Este mes, la reflexión del Grupo México en el Mundo analiza tres temas relevantes para las relaciones internacionales.
#Tablerointernacional: Septiembre
Este mes, la reflexión del Grupo México en el Mundo analiza tres temas relevantes para las relaciones internacionales.
Texto de Isidro Morales, Susana Chacón & Guadalupe González 19/09/24
En esta ocasión, el Grupo de México y el Mundo comparte la reflexión sobre tres temas muy pertinentes en este momento del acontecer internacional: Venezuela en su laberinto sombrío; China y la reforma judicial de López Obrador, y por último, el debate entre Kamala Harris y Donald Trump.
Venezuela en su laberinto sombrío
El exilio forzado a España del presunto ganador de los comicios en Venezuela, Edmundo González Urrutia, el pasado 7 de septiembre para evitar su arresto inminente, modifica el tablero político e internacional de la crisis postelectoral venezolana. Inicia una nueva fase del proceso en la que se van cerrando los espacios para la oposición. La salida de González Urrutia no es otra cosa que el resultado del escalamiento de la represión e intimidación oficialista al punto que The Economist considera que “la oposición venezolana está siendo aplastada” sin que haya signos de fractura en el chavismo. Para otros, el cálculo opositor implícito en estas duras condiciones, más allá de la propia seguridad personal de González Urrutia, es que resulta más útil estando libre y fuera del país, que preso o refugiado en una embajada dentro de Venezuela.
¿Qué significado e implicaciones tiene este escenario? Sin duda, habrá un ajuste mayor en la estrategia opositora y mucho más de lo mismo por parte del gobierno. El tándem de liderazgo y acción de la Plataforma Unitaria se bifurca en dos frentes, el interno y el externo, mientras que el oficialismo cierra filas, endurece el cerco contra sus adversarios políticos, dentro y fuera de Venezuela, y busca “normalizar” la situación. Los retos de la oposición en los próximos cuatro meses —antes del cambio de gobierno— son mayúsculos: mantenerse unida en torno a la demanda de verificar con imparcialidad los resultados, contener el desgaste y la desmotivación a través de un contacto permanente con sus bases, sostener un mínimo de movilización popular selectiva sin arriesgar la integridad física de los manifestantes y, escalar la presión externa con el acompañamiento activo de una diáspora que ronda los 8 millones de personas.
¿Cómo coordinar las acciones y sintonizar los mensajes del liderazgo político interno de María Corina Machado (MCM), bajo asedio permanente pero sumamente popular, con la estrategia diplomática de un exilio multicolor y disperso bajo la conducción de González Urrutia desde España? El reto es enorme frente a la estrategia oficialista que busca desmoralizar y dividir al movimiento democrático.
El exilio de González Urrutia es objeto de lecturas diversas y encontradas. El gobierno lo considera una gran victoria y una oportunidad para limpiar su imagen con un discurso conciliador. En palabras de la vicepresidenta Delcy Rodríguez, se otorgó el salvo conducto “en aras de la tranquilidad y paz política del país” y Maduro dejó atrás el cúmulo de insultos que había proferido contra su opositor, para desearle suerte en el exilio. Estos gestos discursivos contrastan con los numerosos actos de intransigencia y endurecimiento por parte del gobierno a fin de mantener a raya la presión interna y externa. Al mismo tiempo que se permitía la salida de González Urrutia, se revocaba la autorización a Brasil para custodiar la embajada argentina, hoy bajo cerco policiaco y sin electricidad, donde están resguardados seis opositores de Vente Venezuela cercanos a MCM; esto con el pretexto de una conspiración para asesinar a Maduro. Un acto intimidatorio que acrecienta el ambiente de vulnerabilidad y desprotección de la oposición.
La oposición ha presentado, hasta ahora, una lectura distinta del asilo político de su candidato al calificarlo de “movimiento estratégico” como parte de su lucha para obtener el reconocimiento de su victoria electoral y sacar a Maduro del poder. De aquí la rápida reacción de MCM desde la clandestinidad con un discurso de esperanza y unidad centrado en tres mensajes: la intensificación de la presión diplomática, el llamado a las Fuerzas Armadas a la civilidad y la activación de protestas de resistencia pacífica selectivas que agrieten el bloque chavista. Sin embargo, hay desconcierto, muchos dudan que González Urrutia haya consultado su decisión con la líder moral del movimiento, aunque ha comenzado a realizar gestiones para sumar apoyos en el exterior en torno a lo que MCM llama “una causa mundial” por la democracia en Venezuela. La cascada de reacciones de preocupación por parte del Vaticano, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la ONU, la OEA y otros actores, anticipan un creciente aislamiento internacional del gobierno de Maduro que si bien mantiene el apoyo de sus aliados tradicionales, ha visto enfriarse la relación con sus vecinos, en especial Brasil y Colombia.
