
A los 31 años de la fundación de Este País, Fernando Clavijo reflexiona con una mirada histórica sobre un aspecto político de México.
A los 31 años de la fundación de Este País, Fernando Clavijo reflexiona con una mirada histórica sobre un aspecto político de México.
Texto de Fernando Clavijo M. 18/04/22
A los 31 años de la fundación de Este País, Fernando Clavijo reflexiona con una mirada histórica sobre un aspecto político de México.
Luego de 50 años de pax priísta y paternalista, la llegada al poder de Salinas de Gortari consolidó en México la visión de que la modernización económica, social y política sería posible a través de la tecnocracia. Este aire empezó a soplar con Margaret Thatcher y se convirtió en vendaval con Ronald Reagan. La derecha, nos recuerda Javier Cercas en Anatomía de un instante, levantaba la cabeza. La promesa globalizadora venía cargada de cambios técnicos: análisis por retórica, instituciones en vez de caudillos; encuestas académicamente robustas en vez de propaganda. En México, fortalecieron el instituto electoral e intentaron convertir al asistencialismo en política social, a cambio de mayor libertad al comercio internacional.
Cayó el muro de Berlín y luego la URSS con la ola de progreso impulsada por el libre mercado. El postindustrialismo, sin embargo, ya dejaba entrever lo incompleto del paquete para las partes perdedoras de la sociedad, como el Glasgow que describe Douglas Stuart en su novela Shuggie Bain, o la Galicia de la película Los lunes al sol. El nuevo modelo ofrecía libertad con sabor a orfandad.
Treinta años después de la elección dudosa de Salinas de Gortari, el desencanto con la supuesta política distributiva —invisible— del mercado, y con la propia democracia, lleva a regiones enteras a girar de nuevo hacia una izquierda mediatizada, a veces entintada de personalidad populista. El progreso ha muerto para los rusos, para los latinoamericanos. En México desconfiamos del poder del dinero, de la parcialidad del análisis cientificista, de la lentitud de la Historia. Humanos, preferimos la fe que el conocimiento. Una vez más, parecería que estamos dispuestos a apostarlo todo en una figura paterna presidencial. EP