respuesta a esta
crisis, las ciudades ensayan diversas soluciones que pasan por la construcción
de corredores verdes, la instalación de árboles artificiales que a la vez
purifican el aire, azoteas verdes, pavimentos enfriadores, murales con pinturas
que oxigenan el aire, paraderos techados para proteger a quienes esperan el
transporte público, estrategias de arborización con especies originarias, y el
uso de materiales orgánicos y regionales en la arquitectura pública.
Pero hay un motivo extra, que pasa por un aspecto subjetivo
vinculado a la estética y el bienestar. Queremos árboles y plantas alrededor
nuestro no para sentirnos Henry David Thoreau en Walden, sino porque nos han acompañado a lo largo de la historia,
desde los jardines colgantes de Babilonia hasta las chinampas de Xochimilco,
pasando por nuestros mercados de flores y las fantasías de la Ciudad Jardín de
Ebenezer Howard. Por algo el famoso neurólogo y escritor británico Oliver Sacks
elogiaba el poder sanador de los jardines botánicos.6 En Los
Ángeles, California, desde 2018 experimentan con la aplicación de pavimentos
“enfriadores” que permitan disminuir las islas de calor y reducir la
temperatura de la ciudad en tres grados Fahrenheit al menos. Como parte de esa
estrategia, el alcalde Eric Garcetti se comprometió en abril con un Nuevo
Acuerdo Verde (New Green Deal), que incluye sembrar más de 90 mil árboles en
los próximos tres años, una estrategia de edificios cero carbono y el
compromiso para que en 2036 esa ciudad se abastezca de energías limpias. Otra
de las metas es alcanzar cero basura con la prohibición de plásticos de un sólo
uso para los Juegos Olímpicos de 2028. Garcetti quiere que los angelinos tengan
la opción de usar transporte público, bicicletas, scooters, autos compartidos o incluso no tener automóvil, pero
también pretende que esa ciudad contribuya a evitar el calentamiento global.
La esperanza
tecnológica
Hace un siglo, cuando las ciudades se movían al ritmo del
caballo de tiro y se iluminaban con keroseno y aceite de ballena, era
inconcebible otra forma de vida. El transporte de tracción animal se vivía como
un destino y aún no habían hecho su aparición ni la electricidad ni la era del
petróleo, que en pocos años transformaron al mundo y, sobre todo, a las ciudades.
Un popular futurólogo, Tony Seba, calcula que los cambios de paradigma
tecnológicos se dan cuando se alcanza lo que llama el “punto de convergencia”,
es decir cuando hay suficientes locos trabajando juntos alrededor de una idea
que logran crear un nuevo ecosistema. Ahí ocurre la transición tecnológica que,
tal como se dio con la sustitución de los caballos por el automóvil o con la
revolución que implicó la aparición del iPhone en 2007, es más rápida de lo que
puede esperarse. Pasó con Uber, que en tan sólo siete años revolucionó la
industria del taxi y vemos los ecos de esa transformación en cada protesta de
taxistas alrededor de México (Cancún, La Paz, Los Cabos, Veracruz, etcétera) en
demanda de expulsarlo del país, como si pudieran desterrarse los adelantos
tecnológicos.
Pero la disrupción en nuestras ciudades no es ocasionada
sólo por Uber o por los vehículos eléctricos: vendrá también por los costos
humanos, ambientales y de productividad que provoca el actual modelo de
desarrollo. Las ciudades con mayores tasas de crecimiento en el país son
también las que más sufren los efectos nocivos del abuso en la utilización del
automóvil privado. Las más renuentes al cambio son sus élites y sí, es difícil
negarse al confort que implica un vehículo de lujo, una camioneta con audio de
alta fidelidad, filtros antipolen, wifi , centro de entretenimiento, radares,
motor turbo de 4.6 litros, potencia de 450 caballos. ¿Quién dice no a un
vehículo con asientos ergonómicos de 30 posiciones y función de masaje, perfiles
para memorizar preferencias, además de cámara de 360 grados, pantalla táctil y
sistema de display en el parabrisas?
El nirvana automotor.
Hay ensayos de autos compartidos, de sistemas de bicicletas
como medio de transporte, llegó la micromovilidad de los patines eléctricos a
las grandes ciudades, donde también comienza la presión para introducir
bicicletas sin estación o sin anclaje, las mismas que inundaron las ciudades
chinas y tan controvertidas han resultado; se analiza el cargo por congestión,
el desarrollo de aplicaciones, el análisis del big data, pero al final las decisiones son políticas y
coyunturales. No hay salidas únicas, pero el rumbo no es tan complicado, se
trata de recuperar las ciudades para la gente, se trata de mover personas, no
vehículos, se trata de preservar la vida, de combatir el cambio climático. El
futuro no está claro, pero hay quienes trabajan para construirlo. EP
1 Gehl, Jean, 2016, Ciudades
para la gente, México, El Equilibrista / Kaluz, 19.
2 ipcc, 2018, “Summary for Policymakers”, en Global Warming of 1.5°C. An IPCC Special
Report on the impacts of global warming of 1.5°C above pre-industrial levels
and related global greenhouse gas emission pathways, Ginebra, World
Meteorological Organization.
3 C40 Cities, disponible en c40.org.
4 Ortega García, Clara, 2019, Peatonalización de la calle Madero del Centro Histórico de la Ciudad de
México. Análisis del cambio en el ámbito comercial, México, uam-a.
5 Ibid, p. 35.
6 Sacks, Oliver, 2019, “The Healing Power of Gardens”, en New York Times, nytimes.com.
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