Sensible reportaje de Luciana Wainer sobre la desaparición de una madre migrante, hace más de diez años.
Voces que desaparecen en el desierto
Sensible reportaje de Luciana Wainer sobre la desaparición de una madre migrante, hace más de diez años.
Texto de Luciana Wainer 13/01/21
Mariana Cristina Morales Zetino forma parte del saldo fatídico de las estadísticas. Anthony, su hijo, recordará durante toda su vida el 31 de mayo de 2007. Eran las cuatro o cinco de la tarde. Él tenía 12 años y aún puede visualizar a su madre, una mujer de complexión robusta, ojos pequeños y labios delgados, diciéndoles a él y a sus hermanos que debían preparar sus maletas porque ese mismo día saldrían a alcanzar a su padre en Estados Unidos. “Me quedé pasmado tratando de entender qué estaba pasando”, dice Anthony. Pero antes de que alcanzara a aceptar que se estaban yendo, los planes cambiaron y la vorágine de maletas y arreglos de última hora quedaron suspendidos. “Ella se fue y nosotros nos quedamos”, recuerda. El 18 de junio, Mariana se comunicó con su hermana Claudia desde un teléfono privado y nunca más volvieron a saber de ella. Las últimas palabras que les dijo fueron: “Estoy en Guadalajara; ya voy a entrar al desierto…” después se cortó la comunicación y con ella toda posibilidad de saber qué pasó con Mariana.
Como Mariana, muchas mujeres pertenecen a la cifra roja que se da a conocer en los informes; son una mención escueta en la sección de seguridad de los noticiarios. Si tienen suerte, sus rostros alcanzarán a hacerse virales en las redes sociales y con cada retuit la esperanza de encontrarlas se renovará entre los familiares. Son las migrantes desaparecidas: la cara de una realidad regional que afecta a cuatro de cada diez personas que atraviesan territorio mexicano.
A Mariana le gusta la música. Crió a sus cuatro hijos entre baladas de José José y el ritmo de Radio Joya, una emisora clásica guatemalteca caracterizada por sus temas románticos. Por las noches dormía a sus hijos cantándoles canciones. Su hermana Claudia asegura que Mariana es una mujer alegre, que se ríe mucho, que eran inseparables; tanto que, después de que Mariana desapareció, ella se encargó de sus cuatros hijos.
Las pocas fotografías que tienen de ella las han usado para pedir ayuda en redes sociales: “Ella es Mariana Cristina Morales Zetino y fue vista por última vez hace 10 años…”, puede leerse en las publicaciones del grupo Buscando a personas desaparecidas en México y sus fronteras. Pero la foto desaparece pronto entre otras cientos de hermanas, madres, hijos, tíos de los que nada se sabe. Las 658 publicaciones que se hacen al día en ese grupo son apenas un esbozo de una realidad binacional: los más de 75 mil desaparecidos que contabiliza la Comisión Nacional de Búsqueda en México y las cuatro mujeres desaparecidas que se denuncian al día ante el Ministerio Público de Guatemala.
Porque ser mujer en Latinoamérica es más peligroso que ser delincuente. Según el informe elaborado por Fondo Semillas, 6 de cada 10 niñas o mujeres migrantes son violadas en su tránsito por México y ONU Mujeres apunta que, a diferencia de los hombres, las mujeres suelen viajar solas porque huyen de sus países por cuestiones de género: violencia, discriminación o impacto diferenciado de las crisis económicas, laborales o de violación de derechos humanos.
