De chinches y axolotes

A partir de la controversia en torno a las chinches ocurrida en las últimas semanas, Luis Zambrano reflexiona sobre nuestra relación actual con la naturaleza y nuestro posible futuro.

Texto de 16/10/23

A partir de la controversia en torno a las chinches ocurrida en las últimas semanas, Luis Zambrano reflexiona sobre nuestra relación actual con la naturaleza y nuestro posible futuro.

Tiempo de lectura: 9 minutos

Las últimas semanas fueron muy extrañas en términos ambientales, pero de lo extraño surgen elementos que pueden ayudar a comprender nuestra relación actual con la naturaleza y nuestro posible futuro. Me explico. 

Hace unos días, tuitié (Xsié) sobre la reacción de sectores de la comunidad de la UNAM frente a las chinches. El post llegó a romper mi récord personal de reposts. Además, el tema de los insectos me ha generado al menos 15 entrevistas en radio, prensa y televisión; algunos colegas se acercaron a sugerir qué otros temas debía incluir, y amigos y familiares me han preguntado qué tienen que hacer.

En esta era de influencers, donde hasta científicos internacionales como Neil deGrasse Tyson o Richard Dawkins buscan subirse a la ola de los likes, recibir tanto repost hasta daría gusto. Sin embargo, no me da tanto cuando comparo este post con otros dos que publiqué el mismo día sobre la inminente extinción de los axolotes: tuvieron menos del 5% de repost y likes que el de las chinches. 

Nos interesamos mucho más por una plaga que solo existe en la imaginación de las redes sociales que por la extinción de una especie y su hábitat que nos ha dado cultura, alimento y clima. Entiendo que para hacer una aseveración así tendría que tener más datos que la comparación, pero este dato coincide con tendencias que indican lo mismo: en temas ambientales nos enfocamos en temas poco relevantes. Cuando nos enteramos de temas relevantes los metemos a un cajón que tiene la etiqueta “qué barbaridad” y seguimos hablando de aquellos problemas que son inocuos.

“Nos interesamos mucho más por una plaga que solo existe en la imaginación de las redes sociales que por la extinción de una especie y su hábitat que nos ha dado cultura, alimento y clima”.

Voy a desmenuzar ambos temas para entender los fenómenos a los cuales me refiero.

Comienzo con el problema de las chinches. A principios de octubre se disparó la idea de que el principal campus de la UNAM (en Ciudad Universitaria) estaba infestado por chinches de cama (Cimex lectularius). Al día de hoy se han encontrado dos chinches en dos baños en el campus (baños localizados en diferentes dependencias a donde comenzó esta psicosis) que probablemente estaban en la ropa de alguien; esto sugiere que llegaron de otro lugar y no son parte de una infestación. Lo cual es bastante normal; eso ha pasado en la historia del campus y seguirá pasando. Vivimos rodeados de animales y uno de ellos son las chinches: si no generan infestación, no tienen mayor consecuencia que la que tienen los mosquitos. Aun así, parte de la comunidad exigió a las autoridades universitarias hacer algo. 

¿Hacer qué? 

Pues fumigar. 

No importó que no hubiera evidencia de su presencia; no importó que las fumigaciones no sirvieran para las chinches; no importó que fuera devastador el efecto de las fumigaciones en las demás especies de insectos que nos dan servicios, como las abejas; no importó que todos los expertos en chinches, en ecología y en conservación dijéramos que la fumigación era contraproducente. En la reacción inmediata, la voz que importó y que dictó lo que había que hacer fue la de la paranoia. Una paranoia incentivada por las redes sociales que no deja de hablar de este tema, francamente, inocuo. 

Así, se fumigaron varias facultades, algunas incluso dos veces: miembros de la comunidad querían estar presentes mientras se hacía.

En esta reacción tenemos a dos actores. Por un lado, a la institución que no les tiene miedo a las chinches, sino a una sección de la comunidad cuyo comportamiento es similar a las infestaciones. En poco tiempo puede hacer mucho daño a toda la institución: un pequeño número de personas puede cerrar la UNAM por cualquier motivo. Por eso, en lugar de discernir y explicar lo que está pasando, aprovechando el fenómeno para educar y divulgar ciencia, la institución busca exterminar la paranoia, con el mismo elemento que se exterminan las infestaciones: la fumigación. Por eso, con la fumigación no buscaban matar las chinches, sino eliminar cualquier posibilidad de paro que en estos momentos de vulnerabilidad universitaria por el cambio de rector, puede tener consecuencias catastróficas. 

Esto la hizo entrar en una contradicción evidente en los medios: la UNAM comunica que no se han detectado chinches y explica que esta especie se mueve en ambientes muy diferentes a los que puede haber en las aulas; a la vez, fumiga sabiendo que es inútil. Esta contradicción es un buen ejemplo de la constante dislocación entre el razonamiento y el accionar de políticas públicas, muy común en el manejo ambiental. Esto sucede en todos lados, no solo en la UNAM. La política y la economía, ambas con respuestas de corto plazo, siempre se imponen sobre la conservación de la naturaleza. No dejamos de ver políticos promoviendo reforestaciones o salvando polinizadores, pero a la menor provocación destruyen ese mismo ecosistema que días antes reforestaron, con discursos sobre la necesidad de progreso. Al mismo tiempo están pidiendo más inversión petrolera, aunque días antes habían hablado de las consecuencias funestas del cambio climático.

