Laura Itzel Domart, becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas, escribe sobre Gilberto Owen, Porfirio Barba Jacob y Ximénez, tres poetas que en un habilidoso juego literario hicieron de sus vidas un espacio donde la realidad se entrecruza con la ficción.
Becarios de la Fundación para las Letras Mexicanas: La geografía de la invención: Gilberto Owen, Porfirio Barba Jacob y Ximénez
Laura Itzel Domart, becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas, escribe sobre Gilberto Owen, Porfirio Barba Jacob y Ximénez, tres poetas que en un habilidoso juego literario hicieron de sus vidas un espacio donde la realidad se entrecruza con la ficción.
Texto de Laura Itzel Domart 23/11/23
Un día mientras conversaba con mi amigo Andrés Ospina le hablé de mi obsesión por Gilberto Owen. Él me respondió que lo conocía, que recién había estado en la librería que fundó en 1936 en el centro de Bogotá, a la que el propio Owen llamó Librería 1936 (hoy Librería Central). Seguimos platicando de lo fantástico del poeta y me mostró una fotografía en la que aparece junto a varios periodistas de El Tiempo, entre ellos, José Joaquín Jiménez, mejor conocido como Ximénez. Luego le comenté que era curioso porque Owen había sido antologado por Jorge Cuesta junto a uno de sus compatriotas, Ricardo Arenales, quien poco tiempo después terminaría siendo Porfirio Barba Jacob. La coincidencia simplemente me alucinó, pues los tres están unidos no sólo por el azar geográfico colombiano, sino por hacer de sí mismos un “poema vivo”.
En el artículo “Gilberto Owen, un poema vivo”, Celestino Gorostiza dice: “la irrealidad o la verdadera realidad de Owen, empieza en la figura que se ha ido amoldando a su mundo, a su poesía. De nadie, como de él, llegó a apoderarse tan completamente la poesía hasta convertirlo, más que en un poeta, en un poema vivo”. Me gusta esa forma de llamarlo porque justo de lo que va este artículo es de la invención de tres escritores que mientras vivieron bien pudieron considerarse “poemas vivos”, pues extendieron la dimensión de lo poético a sus propias vidas. Tres escritores que jugaron con sus identidades, como Fernando Pessoa, pero que jugaron a tal extremo que hoy no sabemos qué es realidad y qué es ficción en sus biografías.
Gilberto Owen: la invención de un personaje
La vida de Gilberto Owen Estrada es un misterio que ha ido develándose con el tiempo, aunque nunca del todo. De él sabemos que nació el 13 de mayo de 1904, en El Rosario, Sinaloa. Pero otros dicen, incluido el propio poeta, que nació un 4 de febrero. Era hijo, según relata en una nota autobiográfica de 1933, de un irlandés y gambusino. Sin embargo, el investigador Francisco Javier Beltrán Cabrera señala en su artículo, “Algunas andanzas de Gilberto Owen en Toluca”, que no hay registros precisos sobre la procedencia de su padre:
“En el expediente del alumno Gilberto Oven, —devela Beltrán— se encuentra una copia certificada del acta de nacimiento, la cual comprueba que el nombre oficial, asentado en el Juzgado del Registro Civil del Rosario, es “Gilberto Estrada”, información a la cual se agrega “hijo natural de Margarita Estrada”. Además, el acta número 160 demuestra que el niño Gilberto Estrada nació el 13 de mayo, a las dos de la mañana, del año de 1904.”
No obstante, Owen repetirá a lo largo de su vida la existencia de su padre irlandés y gambusino. En el “Día tres” de Perseo vencido dirá:
como el de ese párvulo que esta noche se siente solo e íntimo y que suele llorar ante el retrato de un gambusino rubio que se quemó en rosales de sangre al mediodía.
También habrá otras alusiones a la invención mítica de su padre y de su genealogía familiar. En “Día veinte” escribe: “y los salmos, la alzada, el caer de la tierra / en el sepulcro del largo frío rubio / que era idéntico a Búffalo Bill / pero más dueño de mis sueños”. En el “Día cuatro”, la poética de su imaginación se extiende y juega con datos sobre sí mismo:
Todos los días 4 son domingos porque los Owen nacen ese día, cuando Él, pues descansa, no vigila y huyen de sed en sed por su delirio. Y, además, que ha de ser martes el 13 en que sabrán mi vida por mi muerte.
En conjunto, la vida de Owen no es una invención, sino más bien una vida errante y por ello difícil de rastrear con precisión. Fue diplomático en Estados Unidos, Perú y Ecuador. En la tierra de César Vallejo se acercó a la estética marxista y participó en las jornadas electorales a favor del Partido Aprista Peruano (APRA). Después fue enviado a Ecuador, donde continuó apoyando a los apristas e hizo amistad con personajes relacionados con la política de ese país. Estos hechos le ocasionaron su salida del servicio exterior mexicano, por lo que se vio forzado a trasladarse a Colombia.
