El pasado 12 de
abril el Consejo de Salubridad General —la máxima autoridad encargada de
organizar la respuesta pública a la pandemia de COVID-19 en nuestro país— publicó en su
página de internet una “Guía bioética para la asignación de recursos en
medicina crítica”, para establecer los criterios que regirán el triaje, es
decir, la asignación de recursos escasos —como unidades de cuidados intensivos o
respiradores mecánicos, entre otros— en caso de que la capacidad del
sistema de salud se vea rebasada y los recursos no alcancen para todos los
pacientes. Los criterios se basan en principios de justicia distributiva
pensados para el ámbito de la salud.
Sin embargo, se ha criticado que la “Guía”no tome en cuenta el criterio del valor
social de una persona y sólo se base en criterios médicos. Uno de los casos que
se usa como contraejemplo va más o menos del siguiente modo: un médico tiene un
sólo respirador mecánico disponible para asignar a uno de dos pacientes
gravemente enfermos de COVID-19 y que lo necesitan simultáneamente para
sobrevivir; uno es un connotado científico de 75 años que ha hecho grandes
contribuciones al desarrollo de la ciencia, el otro es un delincuente de 25
años que ya tiene una trayectoria criminal tras de sí. El médico tratante remite
el caso al equipo de triaje, encargado de decidir a quién se le asignará el
respirador mecánico. Este último sigue los criterios de asignación de recursos médicos
escasos que se encuentran en la “Guía”; básicamente el sistema de puntaje SOFA,
que mide el estado del paciente durante su estadía en la unidad de cuidados
intensivos, más sus comorbilidades, o sea, sus enfermedades previas al COVID-19.
El equipo de triaje determina que el delincuente tiene una mayor probabilidad
de vivir —supongamos que no tiene comorbilidades— pues el científico, además de
COVID-19, sufre de hipertensión, es diabético y ha sido fumador. El equipo de
triaje decide asignar el respirador al joven delincuente. ¿No es una decisión
injusta? ¿No debería haberse tomado en cuenta la contribución social del
científico?
En la literatura sobre asignación de
recursos escasos en escenarios de emergencias sanitarias se ha planteado que,
además de los criterios puramente médicos, también debe considerarse el
criterio del valor social del paciente: hay que tomar en cuenta como una variable
las contribuciones que una persona ha hecho o puede hacer a la sociedad, como un
criterio de retribución justa de la sociedad a quien le ha hecho aportaciones
valiosas. Otra ventaja de este principio es que ayuda a la sociedad a promover
valores que consideramos socialmente relevantes. Ayuda, por ejemplo, a promover
el valor del arte, la ciencia y las humanidades. También recompensa a quienes
han hecho contribuciones o han promovido actividades valiosas. Así, por
ejemplo, los lineamientos éticos de la Sociedad
Española de Medicina Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias dicen que para
asignar recursos escasos hay que “Tener en cuenta el valor social de la persona
enferma”.
Sin embargo, es un criterio que presenta muchos problemas.
El más importante es que se basa en la jerarquización de ciertas actividades o
profesiones sobre otras. ¿Por qué priorizar a los artistas y no, digamos,
a los artesanos? ¿Tendríamos que dar prioridad también a los empresarios, que
son de gran utilidad social? ¿Por qué no a sus empleados, quienes finalmente
hacen que las empresas funcionen? Además, aunque a mucha gente no le guste,
parece que tendríamos que priorizar a los políticos pues, mal que bien, hacen contribuciones
a la sociedad. Y mejor no nos metamos con los filósofos, pues poca gente sabe
qué hacen e incluso entre ellos mismos no se ponen de acuerdo sobre cuál es su
utilidad social. Pero, en todo caso, ¿no es esto una forma de discriminación
basada en la profesión? Adicionalmente, hay ciertas actividades que son valiosas
por razones circunstanciales. Durante la pandemia, ¿por qué no priorizar a los
dueños de los servicios funerarios y a los enterradores, que son tan requeridos,
aunque en circunstancias normales no lo son tanto? Tal vez también tendríamos
que priorizar a quienes entregan comida a domicilio, fundamentales en estos
momentos.
