A partir del bicentenario de relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos, el grupo México en el Mundo presenta una compilación que aborda, desde diversas perspectivas, el pasado y el presente esta relación. Este ensayo forma parte del Capítulo 1 “Una mirada panorámica sobre una relación intensa y poco institucionalizada”.
Dos siglos de convivencia cultural
A partir del bicentenario de relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos, el grupo México en el Mundo presenta una compilación que aborda, desde diversas perspectivas, el pasado y el presente esta relación. Este ensayo forma parte del Capítulo 1 “Una mirada panorámica sobre una relación intensa y poco institucionalizada”.
Texto de Héctor Cárdenas Rodríguez 06/03/23
Los últimos 200 años de relaciones con Estados Unidos se han caracterizado, como suele ocurrir entre países vecinos, por agravios, desencuentros, alianzas, cooperación y, en nuestro caso, por una beneficiosa interdependencia. En los primeros años de nuestra relación, nos vimos agraviados por una guerra desigual. Sin embargo, 2 décadas más tarde, fuimos aliados contra la invasión francesa, como ocurrió en la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos ha logrado en estos 2 siglos convertirse en una superpotencia con intereses y responsabilidades internacionales. México apenas ha devenido en un país de desarrollo intermedio. No es este el espacio para identificar las causas de ese contraste, sin embargo, no puede soslayarse que, mientras Estados Unidos adoptó un proyecto de nación sustentado en la democracia y el esfuerzo, México sigue anclado en el pasado, sin haber logrado liberarse del autoritarismo, la corrupción y la ausencia de un Estado de derecho.
En nuestra relación hay factores emocionales que se expresan en un acendrado antiestadounidismo, elemento de una supuesta identidad nacional construida sobre los mitos del pasado: “tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”. Paradójicamente, frente a esta aberración, se advierten los sentimientos de admiración y el propósito de aspirar a ser como ellos. No en vano nuestros sistemas políticos y el nombre del país se inspiraron en los de esa nación.
Frente a las desavenencias y los desencuentros, en el ámbito cultural hemos tenido una relación espontánea o inducida, pero siempre fructífera, que se caracteriza más por la cooperación que por la competencia. Un aspecto invaluable de ese encuentro es la retroalimentación cultural entre los dos países. A partir del siglo XX, cuando Estados Unidos se erigió como la primera potencia mundial, su cultura ha tenido una difusión mundial de la que México no ha sido la excepción. La proximidad geográfica y el intenso intercambio de personas, bienes y servicios son los factores determinantes para que ambos países influyan recíprocamente en sus respectivas formas de vida. La presencia de la cultura estadounidense en nuestro país se advierte en la moda, la cinematografía, la literatura y la música, sin que por ello nuestras tradiciones se hayan visto transformadas o disminuidas.
La penetración cultural mexicana
Por su parte, México ha logrado una penetración cultural sustantiva en la sociedad estadounidense, sobre todo en los estados con mayor número de residentes mexicanos. En efecto, la diáspora mexicana, distribuida en diversos espacios de la geografía estadounidense, además del intenso e incesante flujo migratorio, ha propiciado la difusión de nuestra cultura, a la par de la participación del gobierno y de la iniciativa privada. Sería temerario intentar hacer una radiografía completa de nuestra relación cultural con Estados Unidos, por lo que abordaré someramente algunas áreas en las que el idioma, las artes y la música mexicanas han contribuido al desarrollo de esta vinculación.
