Libros: RÍO DE LOS REMEDIOS (Disertación de los dientes)

En Libros les traemos fragmentos de publicaciones elegidas por los editores de Este País. En Notas inauditas, Ingrid Solana conversa a lo largo de siete ensayos con Maurice Blanchot, Hélène Cixous, Jules Michelet, Pascal Quignard, Sara Uribe y María Zambrano, entre otros autores. Dialoga con ellos sobre un tema medular: la escritura como “cicatriz del olfato”, “puente entre tiempos” o como un “animal que muere despacio”. El tejido textual es imbricado, se desdobla y ramifica: parte de experiencias puntuales y cotidianas sólo como pretexto para abordar la contaminación, la literatura después del boom, la violencia o la historia secreta de las mujeres. Y se pregunta: ¿Por qué escribir se parece a un bisonte detenido en la prehistoria? La voz es rutinaria; la escritura, inaudita, inmóvil como el bisonte en Lascaux o la risa congelada de una dentadura en nuestras manos.

Texto de 24/07/19

En Libros les traemos fragmentos de publicaciones elegidas por los editores de Este País. En Notas inauditas, Ingrid Solana conversa a lo largo de siete ensayos con Maurice Blanchot, Hélène Cixous, Jules Michelet, Pascal Quignard, Sara Uribe y María Zambrano, entre otros autores. Dialoga con ellos sobre un tema medular: la escritura como “cicatriz del olfato”, “puente entre tiempos” o como un “animal que muere despacio”. El tejido textual es imbricado, se desdobla y ramifica: parte de experiencias puntuales y cotidianas sólo como pretexto para abordar la contaminación, la literatura después del boom, la violencia o la historia secreta de las mujeres. Y se pregunta: ¿Por qué escribir se parece a un bisonte detenido en la prehistoria? La voz es rutinaria; la escritura, inaudita, inmóvil como el bisonte en Lascaux o la risa congelada de una dentadura en nuestras manos.

Tiempo de lectura: 2 minutos

Fragmento de Notas inauditas, de Ingrid Solana, ©2019, cortesía otorgada bajo el permiso de la Dirección de Literatura de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Diana Angélica Castañeda tenía catorce años cuando desapareció. Sus restos fueron encontrados en el Río de los Remedios, un canal purulento del Estado de México, un cementerio de aguas. La palabra remedios está constituida por la raíz re (reiteración) y por el verbo mederi (cuidar, pensar, curar). El Río de los Remedios, en cambio, descuida a los cadáveres, los deja reventar, pudrirse sin descanso; no hay sepultura más indigna, pero no hay ningún cirio que vele la muerte. La niña y tantas otras desaparecen en su lava; se convierten en náyades borrosas. Las periferias tienen olor a flor cadavérica, a sinsentido humano, a excusado. Los alrededores, orillados por los orillados, están henchidos de abyecciones. Hay bestias limítrofes que esconden sus tinieblas a las cuatro de la tarde; nadie sabe quiénes son, pero andan entre nosotros y desean cortar pedazos humanos. No tienen ojos ni buena estrella, tampoco pueden hablar y si lo hacen nada cambia en la comunicación humana. Entre dientes, poco a poco, nos dejamos atravesar por la dulzura, nosotros “los normales” que, generalmente, decidimos no ver y, entre tanto, las dentelladas acechan los canales de los ríos tuertos. Degluten niñas, abisman pantanos, orinan arenas movedizas y vesículas, son refrigeradores descompuestos de aguas turbias. No hay tiempo voraz; el río de los remedios devora.

A diez kilómetros de distancia de su propia casa, retuvieron a Diana durante meses hasta matarla a golpes; después la destazaron y echaron sus pedazos al Río de los Remedios. Nadie volvió a nombrar. Desde entonces han muerto muchas mujeres. Nadie habla. “El fruto está ciego. Es el árbol quien ve.” (René Char, “Hojas de Hipnos”, en Furor y misterio, p. 215) La madre de Diana analizó fotografías para memorizar la dentadura de la niña y poder identificar su cadáver si aparecía: la espera de un cadáver es volcánica, un insomnio eterno. Su esperanza se encorvaba, vieja bruja. ¿Cómo sonreímos? ¿Se puede retratar, en el recuerdo, el momento exacto de la sonrisa, su pozo de quejidos que disimulan furtivas rabias? ¿Es posible retener, en el cuerpo, el fulgor de los dientes chuecos de otro, sus tímidas torceduras, el rubor de las encías? EP

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