Utilizar este criterio, además, favorece estereotipos sociales y prejuicios que generalmente
afectan a personas pertenecientes a grupos en condiciones de desventaja, por
ejemplo gente con menor nivel económico o educativo. Además, en una sociedad
injusta y desigual como la nuestra, por lo menos habría que preguntarse si aquellos
que pensamos que cuentan con valor social no vienen de un pasado de
privilegios.
Por otro lado, ¿cómo evaluar quién cuenta,
digamos, como un gran artista? Es algo que en algunos casos puede ser claro,
pero generalmente no lo es. Fulano ganó el premio Nobel y seguro tenemos que
salvarlo, pero Mengano es un buen escritor a secas, ¿también tendríamos que
salvarlo? Y si muchos piensan que Perengano es un mal escritor, ¿mejor lo
dejamos morir? ¿Y qué decir de quienes tienen el potencial de hacer grandes
contribuciones, pero aún no las han hecho? ¿Cómo medimos eso? ¿Por si las
dudas, los salvamos? El problema, entonces, es que se trata un criterio que se
presta a abusos por la vaguedad, relatividad o incluso subjetividad de las
evaluaciones y porque no hay criterios objetivos y generalmente aceptados
acerca de qué profesiones o actividades son más valiosas y qué criterios de
evaluación van a usarse.
Por otra parte, introducir este tipo
de consideraciones de valor o utilidad social en las deliberaciones para
asignar recursos escasos tiene otros problemas prácticos. 1. Distrae la
atención sobre las consideraciones estrictamente sanitarias a la hora de
atribuir puntajes para el triaje. ¿Se van a poner los oficiales de triaje a
evaluar la contribución social de los pacientes que necesitan atención urgente?
¿Quién va a decidir los méritos sociales de los pacientes? ¿Sobre qué escala o
metodología? 2. Va a dirigir los recursos sanitarios lejos de las necesidades
de salud. Se pueden dedicar muchos recursos a salvar la vida de alguien a quien
muchos consideran valioso, pero tal vez con muy pocas ganancias para la salud:
su mejoría puede ser mínima e incluso puede tener pocas probabilidades de salir
adelante. Tal vez los mismos recursos se podrían haber usado para salvar las vidas
de varias otras personas. El principio más importante para establecer
prioridades durante una pandemia debe ser el de salvar la mayor cantidad de
vidas posibles y el principio de utilidad social puede interferir con este
principio. Además, si partimos del supuesto de que todas las vidas son
igualmente valiosas, ¿no estaríamos traicionando ese principio igualitarista y
mandando el mensaje contrario? La sociedad le estaría mandando a mucha gente el
mensaje de que su actividad es de segunda categoría; de que hay gente de
primera y gente de segunda.
Finalmente, es engañoso plantear estos ejemplos
como casos en que compiten dos pacientes por un mismo recurso escaso. En los
procesos de asignación de recursos de medicina crítica no se presentan los
casos como una competencia entre pacientes y no es correcto ponerlo en esos
términos, porque a la hora de asignar respiradores mecánicos los médicos no necesariamente
piensan en si salvan a Fulano y dejan morir a Mengano. Los equipos de triaje más
bien lo pondrán en términos de un orden de prelación.
En conclusión, es mejor no considerar el criterio de valor o utilidad social entre nuestros principios de justicia para la asignación de recursos de medicina crítica en una emergencia sanitaria. Este criterio supone —de manera equivocada— que se pueden jerarquizar y evaluar éticamente de modo objetivo las ocupaciones de los pacientes; este criterio refuerza estereotipos y prejuicios sociales que pueden terminar afectando a quienes pertenecen a grupos tradicionalmente desfavorecidos e interferiría con el principio más importante para las decisiones de triaje —salvar la mayor cantidad de vidas—, porque desviaría recursos sanitarios en casos en los que tal vez haya pocas ganancias de salud. Es posible que se llegara a cometer algún error al no priorizar a alguien con valor social, pero admitir este principio dentro de una guía de asignación de recursos sería peor: estaríamos posibilitando la arbitrariedad, la discrecionalidad, el abuso y la discriminación. Es mejor no incluirlo si queremos tomar decisiones justas y si lo que nos importa es buscar una sociedad más justa. EP
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