Tras más de dos décadas como empleada doméstica y muchos años de lucha, la activista de origen oaxaqueño ha logrado reformar las leyes del seguro social y del trabajo en beneficio de los derechos de las empleadas del hogar.
La lucha de Marcelina Bautista por dignificar el trabajo y la vida de las empleadas del hogar
Tras más de dos décadas como empleada doméstica y muchos años de lucha, la activista de origen oaxaqueño ha logrado reformar las leyes del seguro social y del trabajo en beneficio de los derechos de las empleadas del hogar.
Texto de Andrea J. Arratibel 24/10/22
Tenía solo 14 años, la mirada despierta y la inocencia intacta cuando arribó a la capital. “Mi papá me trajo con una tía que vivía aquí y me colocó en un trabajo”, cuenta Marcelina Bautista, originaria de Nochixtlán, en la región mixteca.
“Cuando llegué a la Ciudad de México no entendía ni papa de español”, confiesa la oaxaqueña que aprendió a hablarlo mediante órdenes y juegos con las niñas que cuidaba en la primera casa en la que fue empleada. En un edificio “junto a la estación de metro Cuatro Caminos, en Naucalpan”, recuerda, “muy cerca de donde vivo hoy”.
Apenas empezaba a acostumbrarse al contraste de la megaurbe, a tantos kilómetros de su hogar campesino, cuando el clasismo y el racismo se le atravesaron de golpe. “La señora decía que yo le gustaba porque estaba flaquita y era muy ágil, y se aprovechaba de eso, me tenía que encargar de todo. No podía irme de aquella casa hasta limpiar el último traste, y las cenas se alargaban hasta muy tarde”, cuenta de aquella primera experiencia; horas de limpiar y trapear infinitas, gritos y regaños constantes, comentarios despectivos sobre sus orígenes, su tono de piel, alentados por el acento de su lengua indígena, la materna.
Este acervo de violencias que Bautista comenzó asumiendo como natural, tan normalizado en su ámbito de trabajo, motivó la lucha que la ha convertido en una de las mayores activistas por los derechos de las empleadas domésticas en todo Latinoamérica. La suya es una trayectoria colmada de logros: participó activamente en la creación y aprobación del Convenio 189 y en la Recomendación 201 sobre el trabajo decente para las trabajadoras y los trabajadores domésticos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), aprobado el 16 de junio de 2011 en Ginebra, fundó el Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar y el Sindicato Nacional de Trabajadores y Trabajadoras del Hogar —primera organización sindical que agrupa a personas trabajadoras del hogar en México—, y ha sido reconocida con galardones como el Premio Nacional por la Igualdad y no Discriminación 2013 por CONAPRED. Formó parte de las 100 Mujeres más influyentes e inspiradoras de la BBC en el 2021 y, en septiembre, la corporación L’oréal la presentó como una de las 60 mujeres que mueven e inspiran a México.
“La causa se ha visibilizado mucho, las trabajadoras están cada vez más informadas de sus derechos. Tras la pandemia, por ejemplo, aprendieron a usar las redes sociales en su beneficio”, afirma Bautista que, mucho antes de entregarse a tiempo completo su activismo, pasó más de dos décadas ejerciendo el empleo de las mujeres que llegan a su asociación, testimonios en las que se reconoce.
A pesar de los avances, el contexto para su gremio no ha cambiado apenas: jornadas de más 14 horas, discriminación, frases hirientes que se repiten en la intimidad de los hogares, palabras que también le dirigieron a ella cuando comenzó a ganarse la vida: porque no estudiaste, porque eres prieta, porque la que paga soy yo y aquí mando. “En algunos de los edificios más lujosos de la Ciudad de México el servicio no tiene permiso de acceso por donde pasean las mascotas”, cuenta la oaxaqueña.
El veto a ciertos espacios para las trabajadoras del hogar no es una excepción de la capital, en muchas urbanizaciones vacacionales del país, como en Acapulco, todavía cuelgan carteles que dejan leer normativas como la prohibición “del uso de albercas a personal de servicio y nanas”.
Una violencia normalizada de la que la activista quiso huir al poco tiempo de llegar a su primer empleo, con solo 14 años. “Pero me amenazaron con escribir una carta para que nadie me diera trabajo”, cuenta Bautista, que aguantaría meses, años, en aquella casa en Naucalpan. Luego llegarían otras, siempre por un sueldo miserable. “Nunca me alcanzaba el dinero, no lograba conseguir ahorrar, ganaba muy poco, todo eran barreras. Y yo quería estudiar”, relata.