La pandemia no ha hecho otra cosa que empeorar la situación: con el argumento de la salubridad en mano, los gobiernos de todo el mundo han endurecido sus controles migratorios y han reforzado el discurso estigmatizante que termina por traducirse en muros y ejércitos en las fronteras. Sin ir más lejos, la última caravana migrante fue frenada por elementos de la Guardia Nacional en conjunto con la Policía Nacional Civil de Guatemala: aquellos que estaban en la casa del migrante de Chiapas fueron invitados obligadamente a subir a autobuses del Gobierno de Guatemala para retornar a sus lugares de origen y otros tantos retenidos por las autoridades migratorias. Las cifras que ofrece el gobierno guatemalteco son contundentes: ya hay 2159 migrantes que han sido remitidas a sus países de origen. Sin embargo, las causas que orillan a las personas a migrar —conflictos armados, desempleo, pobreza, narcotráfico, inseguridad— siguen intactas: tapar el sol con un dedo se ha vuelto la política pública preferida para quienes tienen la obligación de garantizar los derechos de los migrantes.
Estas mismas autoridades fueron las que ignoraron los pedidos de ayuda de Anthony y su familia tras la desaparición de Mariana. “Nos dieron peros y peros y peros…”, dice. A finales del mes de junio, después de una semana de no tener noticias, Claudia y su madre Antonia acudieron a pedir ayuda al Consulado de Guatemala en Arizona. Al parecer, Mariana había planeado cruzar por Nogales hasta Arizona y desde ahí llegar a Los Ángeles. Según el mapa de riesgos elaborado por la Comisión Nacional de Derechos Humanos, de Guadalajara a Arizona hay cuatro puntos en los que se corre particular peligro de ser víctima de la delincuencia organizada: Santa Ana, Altar, Caborca y Sáric.
Después de que Claudia y Antonia se contactaran con el Consulado, tuvieron que pasar cuatro días, tres correos y dos intercambios de documentos para que la esperanza se materializara en una llamada telefónica: habían encontrado a una mujer cuyas características coincidían con las de Mariana. “Me aparece una mujer registrada con otro nombre, pero las fechas de entrada del país y salida coinciden perfecto”, les aseguró la funcionaria. Claudia y Antonia se emocionaron. Esperaron. Se impacientaron. Volvieron a esperar. Empezaron a desilusionarse. Tres días después las volvieron a contactar desde el Consulado para avisarles que había habido un error: la mujer registrada no era mujer, sino niña y la ruta que había tomado iniciaba en El Salvador y no en Guatemala. “Después de eso ya no supimos nada”, recuerda Claudia.
Trece años después de su desaparición, y a pesar de la falta de respuestas de las autoridades, Claudia insiste en un pedido: “Cumplan nuestro sueño; déjenos saber si está viva, si está muerta” y como quien no quiere pensar en la posibilidad, agrega: “…o está sufriendo”. Porque sabe que también es posible que Mariana, como muchos otros desaparecidos, esté en manos de la delincuencia organizada. En 2019, la organización A dónde van los desaparecidos documentó que el Cártel Jalisco Nueva Generación secuestró a decenas de personas en la zona metropolitana de Guadalajara y las llevó a la sierra de Ahuisculco con fines de esclavitud y trabajo forzado como un “modus operandi para asegurar el funcionamiento de sus negocios”.
Anthony también piensa en esa posibilidad: “Quiero saber qué pasó con ella. Si la tienen atrapada… es una cosa que a uno no le deja de dar vuelta en la cabeza”, dice. Hoy Anthony se dedica a la organización de eventos. Su infancia —y la de sus tres hermanos menores— se desarrolló con la ausencia de su madre y a miles de kilómetros de distancia de su padre que nunca regresó de Estados Unidos. Actualmente vive en Villahermosa, Tabasco, y también tiene un hijo. Su historia comparte características con las familias de los cuatro de cada diez migrantes que desaparecen cruzando el territorio mexicano según reporta Amnistía Internacional y Sin Fronteras.
La memoria, confundida por los años y los recuerdos borrosos de la infancia, ya empieza a jugarle malas pasadas. Pero, de entre todas las cosas, hay una que le genera especial dolor: cuando le preguntan qué le diría a su madre si pudiera, lo primero que responde es que “a veces no puedo recordar su voz”.
Una voz más que se pierde entre los miles de murmullos que han desaparecido en el desierto. EP
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