¿Volver a casa o saltar al agua?

En este ensayo, Raúl Motta nos lleva de viaje por las palabras, el viaje del héroe y la literatura.

Texto de 14/07/22

En este ensayo, Raúl Motta nos lleva de viaje por las palabras, el viaje del héroe y la literatura.

Tiempo de lectura: 9 minutos

“Quien come del fruto del conocimiento es siempre expulsado de algún paraíso”.

― Melanie Klein

Las personas nos gestamos dos veces: la primera en el vientre de nuestras madres y la segunda en el interior del lenguaje. La expresión «lengua materna» es en sí misma una manifestación de que heredamos las palabras, pero tenemos que nacer en el lenguaje. Encontrar la poesía que pueda nombrar aquello que somos es un viaje de descubrimiento, un deseo de apropiación simbólica del mundo. El lenguaje es la casa que nos edificamos para poder habitar la realidad. Cada una de las palabras con la que está construida aquella casa dice más sobre nuestra identidad de lo que puede decir sobre el mundo. Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado y las palabras no guarecen, yo hablo, escribió Alejandra Pizarnik. Eso es la poesía: todo aquello que queda fuera de la casa del lenguaje. La parte no domesticada del habla, lo que no puede ser nombrado, lo que se esconde detrás del grito, del aullido y del gemido. Con frecuencia las palabras sólo son palabras. Otras veces, no: algunas veces poseen la capacidad de abrir todo un mundo, dar realidad a cosas que siempre han estado suspendidas en el horizonte de nuestra conciencia, fuera de nuestro alcance, piensa Peter Kingsley.  Los cantos de nuestro hogar de palabras fueron recogidos de distintos lugares, poco a poco, con cada viaje, escogidos por sus bordes, por sus formas, por lo que significan y los momentos que representan en cada uno de nosotros. Los cantos cantan la realidad.  Esas piedras se han ido puliendo con el tiempo en un río secreto al interior de la consciencia. En mi infancia, coleccionaba las piedras que iba encontrando en todos lados y que me gustaban. Nuestro idioma personal es una colección de piedras que vamos amontonando y que recogimos en el camino.  Llega un momento en que sentimos que la casa está terminada y nuestra realidad queda acotada en ese espacio lingüístico. Tendremos que arrojar al agua algunas de esas piedras, las heredadas, las que ya no nos dicen nada. Para que la casa del lenguaje no se vuelva una forma de la reclusión habrá que salir y buscar nuevas piedras. Emprender el viaje, abandonar la caverna, el paraíso, lo habitual.  Las palabras que forman nuestro lenguaje individual muchas veces no son capaces de representar lo que sucede en el mundo interior. Encontrar las palabras que puedan pronunciar nuestra identidad será necesariamente la consecuencia de tomar un riesgo y dejar la casa del lenguaje por un tiempo. 

“Emprender el viaje, abandonar la caverna, el paraíso, lo habitual.  Las palabras que forman nuestro lenguaje individual muchas veces no son capaces de representar lo que sucede en el mundo interior”.