“No dejamos de ver políticos promoviendo reforestaciones o salvando polinizadores, pero a la menor provocación destruyen ese mismo ecosistema que días antes reforestaron, con discursos sobre la necesidad de progreso”. 

Por otro lado, tenemos a una pequeña sección de la comunidad de académicos, estudiantes y trabajadores que no están dispuestos a escuchar razones, argumentos o ciencia, pero que está dispuesta a exigir sus derechos. Y frente al miedo que les provocan estos insectos quieren sangre, aunque sea de las chinches, pero sangre. 

La forma de exigir derechos ha evolucionado y es curioso cómo cambian los objetivos de los paros estudiantiles con las décadas. Durante mucho tiempo había una pinta en la Facultad de Ciencias que decía: “El poder de la razón” y en el busto de Einstein: “Asesor del CEU”. Pruebas de que en ese entonces se presumía contar con evidencia para ganar en las discusiones. Se podía, o no, estar de acuerdo; incluso, había muchas afirmaciones irracionales, pero se siempre intentaba esgrimir la razón y la evidencia como arma sobre todo en los desacuerdos. “Si las matemáticas no me fallan”, era la cantaleta con la que iniciaban muchos discursos los miembros del grupo político más radical en la Facultad de Ciencias.

Eso ha evolucionado. Salvo las luchas legítimas (las feministas, por ejemplo), en la Universidad ha habido un aumento de movilizaciones en las que es difícil encontrar algún fundamento. La movilización por las chinches es uno de estos casos, donde el ruido de las redes sociales se tomó como verdad para presionar a generar acciones. 

Magro futuro tenemos si esta reacción sobre las chinches es la primera cucharada de la sopa que nos tendremos que comer con los eventos extremos (reales o inventados) que serán más comunes en los próximos años con la crisis ambiental. 

Ahora sigo con el tema del axolote, un tema que varios colegas y yo hemos impulsado por varios años y que ha tenido menos eco del necesario para su conservación. El axolote se está extinguiendo en su distribución natural y eso es por la destrucción del hábitat: Xochimilco. En los últimos años hemos visto cómo la figura del axolote ha resurgido de las tinieblas y ahora se ha vuelto uno de los animales favoritos de los mexicanos. Pero ese cariño no se traduce en la conservación del hábitat. Un hábitat, dicho sea de paso, es patrimonio de la humanidad y uno de los lugares más importantes en sostenibilidad de la ciudad. A la par de la imagen del axolote ha crecido también la imagen de Xochimilco como lugar para urbanizar, hacer fiestas o jugar futbol. Actividades contrarias a su conservación, pero muy populares. 

El actual gobierno de la Ciudad de México (uno de esos que se autonombra “ecologista”, pero al primer pretexto destruye cualquier área verde) ve a Xochimilco como área de crecimiento urbano. Desde principio de esta administración (Sheinbaum y luego  Batres) se decidió hacer un puente sobre el humedal, el cual ya está generando estragos en la zona de Cuemanco: no solo porque destruyó la conectividad del humedal entre la zona sur y norte, sino también porque ha promovido un crecimiento en turismo de antros y de canchas de futbol a la zona chinampera. Además, la administración promueve cuarteles para militares (de la Guardia Nacional) en esa área protegida y permite  llevar el cascajo a la región de San Gregorio. Tristemente ha habido muy poca resistencia ciudadana a estas acciones del gobierno. 

La ley, aun cuando está del lado de la conservación, ha sido utilizada para mantener este puente ilegal. El gobierno actual implementó decretos y acuerdos administrativos que son totalmente contrarios a la ley y que abrieron una ventana de tiempo para construir el puente, destruyendo el ecosistema. Ha utilizado herramientas de conservación ambiental como el Comité Nacional de Humedales, para hacer lo contrario a lo que este comité fue creado: proteger los humedales. Esta administración parasitó al Comité y modificó uno de los resolutivos para que pareciera que estaba de acuerdo con la construcción. Al tribunal que no le importó que una parte importante de sus miembros le enviáramos un oficio diciendo que el gobierno local y federal le habían mentido. 

Aquí vale la pena decir que el dueño de la constructora es el Sr. Riobóo: esposo de Yasmin Esquivel, acusada de plagio en la UNAM y que a pesar de ello sigue fungiendo como ministra y por lo mismo tiene mucha influencia en los juzgados como el que evaluó el caso. Estos antecedentes explican la última sentencia sobre el puente que fue hecha por la magistrada Dalila Quero Juárez del décimo quinto tribunal colegiado en materia administrativa de la Ciudad de México. Su sentencia indica que sí se violó la ley, pero como el puente ya se hizo, el juicio se quedó sin materia. El amparo se interpuso meses antes de que se iniciara la construcción y los jueces tardaron 4 años en dar sentencia. Esto es: tenemos una ley que protege a la naturaleza, pero la estrategia gubernamental de dilatar las sentencias hasta que se termine la obra funciona muy bien.

