Este mes, la reflexión del Grupo México en el Mundo analiza tres temas relacionados con el regreso de Trump al poder y el G20.
#Tablerointernacional: Noviembre
Este mes, la reflexión del Grupo México en el Mundo analiza tres temas relacionados con el regreso de Trump al poder y el G20.
Texto de Susana Chacón, Guadalupe González & Isidro Morales 25/11/24
En esta ocasión, presentamos los siguientes temas: qué pasó en Estados Unidos con el regreso de Trump, los nubarrones sobre el nearshoring en México y el G20 y los límites del multilateralismo
¡Regresó Trump! ¿Qué pasó en Estados Unidos?
A diferencia de la elección del 2016, ahora gana las elecciones Donald Trump en noviembre del 2024 y será el presidente número 47 de Estados Unidos con mucho mayor legitimidad, poder y experiencia. Legitimidad por la contundencia de la votación; poder dado que obtuvo la Trifecta, es decir, la Presidencia, la Cámara de Representantes y el Senado; experiencia dado que ya sabe lo que es gobernar: regresa a terreno conocido y con el equipo que lo llevará a lograr sus intereses.
Ganó el voto del colegio electoral al obtener la victoria de los siete estados bisagra: Wisconsin, Pennsylvania, Carolina del Norte, Arizona, Nevada, Georgia y Michigan. En el Senado cuenta con 53 senadores frente a 47 de los demócratas. En la Cámara de Representantes cuenta, al menos hasta ahora, con los 218 representantes necesarios para que se aprueben sus propuestas. Además, 27 gobernadores son republicanos y solo 23 azules.
Es de llamar la atención la forma en que los estadounidenses votaron por Trump en esta ocasión: 59% de los hombres blancos, 52% de mujeres blancas, 55% de los hombres latinos y 38% de las latinas. La población afroamericana es la que menos votos le dio: 20% de los hombres y 7% de las mujeres. Sin duda, la población con mayor grado de educación, que es la menor, es la que mayoritariamente votó por Harris. El tema de los bajos niveles educativos fue definitorio.
Lo anterior nos lleva a pensar en los factores que definieron el resultado del pasado 5 de noviembre. En especial fueron la economía, la migración y la seguridad; por ejemplo, el 55% del electorado pidió que se disminuyera la migración ya que tienen miedo al cambio del entorno: “los que llegan no son iguales a nosotros y de ahí que nos sintamos amenazados”. Esto lo explotó muy bien Trump durante su campaña. Los demócratas no alcanzaron a entender que se les veía muy lejanos, pues no respondían a las necesidades más inmediatas del electorado. Por una parte, medios como The Economist o Financial Times hablaban de la economía de Biden como la más fuerte a nivel global; por la otra, a la población le preocupa la creciente desigualdad —la mayor de los últimos 50 años—, y la falta de recursos para su día a día y Trump les ofreció resolver su situación.
La campaña de Kamala Harris fue muy corta, desafortunadamente. Que el presidente Biden haya dejado la contienda tan tarde, fue un factor clave en contra de los demócratas. A pesar de que los Obama, los Clinton y grandes personalidades demócratas, deportistas, músicos y artistas apoyaran a Kamala, no dejaron de ser vistos como la élite que no conectó con la gente. Ahora toca repensar la democracia, el bipartidismo y en especial recomponer el papel de los demócratas en el futuro del país.
Por lo pronto, Trump tendrá una carta abierta a partir del 20 de enero del próximo año. Veremos cuántas de sus promesas de campaña cumple, pero es claro que buscará que sea la mayoría. En política exterior muchos serán los retos: qué va a hacer con la OTAN, con el cambio climático, con Ucrania, Medio Oriente, Rusia, China, Taiwán, Irán y, no se diga, Venezuela. En América Latina muy posiblemente veremos el regreso de la derecha. A Trump no le gustan nada las dictaduras de izquierda. México no la tendrá nada fácil, el escenario de deportaciones, aranceles y definir al crimen organizado y a los carteles como terroristas, serán tan solo algunas de las amenazas que tendremos que enfrentar a diario. Ojalá que el gobierno mexicano asuma la gravedad de la relación bilateral y cuente con los especialistas necesarios para cada uno de estos aspectos. Los recientes nombramientos en el gabinete del republicano nos dicen que los próximos cuatro años serán muy duros.
