En su columna mensual, Fernando Clavijo pone en discusión algunos tópicos y tabús asociados al pago de la cuenta en los restaurantes, y reflexiona sobre las implicaciones sociales y culturales que pueden esconderse detrás de este acto aparentemente trivial.
Taberna: La cuenta
En su columna mensual, Fernando Clavijo pone en discusión algunos tópicos y tabús asociados al pago de la cuenta en los restaurantes, y reflexiona sobre las implicaciones sociales y culturales que pueden esconderse detrás de este acto aparentemente trivial.
Texto de Fernando Clavijo M. 09/11/23
Según una anécdota relatada por Voltaire en una carta de 1767, Rabelais estaba en un albergue lionés sin dinero suficiente para pagar su cuenta. Se cree que la pequeña historia es falsa, sobre todo cuando se piensa que el poeta vivió en el Renacimiento, es decir, al menos doscientos años antes. Pero el relato sigue siendo bueno, y es que el poeta escribió una carta al Rey para tratar de zafarse de pagar dicha cuenta. De ahí viene la expresión le quart d’heure de Rabelais, ese momento incómodo en que el cliente debe saldar sus cuentas. La dolorosa, como a veces se le llama.
El año 1767 es interesante, además, porque se supone que fue justamente cuando se “inventó” el primer restaurante, a manos de Mathurin Roze de Chantoiseau. Según se cuenta, estaba localizado exactamente donde hoy en día reside el Louvre. Aquellos que hayan tenido la suerte de visitar esa ciudad hermosa, aunque un poco rígida, tal vez recuerden el Café Marly, en uno de los costados, donde se sirve una buena tartare poêlé, es decir pasada rápidamente por el sartén. La palabra restaurante viene de esos años y, como su nombre lo indica, estos establecimientos ofrecían “restauración”, lo que implica que estaban pensados para los enfermos y ofrecían principalmente sopas o menjurjes medicinales. La propia palabra restaurante se refería no al lugar, sino al platillo.
No eran para todos, por supuesto; solo para los ricos.1 Los pobres necesitaban comida de verdad, masticable, en favor de tener la energía suficiente para —guácala— trabajar. Pero las personas supuestamente pensantes, que opinan y aprecian las cosas, requerían algo más suave. De acuerdo al sentido del humor de Rebecca Spang, quien escribió The invention of the restaurant, necesitaban restaurarse después de un atardecer particularmente bello, o de la muerte de una mascota. Y lo querían sin tener que masticar porque eso es cansado, fatigoso y podría confundirse con el esfuerzo.
No es que no hubiera venta de comida desde antes. Los griegos llamaban thermopolia a los sitios donde se vendían cosas calientes. En China, había vendedores de comida callejera al menos desde el s. XII. La evolución vino cuando las personas empezaron a frecuentar dichos sitios no por la comida, sino por el ambiente. Los dueños de los establecimientos sumaron comida sólida al menú, y voilà, alguien tuvo la idea de agregarle precios. Esto nos transporta a un tema del que se habla poco, sobre todo considerando que vivimos en una sociedad capitalista en la cual el dinero es (lastimosamente) el lenguaje de las cosas. Me refiero, por supuesto, a la cuenta.
La película Triangle of Sadness (2022), del sueco Ruben Östlund, trata directamente este tema tabú en una escena en la que dos modelos, uno femenino (interpretado por la sudafricana Charibi Dean, que murió apenas terminó la película) y uno masculino (Harris Dickinson), terminan de cenar en un restaurante a todas luces lujoso. El mesero deposita la cuenta en el centro de la mesa, y ella dice sin siquiera mirarla: “Gracias querido”, o algo por el estilo. A él le molesta que esté dado por hecho que sea él quien debe pagar la cuenta, y más en un ambiente laboral en el que las mujeres ganan en promedio tres veces más que los hombres. La discusión es muy buena no solo porque toma por los cuernos la tensión que hay entre economía y género, sino porque evidencia la capacidad femenina para ejercer violencia. “Lo que quiero es que seamos iguales”, le ruega él en algún momento.
