Deslices

Detenido suavizado en la felpa y lo blanco, en su hálito estático, en la pendiente, en lo que se acumula de las cosas: la rajadura, las ramas, lo quebradizo. Todo inclinado hacia sí mismo, sosteniendo en vertical y paralelo y oblicuo la nieve, puesta ahí a descansar. En el entramado del pino, en su bordado […]

Texto de 22/12/17

Detenido suavizado en la felpa y lo blanco, en su hálito estático, en la pendiente, en lo que se acumula de las cosas: la rajadura, las ramas, lo quebradizo. Todo inclinado hacia sí mismo, sosteniendo en vertical y paralelo y oblicuo la nieve, puesta ahí a descansar. En el entramado del pino, en su bordado […]

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Detenido suavizado en la felpa y lo blanco,

en su hálito estático, en la pendiente,

en lo que se acumula de las cosas:

la rajadura, las ramas, lo quebradizo.

Todo inclinado hacia sí mismo, sosteniendo

en vertical y paralelo y oblicuo la nieve,

puesta ahí a descansar.

En el entramado del pino, en su bordado alto,

en la rueca ruda del tronco, en el tocón,

la paz de los alimentos de la tierra, lo entretenido,

que aquí se toca apenas, apunta.

Casi sólo un matiz,

hasta que de la estasis saca chispas, brillos,

aliteraciones y mercancía,

y es otro el cantar.

Mientras tanto, mientras eso sucede,

mientras el sol cuelga y lame,

la detención es el camino, la mirada el acto.

El entrever un entrevero, en la ramada.

Porque la huella de la huella apenas sale a flote,

deja rastro, apura, cae en su propio peso

la sensación y el abandono, el desasimiento

desmoronándose

en donde estoy.

La nieve

con su vellón solapa todo, afelpa las acciones,

tapa lo recóndito, lo por apurar,

la cascada crispada y sonora con que rompe

la nueva estación.

Baja entonces el agua en chorro entero,

cuando se abre el hueco, destapa

la corriente, el hoyo negro en plural, lo inconsiderado.

Debajo de tanta calma el río sigue.

En el hueco se ve su corrección, su alivio.

Dando tumbos se desentraña

la tierra, lo recóndito, lo necesario.

Abajo el limo ferviente, el nacimiento

del agua, los parabienes.

Mantengamos la calma. Hagamos

de la nieve un estandarte, potencia,

actividad recóndita.

Alcemos en la espera del polvo blanco

el resguardo de lo que acontece, su protección.

Bajemos poco a poco la ladera,

sin desbarrancar, hacia el silbo.

Acotemos.

Se desliza la calma por una superficie de esporas

que en lenta aparición protege, cubre,

deja caer, acontece. 

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Pedro Serrano es poeta. Algunas de sus obras publicadas son TurbaLa construcción del poeta moderno: T. S. Eliot y Octavio Paz, y Defensas. Es profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, director y editor del Periódico de Poesía de la misma institución y director del Centro Internacional de Traducción Literaria de Banff.

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