¿Cuáles podrían ser los símbolos de una mexicanidad no nacionalista? A partir de distintos testimonios, el periodista Heriberto Paredes construye una crítica al nacionalismo oficialista característico de las fiestas patrias.
¿México? ¿Me lo repite por favor?
¿Cuáles podrían ser los símbolos de una mexicanidad no nacionalista? A partir de distintos testimonios, el periodista Heriberto Paredes construye una crítica al nacionalismo oficialista característico de las fiestas patrias.
Texto de Heriberto Paredes 20/09/23
Ya pasaron las fiestas patrias y, para ser honesto, lo que me tiene más sin cuidado en la vida es esta efeméride. Las fiestas patrias, vaya estafa. De hecho, nunca me importó, ni siquiera para fingir que sí o para hacer creer a mis maestras de la primaria que era un buen alumno, patriota y conmovido por la bandera, el himno, el saludo a la bandera o por las historias de los Héroes de la Patria. Si el mito de Dios me parecía abominable, sólo el de la Patria lo superaba en repugnancia.
¿Cuántas horas pasamos en el aburrido y vacío ritual de los honores a la bandera? ¿Cuántas mañanas de lunes se habrán desperdiciado en las tormentosas formaciones y la distancia por tiempos?
Visto desde este ángulo, soy un mal mexicano. Y me siento muy bien, mucho más relajado, sin cargar con este peso del nacionalismo. Contento de no haberme tragado las versiones oficiales de la historia de la Independencia, los cuentos de todos estos personajes de patillas largas, uniformes militares, vestidos como manteles o espaldas de acero para cargar losas de piedra. Vivo muy tranquilo en mi no-identificación con el ser patriota.
Nunca he necesitado del nacionalismo para definir mi identidad (a diferencia de lo que he visto en algunas personas que conocí durante mi vida, y para quienes el paquete de mexicanidad les resolvió el rumbo), en realidad, he tenido mucha suerte porque en cada lugar del mundo en el que he estado siempre se me ha aceptado o rechazado por quien soy o por mis actos, y no por ser mexicano. Quien me ha obligado a usar identificaciones oficiales, actas de nacimiento, pasaportes y demás pruebas de que vengo de este lugar es precisamente la institucionalidad de México.
Durante 17 años no tuve la credencial para votar (lo que significa que tampoco he votado, pero esta decisión es harina de otro costal), al ingresar a un reclusorio se me canceló toda posibilidad de identificación. Sólo tuve que tramitarla cuando ya no había opciones y me sentí arrinconado en el callejón de la mexicanidad burocrática. La cartilla del servicio militar nunca tuvo un uso concreto, más allá de estar en un cajón, luego en una caja y finalmente, un día de limpieza, la corté con unas tijeras y con los pedazos prendí el boiler un par de veces.
¿Toda esta declaración de hechos viene a colación de…? De que, poniendo mi situación personal aparte, veo cómo existen algunas pistas, algunos coqueteos con un nacionalismo que me gustaría cuestionar o, al menos, problematizar a partir de las voces de algunas personas con las que conversé para saber sus sentires y sus reflexiones. Hablé con periodistas, biólogos, campesinas y campesinos, personas de pueblos originarios, amistades que trabajan en servicios o que administran centros culturales, restaurantes. Hablé con gente de mi familia, con gente mayor en edad o más joven y finalmente decidí tratar de colectar voces en distintas regiones del país. Guardo su nombre en el anonimato a petición de elles. En algunos casos me sentí muy identificado con ciertos planteamientos y críticas, y, en otros, no tanto, pero lo que me pareció más importante es la revelación de una serie de códigos –mucho más antiguos y profundos– que constituyen una versión alternativa, por decir lo menos, de algo parecido a la mexicanidad.
Por supuesto, no hay determinantes fijas, ni imposiciones, lo que quiero compartir son algunas piezas de un complejo rompecabezas y en todo caso, creo que puede servir para cuestionar toda esta parafernalia que inunda septiembre y que sólo es superada por los terremotos.