La idea del viaje en occidente aparece en la historia de todas las sociedades como un método de aprendizaje. Las diferentes culturas se moldearon debido a los desplazamientos y al intercambio que les generaron. El mito, la literatura, la filosofía y la psicología no existirían como tales sin el concepto del viaje. El que viaja está a la búsqueda de algo, principalmente de sí mismo. Joseph Campbell entiende esta búsqueda de identidad en la mitología como una estructura narrativa recurrente en todas las culturas a la que nombró El periplo del héroe. El Kuros, o el héroe, se lanza a la aventura desde su mundo cotidiano a regiones de maravillas sobrenaturales, se tropieza con fuerzas fabulosas y acaba obteniendo una victoria decisiva para retornar a casa con el poder de la individuación. Esa necesidad de encontrar su ser interior obligará al héroe a abandonar su mundo conocido y pronto se encontrará en un mundo desconocido en donde tendrá acceso a una experiencia transformadora que al terminar la aventura le permitirá enriquecer su cotidianidad. El héroe también recoge las palabras que le dan nombre a las nuevas experiencias que va viviendo y las lleva de regreso a su lugar de origen. Enriquecer su lenguaje, es también enriquecer su realidad. La realidad es tan escueta o tan extensa como nuestra capacidad de nombrarla. El concepto antiguo de teoría está totalmente vinculado al concepto de viaje, la palabra teoría proviene de la palabra thea, que significa visión. El theoros o el teórico era un espectador que emprendía un viaje fuera de su ciudad con la finalidad de ver o participar en algún ritual o en una fiesta y volver a casa con un saber nuevo.  El fin o la utilidad de viajar a un lugar lejano era distanciarse de su hábitat, es decir, de lo habitual, de lo habitable, de la habitación, para experimentar la diferencia y lo distinto. Lo que el theoros contemplaba era un espectáculo que le añadía otra dimensión a su experiencia de realidad. La teoría es una forma específica de ver el mundo, con la intensidad de la primera vez, con la certeza de no conocerlo. La visión del theoros era una visión poética: no tenía referencias, lo que veía no sólo era experiencia sensorial, sino una experiencia de significado. La teoría en el arte es la búsqueda de una verdad estética. Esa es la abismal diferencia entre el viajante actual y el theoros; el viajante actual se conforma con perpetuar su identidad en la experiencia ajena y sólo participar superficialmente en ella. El teórico antiguo es el antepasado del filósofo clásico. El que busca conocimiento no conoce su destino último, se deja llevar sin seguir una ruta. La verdad no es un lugar: es una dirección. El teórico y el filósofo necesitaban vagar por el mundo para elaborar su teoría de realidad. El concepto de divagar conserva esa idea de desplazamiento sin rumbo, pero en el territorio del discurso y la imaginación. Eso es justo lo que estoy haciendo en este texto, dejarme llevar. En los capítulos cinco, seis y siete de la República, Platón define la teoría desde la diferencia entre lo sensible y lo inteligible. La actividad teórica para el filósofo ateniense se da en un espacio que no sólo no es habitual, sino que participa de un lugar que no es parte de este mundo, es un espacio trascendente e impersonal. En la alegoría de la caverna hay un viaje desde lo sensible, representado por la oscuridad, hasta lo inteligible, representado por la luz, que transforma a quien la mira y, por lo tanto, también transforma el entorno de ese mismo espectador.  Partida, experiencia, transformación y retorno son los elementos del viaje del héroe que no sólo revela una manera de narrar la realidad, sino también una forma de conocer y apropiarse del entorno. Tanto en la mitología, como en la filosofía y en la literatura se repite el concepto del viaje como una forma de acceder al conocimiento del mundo y de la naturaleza. La literatura ha sustituido históricamente la función del mito, que es la necesidad de descifrar los misterios del mundo para darle significado a nuestra existencia. Entendemos el mundo contándonos historias. En el acto de narrar se dirime aquello que queda dentro o fuera de la realidad y de la cultura. Que algo sea una realidad física no es el único criterio de verdad. También existen verdades poéticas, las cuales no pueden probarse ni entenderse, pero tampoco negarse como parte de la realidad. En lo literario se pone en juego lo que denominamos el espíritu humano y sus potencialidades. Una de las obras literarias que es el fundamento de la idea del viaje es la épica de Homero. Los dos grandes personajes de los poemas homéricos son Ulises y Aquiles. Ambos representan dos caminos distintos de un mismo viaje. Ulises es la encarnación del mito del viaje de regreso a casa, esa Ítaca que es el mundo habitable y sensible. Como escribió Borges: “Cuentan que Ulises, harto de prodigios, lloró de amor al divisar su Itaca verde y humilde”. Ulises se devuelve a su lugar de origen triunfante de la batalla de Ilión. Su victoria en la guerra la consiguió por sus argucias, gracias al pensamiento lógico. En el verso 200 del canto XII de la Odisea es la primera vez que aparece en el mundo griego la voz «análisis», escribió Pascal Quignard. Ulises es desatado del mástil por Euríloco y Perímedes que tenían los oídos taponeados por la cera que fue cortada con un cuchillo de bronce en un pastel de miel. Entonces el primer análisis catalogado es el momento en que se aflojan los nudos de Ulises y sobrevive al canto de las sirenas. Ulises se ata a lo que conoce para experimentar lo desconocido. No se arriesga, se pone a resguardo. Analizar es desatarse después del encantamiento, que es ya demasiado tarde. La vocación es el llamado al cual no te puedes negar sin perderte a ti mismo, es parte de un viaje sin vuelta atrás. Arrojarse al agua siguiendo la voz de las sirenas es lo contrario al análisis; es la pasión. La palabra sieren deriva de cuerda, de atadura. Las sirenas te atan a tus pasiones y el análisis te libera de ellas. Ulises analiza para navegar la realidad. Aquiles en contrapunto es la encarnación de la visión estética, del viaje sin retorno. Antes de salir a Ilión, el hijo de Peleo ya sabía que no regresaría. Tetis, su madre, le hace saber de su destino trágico. La nereida le advierte a Aquiles del fin que le espera: si va a Troya, su nombre nunca será olvidado, pero su vida será breve. Si se queda, en cambio, vivirá muchos años, pero sin gloria. Sin vacilar, Aquiles opta por la vida corta y gloriosa. Aquiles escoge la belleza, la estructura estética de la trascendencia sobre la vida sin significado. Ulises es un intelectual; Aquiles, un artista. La vocación es un viaje sin retorno, el análisis es un viaje de vuelta a casa. La Ilíada y la Odisea revelan la transición jerárquica entre el pensamiento estético y el pensamiento pragmático de una cultura. El lento viaje del Mythos al Logos. No hay verdad sin pasión, hay conocimiento. Y no siempre todo lo que sabemos es verdadero. 

