“La señora presidenta”. La puesta en escena del 2024

En un país que podría ser (y de hecho es) el nuestro, dos mujeres se presentan como candidatas para ocupar la presidencia de la república. Mientras tanto, un electorado profundamente sexista duda de si está listo para que una mujer gobierne y sospecha que detrás de sus respectivas candidaturas se esconde un hombre poderoso.

Texto de 07/05/24

En un país que podría ser (y de hecho es) el nuestro, dos mujeres se presentan como candidatas para ocupar la presidencia de la república. Mientras tanto, un electorado profundamente sexista duda de si está listo para que una mujer gobierne y sospecha que detrás de sus respectivas candidaturas se esconde un hombre poderoso.

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En un mundo gobernado por señores, hablar de la señora presidenta es un acontecimiento extraordinario. Y no me refiero a la obra de teatro estrenada en México en el Teatro Aldama en junio de 1991: “La señora presidenta”. Por el contrario, me refiero a una realidad próxima: México tendrá por primera vez en su historia una presidenta; la máxima autoridad política será mujer. En pleno 2024, aún usamos la referencia “la primera mujer” en ‘X situación, como si la civilización humana hubiera estado poblada sólo por hombres y repentinamente hubieran surgido las primeras mujeres de la nada. Si no tuviéramos un conteo de las mujeres que integran este país y que de hecho exceden en más de 4 millones a los hombres, creeríamos que es un grupo de seres reducido que por probabilidad estadística no ha logrado llegar a tan alta posición política. Sin embargo, el poder político no es algo que se asigna por azar. El poder político ha sido un asunto mantenido, ejercido y celosamente acaparado por hombres.

En el mundo las mujeres en el poder político son una rareza y México es parte de esta tendencia. Para enero del 2024, sólo 26 países de 193 que integran la Organización de las Naciones Unidas cuentan con jefas de Estado y/o de gobierno. De hecho, la mayoría de esos países que celebran a su “primera mujer” en el poder ejecutivo, quizás se queden en ese número, pues las cifras muestran que sólo tres países ―Suiza, Finlandia e Islandia ―, han tenido de 3 y hasta 5 mujeres en esos cargos públicos en toda su historia democrática. Electa o designada la primera ministra o presidenta, no traerá necesariamente a la segunda, tercera o cuarta, muy probablemente se quedará en la historia de “las primeras”, mujeres maravilla que muestran habilidades extraordinarias, fuera de lo normal. Las cifras pueden ser aún más dramáticas: de los 10 países más poblados en el mundo, 5 de ellos nunca han tenido una mujer en el ejecutivo. Estados Unidos, Rusia, China, México y Nigeria son los países que no han experimentado a su primera mujer presidenta.

“Para enero del 2024, sólo 26 países de 193 que integran la Organización de las Naciones Unidas cuentan con jefas de Estado y/o de gobierno.”

En América Latina sólo Honduras y Perú son gobernados por presidentas: Xiomara Castro y Diana Boluarte, respectivamente. De la historia latinoamericana se cuentan con 13 presidentas, de los últimos tiempos son dignas de recordarse a Michelle Bachelet en Chile, Dilma Rousseff en Brasil y Cristina Fernández de Kirchner en Argentina. En Europa, Margaret Thatcher y Angela Merkel han sido las mujeres en el poder ejecutivo más recordadas, pues no sólo fueron mujeres en el poder político, también lograron permanecer en el gobierno por períodos largos. Thatcher en el intervalo de 1979 a 1990 y Merkel del 2005 al 2021. Quizás se las recuerda porque se salen de la norma: la norma masculina.

En los parlamentos del mundo la situación es muy similar, sólo 26.5 por ciento del total de los escaños disponibles son ocupados por mujeres. La región de América Latina y el Caribe muestra mayor avance que el promedio mundial, al contar con 35.8 por ciento de mujeres en el poder legislativo. México, en particular, se encuentra en el cuarto lugar con más mujeres legisladoras, después de Ruanda, Cuba y Nicaragua. Países de los que, por cierto, se cuestiona su condición democrática. Sin embargo, la paridad legislativa en México no es resultado de un proceso evolutivo espontáneo de incorporación de mujeres a la política. Muy a pesar de los partidos políticos, la paridad es producto de acciones afirmativas. En otras palabras, resulta de la presión que ejercieron grupos de mujeres organizadas desde la sociedad civil. En un primer momento, las acciones afirmativas tuvieron el formato de cuotas de género y, después, en medidas legales de paridad obligatorias que regularon las candidaturas bajo la estricta regla de 50/50. La paridad sólo fue posible cuando mujeres de la sociedad civil y militantes de distintos partidos políticos presionaron para que las medidas de igualdad de género se aplicaran a la distribución de candidaturas para todos los cargos públicos de forma obligatoria e impositiva.

