Nocturno del petróleo mexicano y su economía

Este ensayo reflexiona en torno a la crisis del petróleo y la situación internacional luego de la crisis económica provocada por el COVID-19: cuáles son las circunstancias que deberá enfrentar México en un contexto impredecible, siendo que el gobierno actual ha puesto una buena parte de su capital en el fortalecimiento de PEMEX, una empresa en bancarrota.

Texto de 09/06/20

Este ensayo reflexiona en torno a la crisis del petróleo y la situación internacional luego de la crisis económica provocada por el COVID-19: cuáles son las circunstancias que deberá enfrentar México en un contexto impredecible, siendo que el gobierno actual ha puesto una buena parte de su capital en el fortalecimiento de PEMEX, una empresa en bancarrota.

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Ciertos detractores del llamado “periodo neoliberal” tienen en Pemex a uno de sus emblemas, que identifican con las delicias del pasado. Pemex tiene el aroma de cuando todo era gloria futura, soberanía, abundancia, y control gubernamental de la cosa pública. Es una delicia cuyo anhelo, además, no cede, porque se nos acercó acaso como aperitivo, como para sugerir lo que no iba a ser. Y así, al margen de lo que pudieron haber sido Pemex y nuestro petróleo, es obvio que hoy prometen más gloria de la que tienen. Eso es tan obvio como que el mundo ha cambiado y busca nutrirse de energías verdes. Resulta curiosa la peculiaridad de que en México las voces del cambio se hayan conjugado en pretérito. 

Aun así, México figuró entre las principales potencias petroleras del mundo que recientemente firmaron la reedición del acuerdo OPEP+. Fue un pacto alcanzado entre pandemias, desencuentros geopolíticos y las peores caídas históricas en los precios del crudo. O sea que nuestra inmediatez se ha revelado, otra vez, bastante compleja e interesante. En lo personal, estas circunstancias me han servido para explorar los asuntitos de Pemex, el petróleo y nuestro inmediato porvenir. Lo que sigue son apuntes para desentrañar esta complejidad.

Comienzo por la debacle. El 20 de abril se desplomó el valor de los futuros de West Texas Intermediate (WTI) a -$38 dólares por barril. Acto seguido, el valor del crudo mexicano cayó hasta -2.37 dólares por barril. Casi todos los medios acompañaban la noticia con gráficas y alguna de esas frases que fascinan a la prensa: “La peor caída en la historia”. En este artículo de Reuters se encuentra una gráfica como ejemplo

La nota sorprendió a más de uno, sobre todo porque no todos tienen claro qué son los futuros ni era sencillo interpretar qué significaba un precio negativo.

Dejemos a un lado el hecho de que el mundo ya no es el mismo que era en 1978 y que hoy se proyectan las energías limpias y renovables; el problema es que el mundo, ni siquiera, es el mismo que era en 2018, cuando el presidente Obrador asumió el cargo. 

Los futuros son contratos en los que las partes acuerdan intercambiar un bien a determinado precio en una fecha futura, independientemente del valor de mercado de ese bien en tal fecha. De manera general, este tipo de contratos se renegocian en el tiempo y son firmados por agentes que ni quieren ni pueden tener crudo en sus manos, sino que viven de apostar con el valor del crudo: especuladores.

Lo que se desplomó el 20 de abril fue el valor de los futuros cuyo petróleo debía entregarse en mayo. Las causas de ello son diversas. En el plano inmediato, resulta que el lugar donde se entrega y almacena el WTI (Cushing, Oklahoma) se encontraba casi al tope de su capacidad de almacenamiento. Además, la situación económica apuntaba a que no habría suficiente demanda de petróleo como para hacer más espacio. De hecho, el mundo entero tenía problemas de almacenamiento. Esto puso en duda la posible renegociación de los futuros en cuestión y, puesto que sus dueños no pueden ni quieren quedarse con el crudo, buscaron deshacerse de sus contratos a toda costa. Los precios negativos del petróleo significan eso: pagar a terceros porque se queden con el petróleo. 

