Exclusivo en línea: Todos queremos ser alfas

César Galicia escribe sobre masculinidad y sexualidad: ¿qué es ser alfa? Lean para saber más sobre este término que suele usarse para describir alguien abierta o artificialmente masculino.

Texto de 17/10/19

César Galicia escribe sobre masculinidad y sexualidad: ¿qué es ser alfa? Lean para saber más sobre este término que suele usarse para describir alguien abierta o artificialmente masculino.

Tiempo de lectura: 7 minutos

1968. Lucyan David Mech se encontraba estudiando el comportamiento de lobos en un parque nacional cuando descubrió algo: en los grupos que estudiaba, había un lobo más grande, fuerte y dominante que el resto, y él era el líder de la manada. Un par de años después, publicó un libro “The Wolf: Ecology and Behavior of an Endangered Species” detallando el hallazgo. Una nueva narrativa sobre la organización de las especies había nacido: la de los machos alfa.

El libro no tardó en convertirse en un éxito. La investigación de Mech parecía confirmar algo: si en los grupos de los lobos existía un macho alfa, lo natural sería que en las sociedades humanas también. De un momento a otro comenzamos a tener una justificación perfecta para asegurar que si hay hombres dominan a otros y a otras, así como que si el rol social del hombre es el del proveedor y el de la mujer es el de la cuidadora —es decir, si hay patriarcado—, es tan sólo porque la naturaleza lo designó de esta manera. Y para nuestra comodidad y conveniencia, si algo sucede por naturaleza, significa que no podemos hacer nada al respecto.

Veinte años después, Mech replicó su investigación, pero descubrió algo nuevo: el lobo dominante actuaba de tal manera porque era el padre de la manada y el resto eran sus crías. Si el “alfa” se veía más grande y fuerte era sólo porque tenía más edad y su comportamiento tenía como objetivo criar y salvaguardar a sus cachorros. Y no solamente eso: los machos lideraban las manadas junto a las hembras, en colaboración. Y también: los lobos más débiles comían primero, mientras que los más fuertes lo hacían hasta el final (el macho dominante, por ejemplo, cedería su comida a la hembra dominante si esta se encontraba preñada). El rol del supuesto macho alfa había sido resignificado: no era el de la supremacía sino el del cuidado y el de la protección.

Mech pasó años intentando corregir su error y difundir la noción de que no podemos extrapolar conclusiones del comportamiento de los seres humanos a partir del de los lobos. Sin embargo, y para su pesar, el concepto de “macho alfa” ya se había metido en las profundidades de las creencias colectivas, porque confirmaba una idea que, aunque falsa, resulta útil para muchos: que es natural que los hombres dominemos esta sociedad. El daño ya estaba hecho.

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2019. Un tuitero me llamó “sexólogo ultra virgen” hace no mucho, así que supongo que es buen momento para demostrarle que se equivoca y convertirme en el macho alfa que sé que puedo ser. Entro a Youtube y escribo “machos alfa” en el buscador. Salen algunos títulos: “EL VERDADERO CARÁCTER DE un MACHO ALFA”, “★MACHO ALPHA DOMINANTE ATRAIGO A TODAS LAS MUJERES: EL PODER INTERIOR”, “MACHO ALFA!!! EXTREMAMENTE PODEROSO!!! (RESULTADOS IMEDIATOS!!!)”. El de la estrellita se ve tentador (¡resultados imediatos!) pero descubro que no son más que varios minutos de sonidos de lluvia y un lobo como imagen de fondo. No sé cómo esto me hará EXTREMAMENTE PODEROSO, pero, ok. Sigo con la búsqueda.

Elijo otro video, el primero cuyo título en mayúsculas no me hace sentir como si un hombre del tamaño de Terry Crews me estuviera gritando por no ser lo suficientemente masculino: “Ecuación Alfa de la Atracción”. Un hombre de unos treinta años habla frente a un pizarrón y da consejos de seducción. Sus sugerencias giran en torno a ideas como “no le des suficiente atención” o “demuéstrale que tienes otras opciones” o “espérate a que la relación esté formada para ser romántico”. Habla también de abundancia, de mujeres “de alto valor” y de machos beta. Nada nuevo. Es como si hubieran tomado la escena del ligue según la teoría de juegos en A Beautiful Mind y la hubieran convertido en un video con un hombre nervioso hablándole a un auditorio imaginario durante media hora en vez de Russell Crowe.

