La novela es una máquina de dudar: Entrevista con Vicente Alfonso

Conversamos con el escritor mexicano Vicente Alfonso, quien recientemente publicó La sangre desconocida (Alfaguara, 2022), ganadora del Premio Nacional de Novela Élmer Mendoza (2021).

Texto de 21/01/23

Conversamos con el escritor mexicano Vicente Alfonso, quien recientemente publicó La sangre desconocida (Alfaguara, 2022), ganadora del Premio Nacional de Novela Élmer Mendoza (2021).

Tiempo de lectura: 6 minutos

Vicente Alfonso (1977) nació en Torreón, Coahuila. Es narrador, editor y periodista. Su trabajo ha recibido distintos premios, como el Premio Nacional de Cuento María Luisa Puga 2009 por Contar las noches, el Premio Nacional de Literatura Policiaca-IPAX 2008 por la novela Partitura para mujer muerta, así como el Primer Premio Iberoamericano de Periodismo Ciudades de Paz y el Premio Armando Fuentes de Periodismo Cultural.

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Gina Velázquez (GV): Por las semblanzas, sabemos que eres narrador, periodista, editor… más allá de definiciones, ¿cómo te presentarías a los lectores?, ¿cómo terminaste dedicándote a la literatura?

Vicente Alfonso (VA): Hay rasgos que siempre destaco de por qué me volví escritor. El primero es que cuando era niño, mi madre era jueza. Eso me marcó porque cuando yo estaba de vacaciones, me iba con ella al juzgado; yo aprendí a leer ahí. En el primer piso, había una librería que yo agarré de biblioteca; también me iba a leer al archivo, leía expedientes. Creo que me marcó el formato del expediente, que es una serie de testimonios que están en conflicto, que cuentan un hecho de diferentes maneras y que dan diferentes versiones de los hechos. 

Me impresionaba mucho que mi madre fuera la responsable de decidir quién de todos ellos estaba diciendo la verdad, si es que uno solo estaba diciendo la verdad; porque a lo mejor había parte de verdad en uno y en otro. Desde que tuve uso de razón y comprendí las implicaciones de eso, solía preguntarle cómo le hacía para no equivocarse. Y me impresionaba que ella me decía: “probablemente me equivoco; más bien, es casi seguro, porque todos cometemos errores, pero trato de hacerlo lo mejor posible”. Entonces mi madre pasaba muchísimas horas estudiando los casos, pidiendo asesorías, yendo ella misma a preguntar, allegaba elementos con expertos en muy distintas materias. Incluso, tenía su placa —eso es algo que casi nunca cuento—: mi madre era una especie de detective. Creo que mis obsesiones literarias vienen de ahí. 

Mi padre también era abogado, era maestro rural y organizaba a los campesinos; les ayudaba. Por ejemplo, recuerdo muchas temporadas en las que íbamos a los campos a pizcar algodón, allá en La Laguna de Torreón, y recuerdo a mi papá organizando a los campesinos para que les instalaran una despepitadora. Esas cosas me marcaron mucho de niño.

Creo que escribo por razones muy distintas a las que otros escritores cuentan: “yo provengo de una tradición de mucho refinamiento y excelencia artística…”. Si bien mis padres son lectores de toda la vida, creo que yo me metí a la literatura a partir de esas experiencias vitales, donde el testimonio era una parte fundamental de la construcción de la realidad: esas son mis obsesiones literarias. Soy un autor que siempre está reporteando sus temas; me gusta ponerlos sobre la mesa y reproducir esta dinámica. Mis novelas son, de alguna manera, expedientes donde al lector le toca jugar ese papel de lector privilegiado o de juez. Mis lectores deciden cuál es la verdad; entre comillas, por supuesto, porque ya no podemos hablar de verdad absoluta.

GV: ¿Cómo fue el proceso de escribir La sangre desconocida?

VA: Reescribí once veces la novela, en un periodo de siete años. Es una novela que fui trabajando en distintos momentos, incluso la empecé antes de terminar Huesos de San Lorenzo (Tusquets, 2015), la interrumpí para hacer un libro de crónicas que se llama A la orilla de la carretera (UANL, 2021). Creo que la principal dificultad era esta congruencia entre fondo y forma; la forma es compleja, pero mi maestro Vicente Leñero decía: “Las novelas más fáciles de leer son las más difíciles de escribir”. Yo quería dar con un andamiaje narrativo que volviera al lector, que lo involucrara y lo obligara a hacer estos posicionamientos y juicios; intenté muchas formas distintas.

“Yo quería dar con un andamiaje narrativo que volviera al lector, que lo involucrara y lo obligara a hacer estos posicionamientos y juicios”.

Por otro lado, también fue el tema de trabajar la historia para que quedara redonda, pero que no fuera explicativa. Traté de disponer los elementos para que fuera el lector el que estableciera la conexión entre las distintas líneas. La novela recorre tres líneas que parecen al principio estar muy lejanas, y conforme avanza vamos viendo que se conectan estas líneas; es una especie de tejido, pero corresponde al lector tejerlas. Entonces yo volvía una y otra vez a cómo adecuar esta forma y el fondo. En ese sentido, sí cambié varias veces la anécdota, y cada vez que uno mueve una pieza, hay que acomodar lo demás. Por eso la reescribí once veces; me tardé, pero llegué.

GV: Uno de los temas que abordas en tu novela es el de la legalidad, ¿por qué consideras que actualmente debemos reflexionar en torno a esto?