El regreso de Trump y los nubarrones sobre el nearshoring en México
Donald Trump regresará corregido y aumentado a la presidencia de Estados Unidos en enero de 2025. Su agenda antinmigrante, nacionalista y proteccionista cimbrará, sin duda, a América del Norte y al mundo. En su estilo ya conocido, Trump amedrenta con iniciar su segunda administración con deportaciones masivas y un alza generalizada de aranceles, además de las que se han impuesto a China. Si bien mucho de lo que ha dicho desde su residencia en Mar-a-Lago, en donde se ha parapetado para ir seleccionando a su próximo gabinete, se antoja retórico, no se puede subestimar la fuerza política con la que regresa: logró imponerse en todos los estados “bisagra” —es decir, donde Kamala Harris hubiera podido ganar— así como en el Senado y la Cámara de Representantes.
El regreso de Trump se realiza en un momento en que la relación de México con Estados Unidos se encuentra resquebrajada, como lo ha manifestado Ken Salazar, embajador que aún representa a Biden, en sus declaraciones desde septiembre a la fecha. Las más sonadas han sido su crítica a la reforma judicial hecha durante el último mes de la administración pasada y, la más reciente, ya con Claudia Sheinbaum en Palacio Nacional, sobre el fracaso de la estrategia de seguridad y de combate al crimen organizado. Los desencuentros en estos dos temas continuarán en la administración Trump y otro más se encuentra ya en focos rojos: el nearshoring, estrategia enarbolada por Biden y de la que Claudia Sheinbaum ha hecho su bandera de recuperación económica para el país.
Dado que las tensiones comerciales con China se mantendrán y, muy probablemente, escalarán aún más, en México se ha dado por sentado, tanto en el gobierno como en grupos empresariales, que seguirá siendo el lugar idóneo para reubicar proveeduría de China y de otros países asiáticos. Dicho optimismo, matizado obviamente por los obstáculos en infraestructura y de seguridad pública que caracterizan hoy al país, podría esfumarse durante la primera mitad de la administración Trump, durante el cual el TMEC estará sujeto al escrutinio de su gobierno. Hasta ahora, el todavía presidente electo se encuentra seleccionando un gabinete de incondicionales de línea dura. De entre ellos, sobresale Robert Lighthizer, quien fungió como representante comercial de Trump durante su primera administración y quien fue, ni más ni menos, el artífice de la llamada “guerra comercial” con China y de la denuncia del TLCAN para reconvertirlo en TMEC, un acuerdo que se negoció con amenazas e impuestos al acero y aluminio provenientes de México y Canadá y que otorgó preferencias asimétricas a los Estados Unidos.
Lighthizer, un abogado con amplia experiencia tanto en la administración pública como en el mundo corporativo, defensor de las empresas acereras y automotrices norteamericanas, y que se perfila para ocupar un puesto importante en la próxima administración, está profundamente convencido de que la estrategia para vencer tecnológicamente a China es volver a la época dorada del proteccionismo estadounidense que imperó de mediados del siglo XIX hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. A diferencia de Biden, cuyo proteccionismo se justificó para acelerar la nueva revolución industrial basada en la electromovilidad y una economía descarbonizada, en donde México y otros socios comerciales podrían jugar un rol estratégico, el proteccionismo de Lighthizer, que embona bien con el eslogan trumpista de recuperar la grandeza perdida de los Estados Unidos, busca crear empleos en industrias poco competitivas y obsolescentes, sobre todo las ubicadas en el llamado “cinturón de la manufactura oxidada”. Dicha región, que va del Medio Oeste hasta el noreste de la Unión Americana y que incluye estados clave ganados por Trump como Ohio, Michigan y Pensilvania, se mantendrá como su bastión en la medida que muestre que es el defensor de sus intereses y de sus trabajadores, y que no permitirá que México, China y cualquier otro país “roben” empleos de la zona. Así lo demostró Lighthizer, cuando le impuso a México reglas de origen en la industria automotriz, en la negociación del TMEC, donde un porcentaje de ellas se definió por salarios más altos que los que prevalecen en México para beneficiar a los trabajadores estadounidenses.