Una vez instalado en territorio colombiano, Owen se unió al equipo de periodistas del periódico El tiempo y participó en la fundación de diversas revistas, como Estampa, Estampa en la Guerra, Esfera y Gua-Guau. En ellas llegó a ser jefe de redacción, junto a escritores como Jorge Zalamea y José Umaña Bernal. Ahí, el poeta no sólo se adentró en la vida cultural y en la crítica de arte, sino también en la vida política.
Según una investigación del académico Antonio Cajero Vázquez, Owen tuvo un desencuentro con el político Jorge Eliécer Gaitán, conocido como “El Caudillo Liberal”, luego de publicar una serie de crónicas en las que criticaba la actitud de este en la Cámara de representantes. La polémica llegó a tal punto que el escritor Germán Arciniegas tuvo que defender al poeta mexicano.
De esta manera, Owen hizo de Colombia uno de sus sitios predilectos para desplegar su vida literaria, periodística y personal. Ahí mismo se casó con Cecilia Salazar Roldán, tuvo dos hijos, fundó la Librería 1936 y entabló amistad con diversas personalidades de la vida cultural del país. No obstante, su afición a moverse entre distintas geografías ha hecho aún más difícil rastrear las precisiones de su biografía. Su vida es casi fantasmal. Él mismo, en su calidad de “poeta vivo”, logró mitificar su historia más allá de su obra.
En un fragmento epistolar, citado en el artículo “Desde el rompecabezas de Shneider” de Cynthia Ramírez, el autor de Perseo vencido escribe a Margarita y José Rojas Garcidueñas:
“Las que se llaman Owen no son siempre privadas. Pero los Owen hacemos muchas cosas en público: John, por ejemplo, recitaba unos versos que ya no eran latín y ya no eran inglés, allá en el siglo XIII. A Richard lo ahorcaron en público, en la plaza principal de Dublín, el 2 de diciembre de 1804, porque tenían miedo de que muriese de muerte natural el trece, en la plaza principal de Dublín. (…) Otro se fue a Sinaloa, y se dedicó a abrir minas y a dar a luz a los 3000 personajes que se resumen en Gilberto Owen.”
Gilberto Owen se engalana como un verdadero torero de la invención, pues siempre provoca a sus lectores con datos inciertos. No podemos desmentir que su padre haya sido irlandés y gambusino, como no podemos asegurar que todo lo que dijo de sí mismo es real y no parte de una ficcionalización de su propio personaje. Ese vaivén entre realidad e irrealidad continúa hasta nuestros días. Luego de que su tumba estuviera extraviada en Filadelfia, Estados Unidos, por más de medio siglo, en enero de 2023 el escritor Carlos Pérez Sámano la encontró en el cementerio Holy Cross. Con este hallazgo, el “misterio Owen” va develándose poco a poco, aunque nunca por completo.
El triángulo de la coincidencia geográfica
Este artículo fue un pretexto para hablar de la mítica figura de Gilberto Owen, pero también para recordar a otros dos escritores que fueron “poetas vivos” y, por ende, toreros de la invención. Se trata de Porfirio Barba Jacob y José Joaquín Jiménez. Los tres debieron conocerse en algún momento de sus vidas. Coexistieron en la geografía colombiana, sin duda. Y, sobre todo, los tres construyeron sus propias máscaras, extensión de ellos mismos o simplemente ellos mismos.
De Barba Jacob sabemos que nació el 29 de julio de 1883 en Santa Rosa de Osos, Colombia, y fue registrado con el nombre de Miguel Ángel Osorio Benítez. A principios del siglo XX se enlistó en las tropas del partido conservador para participar en la guerra civil y al terminar se adentró en la fría ciudad de Bogotá, donde fundó una revista en la que firmaba con el nombre de Maín Ximénez. Ese fue su primer nombre como escritor, aunque con él sólo firmó un par de trabajos periodísticos.
En su libro Colombia y México: entre la sangre y la palabra, el escritor Juan Camilo Rincón apunta que si bien Barba Jacob publicó en diversos periódicos como El Imparcial, El Independiente y Churubusco con el nombre de Maín Ximénez, siempre se cercioró de dejar huellas irrefutables de su creación. Es decir, dejó indicios de ser él, quien tiempo después sería conocido como Barba Jacob, el autor de esos artículos.
De igual manera, Rincón recuerda que el escritor Fernando Vallejo dice, al respecto de la obra del poeta, que: “En la maraña de papel impreso de las hemerotecas y de los archivos periodísticos se le descubre por un colombianismo en un periódico de México, por un mexicanismo en un periódico de Colombia”. Con ello, Barba Jacob es, al igual que Owen, un autor que se dedicó a mitificar su vida.
