La mirada en la cultura popular es la mirada de todos. Por eso, el colectivo Ya Es Hora, YEH, plantea una nueva forma de ver, un cambio de perspectiva sólo puede redundar en un beneficio colectivo. Aquí, su propuesta.
Ya es hora de otras miradas
La mirada en la cultura popular es la mirada de todos. Por eso, el colectivo Ya Es Hora, YEH, plantea una nueva forma de ver, un cambio de perspectiva sólo puede redundar en un beneficio colectivo. Aquí, su propuesta.
Texto de Abril Alzaga, Sharely Cuéllar, Alejandra Márquez Abella, Jimena Montemayor Loyo, Jessica Oliva & Fabiola Santiago 24/06/20
¿Cuántas veces no te has sentado —amiga, hermana, colega— en la butaca de un cine sólo para sentirte completamente ajena a lo que está pasando en la pantalla?, ¿recuerdas el malestar? Quizás no lo diseccionaste de inmediato, pensaste que algo estaba mal contigo, pero ese malestar ha sido el primer indicio de que algo estaba pasando ahí, de que algo mayor había para pensarse.
YA ES HORA surge como un abrazo colectivo después de que el volcán del #MeToo explotara inevitablemente. Un abrazo que pronto se convirtió en un intercambio de ideas, de visiones, de experiencias, de textos y de distintas apreciaciones sobre la condición de nuestra industria cinematográfica. Por un lado estaba la urgencia de sacar las prácticas violentas de nuestros sets, de nuestros festivales de cine y de las empresas productoras; por otro, la necesidad de analizar las formas en que se nos representa a las mujeres en las pantallas y, por supuesto, el deseo de ver nuestra experiencia narrada en primera persona: desde nuestra mirada, otorgándole el valor que le corresponde. El abrazo, que empezó hace varios meses y que ha tenido sus reveses y sus complejidades, se sostiene gracias a nuestras preguntas, a que hemos decidido no pregonar certezas ni creencias sólo porque son lo habitual y lo cómodo. Hemos compartido entre nosotras nuestras inquietudes para tratar de encontrar respuestas, juntas, en complicidad.
Las preocupaciones sobre la representación de la experiencia femenina nos llevan frecuentemente a un camino sinuoso, a veces engañoso, en el que olvidamos que un cine diferente se advierte no sólo en sus temas, diálogos o protagonismos, sino en su forma de narrar; es decir, en la mirada. Y si el cine es un artefacto que produce y reproduce mirada: ¿cómo es que miramos y desde dónde lo hacemos?, ¿nuestra mirada coincide con la hegemónica?, ¿qué convenciones sociales han establecido que ésta última sea el canon?, ¿por qué las mujeres somos objeto de deseo y no sujetos de deseo?, ¿y por qué nuestras experiencias son consideradas menos importantes que las de los hombres?
Ocho de las diez películas más taquilleras del 2019 tienen entre sus protagonistas a una mujer; sin embargo, en ese top 10 no figura ninguna directora. La participación de personajes femeninos principales tampoco significa que esas cintas estén libres de reproducir estereotipos sobre nosotras. En ese mismo año se alcanzó una cifra histórica de producción de 216 largometrajes, de acuerdo con datos del Anuario Estadístico de Cine Mexicano del Imcine. Poco más de cuarenta de esas cintas (es decir, un 20%) fueron dirigidas por mujeres. De las películas estrenadas comercialmente entre 2014 y 2018, sólo una de cada diez tuvo una realizadora a la cabeza.
“Lamentablemente, ser mujer significa creerse muchas de las definiciones masculinas”, dijo alguna vez la poeta Erica Jong. En nuestro trayecto dentro de Ya Es Hora hemos encontrado que preguntarnos sobre la mirada femenina significa cuestionar nuestros propios conceptos, sesgos y acepciones (¿de dónde vienen y quién los puso ahí?). Es preguntarnos qué es el “cine femenino”, el “cine dominante” y de dónde salen esas primeras imágenes que vemos en la cabeza cuando creamos un guion o cuando pensamos cómo filmar una escena. Es interrogarnos sobre el placer que nos causa la objetivización y el ilusionismo de un espectáculo. Es cazar los filtros que nos dio nuestra educación audiovisual, aquella que nos enseñó que el mundo sólo se puede ver desde un mismo lugar, desde unos ojos que no son nuestros. Es, principalmente, preguntarnos cómo se logra la representación cinematográfica, la que crea imaginarios, refuerza dominancias, se interna en nuestra conciencia y se convierte en nuestro mundo.
Resulta imprescindible entender el alcance del cine o el audiovisual en las sociedades modernas y la urgencia de poner en la mesa de nuevo todos estos conceptos desde el contexto actual. ¿Por qué vemos como lo hacemos?, ¿cómo y, sobre todo, por qué llegamos a las convenciones sociales de los roles que jugamos en la sociedad?, ¿cómo se perpetúan las opresiones desde la pantalla?
Estas y otras preguntas fueron compartidas por las miembras de YEH en reuniones, chats, festivales, lecturas, pláticas, aquelarres y, recientemente, en formato de podcast. Y fue solamente al reconocernos cuando comprendimos que tales preguntas tienen fundamento.
El contexto de sexismo institucionalizado permite que sea fácil perpetuar la objetivización y convenciones triviales sobre las mujeres. Frente a una mirada diferente se suele poner una actitud defensiva; el rasgo humano del miedo a lo desconocido. Si desde que nacemos nos plantean que el mundo se ve desde un lugar, cuando se cambia el enfoque se suscita una resistencia. Se asume desde la amenaza o la censura porque supone un cuestionamiento. Aceptémoslo, dentro de la narrativa del más fuerte, y en un contexto social que no es neutro, compartir el poder es poco probable: para empezar, al cambio hay que desearlo. De ahí que se proponga, por ejemplo, hablar en primera persona desde la experiencia: que las mujeres trasladen a las pantallas su propio sentir y existir, en lugar de debatir si los hombres pueden ser dignos portadores de nuestra mirada. La cancelación resulta en el final de una conversación. Hay que releer, recontextualizar, cuestionar los temas que han permanecido intactos. De manera más concreta: ampliar el horizonte, sumar miradas, en lugar de defender a capa y espada, o de forma berrinchuda, que se preserve la visión hegemónica.
Construir espacios seguros, entender otras miradas, cuestionar las que ya existen, repensar los discursos establecidos y proponer nuevas narrativas parecen ser los retos. Pero no estamos solas. EP
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