Taberna: ¿De quién es México?

Fernando Clavijo escribe sobre su visita a la exposición Pico y Elote del artista plástico Damián Ortega, y sobre algunas reflexiones de cara a la llegada de la nueva presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum.

Texto de 13/09/24

Bellas Artes

Fernando Clavijo escribe sobre su visita a la exposición Pico y Elote del artista plástico Damián Ortega, y sobre algunas reflexiones de cara a la llegada de la nueva presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum.

Tiempo de lectura: 6 minutos

La semana antes de las elecciones me tomé un martes para dar un paseo. Mi metro más cercano es Miguel Ángel de Quevedo, en la glorieta de los coyotes que divide a Chimalistac de Coyoacán. Esta línea va hasta Indios Verdes, y en el camino pasa por las colonias Narvarte, Doctores y Centro. Así pues, es la mejor alternativa (más rápida, segura y barata) para ir al Palacio de Bellas Artes, donde estuvo la exposición “Pico y Elote” del artista plástico mexicano Damián Ortega.1 El título, y la conocida imagen de una estructura hecha de tostadas de maíz, me hizo pensar que este trayecto valdría la pena.

“¿De quién es México?”

Me bajé en la estación Hidalgo, pues así no es necesario el trasbordo, y me dispuse a atravesar La Alameda, cuyos árboles me hicieron sombra e invitaron a pasear. Desde el principio, una pregunta me invadía: ¿De quién es México? Al cruzar Hidalgo, por supuesto, pensé que de las motos, que no le dan un respiro ni al peatón, ni al ciclista, ni al conductor. Luego, bajo los árboles de esa esquina, pensé que del ambulantaje, que se apropia del espacio público para vender baratijas importadas.

Conforme caminé por aquella plaza hermosa que es La Alameda, admirando sus descansos, esculturas y fuentes, traté de concentrarme y pensar en algo relacionado con la exposición que iba a ver. Pero cuando pasé detrás del Hemiciclo a Juárez, y lo vi vallado, no pude dejar de preguntarme si este monumento, o si los espacios que representan al poder, son algo que el gobierno considera de su propiedad. Para parafrasear a Aravind Adiga en su novela exitosísima White Tiger (2008): las vallas, pudorosas, tapan la conciencia culpable de un gobierno que no acepta oposición. Al fondo, un Sears alzaba la mano en representación de las corporaciones.

No era fin de semana así que casi no había niños, pero sí personas mayores y lo que parecería turismo local. En las bancas, la gente escapaba del sol y tomaba un descanso y un refresco. Finalmente me acerqué a Bellas Artes, no sin antes contemplar una estatua regalada “al pueblo mexicano” por parte de “la colonia alemana”, y que ostenta el título de Beethoven. Las esculturas que adornan la plaza y rodean el Palacio son de temas mitológicos y europeos, como es por supuesto la propia arquitectura del Hemiciclo y de Bellas Artes. La pregunta de quién son estas construcciones no me dejaba en paz.

Entré, pues, al recinto fresco y el tema me invadió una vez más cuando, al pasar frente a la cafetería art nouveau, un joven bien vestido y de barba cerrada se apresuró a cerrar el cordón que prohibía la entrada al publico general. Algún evento, imaginé, para personas importantes.

La exposición de Damián Ortega se encontraba en el primer piso, sala nacional, y resultaba un recorrido muy sugestivo. El tópico del maíz y su permanencia frente a un mundo crecientemente industrializado, globalizado y monetizado puede parecer apropiación de discurso, pero el artista logró hacerla convincente. Las piezas famosas eran Elote clasificado (2005), un elote con los dientes numerados, y que expresa un impulso antropomorfista de la sociedad científica y del propio autor plástico, que convierte lo mundano en objeto único (al estilo de Marcel Duchamp); y el Pico cansado (1997), una aparente reliquia del trabajo manual.

También había un Silo (1998), relacionado por supuesto con el grano, y luego lo hecho con este grano, el maíz. El Módulo de construcción con tortillas (1998) era eso, una pequeña estructura de tortillas ensambladas: un milagro y una burla. Para incorporar al subsuelo, la pieza La raíz de la raíz (2011-1013) presenta justamente eso, una raíz.

Había otras piezas muy interesantes, en donde se seguía mostrando lo aparentemente mundano —por ejemplo, el trabajo manual, el campo y sus frutos— como objetos del pasado, piezas de museo. No soy crítico de arte, pero creo que ello reflejaba una perspectiva en la cual artista y espectador estaban fuera de su propio contexto, que es el mundo natural. La masa de maíz se utiliza para hacer máscaras en Cara tejida (2022), Ogro filantrópico (2022), Ojitos mentirosos (2022) y Dulce viejita (2022), con el mismo efecto o deseo antropomorfizante. Algunas de las descripciones, cabe decir en este ámbito alimentario, eran tan detalladas que recordaban el menú de algún restaurante pretencioso, por ejemplo: “Papel Kraft, cristal de parabrisas, botella de cerveza rota y pulsera de jade”.