La polarización venezolana ha tenido fuertes ecos políticos en otros países. El asilo político de González Urrutia ha detonado tensiones diplomáticas entre España y Venezuela que podrían escalar. Por iniciativa del Partido Popular, la cámara baja del Congreso español reconoció al candidato opositor como presidente electo en abierto desacuerdo con la posición oficial del gobierno de Pedro Sánchez, similar a la de la Unión Europea, de no avalar la victoria de ningún candidato mientras no haya una verificación imparcial de los resultados. Una verdadera tormenta política en España que llevó a Maduro a llamar a consultas a su embajador y al presidente de la Asamblea Nacional venezolana a solicitar la ruptura de relaciones. En el ámbito latinoamericano, se esperan fuertes reverberaciones políticas de la crisis venezolana en las elecciones locales de octubre en Brasil y Chile y en la contienda presidencial en Uruguay.
Estados Unidos ha reaccionado con prudencia imponiendo nuevas sanciones “inteligentes” o selectivas contra 16 funcionarios venezolanos responsables de obstruir la publicación de las actas electorales y enviando un mensaje de fuerza al confiscar en República Dominicana el avión oficial de Maduro. El problema de fondo es que, hasta el momento, todas las estrategias de presión y acompañamiento internacional que se han ensayado para abrir rutas sostenibles de democratización en Venezuela han fracasado, desde la “máxima presión” de Trump hasta los acuerdos de Barbados y los recientes intentos de mediación de Brasil y Colombia. En el último cuarto de siglo, Estados Unidos ha impuesto alrededor de 960 sanciones y medidas coercitivas unilaterales contra el chavismo en Venezuela lo que ha servido al chavismo para justificar las difíciles condiciones económicas y sociales que enfrentan millones de venezolanos sin luz, agua, gasolina, transporte público, servicios de salud ni alimentos, culpando a otros de los males que genera su gobierno, una trama similar a la de Cuba.
La hoja de ruta de la oposición está obligada a ajustarse. El exilio forzado de su candidato cambia de manera drástica el clima emocional de sus bases que apenas seis semanas atrás celebraban la demostración fehaciente de su fuerza electoral para vencer al oficialismo. En este nuevo escenario, el papel de la comunidad internacional será clave, aunque, para ser efectiva, exigirá un difícil equilibrio entre presión sostenida y flexibilidad inteligente.
China y la reforma judicial de López Obrador
La reforma al poder judicial sometida al congreso por López Obrador, y que fue finalmente votada y aceptada a rango constitucional 15 días antes de entregar la banda presidencial a su sucesora, Claudia Sheinbaum, ha tenido las repercusiones internacionales más significativas que cualquier otra decisión tomada a lo largo del sexenio que termina. Ni la controvertida reforma a la Ley de Industria Eléctrica, ni los diferendos que se han tenido con los gobiernos de España, Ecuador y Perú, han causado tanto revuelo tanto en Estados Unidos, Canadá y los países europeos.
El común denominador de los pronunciamientos hechos ha sido la incertidumbre en la que entraría el Estado de Derecho en el país —ya que la elección de jueces, como dicta la nueva legislación, podría provocar su captura por los partidos políticos o, peor aún, por el crimen organizado— y el daño que tendría con los compromisos internacionales de México, entre ellos sus acuerdos comerciales con América del Norte y Europa. Con todo, la sorpresa, esta vez, fue la reacción del gobierno chino.
Poco después de que el embajador estadounidense en México, Ken Salazar, advirtiera, a finales de agosto, sobre las repercusiones negativas que dicha reforma podría tener para la democracia mexicana y el futuro del T-MEC, cuya primera evaluación se hará en junio del 2026, el presidente saliente, López Obrador, decidió “pausar” las relaciones con sus socios norteamericanos, usando el mismo término que definió a sus conflictivas relaciones con España desde el comienzo de su sexenio. Días después, el portavoz del Ministerio chino de Relaciones Exteriores se pronunció al respecto, pidiendo a Estados Unidos abandonar sus actos intervencionistas en México, ya que el país, en goce de su soberanía, podía realizar los cambios internos que quisiera. No es la primera vez que Pekín invocaba la defensa de la soberanía nacional frente a Washington, pues lo ha hecho en reiteradas ocasiones respecto a Taiwán. Lo novedoso de esta declaración fue haberla invocado ante un asunto que concernía a México, el principal socio comercial de la Unión Americana, dando a entender, además, que el pronunciamiento de Salazar era una muestra de la sobrevivencia de la Doctrina Monroe, formulada hace más de 200 años por Washington para condenar la injerencia de cualquier potencia extranjera en los asuntos del hemisferio occidental.
A nadie escapa que el pronunciamiento chino se da en un momento no solo difícil para México y sus relaciones con Europa y los Estados Unidos, sino en las tensiones geopolíticas y comerciales de China frente al conjunto de los países occidentales. En ese contexto, ¿la declaración significa acaso una revaloración estratégica de México dentro de los cálculos geopolíticos de Pekín? ¿Es acaso un reacomodo estratégico que le impone López Obrador a Sheinbaum, poco antes de dejar la presidencia, en caso de que el T-MEC entre en “pausa” en el 2026?