En México, antes de las cuotas de género el ritmo de acceso a las mujeres a la representación política era bastante lento. De 1979 al 2020, sólo habían sido gobernadoras 7 mujeres. La primera fue Gisela Álvarez Ponce de León en Colima durante el periodo de 1979 – 1982 y las últimas Claudia Sheinbaum (2018 – 2023) en Ciudad de México y Martha Erika Alonso (2018) en Puebla. Por cierto, Martha Erika murió en un accidente aéreo días después de haber tomado protesta y su sucesor fue un hombre. En 2024, como resultado de las obligaciones de paridad que regulan la asignación de candidaturas, México cuenta con 10 gobernadoras de 32 posibles. Sin duda la marcha hacia la paridad en las gubernaturas va cada vez más rápido y para 2024 se espera que más mujeres sean gobernadoras.

El año electoral 2024 trae personajes inéditos ―perdón, inéditas― a la contienda presidencial. En la puesta en escena de las elecciones presidenciales en México, dos mujeres protagonizan la contienda: Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez. El candidato Jorge Álvarez Máynez es un personaje de reparto que las acompaña en esta travesía. Las dos candidatas están postuladas por grandes coaliciones electorales, es difícil saber en qué lado del espectro ideológico se encuentra cada una, la mezcla entre partidos no respeta ningún criterio político claro. Para fines prácticos, Claudia puede ubicarse en el bando de continuidad del actual presidente Andrés Manuel López Obrador y Xóchitl Gálvez en el bando opositor, aunque no necesariamente en contra de los programas del presidente. Las diferencias entre candidatas pueden ser partidistas, incluso en algunos temas programáticos, pero comparten el ser blanco de críticas comunes y las personas dudan si serán realmente ellas quiénes gobernarán.

En la obra de teatro “La señora presidenta” que se presentó en México, el actor Gonzalo Vega interpretaba a los dos protagonistas del guion, Martín y Martina, dos mellizos que por azares del destino intercambian sus vidas. La ejecución era hilarante porque la misma persona ―un hombre― realizaba ambos papeles: el vestuario exagerado y la interpretación sobreactuada mostraba con obviedad que quien representaba a la mujer era un hombre. La puesta en escena de las elecciones del 2024 se parece bastante a la obra de teatro, al menos así lo considera la audiencia, quien desea encontrar detrás del personaje femenino, un actor masculino. La duda impera detrás de ambas candidatas. ¿Quién realmente manda en sus candidaturas? ¿Será un hombre quien esté detrás?

“La duda impera detrás de ambas candidatas. ¿Quién realmente manda en sus candidaturas? ¿Será un hombre quien esté detrás?”

Tales preguntas no surgen de la nada. Son producto de una cultura marcadamente sexista que impide reconocer los logros de las mujeres más allá de la sombra de los hombres. En pleno 2021, cuando las campañas ya parecían emerger de forma prematura, le preguntaron seriamente a Claudia Sheinbaum, quien todavía era jefa de Gobierno, si México estaba preparado para tener una presidenta. Claudia ya gobernaba la capital del país y aun así la duda emergió. Las capacidades no eran evidentes o el cuestionamiento tenía un sentido más profundo. La pregunta podía tener muchos sentidos: por ejemplo, quizás estaba dirigida a cuestionar los avances de la educación pública en tema de inclusión, de igualdad entre hombres y mujeres. ¿Será que esta generación de ciudadanos y ciudadanas ya acepta el mando de una mujer? Quizás estaba dirigida a los alcances de las cuotas para cambiar la percepción sobre los roles de género. ¿Será que la presencia de las mujeres en el legislativo y algunos otros cargos ejecutivos produjeran una precepción positiva sobre la capacidad de ellas para gobernar? Quizás estaba dirigida a las costumbres de los y las mexicanas. ¿Será que las prácticas sociales y las creencias populares ya asimilaron la posibilidad de una señora presidenta? Incluso quizás se preguntaba por la posibilidad de que los señores mexicanos ya dieran su consentimiento para que una mujer los gobernara. En cualquiera de los casos, la pregunta estaba cargada profundamente de contenido sexista.

No sólo se duda de si el país esté listo para ser gobernado por una mujer, además se sospecha de que las candidatas vayan a ser realmente libres para mandar por voluntad propia. De Claudia se dice que será una sucesora de López Obrador “dócil y sumisa”, “una encargada de despacho” que atenderá los temas e intereses del actual presidente. De Xóchitl mencionan que es una candidata impuesta por Claudio X. González, empresario y líder de varias organizaciones de la sociedad civil, abierto opositor del presidente. Además, a Xóchitl se le cuestiona su independencia frente a las dirigencias partidistas ocupadas por tres hombres. Las candidatas llevan en el acto la sospecha de si son realmente ellas quienes representan el guion, o quizás estén hombres detrás de la interpretación. En cualquier caso, esperemos que la audiencia no esté esperando que el desenlace sea un hombre que devela el engaño en el último acto.

Esta es la primera vez que tendremos una señora presidenta. Será difícil saber si eso muestra una diferencia sustancial con la única experiencia de haber sido gobernados y gobernadas por hombres. Hasta pasar por nuestra primera vez, seremos capaces de distinguir las diferencias. Por lo pronto queda en duda si sus proyectos tienen mayor apertura a propuestas dirigidas a las mujeres como grupo con particulares intereses y preocupaciones. Esa revisión es necesaria y queda pendiente para encontrar la peculiaridad de la siguiente “Señora presidenta”. EP

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