Ahora bien, más allá del episodio del 20 de abril, los precios del petróleo llevan tiempo a la baja debido a la combinación de una baja demanda y una gran oferta, un fenómeno cuya raíz es compleja. Sobre la demanda podemos decir que, por causas de diversa índole, en 2019 el PIB mundial registró su menor crecimiento en una década. Ante la expectativa de una baja en la demanda agregada mundial para el 2020, comenzó a acumularse un importante excedente en el mercado petrolero a nivel mundial, como se muestra en esta página del FMI.

En este contexto llegó el COVID-19, y la demanda de petróleo acabó por desplomarse. Las medidas de distanciamiento social aplicadas en 187 países prácticamente han detenido la actividad económica a nivel mundial. Algunas estimaciones dicen que alrededor del 40% de la población mundial está en alguna una suerte de confinamiento domiciliario. aEn su reporte de abril, la Agencia Internacional de Energía (IEA) estimó que durante el 2020 la economía mundial requerirá 9.3 millones de barriles de petróleo diarios (mbpd) menos que el año previo. En particular, el golpe se dejaría sentir en el segundo trimestre del año: en abril la demanda caería 29 mbpd respecto a 2019 —un nivel no visto desde 1995— y en mayo 26 mbpd.

Además, la situación económica apuntaba a que no habría suficiente demanda de petróleo como para hacer más espacio.

Para entender el fenómeno de la oferta es preciso mirar hacia atrás y a otros factores. Uno de ellos se llama Estados Unidos. Si en 2010 aquel país era un productor insignificante de petróleo, para el año 2018 su producción había registrado el crecimiento anual más grande en la historia de la industria petrolera, afianzándose como una pieza prominente en dicha industria. Estados Unidos, ese mismo año, se retiró del acuerdo multilateral con Irán, lo que propició la expectativa de serias restricciones al comercio petrolero iraní y, en consecuencia, despreocupó a los mercados ante la creciente producción estadounidense. Pero sucedió que esa producción y la de otros países —que también habían incrementado su participación—no fue ni remotamente contrarrestada por la salida de Irán, y el mundo simplemente tuvo que arreglárselas con más crudo. Esta desafortunada combinación de poca demanda y mucha oferta con que inició el 2020 es la que se mira con claridad en la gráfica de la Administración de Información Energética (EIA) que puede encontrarse en este vínculo

Otro factor importante fue el acuerdo OPEP+. Por primera vez en 15 años, a finales de 2016 la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y países no miembros del cártel alcanzaron el acuerdo conocido como OPEP+, forjado ante la caída en los precios del petróleo y bajo la lógica de limitar la oferta para subirlos precios. Durante tres años, el acuerdo OPEP+ fue renovado varias veces y funcionó bien: el precio por barril pasó de 27 dólares en 2017 a más de 60 dólares en 2019. Por cierto, Estados Unidos, que a la sazón despuntaba como potencia petrolera, no formó parte de OPEP+, de modo que no solo carecía de límites a su producción, sino que se veía cada vez más atraído por el alza en los precios petroleros.

Pero cuando la demanda de petróleo comenzó a caer y China —la gran fábrica del mundo— se enfrentó al COVID-19, Rusia consideró que el acuerdo ya no era benéfico. No sólo parecía inútil tratar de mantener los precios altos limitando la producción, sino que toda la cuestión estratégica se enturbió. En una carta a Putin, Igor Sechin, titular de la petrolera rusa Rosneft, afirmó: “Los participantes del acuerdo OPEP+ han creado una ventaja preferencial para los Estados Unidos—quienes consideran como su tarea principal el aumentar su participación de mercado y apropiarse de ciertos mercados—, lo que se ha convertido en una amenaza estratégica para el desarrollo de la industria petrolera de Rusia”

