Por esos años casi todos mis amigos eran poetas, o querían ser poetas, aunque la mayoría enlistaba aforismos rimbombantes o no hacía más que transcribir las reminiscencias de sus sueños. Mario Medrano era distinto.
Nebde: Espejo de la memoria
Por esos años casi todos mis amigos eran poetas, o querían ser poetas, aunque la mayoría enlistaba aforismos rimbombantes o no hacía más que transcribir las reminiscencias de sus sueños. Mario Medrano era distinto.
Texto de Alejandro Espinosa Fuentes 16/10/20
Conocí a Mario González Medrano en una fuente de Coyoacán, donde compartimos un meloso Cubaraima a la luz de la luna. Cuando le pregunté qué estaba haciendo ahí me contestó que estaba pensando. ¿En qué? En la luz de las naranjas, me dijo, no sé si en broma, ya que era tal la oscuridad que apenas si podía distinguir su rostro. Cuando le pregunté en qué trabajaba mencionó algo de unos bancos, pero entendí que no importaba la respuesta. Él se dedicaba, a tiempo completo, a la poesía.
Por esos años casi todos mis amigos eran poetas, o querían ser poetas, aunque la mayoría enlistaba aforismos rimbombantes o no hacía más que transcribir las reminiscencias de sus sueños. Mario Medrano era distinto, escribía disciplinadamente, era riguroso, traducía la algarabía en métrica y tenía unos referentes literarios demasiado serios para la época: Góngora, Bécquer, Aleixandre, Rilke, Amado Nervo y Antonio Gamoneda. Mientras los otros poetas jóvenes aullaban a la luna refritos de Allan Ginsberg, Mario tomaba notas y dedicaba la mayor parte de su tiempo a la lectura.
Con el paso de los años casi todos los poetas que conocía se convirtieron en militantes cibernéticos, cazadores de becas y creadores de contenido. La gran mayoría dejó de escribir. No fue el caso de Mario Medrano que, ajeno a los nuevos formatos, continuó acumulando bocetos de versos, sin desatender a las nuevas poéticas que iban apareciendo, pero preservando su forma única de entender la poesía.
Por eso me alegré tanto cuando, diez años después de nuestro primer encuentro en la fuente, supe de la publicación de su primer libro de poesía, Nebde (Ediciones del lirio, 2019). Un extenso poema colmado de imágenes desoladas. Tuve oportunidad de hablar con él sobre su proceso de escritura y sobre los principales temas y motivos que habitan un libro tan complejo, elaborado con paciencia artesanal.
Alejandro Espinosa Fuentes (AEF): Nebde establece un diálogo con la narrativa mexicana, particularmente con el cuento “Ángel de los veranos” de Jesús Gardea. ¿Cómo fue reinventar a este personaje?
Mario González Medrano (MGM): Descubrir la obra de Gardea supuso para mí una revelación narrativa. A pesar de las similitudes que tiene con Rulfo, Gardea explora el cuerpo de sus personajes con mayor intimidad, hay una interiorización exhaustiva. Incluso diría que en Gardea hay más inocencia. Sus paisajes —la blancura en el caso del cuento que mencionas— resultan sofocantes en su mayoría y muestran otra forma de exploración interna, ese algo que ocurre por la vista y se manifiesta de otro modo dentro de cada protagonista. En los cuentos de Gardea los animales también son parte del mobiliario, otra extensión de la decadencia, y en mi libro la fauna y la flora también juegan un rol dentro de la atmósfera.
Reinventar a Nebde resultó un reto, sin duda. Mientras en el cuento de Gardea este personaje femenino se desenvuelve puertas adentro, yo le doy un pasado y un (posible) futuro. Una vez que deja la habitación donde tiene un encuentro amoroso con el personaje de “Ángel de los veranos”, yo le moldeé otra personalidad, le otorgué otra voz, un silencio, un misterio: “novelé” a esta mujer. Propuse para ella una historia. Ella, como detonante de una narrativa poética.
AEF: En Nebde el lector se enfrenta a un pasaje desolado, como en los grandes poemas que tocan el tema del abandono y el retorno a la tierra vacía, ¿pensaste en poetas como Eliot o (en la tradición mexicana) López Velarde a la hora de escribirlo?
