Boca de lobo Legionarios: los cómplices son los muertos

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP

Texto de 27/11/19

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Tiempo de lectura: 3 minutos

“Los Legionarios de Cristo publican este informe con profundo dolor y vergüenza por los hechos ocurridos”, inicia el documento publicado hace días, como si una lágrima corriera por el rostro del emporio religioso universal. O, más bien, como si ese emporio se empeñara en que el mundo vea su lágrima. “Miren mi sufrimiento por lo que sé que soy”, parece decirnos, les dice a las víctimas de abuso sexual de su sacerdote Fernando Martínez Suárez. 

Después de que la conductora televisiva Ana Salazar denunciara que Martínez la ultrajó de niña, los Legionarios de Cristo reconocieron públicamente que un cura prominente que hoy roza los 80 años empezó a abusar de menores de edad en 1969, cuando tenía 30 años, y que por medio siglo ha vivido impune y libre: ha ejercido como religioso, premiado con cargos directivos en México, España, y estancias en el Vaticano, donde no la debe haber pasado mal pese a que los abusos se repitieron en las distintas sedes de su poder itinerante. 

El “mea culpa” de la organización católica que dirige el padre Eduardo Robles-Gil, llamado “Informe de la Congregación de los Legionarios de Cristo sobre las conclusiones de la investigación sobre las acusaciones presentadas contra el P. Fernando Martínez Suárez, L.C”, es una mirada desde las alturas, casi desde un satélite, cuyo relato es: ‘observen, eso que está ahí y que ven borroso por la lejanía es la fábrica donde un monstruo destrozó niñas y niños. Ahí el trabajaba solito, o si no, desgraciadamente no podemos bajar a verles las caras a los cómplices. Qué mal todo lo que ahí sucedió’. 

¿Y lo que está mal se castiga? No, lo que está mal en México se premia. 

En 1969, cuando nuestro sistema de justicia era aún peor que el actual, un padre de familia tuvo el valor de denunciar que su hijo, menor de seis años, fue abusado por Martínez en el Instituto Cumbres de la Ciudad de México. ¿La sanción de los Legionarios? Nombrarlo sacerdote superior general de la congregación, y ocultar el caso a las autoridades civiles y eclesiásticas. ¿Quién lo ascendió? Silencio. ¿Quién escondió el caso a la justicia religiosa y civil? Silencio.

Consolidada su jerarquía, ese mismo año fue elevado a director del Colegio Cumbres de Saltillo bajo el título “superior de comunidad”. ¿Quién lo volvió a nombrar? Silencio.

“2008, un sacerdote se enteró de un comportamiento inadecuado o un posible abuso ocurrido en Saltillo durante el período entre 1974 y 1976”. ¿Qué sacerdote? Silencio. ¿Quién se encargó de que no hubiera efectos en la justicia? Silencio. 

El padre volvió a la capital del país. “1990: —prosigue el documento—. Una madre de familia denuncia que su hija ha sido abusada por el P. Martínez en las instalaciones del Instituto Cumbres Lomas”. ¿Quién recibió la denuncia? Silencio. ¿Quién detuvo las consecuencias de la denuncia? Silencio.

Otra vez, el cura fue premiado. “El P. Maciel decide mover al P. Martínez y nombrarlo director del Instituto Cumbres de Cancún en el verano de 1991”. Esta vez sí sabemos quién le dio el nombramiento: el pederasta Marcial Maciel, un muerto.

“1991-1993: El P. Martínez comete abusos contra al menos seis niñas de entre 6 y 11años en el Instituto Cumbres de Cancún”, sentencia el informe. ¿Quién supo en el instituto de Cancún que el sacerdote ahora abusó no de una, sino de seis niñas? Silencio. ¿Quién frenó las acciones contra su delito? Silencio.  

Pero esta ocasión el padre, aunque libre de castigos, aceptó sus culpas: “El P. Martínez, interrogado por Praesidium y en la investigación interna, admite con pena y remordimiento los abusos contra menores cometidos durante estos años en Cancún”.

Así pagó su crimen confeso: el padre Marcial Maciel, hoy un muerto, decide “trasladarlo a Salamanca (España) en calidad de administrador del seminario de la Congregación en esa ciudad”. Durante 13 años, hasta 2016, trabaja como “administrador del seminario de la Congregación”.

A mitad de ese camino, en 2007, llegó a España: “el nuevo superior general, el P. Álvaro Corcuera, elegido en 2005, nombra al P. Martínez confesor en el seminario de la Congregación en Salamanca. Además, durante este período tiene ocasionalmente pastoral sacerdotal fuera de la casa de la Congregación”. ¿Al fin un acusado vivo? No, hoy también Corcuera está muerto. 

El padre Martínez, con techo, comida y gastos pagados por su congregación vive en Roma. Sí, Roma: la bella vita.

Los Legionarios juran estar arrepentidos, adoloridos, avergonzados. ¿Y el organigrama que favoreció los crímenes, como para empezar a hacer justicia? ¿Dónde están la estructura, el sistema cómplice?

Silencio. EP

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