La difusión del español, la literatura, el cine y la adopción de innumerables vocablos castellanos en el lenguaje cotidiano inglés ha auspiciado el fortalecimiento de la relación cultural entre ambos países, fomentando el interés por conocer a fondo los orígenes y el desarrollo de las expresiones culturales de México a través de los siglos. Estados Unidos es ahora un país bilingüe, en cierta medida, porque las comunidades mexicanas no han abandonado el uso de su lengua natal. Es tal la importancia del español en el país que hay publicaciones, estaciones de radio y cadenas de televisión en castellano, principalmente en los estados de Texas, California, Arizona y Florida. La fusión del español y el inglés dio lugar a un lenguaje hibrido que se denomina spanglish, adoptado por unos personajes que no se identificaban totalmente con las costumbres y la moda estadounidenses: los pachucos. Paradójicamente, quienes trajeron a México su cómica jerga y manierismos fueron los populares cómicos mexicanos de la década de 1950.
Desde el siglo XIX, se despertó el interés estadounidense en la cultura prehispánica, sustento, en parte, de nuestra identidad nacional. La contribución de los científicos estadounidenses representó un avance en los descubrimientos de los sitios arqueológicos de nuestro país. Uno de los más célebres arqueólogos estadounidense, Edward Thompson, Cónsul de Estados Unidos en Yucatán, a finales del siglo XIX y principios del XX, saqueó durante 30 años 30 000 piezas de Chichen Itzá que fueron vendidas o donadas a Estados Unidos. Algunas forman parte de los acervos de los principales museos de ese país y de colecciones privadas, aunque un buen número de ellas fueron repatriadas gracias a la intervención de nuestro gobierno. Su pasión por los mayas y sus vestigios indujo a Thompson a adquirir una hacienda donde se encuentra el Cenote Sagrado de Chichen Itzá, por 300 pesos. Cabe destacar que el pillaje tuvo lugar cuando la identidad mexicana estaba todavía en formación y la defensa del patrimonio nacional aún no se contemplaba.
En las últimas décadas las exposiciones temporales de arte prehispánico proveniente de los museos estadounidenses y mexicanos han despertado la admiración y el interés en nuestro país. Algunas han sido dedicadas a una cultura en particular (azteca, maya, etc.), mientras que otras han tenido como objeto difundir la diversidad de la cultura mexicana de todos los tiempos. Un ejemplo de ese logro fue la memorable exposición “30 siglos de esplendor”, exhibida en varias ciudades de Estados Unidos en el siglo XX.
Un aspecto relevante de las relaciones culturales entre México y nuestro vecino del norte ha sido la difusión de las artes plásticas mexicanas, sobre todo del muralismo mexicano, que floreció durante el periodo anterior a la Segunda Guerra Mundial. Los murales de Diego Rivera en Estados Unidos, obras maestras del realismo socialista, fueron aclamados por la crítica, aunque en ocasiones fueron repudiados por su mensaje político, como ocurrió con la destrucción del mural de Rivera en el Centro Rockefeller, en Nueva York. Sin embargo, gran parte de la obra del genial pintor permanece en San Francisco y Detroit, y sigue despertando un vivo interés en la producción pictórica mexicana. Las obras de Rivera, como las de otros artistas mexicanos, forman parte de las colecciones permanentes de los museos más importantes de Estados Unidos, exhibidas en espacios exclusivos. Entre las numerosas exposiciones, individuales y colectivas, dedicadas a la plástica mexicana destacan “Diego Rivera in America”, en el Museo de Arte Moderno de San Francisco, que contempla todo el proceso creativo de los murales que pintó en ese país, y “Los Mayas”, exhibida en el Museo Metropolitano de Nueva York.
En la década de 1960, surgió entre las comunidades chicanas, de manera espontánea, el movimiento que conocemos como “Fridomanía”, que en un principio se inspiró en el aspecto físico de Frida Kahlo como reflejo folclórico de la mexicanidad, mientras que el interés en la producción de la pintora surgió años más tarde, habiendo convertido a la artista en un icono de presencia internacional.
