Cuota de género: Dibujos sobre dibujos

Cuota de género es el blog de Abril Castillo en Este País y forma parte de los Blogs EP.

Texto de 09/12/19

Cuota de género es el blog de Abril Castillo en Este País y forma parte de los Blogs EP.

Tiempo de lectura: 7 minutos

Hace unas semanas, leí En blanco, de la dibujante chilena Catalina Bu, un libro de la Colección de Dibujo de Ediciones Almadía, la cual recupera también la obra de artistas mexicanos como Rius y Éricka Martínez, así como el de la colombiana Powerpaola. La colección está pensada como un rescate, memoria o documentación de los dibujos más íntimos de los artistas. Se recupera en sus páginas fragmentos de libretas, bocetos, dibujos previos a obras finales. O bien, bitácoras, diarios, pensamientos en papel que no tenían en su nacimiento la intención de ser obras públicas, leídas por extranjeros. Eran, digamos, obras privadas que al ser curadas por los editores Guillermo Quijas y Alejandro Magallanes, cobran un nuevo sentido para sus lectores cuando se presentan en su conjunto: narrativo, introspectivo, lúdico, histórico. Son un conjunto compuesto por los dibujos de cada artista, pero ahora también, siendo colección, como una colectividad de voces y de manera de mostrar cómo una libreta puede devenir un libro; una obra privada volverse pública, un objeto único, reproducirse en tirajes editados y diseñados.

Cata Bu habla en su libro En blanco de dibujar rápido y de dibujar feo, porque lo bonito la frustra y no le sale. Cuando habla de frustración esta palabra me lleva a pensar en su tristeza, y esa tristeza y la frustración de que algo no le salga y, según nos cuenta en sus dibujos y su texto hecho a mano (su caligrafía se muestra también como parte del dibujo), esto la lleva a no querer hacer nada. Pero en un cuaderno uno hace cosas siempre. Así lo documenta la Cata Bu: ante no hacer nada, mejor hacer algo; opta por salir en palabras, líneas hechas con prisa, y consigue escapar a la angustia en vez de quedar atrapada, en el camino logra también comunicar aunque renuncie a una presión profesional que dicta que ilustrar consiste sobre todo en embellecer.

Al ir mostrando su vida desde un punto de vista completamente subjetivo (al principio del libro se reproduce una página donde Cata Bu asegura que esto era una libreta, que jamás pensó que sería publicada), es preciso tomar en cuenta quién habla. Cata Bu es una mujer de treinta años que se dedica profesionalmente a dibujar. 

¿Será lo mismo crear como mujer que como hombre? Para mí leer este libro es comprobar en estas páginas la duda que muchas mujeres sienten al crear. Las mujeres dudan más de lo que hacen, los hombres dicen y están acostumbrados a ser escuchados. Pienso en artistas como la Srita. Cobra o en la chef estadounidense Cristina Tossi, que en su programa en Chef’s Table duda a cada paso de si lo que hace tiene o no relevancia, y termina haciendo su arte de algo privado para llevarlo a lo público.

Catalina Bu recurre a un cuaderno para encontrar paz y confianza, para no tener que rendirle cuentas a nadie. Así, el proceso creativo se da en lo privado y sin pensar que algún día llegará a lo público. Hacer algo así de privado, volverlo público, es un acto de resistencia por un lado contra ese sistema que la hace sentir oprimida, frustrada y que no vale la pena expresarse; pero también la ayuda a transgredir ese espacio de lo privado siempre restringido a mujeres y hacerlo público para cualquier lector. 

Eso hacen en sí mismo los cuadernos que son luego hechos en formato libro, al volver una pieza única en algo que se reproduce, al hacer una pieza original una reproducción. El cuaderno es un espacio íntimo, de la mano del diario, bitácora, emociones con las que se lucha. En blanco es un libro triste, pero también esperanzador.

Desde ese espacio íntimo hay dos caminos para Catalina Bu:

a) No hacer nada.

b) Reflexionar sobre por qué seguir haciendo (y ahí desde mi punto de vista nace el metadibujo, como una autoexplicación).

Entiendo por metadibujo un tipo de dibujo que reflexiona sobre sí mismo, mientras se hace. Es decir, la artista rompe el silencio no mediante cualquier dibujo, sino mediante uno que dé explicación de por qué quiere seguir dibujando. Como una serpiente comiéndose la cola, consigue dibujar la imagen del infinito. 

Este tipo de dibujo desata polémica en tanto que puede decirse que “no está bien dibujado”, “no es realista”, “un diario no es parte de un género reconocido, como la novela, el ensayo”. Gracias a eso, nace una discusión que permite reflexionar y pensar en torno al dibujo. Se generan contrapesos: comentarios positivos y negativos, desde los polos y extremos, desde esos límites que pone la discusión, es posible construir un espacio habitable donde dibujar.

Para algunos, el dibujo es preparación. Pero el dibujo puede en sí mismo ser la pieza. ¿Cuál es la diferencia entre boceto y dibujo? ¿Cuál es el límite y qué define dicho límite? ¿El dibujo es puente entre la mente y el papel? ¿Ese puente puede ser al mismo tiempo una obra de arte? ¿La ilustración es arte o no y por qué?

Por otro lado, hay dibujos que dan cuenta del flujo creativo y documentan la manera como una artista consigue decantarlo en una obra final. Existen ciertos elementos necesarios que, al combinarse le permiten transitar por una incomodidad para alcanzar un resultado que la deje satisfecha. ¿Cómo hace un artista para descifrar el trayecto de lo interno hacia afuera mediante un boceto, un dibujo, una pieza inacabada? ¿De qué manera le es posible encontrar esa voz y no soltarla? ¿Dónde radica ese ser sincero? ¿Dónde está ese espacio de libertad y soledad donde experimentar y encontrarse como artista y permitir que los lectores hagan un puente también?