Debo ser justo: el contenido del video era puro humo, pero su promesa es atractiva. Yo, como casi todas las personas del planeta, quiero ser deseado. También quiero ser respetado, admirado y escuchado. Fui un niño al que bullearon y nunca en mi vida quisiera regresar a una posición de tanta humillación y dolor. Creo que si la promesa del “macho alfa” es atractiva para muchos hombres no se debe a un deseo innato de dominar o de violentar, sino porque ofrece una salida fácil —y validada y promovida por la cultura patriarcal— para necesidades que son, de hecho, universales: el respeto, la aprobación del grupo, la admiración de tus seres queridos, la seguridad de no ser atacado, la confianza de que podrás encontrar pareja. Ser un macho alfa, aparentemente, soluciona estos conflictos, porque el macho alfa es alguien.

Pero la promesa es falsa.

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El especismo que nos caracteriza a los seres humanos esconde una contradicción curiosa: por un lado, rechazamos constantemente nuestra animalidad enalteciendo como virtudes aquellas características que supuestamente nos hacen distintos de los “verdaderos” animales (la fe, el lenguaje, la música, el erotismo…) y, por otro, en el momento en que vemos en ellos alguna característica que refuerza las ideas que tenemos sobre nuestras aspiraciones como ser humanos, no dudamos ni un segundo en utilizarla a nuestro favor. Elegimos a conveniencia los aspectos de la naturaleza con los que nos identificamos, como si genuinamente no fuéramos parte de ella, como si los seres humanos no fuéramos, también, animales.

Dentro de esta contradicción, nos gusta la idea de encontrar machos alfa en los animales porque justifica y alimenta la promesa (exclusivamente humana), patriarcal, capitalista y meritocrática de que, si nos esforzamos lo suficiente, podemos llegar a escalar posiciones en nuestro grupo social para acceder a un lugar de poder. Un macho alfa, como dice el educativo video “Macho ALFA con huevos o pobre diablo BETA – Tú decides”, es valiente, impredecible, no revela sus sentimientos, no le tiene miedo a pelearse y, sobre todo, seduce a la mujer que sea: justo aquello que se nos enseña a los hombres que debemos ser a toda costa.

Sin embargo, todas las características que asociamos a los machos alfa son, en realidad, malas lecturas de la naturaleza e interpretaciones a conveniencia. Un león no le oculta sus sentimientos a las leonas. Un lobo no le hace un striptease en el mercado a su novia. Un oso no siente nostalgia por tiempos más simples. Parece innecesario y hasta risible señalar esto, pero lo hago para apuntar un hecho: no existe ciencia detrás del concepto de “macho alfa” aplicado a humanos, sólo ideología, la ideología del machismo, la de los hombres vulnerables que harían cualquier cosa por demostrar que no lo son.

Esto no quiere decir que no existan jerarquías en las formas de organización de otros animales. Para supuestamente demostrar que el patriarcado no existe, el psicólogo Jordan Peterson elabora en una infame entrevista: “Nos separamos de la historia evolutiva de las langostas hace alrededor de 350 millones de años. Tenemos un ancestro común. Las langostas se organizan en jerarquías y tienen un sistema nervioso acoplado a las jerarquías que funciona con serotonina, como el nuestro. Los sistemas nerviosos son tan parecidos que los antidepresivos funcionan tanto en humanos como en langostas. Y pretendo demostrar que el concepto de ‘jerarquía’ no tiene nada que ver con construcciones sociales”.

El argumento de Peterson no únicamente es una interpretación nada científica de la biología evolutiva sino que, además, su elaboración no es más que una falacia naturalista. Es cierto que las jerarquías sí existen en la mayoría de los grupos de los seres humanos y del resto de los animales, como también es cierto que tienen una función útil para la preservación y organización de las mismas. Aparte de los lobos o de las langostas, existen otras especies en las que, por cualquier razón evolutiva, hay machos dominantes en pequeños grupos, como los chimpancés. Y alguien podría decir “bueno, los chimpancés son nuestros parientes animales más cercanos, por lo que tiene sentido que nos organicemos como ellos”, pero eso sería falso porque, como afirman Christopher Ryan y Cacilda Jethá en su revolucionario libro Sex at Dawn,nuestros parientes más cercanos son los bonobos y ellos tienen sociedades que se asemejan más a un matriarcado en donde la violencia no es la forma principal de resolver conflictos —y que tienen prácticas tan diversas como fortalecer alianzas entre hembras frotándose los genitales para mantener a raya a los machos—.

