Ayuujk: Imaginando una educación comunitaria

Ayuujk es el blog de Yásnaya Aguilar Gil y forma parte de los Blogs EP

Texto de 25/03/19

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Tiempo de lectura: 4 minutos

Si la escuela ha sido un bastión para el lingüicidio y la aculturación de los pueblos indígenas, ¿la escuela podría ser el bastión de la resistencia? De acuerdo con el artículo 27 del Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo sería posible. Este Convenio es vinculante, esto quiere decir que los gobiernos que lo han ratificado están obligados a cumplir, como es el caso de México. El Convenio 169, un instrumento jurídico fundamental para el reconocimiento de la autonomía de los pueblos indígenas, garantiza que los servicios educativos destinados a esta población deben desarrollarse en conjunto de manera que respondan a nuestras realidades lingüísticas y culturales. El Convenio 169 garantiza también que los pueblos indígenas participen en la formulación y la ejecución de programas de educación “con miras a transferir progresivamente a dichos pueblos la responsabilidad de la realización de esos programas”, es más, obliga a los gobiernos a reconocer el derecho de los pueblos indígenas a crear sus propias instituciones educativas y a facilitarles los recursos apropiados para lograrlo. ¿Qué sucedería si esto se cumpliera a cabalidad?

            Después del control que ha ejercido el estado sobre el sistema educativo y los contenidos escolares, resulta difícil imaginar una realidad en la que cada comunidad indígena pueda crear sus propias instituciones educativas y sus propios programas, una escuela en la que una comunidad indígena, por medio de su asamblea, establezca directamente una relación laborar con los profesores y produzca sus propios libros de texto, sus propios planes y programas, sus propias metodologías de enseñanza. Pero esto no es del todo novedoso para el contexto de la Sierra Norte de Oaxaca. En el siglo XIX, mi comunidad contó con un modelo de educación municipal en el que la propia comunidad establecía las condiciones para establecer una escuela y contrataba a un profesor para instruir a la población infantil. Si bien esta situación no garantiza necesariamente que se haya impartido una educación comunitaria que respetara las particularidades culturales de mi comunidad abre la posibilidad a la imaginación: si ha sucedido que la propia comunidad se ha hecho cargo de su escuela es posible crear espacios educativos lo más pertinentes posibles para nuestros contextos.

            En una escuela comunitaria, sería posible combatir el bélico y violento discurso mediante el cual, por medio de himnos y otros artificios, se inocula el nacionalismo mexicano. Pero aún más, las comunidades podrían participar activamente en el diseño de contenidos que se imparten, en las metodologías de enseñanza y podrían contratar a sus profesores, lo que en muchos casos evitaría tener a un profesor hablante de triqui dando clases en una comunidad mixehablante como sucede en la actualidad. El personal académico establecería entonces una relación laboral con la comunidad y no con el estado, respondería a la comunidad, no a otros organismos.

            Impulsar un sistema de educación en el que cada comunidad pueda intervenir evita que sea el estado el que determina, casi siempre desde las oficinas centrales, cómo debería ser la educación de pueblos indígenas con los que rara vez entra en contacto profundo. Sin bien las habilidades cognitivas que hay que potenciar y desarrollar tienen bases comunes, es importante que una educación propia, una educación nuestra, tome en cuenta los retos y las realidades, tan distintas entre sí, de nuestras comunidades. El diálogo sobre el conocimiento de otras realidades y culturas se establece desde un contexto local que, al valorar lo propio, puede hacer contactos con culturas distintas de una manera más igualitaria.

            Imagino la manera en la que mi comunidad cambiaría si pudiera incidir no solo en el arreglo y el cuidado de las instalaciones escolares como sucede ahora mediante los Comités de Padres de Familia, si no en el diseño de estas mismas instalaciones que respeten la arquitectura local, en la producción de libros de texto propios por medio de una imprenta comunitaria, en la regulación de la contratación de profesores, en el desarrollo de metodologías que retomen las mejores prácticas educativas del mundo desde realidades concretas.

            La escuela ha sido el caballo de Troya con el que han desplazado nuestras lenguas. La escuela puede ser el invernadero donde broten de nuevo nuestras lenguas y palabras. Esto se ha demostrado ya: el caso de la lengua hawaiana que, de estar al borde de la extinción, se ha revitalizado en los últimos 50 años por medio del establecimiento de un sistema educativo propio donde la lengua hawaiana no solo era lengua objeto de estudio, sino la lengua que se convirtió en una lengua de instrucción mediante la cual la población infantil aprehende el conocimiento local y el conocimiento de las diferentes culturas del mundo. Combatir la muerte de las lenguas supone necesariamente crear un sistema de educativo propio, tomar las riendas de la educación en nuestras manos.

           Más que una educación indígena que pretenda desde el estado crear lineamientos para una gran diversidad de culturas y realidades contrastantes entre sí que nombra como indígenas, imaginemos una educación comunitaria, una educación en la que la asamblea de mi comunidad pueda por fin, en coordinación con especialistas mixes (que hay bastantes), dirigir sus propias políticas educativas, ejercer así su autonomía, su autonomía educativa. No es necesario tener un solo sistema educativo para todo el país, un solo plan, un solo diseño; de hecho, tener solo un plan, una visión, una política educativa, es parte del problema. Esto que imagino es legalmente posible, es más, el estado mexicano está obligado a cumplirlo. ¿Qué es necesario hacer para que sea una realidad? EP

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