La invención gradual de lo que posteriormente sería Porfirio Barba Jacob y nunca más Miguel Ángel Osorio llegó hasta México. En 1928, Jorge Cuesta lo incluyó en la Antología de la poesía mexicana moderna, junto a diversos escritores del llamado grupo de los Contemporáneos, con el nombre de Ricardo Arenales:
“Ricardo Arenales nació en Colombia, pero su sitio está en la historia de la poesía mexicana, a lado de González Martínez y de Ramón López Velarde, de quienes era él muy cercano amigo. Ha recorrido los países de América Central, las Antillas y los estados de México, cambiado su nombre a cada crisis más aguda de su existencia de eterno atormentado. Ha sido, sucesivamente, Miguel Ángel Osorio, Maín Ximénez, Ricardo Arenales y, ahora, Porfirio Barba-Jacob.”
Así apunta Cuesta en la nota introductoria a su obra, de manera que Barba-Jacob es un inventor de sí mismo o un fingidor de sus múltiples nombres.
Por su parte, José Joaquín Jiménez, mejor conocido como Ximénez, fue un periodista colombiano nacido el 19 de diciembre en 1915 en Bogotá, aunque Andrés Ospina relata en Ximénez, novela en la que se recrea la vida del periodista, que en realidad nació en 1911. Ahí, en esa imprecisión de nacimiento comenzó, quizá, la afición de Ximénez por la invención. De él se sabe que trabajó en periódicos como El Tiempo y El Espectador, y en revistas como Boliche, Folletón y Guau-Guau. De acuerdo con una investigación de Cajero respecto a la participación de Owen en la revista Estampa, el poeta mexicano también participó en la revista Guau-Guau, dirigida por el propio Ximénez.
Pero bien, el punto de unión de este fascinante personaje con Owen y Barba-Jacob va más allá de la escritura periodística o la coexistencia espacio-temporal. Los tres coinciden en la mitificación de sus propias vidas. Aunque el caso de Ximénez es igual de fascinante que el de sus compañeros, es quizá el menos conocido de los tres. Lo cierto es que, en su época, fue uno de los cronistas más reconocidos de Colombia, pues impresionaba con los relatos de cada suceso que cubría durante sus horarios como reportero en El Tiempo.
Su destreza literaria llegó a tal punto que entre sus historias se encuentra la de un venezolano que afirmaba guardar los restos de Simón Bolívar en una bolsa. El relato de ese suceso tan disparatado terminó en que el supuesto propietario vendió los huesos de “El Libertador de América” al dueño de un anticuario. Cuando Ximénez era cuestionado por Germán Arciniegas, quien fungía como jefe de redacción de El Tiempo, decía cosas como: “La escuché en un café, debe ser cierta”.
En su momento, el periodista logró sortear las fauces de lo que hoy llamaríamos fact checkers y, en cambio, logró atrapar a los colombianos con su habilidad imaginativa. Uno de sus personajes más fantasmagóricos fue “Rascamuelas”, un bandido que robaba a diestra y siniestra en las calles de Bogotá. En Ximénez se relata cómo la historia del bandido logró conmocionar a la capital colombiana pese a su cariz ficcional.
Sin embargo, la historia que más me llamó la atención fue la de un misterioso poeta llamado Rodrigo de Arce. Según relata Ospina, durante una época, cuando Ximénez cubría casos judiciales, llegó a documentar diversas historias de personas que se arrojaban a las aguas del salto del Tequendama y en las notas que realizaba transcribía fragmentos de poemas que un tal Rodrigo de Arce había “dejado” en los bolsillos de los suicidas.
Dichas notas lograron conmover a los lectores de El Tiempo, quienes esperaban ansiosamente la reaparición del misterioso poeta. En aquel entonces, Ximénez no sólo logró pasar como un gran periodista, sino que también engañó a toda una población. Fue un inventor de historias, un hábil escritor.
Es así como quiero concluir este artículo que, sin querer, se extendió desmesuradamente. Owen, Barba Jacob y Ximénez fueron unos poetas de la invención que lograron mitificar sus vidas más allá de sus respectivas obras. Fueron “poemas vivos” antes y después de morir, pero sobre todo fueron poetas de la escritura en sí misma, pues la llevaron a sus últimos territorios, ahí donde todo se difumina entre realidad e irrealidad. Pero donde nada importa, porque lo único que realmente vale la pena es ser dentro de ese fantasmagórico mundo. EP
Fuentes consultadas
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Maldonado, C. S. (2023, 26 enero). La tumba del poeta mexicano Gilberto Owen: ¿Abandonada en un enorme cementerio de Estados Unidos? El País México. Disponible en: https://elpais.com/mexico/2023-01-26/la-tumba-del-poeta-mexicano-gilberto-owen-abandonada-en-un-enorme-cementerio-de-estados-unidos.html
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