A mi salida del Palacio, me detuve bajo la sombra de la mencionada estatua de Beethoven —que ya tenía a un indigente dormido a los pies— para apuntar algunas ideas en mi libretita. Desde ahí pude ver una valla que anunciaba la reparación eléctrica y acústica del recinto y que rezaba: “Este es tu Palacio de Bellas Artes”. Esto revivió en mí la pregunta con la que me había bajado del metro… ¿de quién, y para quién es Bellas Artes? Me parece que México es más que monumentos u objetos artísticos, y que Bellas Artes significa esta fe en la cultura de manera ejemplar: nuestro país está en la manera de ser, no en los lugares u ornamentos.

Como dije más arriba, estaba leyendo White Tiger —un retrato de la desigualdad en la India a través de la toma de consciencia de uno de sus ciudadanos— y traía fresca la idea de la oposición de grupos al interior de una nación. En una parte el autor relata una visión india que bien podría escucharse en México: “A handful of men in this country have trained the remaining 99.9 percent —as strong, as talented, as intelligent in every way— to exist in perpetual servitude; a servitude so strong that you can put the key of this emancipation in a man’s hands and he will throw it back at you with a curse”.

Esa división tan pesimista entre los dueños y los desposeídos, entre ricos y pobres, entre educados e ignorantes, hace eco en personas como la comentarista Denise Dresser,2 que declaró lo siguiente en una entrevista con Latinus ((https://www.youtube.com/@Latinusus))a los pocos días de las elecciones: “Me entristece saber que la mayor parte de mis compatriotas volvieron a colocarse las cadenas que les quitamos […]”. La soberbia de pensar que sus “análisis” liberaron de alguna forma a los mexicanos a los que no reconoce agencia alguna contrasta con el desenfado con el cual les echa la culpa a estos mismos mexicanos de haberse equivocado en las urnas. Tal vez lo que no dice es que preferiría que esta gente no votase, que detrás de una máscara hiper-democrática haya una cara absolutista. Puede ser, como escuché de un amigo muy querido después de un partido de pádel, que “la gente que votó no tiene idea de que las exportaciones van a ser perjudicadas con este gobierno”, pero, a fin de cuentas, ¿el voto es de la gente, de los analistas, o de las corporaciones? Pareciera que frente a la economía y su poder, los individuos dejaran de ser ciudadanos para convertirse en súbditos.

La heterogeneidad de nuestra ciudad, y del país entero, puede ser apabullante. Hay tantos “Méxicos”, aun si pensamos que hay solo una manera de ser mexicano y un solo presidente. Este 1 de octubre tendremos a una presidenta que habrá de gobernar y conciliar a todos los grupos que componen al país, tarea nada fácil. Pero lo hará con mayoría en el Legislativo, gracias al voto hegemónico ejercido por una mayoría de la población. Me sorprende que haya quien se sorprenda, pues esa fe tan grande ya la anticipa la brillante alemana Marie-Louise von Franz cuando explica que la proyección de la población sobre la figura de un líder o de un partido es un tipo de holgazanería mental, pues es más fácil otorgar toda la responsabilidad a un tercero que tomarse el tiempo de sopesar las múltiples decisiones que requiere una verdadera democracia. Dice: “it is much easier to admire a great personality and become a pupil or follower of a guru or a religious prophet […] than following your own star”.3

“Este 1 de octubre tendremos a una presidenta que habrá de gobernar y conciliar a todos los grupos que componen al país, tarea nada fácil.”

Sea como sea, mi recorrido por la ciudad me trajo más preguntas que respuestas. Me hizo pensar en lo difícil que debe ser organizar una ciudad tan llena de todo como la nuestra, y la idea de un país entero me rebasa. Así que éxito a la Dra. Sheinbaum. Que salga bien, que a todos —microbuseros, vendedores ambulantes, curadores de arte y artistas, tenistas, restauranteros y trabajadores de todo tipo— nos vaya bien. Que tengamos el tiempo y el temple para disfrutar de nuestra increíble cultura y comida, ya sea en transformación o en oposición, pero en paz. EP

  1. https://www.youtube.com/watch?v=9r7jPkdkwIo []
  2. En mis clases de Redacción a los alumnos del ITAM he utilizado sus artículos para ejemplificar tanto el sobre uso de la anáfora como la formación de distintos tipos de falacias. []
  3. La cita entera es: “Following your own star means isolation, not knowing where to go, having to find out a completely new way for yourself instead of just going on the trodden path everybody else runs along. That’s why there’s always been a tendency in humans to project the uniqueness and the greatness of their own inner self onto outer personalities and become the servants, the devoted servants, admirers, and imitators of outer personalities. It is much easier to admire a great personality and become a pupil or follower of a guru or a religious prophet, or an admirer of a big, official personality – a President of the United States – or live your life for some military general whom you admire. That is much easier than following your own star. ”― Marie-Louise von Franz, The Way of the Dream. []
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