En su columna mensual, Fernando Clavijo escribe sobre su experiencia con el consumo de microdosis de psilocibina y sus posibles beneficios terapéuticos.
Taberna: Microdosis, el evangelio de la armonía universal
En su columna mensual, Fernando Clavijo escribe sobre su experiencia con el consumo de microdosis de psilocibina y sus posibles beneficios terapéuticos.
Texto de Fernando Clavijo M. 12/10/23
Entre las concepciones más interesantes en torno a la comida se encuentra la de su función terapéutica, ya sea de forma preventiva o curativa. Cocinar es una práctica que puede ser benéfica para el bolsillo, para aumentar nuestra conexión con los demás, incluso para dar amor, pues la tierra nos ofrece productos que en su propia composición química aportan elementos de sanación. El valor nutricional de los alimentos ya es positivo para el cuerpo, pero qué se puede decir de, digamos, la herbolaria y los enteógenos. Plantas y raíces que curan o previenen problemas digestivos, reparan el daño de distintos órganos, e incluso ayudan a reducir problemas emocionales como la ansiedad.
Entre la oferta de la naturaleza, la abundancia, diversidad y poder casi mágico de los hongos han recobrado relevancia en los últimos años. Primero, se ha probado científicamente el valor del micelio para el suelo, el equilibrio ambiental y la salud humana. Hace algunos años hice una breve exposición de esta maravilla natural aquí. Más adelante, gracias a la generosidad de amigos que compartieron su conocimiento, pude aprender más sobre la parte visible (y más comúnmente comestible) de los hongos, y lo reporté aquí, citando ampliamente el número 87, “Hongos”, de la revista Arqueología Mexicana,1 y el pensamiento del famoso autor e investigador Paul Stamets, cuya plática TED tiene más de cuatro millones de visitas.
La visión de Stamets sobre el papel de los hongos en la sociedad y la economía no se detiene en temas tecnológicos, ecológicos y alimentarios, sino que entra al ámbito espiritual.2 No solo ha descubierto, nombrado y divulgado hongos, sino que, como es de esperarse, los consume tanto habitual como ritualmente. A este último punto llegué yo (o volví, para ser más exacto) recientemente, gracias a —lo que me parece más que apropiado— la sugerencia de un amigo. Llamémosle Pep.
Pep, a quien conozco de hace más de veinte años, me regaló un mes de microdosis de psilocibina, que es el componente psicoactivo de los hongos psicodélicos. Treinta cápsulas, una para cada día del mes. La palabra microdosis se refiere a cantidades subalucinatorias, aproximadamente del 5% al 10% de una dosis completa (del tipo que induce un viaje), según lo define un artículo del New York Times. La psilocibina viene de distintos tipos de hongos, pero también puede sintetizarse, como el LSD o el DMT (que originalmente proviene del veneno de un sapo del desierto de Sonora, el incilius alvarius).
Como escribir es, a fin de cuentas, mi interfaz con la realidad, no podía dejar pasar este mes sin investigar, probar y reportar. Esa es la manera en la que me relaciono con el mundo. Por ello, al día siguiente de enterarme del regalo de Pep, recordé mis experiencias y lecturas pasadas, entre las cuales estaban un viaje desorientado en la zona de Dupont Circle, Washington D. C., la plática con un grupo de tuluminatis en Quintana Roo, y la lectura de “The pale cast of thought: Can Ayahuasca cure writer’s block?” en la Harper’s Magazine de octubre de 2014. Pensé que si esto llegaba a mí en este momento sería por alguna buena razón, y lo evalué con seriedad. Llevaba más de un año sin beber alcohol, con un grado aceptable de salud física, emocional y laboral, y empezaba a interesarme por mi crecimiento espiritual a partir de algunos mitos griegos, sueños y cosas que suceden en la vida cuando se va uno haciendo mayor.3 Así que, luego de consultarlo con un psicólogo analítico, con una médico internista y con mi almohada, decidí aceptar la oferta. Me tomaría un par de semanas terminar con algunos análisis clínicos, cerrar un tema de negocios en el cual no quería comprometer mi lucidez, y leer el ejemplar de Kindle del libro de Michael Pollan, How to Change Your Mind: What the New Science of Psychedelics Teaches Us About Consciousness, Dying, Addiction, Depression, and Transcendence (2018).
