En este texto, Johana Navarrete reflexiona sobre ciertos problemas que las personas migrantes pueden enfrentar debido a las políticas nacionalistas e identitarias de algunos países.
Nacionalismos y exclusiones: correlatos alrededor de la migración
En este texto, Johana Navarrete reflexiona sobre ciertos problemas que las personas migrantes pueden enfrentar debido a las políticas nacionalistas e identitarias de algunos países.
Texto de Johana Navarrete 11/09/23
“Las fronteras están diseñadas para definir los lugares que son seguros de los que no lo son, para distinguir el us (nosotros) del them (ellos). Una frontera es una línea divisoria, una fina raya a lo largo de un borde empinado. Un territorio fronterizo es un lugar vago e indefinido creado por el residuo emocional de una linde contranatura. Está en un estado constante de transición.
Gloria Anzaldúa, Borderlands/La Frontera: The New Mestiza
Migrar es un derecho y aun así se puede convertir en un proceso doloroso que implica atravesar no sólo fronteras físicas, sino luchar con fronteras identitarias. El texto de Gloria Anzaldúa arriba citado nos recuerda la forma en que las fronteras pueden ser porosas, pero siguen allí, delimitando formas de normalidad y homogeneidad que son fundamentales para sostener al nacionalismo como un aparato ideológico de identidad y pertenencia, y un vehículo de distinción de lo otro, del afuera, de lo ajeno.
Algunas tragedias recientes nos recuerdan qué tipo de exclusiones y discriminaciones pueden tener lugar en las fronteras y cómo las naciones deciden quiénes pueden “legítimamente” habitar sus territorios. Por ejemplo, en México, en marzo de 2023, ocurrió la muerte de cuarenta personas migrantes en Ciudad Juárez que estaban bajo la responsabilidad del Instituto Nacional de Migración. Igual de alarmante fue, en 2010, la masacre de 72 personas migrantes en San Fernando, Tamaulipas. En Europa, cien personas fallecieron en la costa de Melilla en junio de 2022, a quienes los gobiernos de España y Marruecos les negaron protección; asimismo, más de cien personas murieron en un naufragio en las costas de Grecia hace unos pocos meses a la vista de las autoridades policiales; y podemos mencionar el “Bibby Stockholm”, la cárcel flotante que Reino Unido diseñó para personas migrantes. En varios contextos encontramos múltiples formas en que los medios de comunicación transmiten ideas sobre “invasiones migrantes”, sobre el “descontrol” y sobre la “ilegalidad” de las movilidades.
Quizás lo más paradójico es que estas restricciones a la movilidad ocurren en contextos de profunda globalidad y ruptura de barreras en distintas dimensiones de la reproducción social. Entonces, ¿por qué la migración, como fenómeno inherente a la formación de las sociedades que amplía la diversidad, es vista como un productor de caos?; o bien, ¿en qué casos particulares la migración se convierte en un catalizador de procesos de discriminación y segregación?
La respuesta no es fácil ni unidireccional. Sin embargo, un elemento fundamental en esta discusión es la forma en que se ha naturalizado y fortalecido el nacionalismo como un relato común sobre las identidades y los valores que dan forma a los Estados y a quienes los habitan. Esta “historia común” ha logrado permear distintos mecanismos de relación entre la gente y ha establecido límites claros sobre lo que es admisible o no para este proyecto “comunitario” de sociedad. El gran inconveniente de esta discursividad grupal es la idea de que la sociedad está acotada a identidades homogéneas, pues regiones como América Latina y el Caribe, por ejemplo, se encuentran fuertemente ancladas a la reproducción de la colonialidad mediante la valoración de figuras como la democracia racial, la invisibilización de la diversidad identitaria y la exaltación de formas de civilidad que solo se alcanzan por medio de la blanquedad como orden social.
En esta idea de uniformidad, la diversidad identitaria que trae consigo la población migrante suele enfrentarse a los postulados de la pertenencia según valores centrales, únicos y constitutivos de los Estados-nación independientes. Por ello, se convierte en un reducto que debe gestionarse y gobernarse con el objetivo de fortalecer ciertos parámetros de reproducción social que aíslen el caos y fortalezcan la idea de unidad en un territorio delimitado. Esta situación le ha permitido a los nacionalistas radicales construir un fetiche alrededor del territorio nacional, entendido como un santuario que debe ser defendido incluso por encima de la vida de las personas migrantes.
Bajo esta premisa, la migración se convierte en un instrumento de disrupción que desafía diversas estructuras de orden social e identidad. Es por ello que algunas naciones optan por establecer rigurosas pruebas de lealtad y adaptabilidad, y a menudo suprimen indicadores de diversidad en los ámbitos cultural, religioso y relacional. En muchos casos, recurren a estrategias de disuasión y atrapamiento que socavan la autonomía de las personas migrantes y las conducen hacia nuevas formas de expulsión. Otra táctica común es la implementación de medidas de regulación y “legalidad” que, lamentablemente, generan escenarios de segregación donde se minimiza la calidad de vida de estas poblaciones.
Todas estas medidas se aplican a pesar de que los flujos migratorios a menudo fortalecen los sistemas de producción, sostienen las economías locales y contribuyen al avance de la globalización y el desarrollo. Sin embargo, el temor irracional de algunos Estados-nación a perder soberanía y lealtad conduce a la negación de los derechos y al aumento de la desigualdad para estas poblaciones en condición de vulnerabilidad. Esta situación plantea desafíos cruciales en el ámbito de la migración que merecen una atención cuidadosa y un replanteamiento de políticas más justas y equitativas.
