Este libro, primera entrega de lo que será la trilogía “Estrella Oscura”, es heredero de dos tradiciones: la de los cuentos africanos orales y la de las sagas clásicas de autores como C. S. Lewis y J. R. R. Tolkien.
Marlon James y su fantástico Leopardo negro, lobo rojo
Este libro, primera entrega de lo que será la trilogía “Estrella Oscura”, es heredero de dos tradiciones: la de los cuentos africanos orales y la de las sagas clásicas de autores como C. S. Lewis y J. R. R. Tolkien.
Texto de Patrick Corcoran 18/07/19
En su novela Breve historia de siete asesinatos (A Brief History of Seven Killings, 2014), el jamaiquino Marlon James utilizó una estructura fracturada para afrontar varios temas actuales urgentes, desde la violencia criminal hasta la explotación periodística. Con una mezcla irresistible de patois caribeño y del inglés de la reina, James cocinó sus ideas a la perfección, creó un clásico moderno, obtuvo The Man Booker Prize en 2015 y se convirtió en uno de los personajes del momento en el mundo literario. Algo formidable. Pero el autor que llegó al acmé de su profesión a los cuarenta y cuatro años se enfrentó a un dilema: ¿Qué se puede escribir después de una obra maestra como ésa? La respuesta de James fue dar un giro radical y, como dijo en entrevista para The Wall Street Journal (28 de enero de 2019), “volver al mundo de la fantasía y escribir una big-ass epic [‘una grandísima historia épica’]”.
James ha logrado ese objetivo de sobra con Black Leopard, Red Wolf (2019),1 una novela “grande” por encima de cualquier otro adjetivo; de ambición grande, imaginación grande y, sin poder ignorarlo, también de defectos grandes.
Este libro, primera entrega de lo que será la trilogía “Estrella Oscura”, es heredero de dos tradiciones: la de los cuentos africanos orales y la de las sagas clásicas de autores como C. S. Lewis y J. R. R. Tolkien. En el centro de esta enredosa historia está una figura llamada simplemente el Rastreador. Nuestro protagonista, que también es nuestro narrador, se ganó ese apodo gracias a su prodigiosa nariz, que funciona como una especie de GPS orgánico. Debido a esta capacidad única, el Rastreador es invitado a formar parte de un grupo en busca de un niño que podría ser el verdadero rey de las Tierras del Norte (una entidad política que nunca queda muy bien definida, más allá de no ser el Sur).
James pone en el camino del Rastreador y sus compañeros una serie de monstruos que haría que Poe o Lovecraft estuvieran orgullosos, como un demonio hecho de relámpagos, unos científicos perversos que se especializan en experimentos humanos y un trío de hombres-hiena hermafroditas que violan a sus presas. Estas criaturas son terriblemente gráficas, retratadas en tecnicolor con una precisión milimétrica. Igualmente asombrosos son los sitios por los que pasan los personajes. El más inolvidable es una ciudadela en el aire que guarda un secreto en sus paredes. El lugar y sus habitantes merecerían su propia novela. Por más fantásticas que sean, el lector nunca duda de la veracidad de las creaciones, lo cual es prueba tanto de la grandiosa imaginación del autor como de su habilidad descriptiva. James ha creado un mundo que se siente original y real a la vez, cumpliendo así con el objetivo más básico de la fantasía.
En teoría, la búsqueda del niño rey es el propósito central de la historia, pero no es el motor del libro. No se trata del típico caso del rey al que se le ha arrebatado su corona, y su destino no inspira asombro ni miedo en los protagonistas, sino curiosidad e indiferencia. Los porqués de la desaparición del pequeño y las implicaciones de su regreso son borrosos. Por más que él sea una figura clave en las Tierras del Norte, se encuentra en un segundo plano durante la mayor parte de la novela.
En cambio, el tema central es la misantropía del Rastreador como estrategia de sobrevivencia en un mundo cruel. El protagonista nos informa en las primeras páginas que alguna vez tuvo un nombre, pero lo olvidó por falta de uso; una apta presentación para un hombre que ha sido rechazado y traicionado toda su vida, y que utiliza la enajenación como escudo. Este carácter se revela sobre todo en sus diálogos, en los que recurre a la amenaza como su principal medio de comunicación. Para citar un ejemplo:
—Pero ¿dónde está? Tienes mucho amor por el gato. ¿No sabes dónde está?
—No [responde el Rastreador].
—¿Ustedes dos no hablan?
—Mi madre o mi abuela, ¿cuál eres tú?
—Ninguna pregunta ha sido más fácil.
—Si quieres saber del leopardo, ve a preguntarle al leopardo.
—¿Tu corazón no sentirá cariño cuando lo veas?
—Cuando lo vea, lo voy a matar.
—Al diablo, Rastreador. ¿Quieres matar a todos?
—Asesinaré al mundo.2
A lo largo del libro, que contiene decenas de conversaciones similares, surgen dos problemas: primero, se vuelve monótono leer diálogos semejantes tantas veces. Como lector, no pude evitar un reclamo: “Ya lo entiendo, el Rastreador tiene un mal genio implacable, pero ¿para qué me lo sigue demostrando?”. Segundo, conversaciones como la citada tienen un tono adolescente y carecen del brío que típicamente caracteriza a la prosa de James. Sus personajes siempre han mostrado una facilidad para el insulto, pero hay una cierta torpeza en el discurso del Rastreador que es nueva. Quizás influye el entorno en el que la historia se ubica: es el primer libro de James que no se desarrolla en Jamaica, y da la sensación de que el autor no atina con la misma seguridad qué lenguaje usar en este mundo que él mismo creó.