Como marcador de relevancia y veracidad, además de verosimilitud, basta recordar que el director ha dicho en conferencia de prensa que esta escena viene de una discusión similar que él tuvo con su esposa. Lo cierto es que sí es un tabú, y quien sea lo suficientemente valiente para sacar el tema a conversación quedará casi inevitablemente como un tacaño. Para muchos, hablar de dinero es de mala educación… sin duda, una aproximación burguesa a los modales.
¿Por qué, si vivimos en una época en la que se aspira a la igualdad de género, se espera generalmente que sea el hombre el que pague la cuenta? ¿Es una reliquia del pasado, o una realidad económica? He visto memes en los que se dice que, dado que los hombres ganan más, ellos deberían pagar… pero no creo que haya nadie que piense seriamente en eso como mecanismo de compensación.
Según un artículo de The Guardian,2 en el que se entrevista a varios chicos, hay quien piensa que pagar por una cena conlleva una “sensación transaccional”. Es decir, la chica que no paga “le debe” algo al que sí pagó, sobre todo si ya han pasado más de una velada juntos. Ese algo es, obviamente, interacción sexual de algún tipo. Esto trae un nuevo tópico de discusión a la mesa: que el sexo es algo que la mujer otorga y que el hombre obtiene, no una actividad que se practica en beneficio de ambos participantes, en un sagrado dar y recibir donde nada se pierde. En este sentido, la idea tan promovida de “dar consentimiento” muestra ese talón de Aquiles: muchos hombres no buscan que una mujer simplemente “acepte” acostarse con ellos, sino que buscan que esta participe o se involucre en la relación, es decir que tenga agencia activa en el encuentro. Este “consentimiento” cosifica aún más al que lo otorga.3
Según otro entrevistado de este artículo, las aplicaciones de citas perpetúan el papel activo del hombre en el cortejo. Se espera que él haga la invitación, que pague, que haga el acercamiento romántico e incluso que sea el primero en llamar al día siguiente. Aquí funciona lo que se conoce como “sexismo benevolente”, según un artículo de Forbes.4 En este se habla de una encuesta donde una gran mayoría piensa que el hombre debe pagar la cuenta: 72 % de las mujeres y 85 % de los hombres. En algunas sociedades ortodoxas, los hombres pagan “sueldo” mensual a su mujer, una forma de compensación por el trabajo no remunerado implícito en la relación —un tipo de “gasto” institucionalizado. Estas expectativas de protección por parte de los hombres refuerzan el papel frágil de la mujer, lo cual permea a otras áreas de la vida, como la laboral. Según Forbes, esta imagen de fragilidad por parte de la propia mujer reduce sus ambiciones profesionales.
Como siempre, el deseo de esta columna es abrir la conversación. Cuando pienso en las comidas que he pagado con gusto, las que he pagado a regañadientes, y las que me han pagado, no logro sacar una regla universal. Es verdad que hay cierta relación de poder y dominación en el pagar, como la hay en toda relación de dinero. Recuerdo comidas con amigas en las que la cuenta se dividió, y otra en la que una amiga insistió en pagar la cuenta, así como insistió en “tirarme el pedo”. Pero también otras en las que mi mamá amorosamente me invitó cuando yo era estudiante. Luego otra en la que yo la invité —nuestra última comida en un restaurante— a comer asado de tira en un lugar uruguayo, El Barrio Sur, cuando todavía podía mantener medianamente una conversación. Es bonito invitar, y también ser invitado y dejarse invitar. Hay tanta generosidad en saber dar como en saber recibir. EP
- Ah, los ricos. Y los que se creen ricos. Pocos espectáculos tan patéticos como ver a alguien que se siente “de la high”. [↩]
- https://www.theguardian.com/lifeandstyle/2015/aug/27/dating-men-paying-bill-gender-equality [↩]
- Para una buena discusión de los roles de género en el amor, ver el libro de Aura García-Junco, El día que aprendí que no sé amar. [↩]
- https://www.forbes.com/sites/kimelsesser/2020/02/12/who-should-pay-for-dates-how-chivalry-contributes-to-the-gender-pay-gap/?sh=6844e18f3fa3 [↩]
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