A pesar de que en México apenas el 1% de la población nació en el extranjero, también se hace evidente la reproducción de medidas que buscan restringir la migración. Estas medidas se basan, de manera implícita, en características que tienen que ver con la capacidad productiva de las personas y la intersección de sus identidades nacionales y étnico-raciales.
Es importante recordar que, en el siglo XX, México desempeñó un papel significativo como receptor de refugiados y asilados políticos. Durante ese periodo, se establecieron instituciones y políticas que contribuyeron al avance de los derechos de estas poblaciones. Sin embargo, al mismo tiempo, se impusieron restricciones basadas en factores como la identidad religiosa, étnico-racial y cultural, las cuales promovían la noción de que solo ciertos grupos de extranjeros eran compatibles con el proyecto nacional.
Estos discursos sobre un tipo de migración favorable, orientados por medio de fundamentos étnico-raciales, son factores que profundizan la operación del racismo y la xenofobia como estructuras de exclusión y segregación. La reproducción y normalización de estereotipos etnocéntricos ha potenciado prejuicios alrededor de determinadas nacionalidades e identidades étnico-raciales, y ha propiciado su esencialización para ubicar a las personas migrantes en categorías que legitiman o no su tránsito y establecimiento en el país. A esto se suma la ambivalencia y discrecionalidad de la política migratoria frente a determinados flujos migratorios, identidades étnico-raciales y lugares de nacimiento que pueden ser leídos como amenazas para la seguridad y el bienestar de la nación y su ciudadanía.
Desde mi propia experiencia como mujer migrante, y a partir de las historias compartidas por otros migrantes con quienes he tenido la oportunidad de dialogar en el marco de mi investigación, he sido testigo de diversas estrategias relacionadas con la admisión y la contención en el país, a la par de la producción de una serie de procesos de permanencia que tienen que ver con el aprovechamiento de la extranjería en determinados espacios de relación, como el laboral y el familiar. Estos son entornos donde los estereotipos y prejuicios se intensifican, dando lugar a una serie de procesos de interpelación. Mediante algunos de estos procesos poblaciones migrantes logran movilizar su identidad y adquirir las herramientas necesarias para mantenerse y lograr una integración más efectiva en la sociedad mexicana.
Uno de los aspectos que resalta con mayor fuerza entre las personas migrantes es la discriminación vinculada al tipo de migración y al lugar de nacimiento. Esta problemática se ve exacerbada por los medios de comunicación, que a menudo publican titulares donde se estigmatiza la migración en tránsito. Estos medios crean una conexión entre la percepción racial y las circunstancias sociales y materiales específicas que, lamentablemente, legitiman formas de exclusión y discriminación.
Estos prejuicios se ven fortalecidos por la manera en que se gestionan estos flujos migratorios. A pesar de los esfuerzos por implementar medidas de protección y ampliar la atención a las solicitudes de refugio en el país, la cobertura sigue siendo insuficiente, y la infraestructura y los procedimientos de integración temporal resultan ineficaces. Además, el aumento en las detenciones y deportaciones se considera un indicador del éxito de la política migratoria, lo que refleja su objetivo de preservar la soberanía nacional.
No obstante, estos controles y medidas restrictivas también operan para las personas migrantes que han decidido residir en el país. En el año 2020, el número total de personas nacidas en el extranjero representó apenas el 1% de la población del país, y aproximadamente el 70% de ellas nacieron en Estados Unidos. De este grupo, más de la mitad son niños, niñas y adolescentes, hijas e hijos de personas mexicanas que regresaron al país, ya sea de manera voluntaria o forzada.
Si bien esta población requiere de protección y atención especial para lograr una integración rápida y exitosa, la presencia de lazos familiares puede facilitar en cierta medida este proceso. Sin embargo, la situación se torna más desafiante para aquellas personas migrantes que llegan al país por motivos relacionados con el trabajo, la educación, la reunificación familiar y otros propósitos. Para muchos de ellos, enfrentar los procedimientos y cumplir con los perfiles exigidos por las autoridades migratorias se convierte en una tarea agotadora. Esto se debe, en parte, a que las características y calificaciones requeridas por las regulaciones migratorias cada vez se ajustan menos al perfil promedio de las personas inmigrantes.
Este enfoque normativo refuerza las barreras que impiden el acceso a múltiples derechos que dependen de la regularización migratoria, lo que plantea desafíos significativos para aquellos que buscan una vida digna y una plena integración en el país.
A pesar de estos procesos de contención migratoria, incluso cuando existe la intención de permanecer y establecerse, muchas personas migrantes logran construir proyectos de vida y tejer relaciones sociales que les permiten reconciliar los procesos de transformación e interpelación que la migración trae consigo. Las experiencias de algunas personas migrantes muestran que los sentimientos positivos o favorables alrededor de la integración están relacionados con el respeto de sus derechos en un contexto más amplio y las posibilidades de lograr estabilidad económica de manera rápida y de agenciar su reconocimiento identitario. Sin embargo, también ponen de manifiesto que lograr esta estabilidad no sólo depende de las capacidades individuales, sino de cómo la sociedad mexicana percibe su movilidad, su lugar de nacimiento y su identidad étnico-racial.
Por lo tanto, para México resulta de suma importancia explorar alternativas más flexibles en la concesión de estatus migratorios, con el propósito de reducir la precarización que enfrentan las poblaciones migrantes y sus familias. Esto, a su vez, contribuirá a erradicar las formas de discriminación y a crear entornos de bienestar, tanto para la población extranjera como para la mexicana. Es un paso fundamental hacia una sociedad más inclusiva y justa. EP
Referencias
- Anzaldúa, Gloria, (1999), Borderlands-La frontera, San Francisco, CA, Aunt Lute Books.
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