En esta columna, Fernando Clavijo reflexiona sobre la importancia de la comunidad que se genera en algunos clubes y sobre el rol que cumplen ciertas figuras, como “la madrina”.
Taberna: La madrina
En esta columna, Fernando Clavijo reflexiona sobre la importancia de la comunidad que se genera en algunos clubes y sobre el rol que cumplen ciertas figuras, como “la madrina”.
Texto de Fernando Clavijo M. 12/07/24
Hace varios años enrolé a mi hijo en un club para que jugara futbol. Es hijo único y me pareció que necesitaba socializar, pues nuestra familia es lo contrario de numerosa: escasa. Además, entretenerlo en los juegos de los Viveros de Coyoacán me obligaba a vigilarlo a la distancia, sentado en una banca. Eso me hacía pensar en un comentario de Karl Ove Knausgaard sobre cómo pasear a los niños en el parque: al escritor esto le parecía lo mismo que llevar a los perros al espacio designado, algo un poco deshumanizante. En el club, intuí, el niño podría aprender lo que es tener un equipo, perder y ganar, resolver cosas sin sus padres siempre atentos, e incluso a administrar su domingo en la tiendita.
Donde se pasa algo de tiempo se termina comiendo. Así sucedió en el club, con su restaurante “Rioja”, y sobre todo con las amistades que inevitablemente se forjan. Una plática corta con el padre del portero lleva a una cervecita, luego a otra, y finalmente a una de esas comidas que no terminan, entre otras cosas, porque los niños están felices y sueltos. Así, poco a poco y sin darme cuenta, fui formando parte de una comunidad en la cual cuidamos a los niños entre todos, compartimos comida que traemos de casa —a veces también alguna botella— y platicamos. Platicamos mucho, y así terminé enterándome de una usanza que llamó mi atención: cada año, resulta, se escoge a una madrina. Una chica bonita y alegre para representar al club en eventos de todo tipo. “Pero, ¿qué hace?”, pregunté yo intrigado y, sí, algo divertido por el descubrimiento de una tradición aparentemente anacrónica, sexista, superflua. “Y en estos eventos, ¿dan de comer?”.
Mi primer acercamiento fue, pues, por Valentina, la hija de 15 años de estos amigos, que había sido elegida como la nueva madrina. Gracias a ella llegué a la dama encargada de festejos, Alejandra Gómez, para enterarme del origen, funcionamiento ¡y menú! de este nombramiento anual.
La Sra. Gómez me explicó, primero, un poco del contexto. Los clubes que portan el nombre de España o alguna de sus regiones surgieron a partir de la Sociedad de Beneficencia Española (antecesor del Hospital Español), de mediados del siglo XIX. Su apéndice, la Junta Española de Covadonga, se ocupa de mantener y operar asilos, sí, para refugiados españoles, pero también para muchos otros inmigrantes que llegaron desde antes de la guerra (el Club España, por ejemplo, es de 1912). Bajo esta Junta se agruparon el Casino Español, el Centro Asturiano, el Centro Gallego, la Agrupación Leonesa, la Asociación Montañesa y el propio Real Club España. Algunos clubes de este corte no forman parte de la asociación por ser demasiado pequeños (como el Orfeo Catalá, la Casa de Madrid y la Casa de Andalucía), o (como es el caso del Mundet) porque históricamente han colaborado con la Junta de otra forma.
Originalmente se nombraba a una reina (desde 1924), en algunos casos porque era la hija de algún señor prominente, en otros incluso por medio de una votación. Las chicas se fueron volviendo más jóvenes y ahora en el Club España la Sra. Gómez escoge a una chica que muestre buenas relaciones interpersonales y presencia, que de preferencia pertenezca al cuadro de baile o alguna otra actividad cultural, y cuya familia sea apta. Eso quiere decir que estén dispuestos a acompañar a la madrina al menos a una fiesta o evento cada fin de semana durante un año, con el gasto en vestidos y maquillaje que ello supone (cientos de miles de pesos), y que en estos eventos actúen como anfitriones: joviales pero no borrachos.
Estos eventos suman el sorprendente número de 51 en el calendario, es decir cada fin de semana, y sus menús suelen ser una mezcla de tradición regional con comida mexicana, como corresponde al propio espíritu de las organizaciones. En el restaurante del Centro Asturiano situado en Arquímedes, por ejemplo, suele haber fabada y es muy buena; en la Asociación Leonesa aparecen los callos, pero también pintxos; los postres gallegos incluyen rosquillas de anís y melindres, así como filloas (crepas). El restaurante La tasca del montañés, en Palomas 22, ofrece desde lentejas estofadas hasta cachopo asturiano y fideo seco al chipotle. La tradición, parece, debe buscarse más en la convivencia que en la gastronomía. He aquí tres menús de fiesta que evidencian cierto eclecticismo:
1 Entrada Carpaccio de portobello e higos con lajas de parmesano y aroma de trufa blanca Pimientos del piquillo rellenos de pato con salsa de vino tinto y frambuesa Crema Crema de vaina española con hogaza de albahaca y crujiente de jamón Plato fuerte Solomillo con salsa de oporto y puré de papa trufado Postre Trufa de dos chocolates Brownie de chocolate blanco y frutos rojos Sorbete de lichi 2 Tostaditas de tártara de pescado con mayonesa chipotle, napoleón de queso con jitomate Crema de queso con uvas Filete de res con encuentro de intensidad de sabores y tierra ahumada con atadillo de verduras y papa campesina Strudel de manzana y plátanos feuilleté en salsa de chocolate 3 El napoleón de salmón con láminas de queso filadelfia y aguacate La crema de elote con brunoise de chile poblano y queso Los medallones de filete en salsa de jerez seco con calabaza capeada y papa cambray con cebollín al ajillo Postre Cassata de oreo con frutos / Grolet de frambuesa y maracuyá Café americano
Debo confesar que conforme fui asistiendo a eventos y hablando con padres de madrinas y con las propias madrinas, mi interés viró de la gastronomía hacia la función social de esta tradición. En primer lugar, ¿qué hacen las madrinas? Ayudan. Participan en la organización de la mayoría de eventos, que pueden ser inter clubes u oficiales, es decir con la presencia de la Embajada y Consulados Españoles, como es el caso del festejo del 12 de octubre. Más que eso, sin embargo, llevan a cabo una misión social, pues organizan y recaudan fondos para eventos de donaciones, como es el caso de la Cabalgata de los Reyes, que gracias al patrocinio del Juguetón reparte juguetes a niños de los empleados del club. Además, se reparten juguetes a niños de escasos recursos en Xochimilco, y a niños con capacidades diferentes y parálisis cerebral por medio de la Fundación de Ayuda al Débil Mental (FADEM) con la Srta. Martínez Lavín. Además, visitan los asilos una vez al mes, con lo cual cuidan a su comunidad de adultos mayores dándoles un momento de distracción y alegría. Según me explicó el presidente del club, Francisco Salvador, su función más importante es vincular a los más jóvenes —preadolescentes— con los eventos del club, sus familias y los adultos mayores. Es decir, crear y preservar la comunidad.