Un domingo, día de descanso, caminaba hasta la casa de su tía cuando escuchó una música que provenía del interior de una iglesia y entró. Allí conocería a la Juventud Obrera Cristiana (JOC), un movimiento que en México agarró fuerza en los ochenta. “Fue impulsado por un sacerdote belga que apoyó a muchos jóvenes sin recursos. Yo fui una entre tantos a los que les cambió la vida. Aprendí mucho, conocí gente, empecé a tocar la guitarra, regresé a estudiar la secundaria. Aquella experiencia sentó las bases del trabajo social que hoy llevo a cabo, me mostró que otra realidad era posible para mí”, cuenta Bautista que, tras más de dos décadas como empleada del hogar, en los últimos años ha constatado cómo se materializaba su lucha, el resultado de “comenzar a plantearme cosas, poner en duda dinámicas injustas, leer mucho, aprender sobre leyes” y “ser tan terca”, confiesa riendo.
Uno de los primeros frutos de su sublevación llegó en 2018, cuando la Suprema Corte de Justicia declaró inconstitucional la exclusión del régimen obligatorio del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). Un año después, gracias a su trabajo, se reformaría la Ley Federal del Trabajo que obliga a los patrones a firmar un contrato para regular una actividad profesional que en su mayoría se ejerce de forma informal, a pesar de ser uno de los motores económicos del país y el sustento de los hogares.
Entre las modificaciones del capítulo XIII de la ley se incluyen derechos para las empleadas del hogar ya definidos para la mayoría de profesionales, como la obligatoriedad de la seguridad social, no sobrepasar una jornada de 8 horas o asegurar los días de descanso.
“La nueva regulación determina, por ejemplo, que a partir de un año de trabajo corresponden 12 días de vacaciones”, señala Bautista emocionada con la propuesta legislativa, “aunque la gran parte de las empleadas no exigen estas condiciones porque desconocen sus derechos. Y muchas que sí los conocen no los reclaman por miedo a perder su trabajo”, lamenta la también impulsora de un programa piloto de afiliación del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), excluyente hasta ahora para el colectivo que representa.
“Ya hay registradas 60 mil empleadas”, expone Bautista, sabiendo que en realidad son muy pocas las inscritas, ni el 3% considerando que son alrededor de 2.3 millones de mujeres. “Pero lo importante ha sido una inscripción constante”, anuncia, muy pendiente estos días de la actividad en la Cámara de Diputados, donde se votará la reforma a la ley del IMSS aprobada el pasado marzo por el Senado.
Una lucha materializada en la reforma de una ley
“La ley no se ha formulado al 100% como quisiéramos, pero valoro que ya sea una realidad y seguiremos trabajando para proponer cambios”, dice su impulsora. Según Bautista, el nuevo dictamen no considera un aspecto tan fundamental como el espacio donde las empleadas llevan a cabo su actividad. “Se sigue considerando sus lugares de trabajo como espacios privados y no como lo que son: centros donde ejercen su empleo. Lo que supone una barrera en las inspecciones y se traduce en más horas y explotación, un sistema de esclavitud que les niega su propia privacidad y libertad”.
Para que las empleadas del hogar puedan ejercer una autonomía, “y superarse personalmente, deben conocer sus derechos y tener una formación laboral y política”, explica Bautista, que acaba de inaugurar Casa Aida, un centro de capacitación técnica donde se les enseña nociones en derecho laboral y que cuenta, de momento, con 25 mujeres. “También hemos lanzado una aplicación que les ayuda a calcular los días de vacaciones que les corresponden, su aguinaldo o el finiquito de liquidación”, cuenta orgullosa de hacer valer los derechos de las trabajadoras a las que acompaña.
Según la activista, el apoyo de algunas iniciativas para cambiar la realidad ha sido fundamental. “La visibilidad que la película Roma dio a las empleadas del hogar es innegable”, asegura Bautista, invitada entonces por el aclamado director de cine a presentar el estreno del largometraje. “Y cuando Alfonso Cuarón recibió el Ariel me pidió que lo recogiera yo. Fue un gesto muy bonito y por el que estoy muy agradecida”, reconoce.
Además de la concienciación sobre los derechos de tantas trabajadoras que aportó la premiada película, “algunos comerciales, como Fregamos, fregamos y lo logramos, han permitido avanzar mucho. La sociedad nos empieza a mirar distinto”, afirma para reconocer después que, a pesar de las injusticias que padeció desde tan jovencita, no cambiaría nada de su experiencia: “Al final, lo que empecé a sufrir desde los 14 años es lo que me ha llevado hasta aquí. Es muy gratificante que tantas mujeres me busquen para que las ayude, ver cómo se superan. No hay nada más bonito que transformar vidas”. EP
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