Para entender el fenómeno de la oferta es preciso mirar hacia atrás y a otros factores. Uno de ellos se llama Estados Unidos. Si en 2010 aquel país era un productor insignificante de petróleo, para el año 2018 su producción había registrado el crecimiento anual más grande en la historia de la industria petrolera, afianzándose como una pieza prominente en dicha industria

El resultado fue una confrontación entre Rusia y Arabia Saudita que disolvió el Acuerdo OPEP+. En represalia, Arabia Saudita no sólo regresó a sus niveles de producción previos al acuerdo, sino que inundó el mercado con dos millones de barriles de petróleo adicionales. En un solo día (8 de marzo), los precios del petróleo cayeron 30% y el rublo perdió 10% de su valor frente al dólar. 

Eventualmente las partes cedieron y el pasado 12 de abril se reeditó el acuerdo OPEP+, ahora con la inclusión de Estados Unidos como signatario. Aunque los detalles están por afinarse y difundirse, la meta es reducir la producción de petróleo en 9.7 mbpd respecto a su nivel base. A decir de la IEA, para llegar a ese punto el recorte a la producción en mayo en realidad será mayor (10.7mbpd), mientras que China, India, Estados Unidos y Corea habrían ofrecido o bien espacio para almacenar crudo o bien incrementar sus reservas estratégicas de petróleo. Estas medidas habrían de contribuir a reducir la sobreoferta petrolera en el corto plazo. Además, es previsible que países como Canadá y Estados Unidos recorten aún más su producción debido a los bajos precios. De modo que el mercado petrolero podría volverse deficitario en la segunda mitad del 2020 y, probablemente, opere en condiciones más normales hacia finales de año. 

De manera natural, una variable clave en todo esto será la demanda de petróleo, la cual dependerá del comportamiento de la economía mundial, y aquí es donde las cosas ya no están claras. Sucede que la economía prácticamente se paró en seco. Esto, que en economía llaman shock de oferta, no se parece a las recesiones a las que ya estamos acostumbrados, pues éstas suelen empezar por la demanda y se van transmitiendo en la economía de manera más previsible y paulatina, permitiendo ajustes. Pero ahora nos enfrentamos a algo más semejante al impacto de una guerra, cuando la capacidad productiva de un país se destruye. Y, además, por un periodo incierto, pues la reanudación de la actividad económica dependerá de la evolución del COVID-19 y las medidas adoptadas por cada país. Suponiendo que la pandemia se desvanezca hacia la segunda mitad del 2020, la OCDE estima una contracción mundial de -2.4% en 2020 y un crecimiento de 3.3 para el 2021. El FMI proyecta una contracción de -3% en 2020 y una expansión de 5.8% para 2021. O sea, muy probablemente será una contracción peor que la observada durante la crisis financiera de los años 2008 y 2009.

Para México y su petróleo las cosas se ven, en realidad, incluso peor. La poca demanda y los bajos precios del petróleo que amenazan a los mercados energéticos ya nos han afectado, con las agravantes de que la economía mexicana ya estaba en camino de una recesión, depende de la economía estadounidense, tiene una moneda débil y cuenta con una compañía petrolera prácticamente en bancarrota.

El excedente petrolero a nivel mundial ha sido particularmente agresivo con el crudo mexicano: entre el 14 de febrero y el 23 de marzo de 2020 la canasta mexicana (compuesta ahora de crudo pesado en 63%) se depreció 67.5%, más que la depreciación de 51.1% del WTI en el mismo periodo. Según su informe de 2019, el costo de producción de Pemex es de 14.20 dólares por barril —a lo que debe añadirse la carga fiscal de casi 58%—, de manera que los precios por debajo de 20 dólares por barril (como ocurrió entodo abril) representan un grave riesgo para la compañía. 