VA: La legalidad es algo que es volátil y cambiante. Las reglas que tenemos como sociedades son producto de debates en constante desarrollo, porque siempre se cita la ley; nuestros funcionarios o cualquiera de los actores políticos de una sociedad invocan la ley como si estuviera escrita en piedra. Uno de los puntos de la novela es esta propuesta de ver nuestras leyes, este concepto de legalidad, como algo muchísimo más dinámico. En algún momento de la novela, hay dos personajes platicando, una norteamericana le dice a una mexicana: “mi bisabuela podía tener esclavos, pero no podía votar”. Entonces quién decide qué es legal y qué no. 

En los años veinte del siglo pasado, hace un siglo, beber alcohol era ilegal; el tema del aborto en Estados Unidos, en estos últimos meses, va de regreso hacia la ilegalidad aunque era una conquista de las luchas feministas. Es un debate constante y son frentes que todo el tiempo se están peleando. Entonces digamos que una legislación es eso: una instantánea de un momento en una sociedad. Todos esos frentes están en constante disputa y son producto de lo que nosotros mismos hacemos. Esa es mi propuesta desde esta novela; es decir, así como nuestra percepción de la realidad es un tejido de subjetividades, también lo es lo legal en una sociedad específica, en un momento específico; es un castillo de naipes que en un momento cambia y es de otra manera. 

Con esta novela pretendo, sin dar moralejas, hacer la invitación a que lo que consideramos legal deba ser un asunto práctico e inmediato, en donde todos estemos involucrados, que no sea un monolito que todos respetamos y que nadie sabe de dónde vino. Y esto aplica no sólo a la legalidad, sino también a las instituciones. Por ejemplo, el concepto de familia de esta generación no es el mismo de nuestros padres, y antes de ellos, el de nuestros abuelos. El paso del tiempo va cambiando ese tejido, y tenemos resistencias inexplicables para poder adaptarlo. Quizá ese sería un primer punto de partida para decir: “vamos discutiéndolo con más fluidez”.

GV: En una época en la que hay un exceso de historias en redes sociales, series documentales, etc., ¿por qué consideras que la literatura sigue siendo necesaria?

VA: Yo creo en la novela como un laboratorio de exploración de la realidad. He vuelto mucho a un ensayo de Juan José Saer que se llama El concepto de la ficción, en donde dice que la ficción no es lo contrario a la realidad, sino su complemento: nos permite profundizar en la realidad, aproximarnos de maneras que la no ficción no nos permite. Yo creo en la novela bajo esas premisas. La novela es una máquina de dudar: nos enseña a dudar, a ver la realidad desde una perspectiva crítica. No quiero decir que esto no se pueda lograr en un tuit (hay tuits buenísimos), pero la novela nos permite esto que comentaba del expediente; es decir, yo puedo ver un testimonio e inmediatamente después viene otro testigo que nos da su versión de los hechos, entonces me acostumbra a dudar, a ver con ojos críticos y llega un momento en el que la visión de uno está permeada por ese modo crítico. Mi aspiración es que los lectores puedan compartir esa perspectiva crítica y que esa perspectiva crítica no sólo esté presente al momento de leer novelas, sino al momento de leer la realidad. No quiero dar moralejas, soy enemigo de las moralejas y las conclusiones. Quiero todo lo contrario: no hay una sola lectura de la realidad, hay muchas lecturas distintas y posibles. Creo que a la fecha no se ha inventado nada mejor que la literatura para eso, para hacer una especie de laboratorio donde podamos ponernos en los zapatos de los demás.

“La novela es una máquina de dudar: nos enseña a dudar, a ver la realidad desde una perspectiva crítica”.

GV: Faulkner afirmaba que un escritor no necesita la libertad económica, sólo necesita lápiz y un poco de papel; aseguraba: “Un buen escritor nunca presenta una solicitud a una fundación, ya que está demasiado ocupado escribiendo algo”. Tú eres un escritor que ha sido muy reconocido con distintos premios desde tu primera novela y, por ejemplo, has sido becario de la Fundación para las Letras Mexicanas o del Sistema Nacional de Creadores, ¿es el nuestro un mundo distinto al de Faulkner?, ¿qué le responderías a su afirmación, si pudieras?

VA: El mismo Faulkner dijo —quizá es lo más citado— en una entrevista con la célebre Paris Review, que el trabajo ideal y el ámbito ideal para los escritores era vivir en un burdel, porque tenían fiesta por las noches y tranquilidad por las mañanas. Por las noches, podían interactuar con distintos grupos sociales, adquirir historias interesantes, escuchar muchas formas distintas de hablar; y por las mañanas, tenían la tranquilidad para poder escribir. Es una simplificación, por supuesto; Faulkner era muy así. Entonces yo creo que por las mismas razones que él aconsejaba vivir en un burdel, podríamos recomendar tener becas: dan cierta tranquilidad y permiten ir en busca de historias.

Creo que las becas son estímulos, no consagran a nadie, pero sí permiten la tranquilidad como para decir: “este año me puedo dedicar a escribir esta historia”. Son apuestas a mediano y largo plazo. Yo agradezco mucho a las instituciones que han confiado en mí para escribir novelas, y quiero pensar que justamente se traducen en libros terminados, porque luego es muy triste tener becas y que no se terminen los libros. Creo que ese es el peor escenario que podemos imaginar, porque detrás de nosotros vienen otras generaciones; entonces en la medida en que este esquema de mecenazgos y de apuestas dé frutos, podemos pensar que es dejarle la puerta abierta a los que vienen detrás. EP

DOPSA, S.A. DE C.V