Los diálogos absurdos hacen mancuerna con otros desaciertos, y en muchas partes la historia divaga hasta rozar la incoherencia narrativa. El lector se topa con una serie de imágenes o secuencias imborrables pero sin percibir un vínculo entre ellas. Esta falta de coherencia le quita seriedad e interés a los acontecimientos narrados, por lo que la sensación generada es más la de visitar una galería de arte que la de absorber un relato.
La ligereza con la que James presenta la violencia magnifica esa característica. La sangre es derramada a chorros en Black Leopard, Red Wolf, ya sea por puños, garras, flechas o espadas. Los personajes no solamente pelean con sus enemigos, sino también con sus amigos, sus amantes, sus clientes y con cualquier desconocido. Cabe destacar también que grotescas escenas de violencia sexual salpican las páginas del libro.
Es muy probable que esta tormenta de violencia vaya a provocar repulsión en algunos lectores; pero el problema no es la sangre en sí, sino que no tiene una conexión con emociones reconociblemente humanas. Las peleas no son consecuencia de discusiones en las que el enojo va en aumento, sino que simplemente suceden. Asimismo, el Rastreador no agrede a sus compañeros y a sus adversarios para facilitar que encuentren al rey perdido; para él, la búsqueda de éste parece ser más bien una excusa para aventar su hacha. Rápidamente la violencia pierde todo sentido y una muerte violenta representa una banalidad ya entrado el segundo capítulo.
La capacidad humana para la brutalidad siempre ha atrapado la atención de Marlon James, quien tiene un verdadero don para describirla y meditar sobre sus consecuencias. En este sentido, Black Leopard no es tan diferente de sus novelas anteriores, pero en The Book of Night Women (2009) —de la que todavía no hay traducción al español— los horrores sirven para convencer a la heroína de lo indefensa que es como esclava a inicios del siglo XIX, mientras que las matanzas en Breve historia de siete asesinatos son parte clave del desenlace de la historia y crean una tensión que invade todo y que perdura incluso después de que uno ha dejado de leer.
No sucede así en Black Leopard, donde la violencia no tiene sentido y, después de cientos de páginas de atrocidades, empieza a aburrir. A veces pareciera que el ritmo acelerado del horror ha superado incluso a los poderes creativos de James. Por ejemplo, en dos ocasiones distintas relata una decapitación a medias en que la cabeza queda colgando del cuello por un hilo de carne. Como es de esperarse, el impacto de dicha imagen disminuye, pues, la segunda vez que es utilizada, lo que antes fue una imagen espeluznante y novedosa se convierte en una pobre copia. De la misma forma, uno de los horrores más clave de la historia, cuando el Rastreador pierde un ojo, se parece demasiado a una escena inolvidable de En la frontera, de Cormac McCarthy.
Estos aspectos representan pecados muy leves, pero un autor que se repite a sí mismo y a otros de esta forma empieza a coquetear con el cliché.
Más allá de sus particulares imperfecciones, Black Leopard refleja una singular chispa de su autor y es una novela que se ha ganado su lugar en las listas de bestsellers. Permítanme generalizar un poco: desde hace décadas, las novelas de prestigio se han vuelto un pasatiempo cada vez más intelectual y menos popular. Aunque claro, una novela puede ser intelectual y popular a la vez, y de Shakespeare a Hemingway siempre ha habido autores que saben caminar por esa delgada línea entre la profundidad de sus obras y la fama. Pero esto no es normal en el siglo XXI, sobre todo para las novelas escritas en inglés. Un claro ejemplo de la opinión que prevalece en el mundo de la ficción viene de un discurso de Toni Morrison de hace veinte años, en el que la Premio Nobel relató que cuando una amiga le reclamó que batallaba con la prosa de sus libros, ella le contestó: “Eso, querida, se llama leer”. Es decir que leer equivale a sufrir, lo que confirmaría las sospechas de estudiantes reacios de todo el mundo. El resultado de esta filosofía es que muchos novelistas aclamados ignoran el objetivo básico de una novela popular: entretener al lector.
James es admirador de Morrison, una autora con quien tiene muchas similitudes temáticas y estilísticas —además de una carrera que exige respeto—, pero Black Leopard, como casi todo lo que ha publicado el jamaiquino, es un rechazo contundente del punto de vista expresado por Morrison, pues es un libro que busca divertir de principio a fin. No es una novela perfecta, pero sí está cargada de sorpresas y villanos odiosos y escenas memorables. Es decir, ofrece los placeres más esenciales de sumergirse en una historia.
La falta de vanidad intelectual de James va más allá de su forma específica de escribir, pues puede verse reflejada en su decisión de elaborar una fantasía épica después de haber ganado uno de los premios literarios más importantes que existen, The Man Booker Prize. Es una decisión inusual, por decir lo menos. Con la posible excepción del romance erótico, la fantasía es el género que menos respeto recibe del mundo literario. Para muchos críticos, los magos y espadachines no pueden andar por terrenos serios.
Pero la nueva novela de James demuestra que a él no le importan los prejuicios de la élite, y sus palabras manifiestan la misma indiferencia: en entrevista para The New York Times (31 de enero de 2019) describió los géneros literarios como una “convención ridícula”, y afirmó nunca haber aprendido su esnobismo. Somos afortunados de que así haya sido. La opinión de James es sumamente encomiable y poco común, y seguramente ha tenido que repetirla muchas veces para responder a las preguntas que le hacen sobre Black Leopard, Red Wolf. Entre más escritores sigan su ejemplo, más novelas divertidas, accesibles y arriesgadas tendremos. Por lo menos en el caso de Marlon James, este credo literario es garantía de que yo quiera devorar todo lo que produzca en el futuro. EP
1 La editorial Seix Barral publicará la versión en español, Leopardo negro, lobo rojo, este otoño, con una traducción de Javier Calvo.
2 La traducción es mía.