Pemex lleva ya tiempo con problemas serios y variados, y aunque el presidente Obrador ha hecho de su rescate una prioridad, no ha logrado dar pasos certeros en ese camino. Pemex es la compañía petrolera más endeudada del mundo: su deuda actual asciende a 105 mil millones de dólares, más 70 mil millones de dólares en obligaciones con sus trabajadores. El año pasado el gobierno federal comprometió 5 mil millones de dólares para proveer liquidez a la compañía, que servirán, acaso, para las fotocopias. En 2019 Pemex reportó pérdidas de18 mil millones de dólares, el doble de las del año previo, y en los primeros tres meses de este año sus pérdidas ya suman 24 mil millones de dólares. En febrero de 2020 Pemex registró una producción de solo 1.75 mdpd: la mitad de lo que se producía en 2004. 

Así las cosas, huele a triunfo que el Gobierno Federal haya rechazado los recortes a la producción de Pemex propuestos inicialmente en la reedición del OPEP+. Lo dudoso es que apostar por Pemex siga siendo racional. Dejemos a un lado el hecho de que el mundo ya no es el mismo que era en 1978 y que hoy se proyectan las energías limpias y renovables; el problema es que el mundo, ni siquiera, es el mismo que era en 2018, cuando el presidente Obrador asumió el cargo. 

La poca demanda y los bajos precios del petróleo que amenazan a los mercados energéticos ya nos han afectado, con las agravantes de que la economía mexicana ya estaba en camino de una recesión, depende de la economía estadounidense, tiene una moneda débil y cuenta con una compañía petrolera prácticamente en bancarrota.

Los expertos parecen tener razón cuando aconsejan que Pemex racionalice sus gastos, sobre todo canalizando sus escasos recursos al negocio principal: exploración y producción, principalmente en aguas someras, pero el gobierno apuesta por la construcción de la refinería Dos Bocas. Los expertos también aconsejan que el gobierno propicie la inversión privada en procesamiento, transporte, almacenamiento y venta de productos refinados, pero el gobierno ha preferido alejar cuanto pueda a la iniciativa privada del petróleo sin llegar cancelar la reforma de 2013.

Por fortuna, la economía mexicana no depende de los hidrocarburos: nuestras exportaciones petroleras no llegan ni al 10% de las totales, y la extracción de petróleo y gas suman poco más del 3% del PIB. El problema es que poco más del 16% de los ingresos federales en 2020 debían provenir del petróleo, cuando la deuda de Pemex en 2019 era de cerca del 20% de la deuda federal. Quiero decir que las finanzas públicas sí están expuestas al destino de la empresa petrolera, lo que afecta al presupuesto, al peso, al costo de la deuda, a otros agentes del sistema financiero, etcétera. 

Tiempos aciagos, pues, para México. La pregunta es: cuánto estará dispuesto a aguantar el gobierno antes de buscar cambios significativos. Quizá mucho: el pasado 22 de abril el gobierno federal otorgó un crédito fiscal a la petrolera por hasta 65 mil millones de pesos.

Voy cerrando con el lugar común: crisis es también oportunidad. O puede serlo cuando se tiene flexibilidad mental: gracias a esta sería posible cambiar la estrategia conforme al panorama, ajustándose a la consecución de un fin difícilmente disputable: tener soberanía energética. Porque esa soberanía también puede alcanzarse de modo sustentable y sin tirar el dinero a la basura. Pero yo tengo mis reservas para creer que el presidente Obrador es flexible. Perseguir por 18 años la presidencia es ante todo muestra de obstinación, y hacerlo reiterando un par de frases sugiere imaginación poca. Parece incluso medio insensato haberlo conseguido para mirar al pasado.Ahora que el desastre de Pemex vuelve a dominar la agenda no hacen falta más ilustraciones: con el dinero de las pérdidas de la empresa entre enero y marzo pudieron haber sido comprados 98 aviones como el que hoy rechaza el presidente, o habría bastado para hacer tres aeropuertos como el cancelado también por él. Por ello uno no puede dejar de preguntarse si el verdadero tema en la agenda del gobierno es el despilfarro de dinero público y el empobrecimiento de los mexicanos. ¿Será peor ser corrupto o ser un necio? EP

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