En segundo lugar, ¿cómo impacta esta participación a las propias madrinas? Es fácil ver a estas chicas como edecanes, simple adorno de las festividades. Pero, como vi de primera mano en el caso de Valentina, es una experiencia enriquecedora, no una que cosifica. Habilidades como hablar en público, con discursos escritos por ella misma, o en ocasiones incluso improvisar, son retos que dan confianza y aplomo a cualquier adulto. En el caso de la hija de mis amigos, por ejemplo, la organización del evento de comparsas la llevó a solicitar la participación de un cuadro de baile externo al propio club, lo cual se dice fácil, pero hay que recordar que Valentina tenía 15 años en ese momento. Salir de su mundo para servir a una comunidad de personas con desventajas económicas, de salud o simplemente de edad avanzada, también forma parte de un muy necesario ejercicio de visibilización y empatía. Una manera tal vez a primera vista poco moderna y fuera de sintonía con la versión woke1 de nuestra cultura, pero que cumple con una función social urgente.
Según Erich Fromm, la comunidad y fraternidad forman parte del filos, un tipo de amor muy importante en una época de creciente individualismo: “amar a los de nuestra carne y sangre no es hazaña alguna”, dice en El arte de amar. Reconocer y celebrar la cultura del migrante sensibiliza a esta comunidad que, por supuesto, no es monolítica sino diversa. Difunde, también, que comer y bailar es cultura, si bien más intuitiva que combativa.
Según Freud y Jung, los problemas sociales —que aquejan también a la juventud— son evidencia de una enfermedad colectiva de la psique. La desarticulación familiar y comunitaria se atiende en estas asociaciones por medio de convivencia juvenil, deporte, actividades para adultos mayores e incluso guardería. En las historias de los adultos mayores puede haber prejuicios, pero también hay sabiduría, y la mezcla intergeneracional es rara en otros ambientes.
El tema es tan importante que recientemente la Revista de la Universidad de México, presidida en su mejor época por la escritora Guadalupe Nettel, publicó un número llamado “Comunidad”, en noviembre del 2023. En este, textos redactados por biólogos apuntan a que la cooperación es la mejor estrategia de supervivencia, muchas veces superando al esfuerzo de supremacía individual. Más aún, en el número de diciembre de ese mismo año, “EZLN”, se nombran casos de alto impacto en el ejemplo de las mujeres tejedoras o la autonomía de ciertas comunidades indígenas.
El término ‘comunidad’, pues, no tiene que estar necesariamente ligado a posturas políticas. La palabra en sí tiene la raíz ‘común’, es decir todo menos extraordinario. Y, sin embargo, pertenecer a una comunidad parece ser algo tan poco obvio que se menciona como uno de los “secretos” de la longevidad en el documental de Netflix, Live to a 100: Secrets of the Blue Zones (2023), en el cual se enumeran hábitos como comer verduras, hacer ejercicio, etc. Uno de los puntos más interesantes es el de conectar con los que nos rodean: primero la familia, luego la pareja y, aquí es donde la tradición parece separarse de la moralina, un buen grupo social.
Todos los grupos tienen su propio carácter. El de este grupo de clubes suele caracterizarse por el origen de sus miembros más antiguos. Y digo un poco en broma que, si uno no sabe el nombre de una señora, puede aventurarse con ‘Mari Carmen’ o ‘Pilar’ y casi seguro le va a atinar, lo cual recuerda a la excelente película Goodfellas (1990). En esta, Karen Hill, el personaje interpretado por la actriz Lorraine Bracco (sin duda un nombre aún más cinematográfico) hace su famosa narración con un delicioso acento de Brooklyn: “There must have been two dozen Peters and Pauls at the wedding. Plus, they were all married to girls named Marie. And they named all their daughters Marie”. Lo que aquí describe es un gremio, un grupo definido, una comunidad. Con ese ingrediente mágico, el genio Martin Scorsese logra lo imposible, que hasta un grupo completamente ajeno a la norma social de la época nos cause empatía. Y es que no es ningún secreto: cuantos más, mejor. EP
- Movimiento que busca empoderar a grupos históricamente marginalizados. [↩]
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