¿Entonces podemos compararnos con los bonobos? No tan fácil. Ya sea que nos comparemos con los bonobos o con los chimpancés o con las gaviotas o con los animales que sean, tenemos que tener algo claro: ellos son una especie, nosotros somos otra; aunque estemos relacionados, somos distintos —lejos estamos ya de la teoría del mono desnudo de Desmond Morris—.  La realidad es que, a diferencia de otros animales, los humanos todo el tiempo estamos cambiando la manera en que nos organizamos socialmente. Los animales están determinados a tener una forma de organización según su especie, contexto y ya. Pero nosotros creamos nuestro contexto al mismo tiempo que éste nos crea a nosotros, a diferencia de otros animales, los seres humanos recibimos una tremenda influencia de las culturas que hemos generado, y eso se refleja en nuestro comportamiento.

Hay que recordar, también, que la elección de los animales que nos dan identidad es tremendamente ideológica. El comediante Adam Conover señala en un episodio de su programa Adam Ruins Everythingque, incluso si tomáramos por verdadera la idea de los machos alfa, tendríamos que considerar que lo que se considera “alfa” variaría de grupo en grupo:  un hombre grande, musculoso, tosco y rudo podría ser el dominante en un equipo de futbol americano, pero esas son habilidades absolutamente intrascendentes si busca ser el gerente de una empresa —donde se privilegia el manejo de negocios—, o si quiere ser un buen maestro —donde se privilegia la paciencia y la compasión—, o quiere ser un buen científico —donde se privilegia la inteligencia—, o si quiere ser un buen terapeuta —donde se privilegia la empatía—, o si quiere ser un buen padre —donde se privilegia la ternura y la capacidad de cuidar—. ¿Acaso no es raro que elijamos identificarnos con los leones, pero no con otros animales, como los caballos de mar, cuyos machos se encargan de criar a las crías? Usamos el hallazgo de Mech para justificar la dominación de los hombres y al hacer eso olvidamos el descubrimiento más importante: la función de los lobos alfa es la de cuidar, nutrir, criar y proteger, en colaboración con sus parejas.


(No que eso nos diga algo sobre el ser humano, pero de nuevo: sospechosa es la identificación).

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No existen los humanos alfa. Innumerables feministas lo han dicho y demostrado durante años: no hay motivo alguno porque esas sociedades deban organizarse alrededor de hombres dominantes. Cualquier justificación para asegurar lo contrario no es otra cosa sino la más banal ideología.

En realidad, nadie puede ser el macho alfa, porque siempre existirá alguien que tenga o sea más que nosotros. Y eso está bien, no tendríamos que sentirnos intimidados por ello, es tan sólo lo normal de vivir en sociedad. Todos los hombres tenemos habilidades y características diversas, y todos tenemos cosas por las que valemos la pena, aunque no sean las más grandes o impresionantes.

Aceptar esto nos podría llevar a una conclusión: la ideología del macho alfa nos afecta más de lo que nos beneficia. Nadie respeta a un jefe que llena su oficina de pósters de “la diferencia entre un jefe y líder” pero que le grita a sus empleados por temor a no ser respetado. Nadie ama a un hombre que necesita demostrar constantemente que es el dominante de la relación. En una de esas, seguir los consejos de los “gurús de la seducción” es, precisamente, la razón por la que muchos hombres no resultan atractivos. Ninguna mujer querría estar con un hombre cuya ideología del mundo oculta tanta fragilidad y misoginia —y, si de algún modo cayera en la trampa, ciertamente no querría permanecer ahí una vez que se revele lo que hay de fondo—. Los machos alfa no son otra cosa que un cuento de buenas noches que les ayuda a los hombres temerosos de su propia fragilidad a dormir bien.

Igual y nos ayudaría dejar de buscar lo mejor de nosotros mismos en los animales y comenzar a buscarlo en, bueno, nosotros mismos. EP

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