¿Para qué sirve la escuela?

En este ensayo, Irma Villalpando reflexiona sobre la finalidad educativa: ¿para qué existe la escuela y cuáles son sus propósitos?

Texto de 14/08/23

En este ensayo, Irma Villalpando reflexiona sobre la finalidad educativa: ¿para qué existe la escuela y cuáles son sus propósitos?

Tiempo de lectura: 6 minutos

La implementación de la reforma del gobierno actual, denominada Nueva Escuela Mexicana (NEM), ha provocado un amplio debate con argumentos variados provenientes de diversos afluentes. Algunos de ellos se refieren a los contenidos (Matemáticas, por ejemplo), otros a la idoneidad didáctico-pedagógica y algunos más a la manera de entender la simiente ideológica que le subyace. Tales rubros de la discusión atienden los componentes esenciales que toda reforma educativa conlleva: ¿qué se debe aprender? (contenidos), ¿cómo se debe aprender? (metodología) y ¿con qué propósitos educativos? (INEE, 2019). 

Este texto es una reflexión sobre el tercer componente: la finalidad educativa: ¿para qué existe la escuela y cuáles son sus propósitos? El primer apartado versa sobre la función social de la escuela en las sociedades modernas. Posteriormente, desde el campo pedagógico, se discute la crítica de la NEM a la escuela actual por considerarla neoliberal. Finalmente, explora algunas ideas para continuar el diálogo en aras de construir el proyecto de escuela que nuestros niños y niñas necesitan. 

La escuela, su función social e importancia

Toda educación entraña un proceso cultural (explícito o implícito, consciente o inconsciente) para influir en el desarrollo natural de la infancia. Los humanos tenemos dos características que nos distinguen de otras especies animales: la educabilidad como proceso de construcción y de transformación personal a través del aprendizaje y la intención de  las generaciones adultas de transmitir a los más jóvenes los valores que consideran importante preservar. En esta idea, la escuela, en su versión moderna, es la institución intencionalmente diseñada para la formación humana desde la infancia y la enseñanza de los conocimientos acumulados en la historia de la humanidad. 

En dicha tarea educativa están involucrados, primordialmente, los hogares y las escuelas. Entre padres y maestros se comparte la formación de los niños y niñas y también, por qué no decirlo, su cuidado y custodia. El ascenso de la escuela pública, durante el siglo XIX, fue también un apoyo a las familias para cuidar a sus hijos durante los tiempos de trabajo en el taller o la fábrica, después en la empresa. Por otra parte, el ingreso de las mujeres al campo laboral, a partir de la segunda mitad del siglo pasado, intensificó la aportación social de la escuela a las familias.

“El ascenso de la escuela pública, durante el siglo XIX, fue también un apoyo a las familias para cuidar a sus hijos durante los tiempos de trabajo en el taller o la fábrica, después en la empresa”.

Con estas premisas es posible acercarnos a la finalidad de lo escolar: ¿para qué enviamos a los niños y niñas a la escuela? Pregunta de antaño y vigente. 

En La Política, Aristóteles se preguntaba si es mejor educar la inteligencia o el corazón; 23 siglos después Neill contestó: “no sólo cabezas, sino corazones en el aula”. Con ambos autores podemos situar las dos dimensiones más relevantes de los procesos formativos: el intelecto y la afectividad. 

Por otra parte, en El Emilio o de la educación, Rousseau (s. XVIII) se preguntaba a quién debía formar, si al hombre o al ciudadano de la República, porque no es posible educar a ambos, afirmaba. Dewey, dos siglos después, decantó la posibilidad de construir, desde la escuela, el ciudadano que necesita toda sociedad democrática. 

A estas dicotomías se le agregó una posición adicional: la escuela pública como oportunidad de ascenso social o como mecanismo de reproducción del statu quo​. Hay que recordar que la instauración de la escuela pública hizo valer el principio comeniano: ofrecer a todos, todo el conocimiento. Bajo esta premisa se establecía un importante y necesario mecanismo de equidad y movilidad social. El ideal más alto de la escuela pública consiste en que a través de la educación las personas accedan a mejores medios culturales, simbólicos y materiales. En contraposición, la teoría de la reproducción, con Bourdieu a la cabeza, sostiene que la escuela en realidad funciona como un mecanismo que replica las condiciones sociales de los estudiantes. Esta línea de análisis considera que no hay movilidad social, porque la escuela no alcanza a romper los hábitos, los valores y las franqueamientos que levantan entre sí las clases sociales.

Elegir entre opciones binarias conlleva la trampa dicotómica: la eliminación de la otra parte. En realidad, como sucede en prácticamente todo lo humano, las disyuntivas se resuelven por grados y matices. ¿Qué tanto desarrollamos las facultades intelectuales y qué tanto las afectivas o emocionales?, ¿de qué manera promovemos el desarrollo de las personalidad individual a la vez que construimos un sentido social y comunitario? y ¿en qué medida la escuela ofrece oportunidades de mejora social y en cuáles no? 

No es posible responder tales cuestionamientos en este espacio, pero valga el encuadre para prevenir los límites que tienen las discusiones maniqueas y, con ello, decir que la teleología de lo escolar se construye dentro de una compleja red de múltiples condiciones y posibilidades. 