Actualmente vivimos en un mundo donde operan la inmediatez y el yo de un modo diferente a como ocurría en otros siglos. La idea del yo en redes sociales funciona de un modo particular en el siglo XXI. La relación con el yo desde mi punto de vista, permea en el arte también y en una forma de dibujo con prisa e inmediata, que también trasciende a nuestro pensamiento: no hay momento para detenernos, los artistas se ven forzados a nutrir sus redes subiendo todo el tiempo su vida a internet, con la presión de tener mil trabajos a la vez, promocionarse en su cotidianidad y en lo que hacen profesionalmente. En esta medida, el dibujo en el siglo XXI se ha vuelto en gran medida un metadibujo. 

Y es el tipo de dibujo que más me interesa como lectora y como dibujante. Ése que está a dos aguas entre el diseño y el arte. Ése que es ensayo y crónica, que puede ser hermoso visualmente, pero jamás será un adorno. El dibujo habla porque la voz es de su autor. Y su autor está hablando de sí mismo y de su propia época. Es un dibujo en presente.

El dibujo, a diferencia de la ilustración, no consiste en algo finamente terminado, es más bien búsqueda, es tiempo presente y hallazgo, intuición y azar. Es ir al encuentro con uno mismo. Lo que permite el metadibujo es dejar a la vista estos mecanismos, para volverlos replicables.

El metadibujo busca visibilizar estos hilos, no sólo para rescatarlos del olvido, no es solo un acto histórico (pero también lo es). Su cualidad más importante, desde mi punto de vista, es que permite la enseñanza de caminos para llegar a ciertos lugares que otros imaginaron. Basta pensar en el ejercicio de copiar obras de famosos, ejercicio común al estudiar pintura. Al apropiarse de procesos de otros (no plagiar, sino robar en el mejor sentido del termino), cualquiera puede continuar con la escritura del mundo.

Así, cuando Catalina Bu entra en crisis, hay un proceso de reconocimiento de esa crisis que, al exteriorizarse en un dibujo con una herramienta que también es su trabajo, la reconcilia con el mundo, y vuelve ese modo accesible a los lectores, pero también su herramienta. Si más lectores se apropian del dibujo como herramienta, pueden recurrir a ella como terapia, como expresión artística, pueden en su momento reconciliarse también con su propio mundo. Esto se vincula en cierta medida con el arteterapia, o con la parte terapéutica del arte: en vez de cortarte más, dejar de hacerlo y pensar cómo te reparas. Un dibujo sería solo dar cuenta de algo, el metadibujo sería buscar soluciones para curar esa cortada. El metadibujo muestra que hay algo roto que se repara dibujando: es disciplina, diario. Así vemos a David Shrigley haciendo arte desde un formato que reflexiona con el arte. Si lo destruye o lo autodestruye, es una buena discusión a tener, pero lo cierto es que algo se repara gracias a esa duda, hay una reconciliación con ese mundo que lo mismo decepciona que conmueve. Y sólo puede repararse con su propia medicina: el arte mismo.

La Cata Bu siendo ella misma en crisis o bloqueo, se salva dibujando. Y los editores que logran volver esto libro, hacen accesible a un mar de lectores un halo de esperanza reproducido quinientas, mil, trescientas sesenta y cinco veces, transcendiendo así la individualidad que nos devora en los días actuales.

Pienso en Mondrian y la destrucción de la pintura con la pintura blanco sobre blanco, pero también como reflexión de la pintura mismo, de lo que es, de lo que fue, de lo que ya no es. Su destrucción como acto histórico: dejarlo plasmado obsesivamente para reconocer su muerte. Y poderla reconstruir de cero después.

¿Las obsesiones destruyen o reconfiguran? La muerte del dibujo o su reconstrucción es un acto personal, y se relaciona con mi historia privada. Para destruirlo hay que conocerlo. ¿Puede lo mismo reconstruirse que destruirse al hablar de él? La poesía es del cielo cuando se lee y del infierno cuando se la trata de explicar, le escuché decir una vez a Daniel Goldin.

El metadibujo es juego de quien lo genera pero que lo provoca también en el lector. Se apela a él directamente, pero a la vez se le invita al juego: un dibujo que es metadibujo es el que como manual reflexiona sobre el dibujo mismo, pero enseña como hacerlo, o invita, de manera a veces sólo de inspiración a hacerlo. Es cuando uno ve una obra que lo conmueve de tal manera que siente la imperiosa necesidad de reproducirla, de haberla creado, de decir desde ese lugar o desde esa herramienta, algo del mundo. El buen robo tiene que ver con la apropiación. El metadibujo es una apropiación del mundo tal, que nos da las herramientas para entender como dibujar y luego nos permite decir lo que sólo nosotros podemos decir desde nuestra propia experiencia habitándolo; es nuestra geografía personal como dibujantes.

Al dejar ver los hilos del arte para que otro pueda hablar también, eso no es robo: es generosidad con el proceso creativo. Por eso el metadibujo habita en las libretas, en las bitácoras, en los bocetos que no sirvieron o que sirvieron aun mejor que la obra final, gracias a su soltura, su expresividad, su espontaneidad. Apelan al lector y lo vuelven autor. EP

“Me da miedo dibujar”, Abril Castillo



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