Lo más preocupante es que los argumentos de Lighthizer están ya siendo retomados también por los canadienses, al menos como muestran las recientes declaraciones de los dirigentes tanto de Ontario y de Alberta, las dos provincias más importantes en el comercio de energía y manufactura con Estados Unidos. Ambos mandatarios han expresado su acuerdo por expulsar a México del TMEC, en caso de que México se vuelva el “patio trasero” de la manufactura china para depredar empleos de sus socios norteamericanos.
En México, por el contrario, se especula que castigar con impuestos a México o peor aún, orillarlo a abandonar el TMEC, sería tan contraproducente para ambos países que obligaría a Washington a no hacerlo, aunque podría ser utilizado como amenaza para obligar a México a ceder en otros puntos de la agenda bilateral, como en migración o narcotráfico. Como sea, el daño ya está hecho. Si algo ha hecho Trump desde su primera administración, es mostrar que ningún acuerdo puede asegurar el acceso al mercado estadounidense bajo reglas pactadas. Esta fue la razón por la que tanto México como Canadá decidieron firmar el TLCAN. Trump mostró empero que Washington tiene la fuerza y el poder para modificar unilateralmente las reglas y, aún más, renegociar con sus socios un acuerdo favorable a sus intereses con fechas de revisión y hasta de caducidad. A pesar del TMEC y de las componendas que se le puedan hacer, el acceso al mercado estadounidense se volverá aún más incierto y especulativo durante la segunda administración de Trump, lo que vulnera aún más las expectativas del nearshoring a las que tanto ha apostado la administración de Claudia Sheinbaum.
G20 y los límites del multilateralismo
Las últimas citas del G20, al igual que la próxima, han sido presididas por algún país líder del Sur global y socio fundador del BRICS: la India en 2023, Brasil en 2024 y, en 2025, Sudáfrica tomará la batuta. Se trata de tres economías emergentes democráticas con aspiraciones globales que promueven una visión reformista del multilateralismo centrada en la agenda de desarrollo 2030 y en la construcción de nuevas reglas para un orden mundial multipolar. Un hecho muy significativo del impacto de la emergencia del Sur global en los nuevos equilibrios multilaterales es que, este año, la Unión Africana participa por primera ocasión como miembro de pleno derecho en la cumbre del G20, mientras que la UE lo ha sido desde el relanzamiento de este mecanismo en 2008.
Otras primeras presencias que han generado expectativas son las de la presidenta Claudia Sheinbaum tras un sexenio de abandono por parte de México de estos foros y la del presidente Milei, como el representante radical más vocal del antiglobalismo en ascenso que pronto llegará a la Casa Blanca con Trump. Mientras que la voz de México en el G20 se ha escuchado aún sin mucha fuerza por lo incipiente de su propuesta de destinar 1% del gasto militar a la reforestación; aunque hubo mensajes importantes como el respaldo conjunto con Canadá al TMEC, la actuación vociferante de Milei ha sido sumamente disruptiva y visible al punto de ser la nota en las primeras planas de los diarios sudamericanos. También ha saltado a la vista la dispersión y fractura de las voces latinoamericanas en el G20 a pesar del liderazgo brasileño. Brasil y Argentina en las antípodas y México, al igual que los otros dos países invitados a la mesa, Colombia y Chile, con una agenda descoordinada de la del resto a pesar de las simpatías ideológicas y programáticas entre sus gobiernos.