No olvides que la patria sólo está en tu imaginación
Un joven campesino, nahua, habitante de una comunidad alejada de la capital, me comentó que para él lo que más lo identifica es su apego a la tierra y las tradiciones que tienen en su comunidad en las distintas fases del ciclo del campo. “Me identifico con la siembra de la milpa, con la vida comunitaria, para mí, las fiestas patrias no representan nada, se habla de una Independencia, pero se sigue agrediendo a los pueblos originarios, ni siquiera estamos o no se nos toma en cuenta realmente en la vida política del país. Para mí es más importante cuando se siembra la milpa, cuando terminamos las cosechas y tomamos el xikuatole, cuando hacemos nuestras danzas”.
En mis indagatorias, hablé también con otras personas, ahora de contextos urbanos, y entre las distintas opiniones que me compartieron algunas coincidían con el apego a la siembra: “nos identifica el campo y la cosecha del maíz ancestral, los productos que vienen de ahí, como los agaves, el chile y los frijoles”, me dijo un amigo originario del norte del país.
En contraste con la fantasía imaginada de una patria uniforme, uno de los vasos comunicantes de una mexicanidad crítica y diversa, no nacionalista, puede ser la cocina, es decir, la relación que existe entre un origen campesino preponderante entre muchos grupos sociales y la diversidad de alimentos que pueden ayudar a respetar y disfrutar de muchas identidades sin jerarquizaciones. Ninguna emoción se mueve al escuchar el Himno Nacional, pero millones de fibras se activan cuando de comer se trata, sin que esto se limite a ciertos platillos o a ciertas fechas. La comida y su riqueza existen todos los días de nuestra vida en todos los territorios comprendidos dentro de lo que hoy es México. Ha sido una victoria popular y gracias a ello es que sí representa una posible identidad común.
Sin embargo, no todo en la nomenclatura patria es ajeno a las simpatías actuales. Existe un elemento que sí fue mencionado en repetidas ocasiones como un posible símbolo que generaba simpatía e identidad: el águila parada en un nopal devorando una serpiente. Me lo dijeron en el norte, en el centro, e inclusive en el sur y en las penínsulas. “Se trata de un símbolo que es más antiguo que la Conquista, algo que viene de mucho antes, hay muchas maneras de representarlo”.
En la desilusión del proyecto de nación que se trató de imponer desde el siglo XIX, los intentos por construir una contranarrativa o por conservar ciertos símbolos o anclajes identitarios han reconocido al águila, el nopal y la serpiente, no sólo como la señal que buscaban las tribus procedentes de Aztlán, sino como una posibilidad en la que pueden converger distintas culturas que comparten el mito de la fundación y del peregrinar, sin importar que las culturas y pueblos sean sedentarios o nómadas. Como todas estas historias de los pueblos han sido constantemente negadas y desvirtuadas, la terquedad ha hecho que se niegue también, con la misma intensidad, un origen basado en el mito del mestizaje. Algún instinto de conservación hace remontar al pasado lejano en donde no existía México ni guerra de conquista, ni historia nacional, una época que –aunque con sus contradicciones y fatalidades incluidas– ahora es leída –al menos entre quienes fueron mis interlocutores– como un pasado más diverso.
Estos son sólo apuntes que me remiten a que la patria, en efecto, sólo está en la imaginación. Afuera, en la realidad, existe, además de las identidades compartidas y las gastronomías disfrutables, un común denominador que nos atraviesa a la mayoría –me atrevo a decirlo– sin importar el lugar en donde vivamos y la edad: la lucha por una vida mejor y los intentos del propio Estado mexicano por reprimir y frenar cualquiera de estos esfuerzos.
¿Hoy lo que nos une es México?
Quienes me confiaron su falta de identificación con los símbolos patrios y con la celebración de la Independencia también me señalaron que el problema no radica en sus elementos estéticos sino en su origen. “Se concentran bastante en alimentar una identidad mestiza que históricamente ha servido para legitimar grupos de poder que manejan o han manejado la vida política y el territorio”, me explica en un mensaje de Whatsapp un reportero originario de la Huasteca potosina.
Todo lo que se celebra oficialmente en este país tiene una narrativa que apunta al beneficio de estos grupos de poder y tiene, además, un correlato de las fuerzas sociales que realmente intervinieron, las formas en las que lo hicieron y los resultados reales. Un ejemplo claro de ello son las Leyes de Reforma, emitidas y defendidas a capa y espada por el gobierno de Benito Juárez. Según el relato oficial, uno de los principales efectos de este aparato jurídico fue restarle a la Iglesia la acumulación de bienes y, por lo tanto, poder. Si pusiéramos atención a la memoria oral en los pueblos campesinos de este país escucharíamos constantemente que, si hubo un momento en el cual se gestó un despojo feroz para privatizar tierras comunales y desestructurar comunidades de pueblos originarios, fue precisamente el que se generó en el marco de estas leyes.