Como tantas otras cosas buenas, la psilocibina viene de México. Se ha usado en ritos chamánicos desde tiempos inmemoriales, hasta que unos señores europeos la “descubrieron”. El que la sintetizó fue el suizo Albert Hofmann —el mismo que descubrió el LSD— en la década de 1950. Más tarde, un millonario de apellido Wasson vino a Huautla de Jiménez, Oaxaca, a probar hongos de mano de la famosa curandera María Sabina. En ese entonces esta sustancia era tan desconocida en el mundo moderno que ni siquiera era ilegal (aunque había sido prohibida por la Iglesia durante la Colonia). A su vuelta al “Primer Mundo”, se publicó un artículo en la revista Life4 que dio lugar a la primer gran ola de investigación sobre el tema. Algunos de los primeros consumidores —como Anaïs Nin y Stanley Kubrick— tomaron muy en serio el poder psicoanalítico de estas sustancias, y las combinaron con terapia.5 Luego, el abuso por parte de celebridades como los integrantes de los Rolling Stones, los Beatles, etc., hizo explotar su mala fama. La comercialización empezó, lo que acarreó problemas a la comunidad de Huautla, a los que transportaron el hongo y a los subsecuentes consumidores recreativos, hasta que los norteamericanos lo declararon ilegal en 1968.
Lo que la psilocibina tiene en común con las otras sustancias mencionadas es que todas son triptaminas. Otras triptaminas muy conocidas son la serotonina y la melatonina. Estos compuestos funcionan adhiriéndose a receptores como el 5 HT 2-A, que generan cambios en la sensibilidad sensorial y estados de conciencia. La evidencia empírica suele basarse en la descripción de sensaciones por personas que toman una dosis completa de estas drogas, pero al no tener una relación científica con datos duros, esta se considera anecdótica. Los científicos Carhart-Harris tuvieron una idea simple pero genial: someter a las personas que experimentaban estos estados de conciencia a aparatos de mapeo, como los de resonancia magnética. Con ello, vieron los flujos de sangre en el cerebro y pudieron medir qué partes se activaban y cuáles parecían apagarse.
Los resultados que reporta Michael Pollan son interesantes. Aparentemente, una parte del cerebro que mostró un decremento en actividad fue la llamada DMN (default mode network) o “red neuronal por defecto”, una zona del cerebro que da lugar a pensamientos autoreferenciales, temporales y de control de atención a estímulos. Ejerce control sobre el posible desorden de imágenes que genera continuamente el inconsciente. Además, sirve como filtro de los estímulos exteriores. Nos dice qué absorber y qué desechar y cómo conectarlo. Por ello, al “bajarle el volumen” al DMN estamos abiertos a la maravilla —luminosidad, por ejemplo— del mundo exterior. En términos freudianos, el DMN es el agente represor del cerebro, el “Ego”. Reducir el control del Ego —ese cadenero o bouncer de lo que podemos permitirnos sentir o experimentar durante la vigilia— nos facilita entrar más directamente al inconsciente. Si, como sostienen Freud y Jung (chamanes modernos de bata blanca), el análisis de los sueños es fructífero porque ilumina las imágenes del inconsciente, entonces el acceso por medio de estos estados también puede tener una función sanadora y de autoconocimiento. La necesidad de entender nuestro lugar en el mundo y encontrar la narrativa —o mitología— que nos corresponde es parte de la llama que nos dio Prometeo, tendencias naturales del ser humano en cada una de sus fases evolutivas.
No que el Ego sea malo. Es necesario para tener orden, poder prever, reflexionar. Sin embargo, el Ego también predice conclusiones a partir de poca información, pues es experto en reconocer patrones o tendencias. Al bajarle el volumen, nos abrimos a otro tipo de conclusiones o asociaciones, aunque por supuesto también somos más susceptibles al pensamiento mágico.6 Tendemos, por ejemplo, a antropomorfizar y buscar una narrativa en todo, y por eso las plantas nos hablan o logramos una conexión con la naturaleza o “el universo”.
Una lista de actividades cerebrales y comportamientos asociados al “volumen” del DMN muestra que, cuando está casi apagado, hay: conciencia infantil, psicosis, pensamiento mágico, creatividad y divergencia. Cuando está muy activo, por el contrario, da lugar a: adicción, trastorno obsesivo-compulsivo,7 depresión. Es decir, estos últimos estados de ánimo están científicamente relacionados a un exceso de rigidez mental. Por ello, el beneficio de los psicodélicos puede venir de su carácter disruptivo en patrones de comportamiento a nivel neuronal.
Debe decirse que estas mediciones fueron hechas para dosis completas de psicodélicos, así como para estados inducidos por meditación profunda o ejercicios respiratorios. Es decir, la disminución del Ego y su resultante sensación de conexión o de mayor sentido sucede también con experiencias trascendentales en la naturaleza. O con otras experiencias, como la estética.
