NYo todavía no existía pero mis ancestros cuentan que hace unos años, ¿en 2017?, en una feria de arte, fue donde se balbucearon las primeras sílabas del conjuro que me invocaría para transformarme en una murciélaga existente. Por lo que me cuentan, y es una historia a la que ya le han echado mucha salsa, fue idea de un puñadito minúsculo de editores, “amantes de los libros”, la de traerme para este lado. Yo no sé, yo no estaba, yo de pronto nomás aparecí, pero lo curioso es que en esa misma feria ahora mismo pueden encontrar una extensión de mi amplia ala y su sombra: hablo del Salón Acme, que este año (al menos hasta el 9 de febrero) cuenta con una librería con títulos de colección. Es efímera y se llama Los perros románticos. No soy, aclaro, la única librería que ha nutrido el catálogo de esta librería fantasmal, pero por ahí andan mis secuaces.
Con el
anuncio a un lado, ¿qué queda? Sólo quedan los negocios. No puedo evitarlo, soy
una librería y aunque hay algo de romántico en el hecho de que vuelvo a
insuflarle vida a algunos libros, de que les reasigno el valor
(meticulosamente) que se les arrebató, no puedo negar que a menudo yo masco el
lenguaje del dinero. Una pregunta que frecuentemente escucho o leo, al
referirse a un libro, no es “¿está bueno?”, ni “¿de qué trata?”, ni “¿me lo
recomiendas?”, sino sencillamente: “¿de a cuánto y por qué tan caro?” Es una
pregunta que me intriga. Tiene algo de gracioso -se abre la negociación con un
regateo sin siquiera conocer el valor del libro, ni su costo- pero sobretodo tiene
mucho de prístino y claro. Ese es, en realidad, el lenguaje del dinero: reduce
al mundo a un espacio físico sin consideraciones estéticas y mucho menos
metafísicas. Es un mundo espantoso en el que sólo habla el número.
En el mundo
de los negocios, en el que a veces me sumerjo (a pesar de todas mis ínfulas
románticas o ascéticas), también se parla el lenguaje del descuento. Muy a
menudo. Y del regateo, que va casi por descontado. ¿Por qué? Por una petición
de principio: los negocios son negocios. Así, los descuentos se dan o se niegan
sólo a partir de ese único principio. A la luz de un buen negocio, a veces
conviene y a veces no, dar descuentos.
Este lugar
común, de que los negocios son negocios, es también misterioso para mucha
gente. No lo era para los mafiosos ni para los empresarios, pero sí solía serlo
para los artistas y los escritores (por poner dos ejemplos). Pero si algo ha
cambiado es que ya también los artistas y los escritores (y los editores, y los
curadores, y los galeristas, y los cineastas, y demás) ya han aprendido
también, muy tristemente, que los negocios son negocios.
Para
aclarar la cuestión, y tal vez valga la pena hacerlo ahora que sigue en marcha
la semana del arte (que, sabemos también, es la semana de la gran venta),
invoco por mi parte de León Bloy. Bloy, explícanos: “Estar en los negocios es
haber conseguido la perfección. El perfecto hombre de negocios es un estilista
que no desciende jamás de su columna. No debe tener pensamientos, sentimientos,
ojos, orejas, nariz, gusto, tacto y estómago más que para los negocios. El
hombre de negocios no conoce ni padre, ni madre, ni tío, ni tía, ni mujer, ni
hijos, ni bonito, ni feo, ni limpio, ni sucio, ni caliente, ni frío, ni Dios,
ni demonio. Ignora completamente las letras, las artes, las ciencias, la
historia, las leyes. No debe conocer ni saber más que de negocios”.
¿Son los
artistas, los libreros, los editores, los curadores y demás gente creativa,
gente que ha alcanzado la perfección? Me temo que no. Es algo que aún podemos
aplaudirles. O compadecerles, según se vea. Porque si hay artistas buenos para
los negocios, habrá empresarios y hombres de negocios dispuestos a hacer la
misma cantidad de dinero matando gallinas o cerdos. Pero, nos recuerda Bloy,
habrá “todavía un hombre de negocios superior, que es quien vende esa carne de
cerdo, y ese vendedor, a su vez, es aventajado por un redomado comprador que
envenena todos los mercados”. Siempre me conmueve ver a artistas intentando
vender lo que han producido, como gusanos expulsando seda. ¿Por qué? Porque
detrás de ellos hay un hombre de negocios que sólo sabe de negocios y muerte. EP
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