¿Y quién está dispuesto a señalar públicamente que Benito Juárez fue uno de los principales responsables del despojo a las poblaciones campesinas? De hecho, el gobierno actual (no importa el año en que se lea esto ni el partido o persona que gobierne) sostiene su legitimidad en las ideas de progreso y desarrollo enarboladas también por Juárez, a su modo, en su intento por consolidar el Estado-nación mexicano y, por lo tanto, el sistema de explotación capitalista.
Frente a quienes celebran el triunfo de los liberales contra los conservadores, las colectividades que sostienen este país saben que el discurso del progreso solo se desprende explotación y miseria para muchos, riqueza para pocos. Detalles más, detalles menos, eso ocurre también con el proceso de independencia de la Corona española, aunque las calles del México de 2023 sigan retacándose de banderas tricolor, en las escuelas se continúe hasta la náusea la formación militar y los honores a la bandera, y se imponga esta fea ceremonia de El Grito junto con el desfile de las Fuerzas Armadas.
Dice Xóchitl Gálvez, candidata a la presidencia por el Frente Amplio por México, que “ahora lo que nos une es México”. No sé de qué estará hablando, aunque no es de sorprenderse que use frases como esta (y lo que se viene de parte de todas las personas candidatas) para tratar de engatusar a la gente, sus pocas ideas políticas son igual de falaces que las del resto de la clase política, incluyendo a les otres candidates. Lo que en realidad les une es la ambición y la necesidad de continuar con un proyecto económico en donde no estarán beneficiadas las personas de a pie y donde seguirán como aliados orgánicos los grupos paramilitares que llamamos cárteles.
Tan clara es esta continuidad que el discurso público y comercial está listo: son Spotify y TikTok los nuevos agentes de comunicación a través de los cuales se consolida una nueva identidad que, en efecto, sí compartimos en todo el país: vivimos en un contexto bélico, en una guerra en la que mueren y desaparecen personas en total impunidad como resultado de una estrategia económica afinada día con día desde el Estado.
La música –corridos tumbados– que tanta polémica causó fue fácilmente asimilada, no porque hablara de una realidad inventada sino precisamente porque expresa lo que es vox populi: que el modelo para salir adelante está en la normalización de la violencia y en asumir que vamos a tener que ser partícipes, por omisión o por comisión. Más que señalar a los cantantes y autores de esta música tumbada y bélica –quienes al menos hacen amenas las fiestas– deberíamos de señalar al Estado mexicano como responsable de que se perpetúe el revisionismo en la historia, la violencia en las calles y la polarización en la opinión pública.
En las conversaciones que precedieron a este texto cada uno de los entrevistados me fue dando una suerte de lista con los elementos que sí les representan una identidad específica y que de alguna manera les dan agencia desde una mexicanidad no nacionalista. A continuación, pongo los que coincidieron en todas las personas:
- la Revolución Mexicana,
- la lucha de Emiliano Zapata,
- los pasamontañas y la lucha zapatista actual,
- la Virgen de Guadalupe,
- las distintas músicas en cada región o cultura,
- las cocinas,
- las luchas por la tierra.
Aquí se asoma una suerte de resistencia transversal, una que a veces hace mucho ruido y a veces camina silenciosa.
Lo que sí es seguro es que antes que ser mexicanes y asumir el discurso colonial que viene detrás, millones nos sentimos nahuas, huastecas, mayos, yaquis, triquis, mixtecos, michoacanas, sonorenses, mayas, norteñas, veracruzanos, tamaulipecas, cucapás, o cualquier nombre con el que nuestra historia nos haya dotado de una identidad. También es cierto y palpable el reconocimiento que tenemos al ser parte de la conjunción de muchos procesos sociales, de estar en la lucha, de andar trajinando, de sobrevivir día con día, de la chinga o la ley de Herodes. Siempre que pregunto sobre México, la respuesta es contundente: ¿me lo repite por favor? EP
El título de este texto es una frase que fue usada originalmente en la portada del número 9 de la revista Cartucho, elaborada por el Cráter Invertido. Al momento de escribir este texto, el sitio web no estaba disponible para consultar la revista.
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