Si estos son medios para llegar al inconsciente o si son solo estados alterados, en realidad no es tan importante como la trascendencia que pueden llegar a tener en nuestras vidas. A fin de cuentas, atisbar la inmensidad de la mente humana no significa comprenderla o dominarla. Hace más de veinte años pude ir a ver las pirámides en Egipto. Por la tarde, recibiendo el fresco en el trayecto de una faluka, metí la mano al Nilo para tratar de volver real y así confirmar la sensación de estar en el mismo lugar —física y mentalmente— por donde habría pasado el primer nubiano, el propio Alejandro, otros miles de turistas, la basura y algún cocodrilo. Todo eso con solo meter un par de dedos en ese río milenario, literalmente solo tocar su superficie, y de ninguna manera aprehenderlo. Así puede ser la entrada de un sueño, una meditación, o una dosis de psicodélico, una epifanía breve pero no por ello menos significativa. Como los koan zen —preguntas sin respuesta en un plano de Ego-lógica— estos episodios fuerzan al que lo vive a usar un conocimiento intuitivo.
No logré todo este tipo de revelaciones con el microdosing ofrecido tan amorosamente por Pep. Según expone el artículo del Times citado anteriormente, y otro de la Rolling Stone, llamado apropiadamente “The case for macrodosing”, la ciencia no ha confirmado que los beneficios de las dosis pequeñas repliquen los de las dosis mayores. Según el estudio “Microdosing with psilocybin mushrooms: a double-blind placebo-controlled study”, no hay efectos medibles estadísticamente ni en creatividad ni en felicidad, al menos no del tipo que puedan ser separados del efecto placebo.
Aquí debe decirse algo importante respecto a los estudios y respecto al funcionamiento de los propios viajes en laboratorio reportados por Pollan. Sobre lo primero, estos estudios tienen muchas dificultades para medir efectos psicológicos mayormente subjetivos con un grado aceptable de confiablidad, precisamente porque estos cambios subjetivos no se han estandarizado, lo cual hace difícil su cuantificación, y no necesariamente porque estos no ocurran. Sobre lo segundo, los resultados medidos médicamente y los anecdóticos demuestran que las condiciones iniciales y las expectativas del viajante influyen mucho sobre el resultado. El cerebro busca y encuentra lo que espera, así funcionamos. Por ello, este tipo de estudios es particularmente susceptible al efecto placebo.
Esto último, la dependencia en las expectativas, es algo muy significativo. Para ilustrarlo, se puede pensar en la fábula en la cual un rey le dice a su hijo que le ha dejado un cofre con un gran tesoro enterrado en su milpa. El hijo rasca toda la milpa buscando el tesoro, y por su trabajo lo que obtiene es una gran cosecha. De la misma manera, gracias al regalo de Pep me puse a leer a Pollan, aprendí sobre el Ego y su papel en la vida interior, sobre el funcionamiento de mi propio inconsciente, sobre la interpretación de la información de los sueños. Con o sin un efecto medible, aun con expectativas de sentir prácticamente nada, puedo decir a tres semanas de haber empezado el mes de microdosis que ha dejado una huella positiva en mi vida, no sin su dosis de epifanías.
Otros efectos han sido la disminución del diálogo interno, pero un aumento notable en la empatía (“lo dionisíaco renueva el pacto del hombre con el hombre”, recuerda F. Nietzsche, “y con la Naturaleza”). Mi parte ejecutiva, como la que escribe, sin embargo, disminuye significativamente, por lo cual he aprendido a alternar días de dosis. Yo creo que el Ego “rebota” al parar temporalmente las dosis, y eso da lugar a periodos muy productivos. La relación con la productividad artística o creativa siempre fue uno de mis intereses, y no soy el único. El artículo “Magic Mushrooms. LSD. Ketamine. The Drugs That Power Silicon Valley”, también del New York Times, describe cómo los emprendedores usan las drogas para expandir su mente y traspasar fronteras de negocio.
Que puede ser más reveladora una dosis completa, es probable. Tal vez un día me tome una visita guiada a ese mundo maravilloso y terrible. Tal vez pueda traspasar lo que acuñó William Blake como the doors of perception, o ver el infinito como Borges nos intentó comunicar en El Aleph. Tal vez más aún pueda, como el estudiante Anselmo del Caldero de oro de ETA Hoffmann, escuchar el viento y a las curiosas serpientes brillantes. No tanto por la experiencia, sino por lo que deja. Lo interesante del caso de Anselmo es que sus “alucinaciones” tienen efectos en su vida real, volviéndolo más sensible a la conexión con otras personas, con la naturaleza y con el amor. Más cercano a América Latina, el poema Tiempo del hombre, del naturalista y revolucionario Atahualpa Yupanki, describe y contagia muy bien esa sensación de conexión con la naturaleza: “Yo no estudio las cosas ni pretendo entenderlas. / Las reconozco, es cierto, pues antes viví en ellas. / Converso con las hojas en medio de los montes / y me dan sus mensajes las raíces secretas.”