Si bien los tiempos no son propicios para esperar avances significativos y concretos en la agenda multilateral de los países del sur, Brasil se ha mostrado firme y con capacidad para impulsar una agenda ambiciosa de largo plazo hacia la construcción de “un mundo justo y un planeta sustentable”. A pesar de los obstáculos y lo magro del financiamiento al desarrollo, logró el respaldo de más de 82 países a su iniciativa de crear un nuevo instrumento de acción de emergencia, la “Alianza contra el hambre y la pobreza”. La reunión en Río de Janeiro es un botón de muestra de cómo las tensiones geopolíticas y la profundización de la competencia entre China y Estados Unidos contaminan y descarrilan las discusiones en el único foro que reúne a las principales economías del mundo —del Norte y del Sur global, de Oriente y Occidente—, que controlan el 85% del PIB global.
Las deliberaciones del G20 en Brasil han coincidido con los días de máxima tensión en la guerra en Ucrania en meses a raíz de la decisión de la administración Biden de autorizar a Ucrania el uso de proyectiles estadounidenses de largo alcance contra Rusia. Un punto de inflexión que cruza una de las líneas rojas marcadas por el Kremlin desde el inicio del conflicto y que abre un delicado compás de incertidumbre que durará al menos hasta el cambio de gobierno en Estados Unidos y el inicio de la segunda presidencia de Trump en enero. La reacción en cadena no se ha hecho esperar y Rusia ha anunciado una nueva doctrina que permitiría responder con armas nucleares a un ataque convencional en su contra.
Putin no ha participado en este G20 por la orden de arresto de la Corte Penal Internacional en su contra, pero ha sido un factor perturbador en la negociación y aprobación del comunicado conjunto. El borrador elaborado por Brasil generó críticas de todos lados, sobre todo en Estados Unidos y Europa, por su tono condescendiente hacia Rusia y muy crítico de Israel. La diplomacia brasileña ha tenido sobre sí una enorme presión para salvar una declaración final edulcorada e insípida que no ha dejado satisfecho a nadie. Además, en el último momento, Lula ha tenido que lidiar con la presión inesperada por parte de Rusia de emitir una comunicación directa condenando a Ucrania con el riesgo de dar al traste con la reunión.
En la antesala, los pasillos y las mesas del G20 China ha hecho sentir su influencia de manera contundente sin aspavientos, en franco contraste con la disminuida presencia de Estados Unidos en la figura del presidente Biden. En América Latina, en particular, la huella del gigante asiático ha ido creciendo de manera sostenida en lo simbólico y lo material. En el marco de la reunión de APEC en Perú los días previos a la cumbre del G20, Xi Jinping inauguró el mayor puerto de Sudamérica en Chancay a 80 km de Lima, la primera megaobra de infraestructura en la región financiada por la iniciativa china de la Franja y la Ruta. La puesta en marcha del puerto ha encendido las alarmas en Estados Unidos donde las reacciones apuntan hacia la radicalización de las posiciones proteccionistas antichinas tanto de demócratas como de republicanos. Donald Trump ha puesto la mira en Chancay y ha anunciado que cualquier mercancía que pase ahí tendría un arancel del 60%.
Al final, si bien numerosas iniciativas como el impuesto global a los multimillonarios para financiar la Agenda 2030, la acción climática y la salud global siguen sin concretarse ante la primacía de la geopolítica sobre la agenda multilateral, la declaración conjunta aprobada en la reunión de Río de Janeiro es una hoja de ruta y una robusta agenda pendiente de 85 puntos que dará dirección a la próxima cita en Sudáfrica cuando la sombra anti multilateral de Trump sea una realidad palpable. EP
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