“La literatura es un viaje al centro de lo incógnito. Toda historia literaria es un ritual de viaje plagado de complicaciones”.

En la psicología, la individuación es también un viaje. Según Jung, el principio de individuación es aquel proceso que engendra un individuo psicológico; es decir, una unidad aparte, indivisible. Individuación significa llegar a ser un individuo y, en cuanto por individualidad entendemos nuestra peculiaridad más interna, última e incomparable, llegar a ser uno mismo. Sin embargo, el Sí-mismo comprende infinitamente mucho más que un mero Yo. La individuación no excluye al mundo, sino que lo incluye. Individuarse es dejar entrar al mundo por medio del lenguaje a la sensación del ser. El individuo debe seguir los pasos del héroe: partida, experiencia, transformación y retorno. Tendrá que enfrentarse a los símbolos inconscientes de la sombra del padre y alejarse de la placenta negra de la madre para terminar de nacer en el mundo. No es raro que el principio de individuación sea muy parecido al viaje de Campbell, porque el mito es la psicología antigua, la alquimia la psicología medieval y el psicoanálisis la psicología moderna. Uno de los mitos que le da visibilidad al principio de individuación está inserto en el código mítico del desierto. La historia de la pérdida del paraíso es un viaje de individuación. En el Génesis bíblico se describe que después de crear al hombre con polvo, Dios plantó un jardín paradisiaco en Edén, al oriente, e hizo brotar del suelo árboles cuyos frutos eran piedras preciosas deslumbrantes entre ellos el árbol de la ciencia del bien y del mal y el árbol de la vida. El río que regaba Edén se dividía en cuatro brazos. El uno se llama Pisón y rodea todo el país de Javilá, donde se encuentra oro, bedelio y ónice. Estos dos árboles simbolizan las dos posibilidades de un individuo, quedarse en casa, en el interior de la caverna, atado al mástil del barco o emprender el viaje. La creación de Eva por Dios a partir de la costilla de Adán es un mito que intentó establecer la supremacía del varón y enmascarar la divinidad de Eva y carece de paralelos en los mitos mediterráneos. Raphael Patai confirma que existe un juego de palabras con el término hebreo tsela, que significa costilla, pero también puede significar tropiezo o desgracia. Para Adán, Eva fue su caída de la gracia divina. El Edén es en el fondo un jardín de infantes. La necesidad de Adán de obediencia al padre resulta una conducta patética en términos psicológicos. Adán se rehúsa ha individuarse, es un niño eterno. No quiere, o no puede abandonar el estado paradisíaco por el miedo de perder los privilegios que le ha otorgado el Dios de la luz. La serpiente invita a Eva a la desobediencia, a conocerse a sí misma. El ritual de iniciación se inaugura con la desobediencia a lo impuesto y a lo heredado. Aquella serpiente dorada es la representación anímica de lo instintivo. De aquello que está en contacto con lo terrenal. Lo áureo de sus bellas escamas hace notar que la mente no racional es lo verdaderamente sagrado. La aparición de la serpiente es el nacimiento del Eros en la conciencia femenina. El pensamiento erótico es un acto de desobediencia, una curiosidad por el otro y por lo otro. La necesidad de saber es una derivación del erotismo. Eva escoge probar la manzana del árbol de la sabiduría a quedarse infantilizada para la eternidad comiendo el fruto de la obediencia. Decide escuchar a su instinto en forma de un animal que se arrastra. El fruto de esa desobediencia es el entendimiento de sí misma y de su deseo. Para singularizarse, Eva y Adán tienen que abandonar el jardín. Eva es la primera criatura en convertirse en un individuo en la mitología. Eva es entonces la madre del conocimiento. El conocer algo implica un abandono, una partida de todo estado de comodidad. El viaje no es sólo un desplazamiento en el espacio geográfico; es una experiencia iniciática. Necesitamos, para aprender, el contraste entre lo sabido y lo misterioso. Desde siempre hemos dividido la realidad mínimamente en dos, esta y aquella, lo que pensamos conocer y lo que no podemos entender. Descubrir y saber es deambular entre lo uno y lo otro. Los viajes, los sueños y sus historias han sido los formadores de las culturas. La escritura también es un acto nómada. Escribir no es solamente adosar palabras para contar una historia o delatar una música. Escribir es ingresar a la gruta del misterio y caminar a ciegas intentando palpar lo significativo. La literatura es un viaje al centro de lo incógnito. Toda historia literaria es un ritual de viaje plagado de complicaciones. Toda identidad es una traición. Todo conocimiento es una desobediencia. EP

DOPSA, S.A. DE C.V