Humberto Bezares Arango escribe una reseña de «El siglo solitario», un libro editado por Zopilote Rey en 2021.
La palabra justa. Una reseña del libro El siglo solitario de Guillermo Santos
Humberto Bezares Arango escribe una reseña de «El siglo solitario», un libro editado por Zopilote Rey en 2021.
Texto de Humberto Bezares Arango 11/08/22
Aquí puedes leer un fragmento del libro.
En un tiempo en el que se escribe más de lo que se lee –una degradación por multiplicación en la que Twitter produce un raudal de aforismos, tan efímeros como amenazadores– parece una tarea insensata ensayar un libro que rehúya de la facilidad de la opinión para buscar la realización estética en la literatura. Labor crítica frente a una sociedad que entroniza lo masivo y su canon, más sutil pero también más despiadado que cualquier otro del pasado: el canon de las ventas.
El siglo solitario (2021) de Guillermo Santos (Oaxaca, 1989), publicado por la editorial Zopilote Rey —proyecto literario y cultural arraigado en Oaxaca—, es esa obra que merece el título de “insensata” a fuerza de romper con la mentalidad que ven en la pasión lectora y el cultivo de la buena escritura una ociosidad que se contrapone al principio de la eficiencia económica. Escribir, y más aún hacerlo con el celo mostrado por Santos en estos ensayos, es un auténtico nadar contra la corriente de un tiempo que nos impele a la productividad y una moralidad entendida como “hacer dinero” –“to make money”.
Se percibe una gran madurez en los retratos literarios que se esbozan en las páginas de El siglo solitario: ensayos cruzados por la biografía, la reflexión literaria, la historia europea y la introspección filosófica en los que convergen decenas de volúmenes que habitan los estantes de las bibliotecas del IAGO, y otros tantos más, herencia del maestro Francisco Toledo para una generación que encontró en este espacio una salida a la trampa del estancamiento social y la anemia cultural.
En sus páginas convergen la reflexión crítica y la sensibilidad estética, plasmadas en un estilo muy particular, brillante en su brevedad profusamente documentada sin caer en los excesos de una erudición abrumadora. Santos recorre los días más aciagos del siglo XX europeo a través de los ojos y la palabra escrita de cinco personajes excepcionales: el novelista austriaco Thomas Bernhard, creador de una bella y tormentosa literatura rica en “oraciones cuyo pronunciamiento sería para algunos un conjunto de frases que solamente un moribundo o un loco es capaz de decir”; el laureado Nobel de literatura, el húngaro Imre Kertész, sobreviviente del holocausto en cuya escritura se realiza la máxima que rigió la vida de su autor: “sentir profundamente la existencia individual”; el escritor alemán W. G. Sebald, constructor de ruinas que erigió monumentos perfectamente ordenados con los ladrillos de la sinrazón que le vio nacer y crecer; la pensadora y mística francesa Simone Weil, alma luminosa y atormentada, compasiva al borde de la inmolación, que “quería curar la tristeza del mundo pero era incapaz de curar la suya”; y el escritor, entomólogo y condecorado soldado alemán Ernst Jünger, uno de los “testigos del siglo” más excepcionales tanto por su longevidad como por su cercanía al oscuro abismo abierto en la historia occidental por el nacionalsocialismo.
Con un estilo sobrio que en su búsqueda de la palabra justa raya la pulcritud de la escultura —diligencia que se extiende al cuidado en el diseño del libro con los collages de Jesús Martínez que acompañan las disertaciones—, Santos traza postales, más cercanas a la entomología –herencia jungeriana– que a la biografía, de estos europeos solitarios. Mezcla de collage y la mirada de un crítico de arte, se recogen fragmentos de cinco vidas que estuvieron muy cerca del caos y la barbarie del periodo al que Eric Hobsbawm llamó “la era de las catástrofes” –Kertesz conoció los patios de Auschwitz y Jünger combatió en varios frentes del ejército alemán en las dos grandes guerras–. Adolf Hitler es, inevitablemente, un nudo en el que se cruzan los hilos de una narración que atraviesa ruinas históricas mientras repasa las obras de estos insignes escritores cuya soledad fue más literaria que física, pero una soledad al fin. ¿Y qué soledad más grande existe que la de aquel que se refugia en la escritura para hacer tolerables los horrores del mundo?
Se inscriben al inicio de El siglo solitario estas palabras del novelista húngaro Sandor Marai que son, cual oráculo de Delfos, advertencia para quien decida adentrarse en sus páginas: “en la literatura solo existen los solitarios”. Pero el arte, así lo creo, no puede ser sólo condena: hay en la lectura una suerte de redención, incompleta como toda redención terrenal pero no por ello menos necesaria, que nos salva del solipsismo: nos adentramos en sus líneas como solitarios, pero pronto descubrimos una inusual compañía en las postales cinceladas por Santos; un encuentro cara a cara a través de la literatura que, si tenemos la sensibilidad suficiente, nos ofrece una salvación, aunque sea momentánea, a la soledad del condición contemporánea: un alejamiento digital por atomización de las masas humanas (Sloterdijk) que nos incapacita para reconocernos en el espejo de otras experiencias, otros saber, otras vidas, otras letras.
El Siglo Solitario es, de alguna manera, ese espejo que un su lejanía espacio temporal revela una acercamiento espiritual, una remanencia de la catástrofe que resuena aún en nuestros siglo XXI, lejos de las guerras mas no del estruendo, pero también un reconocernos en las experiencias y duelos de estos notables personajes. Un espejo roto cuyos fragmentos reflejan los momentos más oscuros de un siglo terrible a través de cinco almas que, a su manera y con sus letras, lo iluminaron. Hoy vuelven a brillar, aunque sea por un momento, en el instante revelador de la literatura. Una luz para todo aquel capaz de desprenderse de la vida efímera y consagrarse a la lectura de esta lúcida obra que en su brevedad oculta el tremendo esfuerzo de un solitario en búsqueda de la palabra precisa y la compañía de almas transustanciadas en tinta y papel. EP