MGM: Conscientemente, no. Esto sé que también lo sabrás porque lo has vivido: mientras se escribe, una actividad aledaña suele ser la lectura. A Eliot procuro leerlo cuando quiero aclarar alguna idea. Me parece un gran ensayista, lúcido. En cuanto a su poesía, tengo en la memoria algunos versos suyos de “Retrato de una dama”, incluido en Prufrock, pero, sobre todo, me gusta la alternancia de versos y diálogos a lo largo de ese libro. Creo que eso intenté imitarlo en Nebde.
Velarde constituye una lectura obligada (como Eliot). Sus países internos desolados son los que me atraen. Sus personajes (o sujetos poéticos) son seres atribulados, míseros, ciertos desertores de la felicidad o, mejor dicho, aspirantes a poseerla. Esas tierras inhabitadas que son sus poemas me interesan por su intensidad.
AEF:La muerte es un motivo latente en cada verso, sin embargo, no la evocas como un concepto abstracto, sino como un impulso que impregna todo ritual humano, ¿qué significa la muerte en Nebde?
MGM: Presencia. El poema inicia con el retorno de la madre a casa después de ir a ver al padre muerto. De esta primera escena se despeñan muchas otras. La muerte en Nebde es un espejo de la memoria, una forma de abolir la ausencia.
AEF:Siento que en el libro existen dos mundos traspuestos, la escenografía urbana y el paisaje funesto, ¿cómo coexisten dos formas poéticas en un mismo libro?
MGM: Porque viven y habitan una confrontación constante. La súbita intemperie (como me gusta llamarla), ese terrible telón de fondo, de soledad, de abandono, de éxodo, es lo que provoca que el liquen consuma la ciudad, destruya los rincones, aspire al olvido, pero, antes, como en un recuerdo de sí misma, esta ciudad fue un sonido, el ruido del caos, un paso antes del abismo. Ambas, a mi parecer, son una forma de la destrucción: esa urbanidad, la cual está latentemente a punto de desaparecer, es el preámbulo del silencio visual.
AEF:El amor idealizado es un eje temático del cuento de Gardea y, también, quizás en menor medida, lo es de Nebde, ¿qué tanto se puede resignificar este concepto que muchos poetas modernos evitan?
MGM: Mucho. El amor, como bien lo dices, ahora no lo quieren tocar los poetas porque lo creen en desuso, y pareciera que basta con mencionarlo para transformar la escritura en cursilería. Pero los mejores versos han nacido del amor y sus implicaciones. En el cuento de Gardea, el arco dramático, por así llamarlo, es el abandono y el amor fisurado. En Nebde es el amor no encontrado, ausente, incluso idealizado. Mientras en “Ángel de los veranos” todo ocurre en un plano terrenal, en la consumación, en mi poema el vaivén de encuentros, muchas veces, ocurre en el recuerdo, como un instante posible, pero detrás de la neblina de olvido.
AEF:El ritmo de un poema tan extenso puede ser difícil de sostener, sobre todo en una escritura tan artesanal como la tuya, ¿cómo configuraste su estructura?
MGM: Me costó mucho lograr que el poema se “escuchara” como yo quería. Procuré, en la medida de lo posible, que se ciñera a las reglas métricas, donde fuera y viniera entre octosílabos y endecasílabos, y a veces saltara al heptasílabo. Incluso en los versos más largos quise, como enseñanza de Gilberto Owen, que hubiera un ritmo interno del propio verso, que dentro de ese aparente verso libre se incrustara un verso medido.
Se dice que en poesía todo es música y, aunque coincido en ello, mi libro busca sostenerse en lo visual, en el trabajo de la mirada. No puedo dejar de pensar, cuando he abierto Nebde en alguna página al azar, que es un poema de largo aliento hecho de imágenes. Es un libro que trabajé muchos años. Es un libro de reescrituras, de muchas vueltas a la página, de borrar. Nunca terminaba por considerarlo acabado. Regresé a él muchas veces, temeroso. No sabía qué más hacer con él. Después, en una serie de lecturas con amigos y maestros, de recomendaciones, “de tallereo”, fue tomando forma. Tomó tiempo terminarlo, pero ahora sí puedo decir que es un libro terminado, tanto por el tema como por el estilo, ya no podría escribirlo de otra manera. EP