Cabe destacar que el movimiento chicano surgió como una propuesta pacífica entre ciudadanos estadounidenses de ascendencia mexicana, que promovía el apoderamiento étnico con el fin de combatir la discriminación racial de la que era objeto la comunidad mexicana. Algunos de sus principales instrumentos para lograr sus objetivos fueron el activismo político y el orgullo cultural, componentes del universo chicano, mediante los cuales promovieron el desarrollo de las artes visuales, la música, la literatura, el baile, el teatro, el cine y la gastronomía. Este fenómeno ha tenido especial repercusión en los estados con mayor densidad de población mexicana o de origen mexicano, donde el arte chicano y sus expresiones más particulares han propiciado el acercamiento de dos países diferentes en su concepción idiosincrática y religiosa, creando una simbiosis cultural.
El entretenimiento: propaganda e identidad
En Estados Unidos, al finalizar de la Segunda Guerra Mundial, el cine y la televisión tuvieron un auge sin precedentes. Las películas estadounidenses eran distribuidas en el mundo entero y utilizadas como instrumento propagandístico para exaltar las bondades de la vida en Estados Unidos, de su devoción a la democracia, el reconocimiento de las oportunidades que brindaba el país a todo aquel que se esforzaba por obtener una vida mejor, lo que conocemos como el “American way of life” y el “American dream”. Podría decirse que, con el ímpetu que Estados Unidos le dio a la cinematografía, llegó a crearse una cultura del séptimo arte que floreció a nivel mundial.
El cine estadounidense fue decisivo para la conformación de la cultura cinematográfica de nuestro país, sobre todo durante las décadas 1940 y 1950, cuando Hollywood produjo películas memorables con las grandes estrellas del momento: Hedy Lamarr, Barbara Stanwyck, Bette Davis, Lana Turner, Joan Crawford y muchas otras divas y galanes. Los actores más populares eran Humphrey Bogart, Clark Gable, Robert Taylor, Henry Fonda, Charles Laughton, Jimmy Stewart, y una nueva generación de artistas como Marlon Brando, James Dean y Montgomery Clift.
Algunas estrellas del cine mexicano tuvieron un papel destacado en los albores de la producción hollywoodense: Dolores del Río, Lupe Vélez, Ramón Novarro, Katy Jurado y, en la actualidad, actores como Gael García Bernal, Diego Luna, Salma Hayek, Eugenio Derbez, y los cineastas Guillermo Arriaga, Alejandro González Iñárritu, Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro son reconocidos por su destacada aportación a la industria cinematográfica estadounidense.
En cuanto a la producción de películas, los estudios estadounidenses se han beneficiado de las condiciones laborales y financieras de nuestro país. Recordemos que las filmaciones de una gran cantidad de películas del género vaquero se llevaban a cabo en “locaciones” de los estados de Durango y Sonora.
Por otra parte, los más importantes estudios fílmicos y las plataformas televisivas se han asociado con empresas mexicanas para la producción de películas y series. El cine mexicano, sobre todo en su época de oro, tuvo una amplísima penetración en las comunidades latinas en Estados Unidos. Era el momento estelar de grandes directores, actores y fotógrafos, como Jorge Negrete, Pedro Infante, Sara García y los hermanos Soler. Las películas de charros y de bandidos, que imitaban a las producciones de Hollywood, eran las favoritas de las comunidades mexicanas, aun aquellas cintas de Juan Orol que provocaban un humor involuntario.
Además de divertir, nuestro cine tenía como objetivo reafirmar la identidad nacional mediante un nacionalismo charro que los gobiernos emanados de la Revolución mexicana adoptaron como instrumento de propaganda, como lo habían hecho en su momento las dictaduras soviética y nazi. Debido al ejercicio de esta política nacionalista, las películas llevaban siempre un mensaje social, velado o descaradamente abierto, de la temática revolucionaria: el rescate de los valores indígenas, la denuncia de la desigualdad social, denunciar el contraste existente entre las clases privilegiadas y los sectores humildes del país, como si esto no fuera patente en la realidad. Filmes como Pepe el Toro y Ustedes los ricos, nosotros los pobres, ilustran de manera meridiana ese objetivo. Los ricos eran siempre los malos y los pobres los buenos en los guiones de las películas que arrancaban torrentes de lágrimas al espectador, pero que contribuían a la polarización social que se siguió fomentando con las telenovelas.