El salto del individuo al individualismo

Si la escuela busca la adquisición de conocimientos y el desarrollo de habilidades de cada estudiante (capacidad intelectual), así como el desarrollo pleno de su afectividad y dado que su pretensión última es mejorar sus condiciones de vida materiales y simbólicas, entonces, es posible defender la idea que los niños y las niñas deben ser el centro y fin de todas las intenciones escolares.

Si así fuera, ¿cómo podemos entender la crítica de la NEM a que la escuela actual promueve valores provenientes de la lógica neoliberal? Veamos. 

“El aprendizaje humano es un proceso personal (individual), pero siempre producto de la interacción de los niños con el medio natural y cultural que les rodea”.

El aprendizaje humano es un proceso personal (individual), pero siempre producto de la interacción de los niños con el medio natural y cultural que les rodea. Piaget y Vygotsky coinciden en esto, la diferencia entre ambos autores estriba en el proceso explicativo y la jerarquía que le otorgan a cada elemento. Piaget ofrece una teoría de la evolución de la inteligencia y la eleva a carácter universal. Para él, niños y niñas de cualquier parte del mundo, etnia o clase social, atraviesan siempre por los mismos estadios de menor a mayor grado de complejidad intelectual. Vygotsky, por su parte, considera que la interacción cultural y social que tiene el ser humano en su entorno y desde la infancia es condición para promover el desarrollo del lenguaje y la construcción de significados para pensar. ¿Quién tiene razón? Los dos. Los niños y las niñas tienen contactos humanos culturales que les permiten desarrollar sus procesos mentales internos. Sirva esta ligera argumentación de teoría pedagógica para sostener que en el campo educativo existe vasta literatura al respecto y de la cual han abrevado prácticamente todos los sistemas educativos del mundo. Asimismo, el siglo XX fue prolífico en aportes de la psicología cognitiva y, más recientemente, el mundo de las neurociencias ha contribuido a explicar cómo aprendemos, pero esa es otra historia.

Ahora bien, ni Piaget ni Vygotsky elaboran sus teorías dentro de marcos económicos. No hay en ellos un ápice de neoliberalismo ni de ninguna otra doctrina o postura económica. ¿De dónde proviene entonces la crítica de la NEM a la escuela actual al tildarla de neoliberal? Proviene de un punto de partida diferente al de las teorías del aprendizaje humano. Se origina de una lectura de la realidad social, cuya explicación de la pobreza y desigualdad económica que sufren los países de la región latinoamericana es provocada por el neoliberalismo. Según esta línea de pensamiento, la responsabilidad de la escuela actual es que al estar alineada a la lógica de mercado produce en los estudiantes, al menos, tres características: sumisión para aceptar el sistema dominante; capacidades productivas útiles a la fábrica o la empresa, y la creencia (le llaman engaño) por el avance meritocrático. En suma, las posturas sociocríticas definen a la escuela como una gran maquinaria que al domesticar la voluntad y modelar un carácter dócil produce la mano de obra que sostiene un sistema injusto. 

Tal diagnóstico ofrece un panorama negativo, pero también reducido. Decir que la escuela es una fábrica de domesticación es un exceso comprensible sólo en el marco del marxismo althusseriano. El análisis de la NEM no coloca en perspectiva que los problemas de desigualdad y pobreza son también efecto de otros factores, por ejemplo, los malos gobiernos sean de derecha o izquierda (Andere, 2023) y tampoco observan que una mente enriquecida de conocimientos y habilidades es, entre otros factores, condición sine qua non para elevar la calidad de vida, tanto de las personas como de las comunidades. 

Preguntarnos si la escuela debe o no preparar para generar condiciones de empleabilidad en las personas no debería ser, a estas alturas, una pregunta válida. Desde tiempos inmemoriales el hombre ha tenido la necesidad de agenciarse bienes y servicios de subsistencia. Uno asiste a la escuela no únicamente para encontrar un mejor trabajo, pero tampoco va para no encontrarlo. A la escuela vamos a aprender para crecer y desarrollarnos en todo sentido: en el humano, en el ético, en el material. Sólo así podemos elevar nuestras capacidades humanas. Educar humanizando, decía Platón. 

“Uno asiste a la escuela no únicamente para encontrar un mejor trabajo, pero tampoco va para no encontrarlo. A la escuela vamos a aprender para crecer y desarrollarnos en todo sentido: en el humano, en el ético, en el material”.

La discusión por la escuela que queremos y necesitamos exige lecturas amplias del mundo y de las realidades que habitamos. Tal deliberación tendría que incluir miradas desde diferentes estratos y latitudes, hacer análisis histórico y político, pero también científico, filosófico y pedagógico. Una lectura de reivindicación y justicia social como la que propone la NEM es válida, pero limitada. 

Emily Markovich Morris y Ghulam Omar Oargha (2022) clasifican en cinco los “para qué” de la educación que predominan en los diferentes sistemas educativos del mundo:

1) Educación para el desarrollo económico de las personas. 

2) Educación para la ciudadanía y la construcción de una identidad nacional. 

3) Educación emancipadora desde la concientización crítica. 

4) Educación para el bienestar y el florecimiento de las personas y las comunidades. 

5) Educación para el sostenimiento cultural y espiritual.


Si observamos, en estos cinco puntos están incluidas todas las posibilidades arriba señaladas. Lo que está por venir es una discusión por su orden y jerarquía, su atención e importancia. Podríamos empezar por esta discusión. EP

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