“…tenemos una ley que protege a la naturaleza, pero la estrategia gubernamental de dilatar las sentencias hasta que se termine la obra funciona muy bien”. 

Esta dilación judicial funcionó muy bien para la candidata a la presidencia y su constructor favorito. Parte importante de la responsabilidad es de ellos, pero otra parte de la responsabilidad es social, porque la democracia no solo se limita al voto, sino a generar contrapesos para evitar la destrucción de un bien común: Xochimilco. Pero en este caso, el contrapeso social no ha sido suficiente para ser efectivo.

Ya vimos que la destrucción se hace fácil y rápido con apoyo de los diferentes actores. Por el contrario, los esfuerzos de restauración están plagados de problemas administrativos y de falta de recursos privados y gubernamentales. En todos los casos en los que he estado involucrado para hacer intervenciones que nos llevan a la sostenibilidad, hay mucha reticencia para dar el  financiamiento y una vez conseguido el camino está plagado de trabas burocráticas.

De nuevo, quiero utilizar el puente ilegal sobre Xochimilco, se hizo con financiamiento del gobierno: 700 millones de pesos de nuestros impuestos en menos de tres años. Esa es la misma cantidad de dinero que se requiere para que Xochimilco, y el axolote, dejen de estar en peligro. Hasta ahora hemos conseguido menos de 20 millones en 8 años. Así las prioridades del gobierno y de esta sociedad sobre una especie emblemática y su hábitat aún más emblemático. 

¿La inacción es por falta de información?

No lo creo. 

Antes pensábamos que lo que hacía falta era información para tomar buenas decisiones. Ahora las redes sociales proveen de toda la información y aun así tomamos malas decisiones. Por eso no basta con que la información esté ahí. El problema de la mala toma de decisiones involucra otros factores.

“Antes pensábamos que lo que hacía falta era información para tomar buenas decisiones. Ahora las redes sociales proveen de toda la información y aun así tomamos malas decisiones”.

Uno de esos factores es cómo llega esa información a los oídos de la gente y de los políticos. Llevo más de 15 años platicando con colegas, discutiendo cómo le hacemos llegar al público la realidad de la crisis ambiental con la urgencia de tomar acción. En el aire siempre surge la idea de que es culpa nuestra por no lograr que el mensaje de urgencia llegue a la sociedad. En un principio, hace 25 años usamos la imagen de legitimidad científica

No funcionó.

Entonces, amenizamos y simplificamos nuestras charlas, las hicimos accesibles hasta para niños pequeños

Tampoco funcionó.

Ahora tenemos de nuestro lado periodistas como Sir David Attenborough, que comunica con pasión y con unas imágenes impresionantes. 

No funciona. 

Los reportes de organizaciones internacionales, como el IPCC (El Panel  Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) y el IPBES, (La Plataforma Intergubernamental de Política Científica sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos)  donde demuestran la urgencia, cuentan con versiones muy cortas para los políticos (siempre muy ocupados para esto de la ecología) y otra mucho más profunda donde se justifican las afirmaciones de la versión corta.

No funciona.

Si no les gusta leer, también se hacen videos explicativos de menos de dos minutos con imágenes que cualquiera puede entender. 

No funcionan. 

Activistas como Greta Thumberg y Scientist Rebellion muestran su desesperación con acciones disruptivas y están dispuestos a ir a la cárcel con tal de inculcar en la sociedad una ruta de cambio diferente a lo que nos está llevando este camino insostenible. 

No solo no funcionan, sino que muchos los ven con desagrado.

Por eso, cada día me convenzo más de que quizá la culpa no es del emisor del mensaje, tratando de explicar algo que cada día es más evidente con los incendios, las inundaciones, las sequías y las migraciones. Hay responsabilidad en el receptor que está enfocado en ver chinches en las pantallas de los celulares, porque no quiere enfrentarse a una realidad que le obligaría a cambiar su forma de vida, a tomar acciones que incomodan. 

“Hay responsabilidad en el receptor que está enfocado en ver chinches en las pantallas de los celulares, porque no quiere enfrentarse a una realidad que le obligaría a cambiar su forma de vida, a tomar acciones que incomodan”. 

La realidad forzaría a los políticos a implementar políticas públicas con nuevas formas de entender el crecimiento, el desarrollo y la calidad de vida; algo muy difícil de hacer cuando uno quiere ser popular. La realidad debería empujar a la sociedad a modificar hábitos, actitudes, consumos, relaciones, exigencias a los gobiernos y aspiraciones de vida muy diferentes a los que estamos acostumbrados. Pero evitamos el tema y lo guardamos en el cajón del “qué barbaridad”.

Con todo lo anterior, estoy convencido de que es posible poner a la sociedad en una ruta de la sostenibilidad, pero no sé si vamos a lograrlo. EP

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