China, sin duda, se ha vuelto un país de suma importancia para México: es su segundo socio comercial por el lado de las importaciones, su principal proveedor de carros eléctricos, y cuenta con un gran potencial en inversiones que abarca tanto la infraestructura, la manufactura y la minería. El dragón asiático ha iniciado ya una cooperación cultural con el país —a través de la puesta en marcha de los Institutos Confucio— y también política, como lo atestigua las reuniones que han habido con funcionarios mexicanos para regular la producción de precursores químicos del fentanilo. Dada la importancia que cada día cobra la potencia asiática, es probable y, de alguna forma, deseable, que las relaciones entre ambos países prosperen. Pero apostar a que el coloso asiático sea capaz de desplazar la relación estratégica que México ha tenido y cultivado con los Estados Unidos, con todos sus altibajos y desencuentros, prácticamente desde la presidencia de Franklin D. Roosevelt, sería un craso error. La próxima administración que se iniciará a principios de octubre, deberá tener claro que tendrá que articular una postura ante la emergencia de China como potencia global, tomando en cuenta no solo su reposicionamiento económico, sino también las incertidumbres que esto ha generado en los países del Indo Pacífico y del Pacífico Asiático. Deberá tener claro, también, que la definición de una posición hacia China —por ahora ausente— no cancela ni sustituye la relación estratégica con Estados Unidos y sus otros socios occidentales, relación que López Obrador le ha heredado muy dañada a la administración entrante.
El debate entre Kamala Harris y Donald Trump
Finalmente tuvo lugar en Filadelfia, el primer —y muy posiblemente único— debate entre los dos candidatos presidenciales. A dos meses de la elección, fue un debate excelente y el resultado favoreció sin duda a Kamala Harris. Donald Trump iba preparado para debatir con Biden, pero no con ella. La candidata demócrata fue contundente contra él. Llegó muy segura, firme, crítica, irónica, alegre y con argumentos que sacaron de lugar a un Donald Trump achicado y siempre a la defensiva; con una narrativa, como siempre, llena de mentiras. Ella no cayó en sus provocaciones. Todo lo contrario. Reaccionó adecuadamente y con propuestas. Fue un espacio que aprovechó muy bien para presentarse y darse a conocer ante los estadounidenses. Antes del debate, 70% de la población decía no conocerla. De entrada, fue ella quien se acercó a Trump para saludarlo con un fuerte apretón de manos, cosa que no sucedía en los últimos 8 años.
Los temas más álgidos sobre los que hablaron por más de 90 minutos fueron el aborto, el de salud y el económico. Aunque Trump trataba de meter una y otra vez el de migración cuando se estaba en otro aspecto diferente. Seguramente pensó que era donde más podía pegar a los demócratas. No obstante, cayó en el ridículo de decir que los migrantes se estaban comiendo las mascotas de los pobladores en localidades como la de Springfield. Harris aprovechó muy bien los errores de Trump para hacerlo ver como un delincuente que enfrenta más de 90 cargos, como un personaje que representa al pasado y que no tiene propuestas ni estrategias para lo que viene. Le dejó muy claro que los millones de espectadores quieren un cambio y no más de lo mismo. Le pegó en donde le tenía que pegar y lo dejó sin capacidad para defenderse. La diferencia de edades fue también evidente. Mientras él se mostró envejecido, ella se presentó jovial. Kamala fue también muy explícita en decir que sería la presidente de todos los estadounidenses y que buscará la unidad y nunca tendría la actitud de Trump de enfrentar y dividir a la población. Era muy importante que se definiera en política exterior, en especial en los temas de Ucrania/Rusia y Palestina e Israel y lo hizo muy bien con mensajes diferentes a los de Biden.
Ahora bien, así como llegaron al debate empatados en las encuestas y al final esto cambió a favor de Harris, ella no tiene asegurado el triunfo de la elección en noviembre. Como sabemos, aunque puede ganar el voto popular, como sucedió con Hillary Clinton, se requieren 270 votos electorales. Es el Colegio Electoral quien define el resultado final. De acuerdo a las proyecciones de 270towin.com, actualmente ella cuenta 226 votos mientras que Trump tiene 219. Quedan 93 votos por definirse y estos están, sobre todo en los estados columpio que en orden de mayor a menor número de electores son Pensilvania, Michigan, Georgia, Carolina del Norte, Wisconsin, Arizona y Nevada.
Dos meses es poco tiempo para asegurar estos votos. La candidata demócrata tiene a su favor que tan solo en agosto obtuvo 300 millones de dólares de donativos, mientras que Trump consiguió 80. Para ganar, se requiere de una estrategia muy bien planeada y desde el ámbito de lo local con la que logren sacar a votar a los indecisos y especialmente a los jóvenes, a los latinos y a los afroamericanos. Al tener como candidato a Tim Walz, puede atraer el voto de los blancos y no tan jóvenes y de los republicanos que no quieren a su candidato.
Con el debate, Kamala mostró temple y conocimiento en temas específicos y que conectan con la gente en su día a día, como el de vivienda, educación, salud y el económico. Fue, sin duda, un excelente inicio; debe convencer que, a pesar de estar con Biden y ser su vicepresidenta, tiene realmente propuestas de futuro que a todos convienen. Ahora, resta el trabajo de los demócratas y en todos los niveles, para evitar el regreso de Trump. EP
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