El pensamiento mágico, incluso el origen mismo de la religión, puede estar relacionado con este tipo de experiencias aun desde antes del “descubrimiento” de América. Se sabe que en la antigüedad griega se consumía una bebida llamada kykeon, con propiedades alucinatorias parecidas a las del LSD (la palabra enteógeno es derivada del griego en, dentro, y theos, dios). Este consumo era ceremonial, como era de esperarse. Lo dionisíaco fue para los griegos una manera de informarse sobre su inconsciente, el verdadero gran conocedor de todos nuestros deseos y preguntas. Ya lo menciona nada menos que F. Nietzsche en El origen de la tragedia, citando a Schopenhauer:
“Merced al poder del brebaje narcótico que todos los hombres y todos los pueblos primitivos han cantado en sus himnos, o bien por la fuerza despótica del rebrote primaveral, que penetra gozosamente la naturaleza entera, se despierta esta exaltación dionisíaca, que arrastra en su ímpetu a todo el individuo subjetivo hasta sumergirlo en un completo olvido de sí mismo.”
La reducción del Ego y la experiencia de conexión tiene implicaciones muy positivas para las personas que lo experimentan de manera guiada o consciente; no necesariamente en, digamos, una fiesta. Una de ellas es el encontrar sentido o significado a la vida propia, lo cual ayuda a aliviar la angustia existencial. Otra es que ayuda a deshacerse de pensamientos o comportamientos compulsivos, como las adicciones en general, lo cual puede convencer a las personas que más se resisten a este tipo de terapias.8 Por último, ayuda en el entendimiento de la propia muerte, uno de los grandes retos de todo ser humano. El documento de Roland R. Griffiths del 2006, “Psylocibin can occasion mystical-type experience having substantial and sustained personal meaning and spiritual significance” para pacientes con cáncer, es un gran paso en esta dirección.
Que estas experiencias sean útiles para afrontar el final de la vida puede ser una buena señal de que este sea un buen momento para el fin de este texto. El artículo de Sidney Cohen en la Harper’s (septiembre 1956), “LSD and the anguish of dying”, habla de cómo la sensación de trascendencia reduce la angustia de desaparecer del mundo. La pura intuición de que este mundo es más grande de lo que podemos percibir es suficiente. Aquí Michael Pollan trae a colación una cita excelente de Bertrand Russell (no inspirada por los psicodélicos): “Una existencia humana individual debe ser como un río; primero pequeña, contenida por estrechos bancos, y corriendo apasionadamente entre rocas y por cascadas. Gradualmente, el río se hace más ancho, los bancos se aplanan, el agua fluye con mayor quietud, y al final, imperceptiblemente, se junta con el mar y pierde su individualidad sin dolor alguno.” EP
- Uno de los artículos más interesantes muestra fotos de figuras y esculturas ceremoniales de hongos en la cultura prehispánica de México. Sin embargo, debe decirse que los hongos aparecen en otras culturas, como petroglifos del norte de África, pinturas medievales europeas, y diseños islámicos. Son, como los arquetipos a los que a veces su consumo refiere, universales. Aquí el enlace del número: https://arqueologiamexicana.mx/ediciones-especiales/e87-hongos-en-mexico [↩]
- Tal vez no sea coincidencia que sea oriundo de Salem —pero Ohio, no Massachusetts—, pues su conocimiento de hongos lo hace sospechoso para brujo. [↩]
- El propio Carl Jung dijo que aquellos que pueden verse beneficiados por una “manifestación de lo numinoso” son precisamente las personas que empiezan la segunda mitad de su vida. [↩]
- Seeking the magic mushroom, 1957. [↩]
- En su libro The secret chief, el analista Leo Zeff menciona haber “procesado” a más de 3 mil pacientes. [↩]
- Según Wasson, el hombre primitivo (ya sea en sentido prehistórico o en el lenguaje de Jung) puede haberse basado en una experiencia alucinatoria para dar pie a los orígenes de la religión. [↩]
- Otro tratamiento químico contra os pensamientos circulares o “voz interna” probado es el anti-psicótico Seroquel. [↩]
- Respecto a este miedo comenta F. Nietzsche en El origen de la tragedia: “Hay personas que, por ignorancia o estrechez de espíritu, se sienten repelidas por estos fenómenos, como si se tratase de una enfermedad contagiosa, y, en la plena confianza de su propia salud, las satirizan o las miran con piedad. Estos desgraciados no sospechan la palidez cadavérica y el aire espectral de su salud cuando pasa delante de ellos el huracán de vida ardiente de los ensueños dionisíacos.” [↩]
Con el inicio de la pandemia, Este País se volvió un medio 100% digital: todos nuestros contenidos se volvieron libres y abiertos.
Actualmente, México enfrenta retos urgentes que necesitan abordarse en un marco de libertades y respeto. Por ello, te pedimos apoyar nuestro trabajo para seguir abriendo espacios que fomenten el análisis y la crítica. Tu aportación nos permitirá seguir compartiendo contenido independiente y de calidad.