Francisco Robles Gil nos ofrece este reflexivo ensayo sobre el deterioro que ha sufrido Valle de Bravo, el lago y sus alrededores ante el avance desmedido y poco planificado de la mancha humana.
Valle de Bravo y su crisis ambiental: una memoria
Francisco Robles Gil nos ofrece este reflexivo ensayo sobre el deterioro que ha sufrido Valle de Bravo, el lago y sus alrededores ante el avance desmedido y poco planificado de la mancha humana.
Texto de Francisco Robles Gil Martínez del Río 22/07/24
Mientras caen las primeras lluvias inicio este texto; al tiempo que tecleo, de fondo me acompaña el rumor del río. A lo lejos escucho también un ronroneo motorizado que comenzó a hacerse presente de manera intermitente hace unos seis años, y que durante la pandemia terminó por ser parte constante del paisaje sonoro de este rincón desde el que escribo. Valle de Bravo ha sido un espacio geográfico que me ha acompañado a lo largo de mi vida; desde mi infancia en la primera década de los años noventa del siglo pasado, en mi adolescencia y hasta el día de hoy. Hago mención de estos periodos de mi vida pues pienso que será la mejor manera de narrar el paso del tiempo y así poder dar cuenta de las alteraciones que han ocurrido en estos lares.
Niñez. La primera vez que llegué a Valle de Bravo fue a un lugar cercano al poblado de San Mateo Acatitlán; allí, entre pinos, hojarasca y musgo, viví parte de mi infancia. Los meses pasaban e iba descubriendo distintos seres que habitaban aquel boscoso paisaje. Recuerdo muy bien, junto a mi hermano, caminar por el borde de los apantles para de pronto sumergirnos en su caudal. Allí descubrimos ranas, arañas y otras acuáticas alimañas, algunas de las cuales llamaban mi atención por su capacidad de flotar en sus cuatro delgadas patas.
Pasaban las horas y después de comer me gustaba salir a caminar. En ese tiempo aprendí a observar el suelo, tanto para no tropezar como para dejarme maravillar; en aquellos senderos abundan los tréboles de cuatro hojas y, si la suerte me sonreía, llegaba a encontrar su variante de tres folíolos. Recuerdo haberme topado con una egagrópila, que no es sino una bola de pelo que resulta de la regurgitación de algún ave; pienso que pudo haber sido de una lechuza o un búho, ya que por las noches llegaba a escuchar un ulular y con la curiosidad de mirar hacia las copas de los árboles buscando al heraldo nocturno, de pronto, en mi mirada se colaba la vía láctea. Hoy, la contaminación lumínica opaca ese otro caudal cósmico.
Adolescencia. Del bosque partimos a la parte norte de la presa, muy cerca de la cortina; allí vivimos en una casa de “fin de semana”, a la orilla del lago, por alrededor de diez años. Levantarme por las mañanas y poder ver el lago a no más de cincuenta metros era una experiencia fascinante; de hecho, en época de lluvia el nivel del lago se comía varios metros de tierra, y esto lo recuerdo porque a pocos metros de la casa, en dirección a la orilla, había un puesto de quesadillas que quedaba inhabilitado en esa época del año.
De la mano del señor Carmelo, quien era dueño de las tierras en donde rentábamos la cabaña, aprendí sobre la fauna acuática, nada variada y claramente introducida por el ser humano. Carmelo acostumbraba poner al final del muelle una línea de pesca no muy larga con algunos anzuelos y su respectiva carnada; horas después lo acompañaba para descubrir que alguna carpa o lobina se había enganchado, las cuales preparaba después a la plancha o en ceviche; el sabor de la carpa me parecía más fuerte que el de la lobina, pues la carne de esta última tenía un sabor menos terroso. Hoy, debido a los niveles de contaminación, pienso que no sería muy buena idea consumir peces procedentes de este cuerpo de agua.1
Además de mis “pininos” en la pesca, aprendí el deporte de la vela. El primer velero al que me subí fue un Optimist, el cual es una embarcación monoplaza y muy amable para maniobrar; arriba de ella navegué toda la presa: desde la cortina al este, hasta el sur, al llamado “Callejón del mosco” en donde desemboca el río El molino a las orillas de Avándaro. La vela me enseño a apreciar la soledad, pues no tenía interés en competir contra otros, además de que mis habilidades náuticas nunca fueron las mejores. Arriba de la embarcación disfrutaba del sonido del viento que, al chocar con la vela, provocaba que el velero se escorara, lo cual significaba que uno debía de sacar el cuerpo para contrarrestar su fuerza y no terminar volteado en el agua, situación en la cual muchas veces me encontré, pero que terminaba siendo una experiencia muy refrescante. Considero que las condiciones ambientales en las que actualmente se encuentra la presa hacen inviable estas prácticas deportivas.
