La crueldad no termina con muertes violentas o cuerpos mutilados y desechados en baldíos llenos de tierra, basura, hierbas y olvido.
La brutalidad de la imagen
La crueldad no termina con muertes violentas o cuerpos mutilados y desechados en baldíos llenos de tierra, basura, hierbas y olvido.
Texto de Laura Garza 09/03/20
La crueldad no termina con muertes violentas o cuerpos mutilados y desechados en baldíos llenos de tierra, basura, hierbas y olvido.
Las imágenes que últimamente han circulado en medios impresos y redes sociales, como la del pequeño cuerpo de Fátima o la del desmedido odio hacia Ingrid, no se nos pueden borrar de la cabeza.
Así es como la brutalidad continua ante los ojos ajenos y desconocidos que gustan mirar la desgracia ensangrentada. Se vuelve una cadena sin fin, una información que desinforma el verdadero problema de fondo.
La fotografía de nota roja es peligrosa y dañina, nos coloca en una línea muy delgada donde el morbo y la información se pueden llegar a mezclar, hasta reforzar una conducta brutal y sin duda, olvidar los derechos de quienes aparecen en ellas.
Todo medio de comunicación necesita una imagen para reforzar su noticia, ya sea fija o en movimiento. Es claro, se necesita ver, para creer.
Por ello es que los diarios sensacionalistas requieren de esa imagen escandalosa, para atraer y por supuesto, vender.
Hace más de cien años el filósofo Ludwig Feuerbach decía que se prefería la imagen a la cosa, la copia o la original; la representación a la realidad, la apariencia al ser. Hoy es una obligación, y más con el entorno visual en el que vivimos, donde estamos expuestos a cámaras de video de seguridad en las calles, edificios, casas y por los teléfonos inteligentes que funcionan cada vez más y mejor como cámaras, ubicando siempre a alguien que termina registrando lo que pasó.
Los medios de nota roja han existido desde hace mucho tiempo, no son nuevos y mucho menos innovadores. Su contenido y diseño siempre es el mismo. La nota roja es un género periodístico que busca documentar y mostrar la realidad de las calles, los crímenes, accidentes, escándalos; aunque no nos guste, alguien tiene que llevar un registro de las muertes, sean como sean. Son diarios que salen a la circulación con portadas crudas con títulos descabellados o considerados para muchos, “creativos”. Todos las hemos visto.
La nota roja provoca un sinfín de sensaciones y emociones, desde repudio hasta placer, que viene después de saciar el morbo de ver explícitamente el cómo, qué, cuándo, dónde fue y quién lo hizo.
No podemos dejar de lado que las imágenes publicadas en un diario refuerzan, comunican, interpretan y difunden un mensaje; y si las colocamos en periódicos de nota roja o prensa amarillista, pueden ser distorsionadas al momento de ser magnificadas con llamados burlones y ofensivos.
La imagen desgarradora y dolorosa de Ingrid, la joven asesinada por su pareja después de discutir en la cocina de su casa, se viralizó rápidamente en estos tiempos de redes sociales e internet al alcance de todos. La Prensa del grupo OEM y el Pásala del Grupo Editorial Notmusa decidieron llevarla en portada, sin importarles la brutalidad del acto. Dijeron “va” y fue. ¿Por? ¿Qué diseñador la colocó allí? ¿Quién montó la página? ¿Quién propuso la cabeza de la nota? ¿Quién se atrevió a aprobarla? ¿Quién le dio send a imprenta? ¿Quién en su sano juicio permitiría publicar una imagen así?
Miles de ejemplares distribuidos, y posteos en distintas redes sociales hicieron que fuera vista, sí o sí. Uno de mis alumnos me comentaba que a él le había aparecido, sin saber cómo, la imagen de Ingrid muerta en el suelo mientras navegaba por Facebook.
¿Quién en su sano juicio comparte una imagen así en las redes sociales? ¿Con qué intención? Sólo queda la irracionalidad y la falta de humanidad de quien fotografía sin ser una autoridad forense y decide difundir entre mensajes de whatsapp de manera no oficial para compartir el morbo.
Es así como se llega a la revictimización de quien yace en el piso ya sin vida, sin alma, en vacío. Llevándola a millones de pantallas de mirones, fisgones, hostigosos, morbosos y al final de cuenta, ajenos a la realidad de Ingrid.
Por ello se criticó y se acusó al diario La Prensa de haber sobrepasado su tarea de informar un caso de feminicidio de manera profesional, y sus instalaciones fueron atacadas por mujeres que marcharon en la Ciudad de México exigiendo justicia por Ingrid y por muchas otras mujeres que han sido asesinadas brutalmente y han sido mostradas como una especie de “carnada” mediática para atraer más lectores.
Ahora, está el fotoperiodista quien lleva a cuestas una profesión dura y criticada por ser quien documenta los sucesos violentos y mezquinos que puede haber, pero que hace su trabajo. Y es que alguien tiene que hacerlo, de eso no hay duda, pero de allí a denigrar la muerte de alguien llevándola a una revictimización, lo deja fuera de cualquier tipo de aprobación profesional.
El sensacionalismo atrae a los curiosos, y hoy las redes sociales ayudan a difundir una acción reprobable, en donde nuestro país crece en feminicidios y violencia.
El también llamado “amarillismo” ha vivido y vivirá en el género periodístico. Hay millones de personas que compran diariamente los periódicos y lamentablemente, son los de amarillismo los únicos ejemplares que sí se terminan.
Un tema a analizar, una exigencia a difundir y una invitación a tomar conciencia, a todos las y los periodistas que dirigen este tipo de diarios a que conozcan los marcos jurídicos y vuelvan a estipular lo que exige la ética profesional. Las redes sociales y el internet son dos armas letales en el tema. Nada es lejano y nadie se queda sin saber.
Como lo escribí hace semanas después de ver la imagen de la pequeña Fátima abandonada en un costal blanco: la fotografía congela un instante para quien quiere recordar a través de la imagen, pero ese tipo de escenas no deberían de recordarlas nadie.
No deberíamos de conocer a las víctimas por esa última foto, esa que nunca nos gustaría que nos tomaran, porque no fuimos así, porque la vida fue otra y ese final fue inesperado. Las imágenes amarillistas, son ese reflejo de la brutalidad ajena hecha propia. EP
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