Junto a esas producciones destacaban aquellas que se basaban en los dramas urbanos, en la vida infeliz de las cabareteras, las prostitutas, los luchadores, las mujeres abandonadas y las familias oprimidas, así como las películas románticas de las hermosas actrices mexicanas: María Félix, Dolores del Río, Marga López, María Elena Marqués y Elsa Aguirre. Debemos aceptar que el cine mexicano permitió que México se reconociera a sí mismo en toda su complejidad social y cultural, aportando una imagen de nuestra realidad e idiosincrasia. La gente del campo, las instituciones y las autoridades que entonces regulaban la actividad agraria; el énfasis en el desarrollo de la industria; los distintos acentos y formas de ser regionales, así como sus respectivas expresiones culturales, se convirtieron en la materia prima de muchas de nuestras películas, no sin que estas dejaran de crear, al mismo tiempo, innumerables prototipos. Comoquiera, esas imágenes cinematográficas traspasaron nuestras fronteras y contribuyeron a la idea que se tiene de México en el mundo.
Las expresiones musicales
Si bien las artes plásticas han sido objeto de una importante relación, en el ámbito musical ha sido más intensa, particularmente en el género popular. Es un hecho innegable que la difusión sin precedentes de la cultura estadounidense no se limita a la cinematografía. También se manifiesta en la música, la literatura y la moda. La influencia de la música de Estados Unidos, a partir de la década de 1920, gracias a la popularidad del jazz, hizo que la producción musical anglosajona se impusiera a nivel mundial, aun en aquellos países ideológicamente opuestos a la cultura estadounidense, como la Alemania nazi y la Unión Soviética. Fue así como antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial se hicieron famosos en el mundo entero los nuevos ritmos: el charleston, el foxtrot, el boogi-woogi, el soul y el twist, aportaciones ⸺algunas de ellas⸺ de la cultura afroestadounidense, que marcaron una era de innovación en el mundo musical.
Como era de esperarse, México y Latinoamérica no tardaron en producir sus propias novedades musicales, e introdujeron ritmos como el mambo, el chachachá la rumba y la conga, que alegraban a la juventud de aquellos tiempos. Y de pronto apareció el rock and roll con Elvis Presley, su principal exponente, al igual que otras manifestaciones de música moderna.
El impacto de la expresión musical estadounidense en México ha sido apabullante. Sin embargo, la música mexicana prevalece y ha traspasado las fronteras, convirtiéndose en la expresión musical de las comunidades mexicanas que se identifican con el folclore, las costumbres y el romanticismo de su país de origen. Surgieron, en algunos estados, bandas de mariachis y tríos, exponentes de la música popular mexicana, y los principales exponentes de la música popular mexicana tuvieron una gran acogida en los escenarios de Estados Unidos.
Por lo que toca a la música culta, la relación con nuestro vecino se advierte, sobre todo, en los foros operísticos, donde ha destacado una pléyade de célebres cantantes mexicanos: Rolando Villazón, Ramón Vargas, Javier Camarena, Belén Amparán, Oralia Domínguez y muchos otros.
La promoción cultural
Si bien es cierto que las relaciones culturales son, en gran medida, producto de la participación espontánea y directa entre las sociedades de ambos pueblos, no ha de soslayarse el importante papel que han desempeñado en esa tarea las instituciones gubernamentales en la promoción cultural. En este contexto, la Secretaría de Relaciones Exteriores y la de Cultura han desarrollado una labor muy encomiable a través de nuestras representaciones diplomáticas y consulares, así como de los museos, las universidades y los institutos de cultura ubicados en varias ciudades de Estados Unidos. EP
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