Adultez. Pasaron los años y regresamos al rincón desde donde inicio este texto. Tengo la dicha de habitar un espacio que se encuentra en uno de los polígonos de la Subzona de Aprovechamiento Sustentable de los Ecosistemas de Valle de Bravo”, la cual abarca una superficie de 9,742.801252 hectáreas,2 aunque esto no se ha visto reflejado del todo en el cuidado del bosque. La importancia de su cuidado radica en que allí habitan distintos tipos de árboles, como el pino, el cedro blanco y la vegetación riparia, misma que encuentra su sustento en la humedad del suelo. Me gusta pensar en los árboles como guardianes no solo del bosque, sino también de las distintas riveras que desembocan en la presa Miguel Alemán, ya que sus raíces absorben el agua y la retienen, lo cual permite mantener niveles adecuados tanto en los suelos como en los acuíferos y ríos. Otro beneficio que los árboles nos dan, además de la sombra, es que el ocojal que sueltan se va a acumulando en el suelo y debajo de este, en épocas de lluvias, podemos encontrar hongos —algunos comestibles— como el algodoncillo; es el que más he encontrado. También, en algunos troncos que están en estado de putrefacción, en especial los de ocote, he encontrado el gusano blanco, el cual asado a la brazas es un alimento delicioso.
A diferencia de infancia, cuando se podía caminar de manera libre, deambular y perderse por las distintas brechas, hoy es un poco más complicado, ya que la “mancha urbana” ha empezado a desarrollarse en los alrededores y con ello se ha dado la “fragmentación”; es decir, ha habido personas que al delimitar su propiedad, lo cual hacen con todo derecho, han también interrumpido —de manera deliberada o no— las brechas conocidas como “pasos de servidumbre” y “caminos reales”, que otrora eran vías que comunicaban de manera eficiente a quienes allí habitaron y habitamos hoy en día. Y ni qué decir de la interrupción de las rutas que utiliza la fauna mayor.
Otro de los problemas asociados a la “fragmentación” es la pavimentación, de la cual —aunque puede tener beneficios— me concentraré en sus desventajas. En los años recientes ha empezado a haber un “turismo de aventura” y en las veredas y caminos principales, algunos de ellos pavimentados, se encuentra una señalética en la que aparece un vehículo razer con un signo de prohibición, pues tanto las personas que son dueñas de estos vehículos como aquellas que pagan para dar un paseo corren a velocidades muy altas, lo cual ha resultado en algunos accidentes, por ejemplo, de personas o animales domésticos —como gallinas y perros— atropellados y, como ya lo comentaba al inicio del texto, en una alteración del paisaje sonoro; me quedo pensando en el impacto que tiene este tipo de actividades en la fauna silvestre.
Para concluir, meses antes de escribir este texto —y sin saber que lo haría— me encontraba junto a mi colega Genevieve en la biblioteca Miguel Lerdo de Tejada; estábamos buscando indicios que nos ayudaran a esclarecer las razones históricas que permitieron concebir la playa como un lugar de descanso, cuando de pronto, al revisar el diario Esto del 25 de noviembre de 1950, encontré un promocional de Propulsora Del Valle de Bravo S. A. cuyo encabezado, “¡Regrese a la Naturaleza!”, ofrecía en venta lotes con un precio de $3.50 por m2; y sobre la imagen de una carretera al lado del lago con algunos veleros de fondo se leía lo siguiente: “El hombre se encuentra a sí mismo cuando regresa a la naturaleza buscando, en la paz y en el descanso, nuevas fuentes de energía…”. Considero que la imagen, publicada hace setenta y cuatro años, nos invita a reflexionar sobre la manera en que Valle de Bravo se ha ido desarrollando y, aún más importante, nos lleva a plantearnos la siguiente pregunta: ¿Qué de la manera en que se ha ido desarrollando Valle de Bravo nos ha llevado a la actual crisis medioambiental? EP
- Para mayor información se puede consultar a la organización “Procuenca” https://procuenca.org/ [↩]
- Véase “Acuerdo por el que se da a conocer el resumen del Programa de Manejo del Área Natural Protegida con la categoría de protección de recursos naturales cuenca de los ríos Valle de Bravo, Malacatepec, Tilostoc y Temascaltepec, Estado de México” https://sidofqa.segob.gob.mx/notas/docFuente/5545526 (consultado el 2 de julio 2024). [↩]
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