Jorge Álvarez Fuentes, miembro del grupo México en el Mundo, examina cómo el desconocimiento histórico en la política exterior del país bajo López Obrador ha impactado las relaciones internacionales. Además, aborda la tendencia a decisiones coyunturales en lugar de principios históricos, y cómo afecta las relaciones con EUA y América Latina, así como la participación en organismos internacionales.
El desconocimiento de la historia diplomática y las implicaciones adversas para la política exterior de México
Jorge Álvarez Fuentes, miembro del grupo México en el Mundo, examina cómo el desconocimiento histórico en la política exterior del país bajo López Obrador ha impactado las relaciones internacionales. Además, aborda la tendencia a decisiones coyunturales en lugar de principios históricos, y cómo afecta las relaciones con EUA y América Latina, así como la participación en organismos internacionales.
Texto de Jorge Álvarez Fuentes 18/04/24
En las próximas elecciones presidenciales y legislativas, la conducción de las relaciones internacionales, la formulación y ejecución de la política exterior dirigida por el presidente López Obrador, no estarán entre las consideraciones principales de los electores. Las repercusiones que las relaciones con el exterior tienen sobre el proyecto nacional, los imperativos de la política internacional, así como las profundas e inciertas transformaciones globales en curso, a pesar de su enorme importancia, no figurarán sino tangencialmente en la contienda electoral. Como ocurre en otros países, no gravitarán al decidir quiénes recibirán el mandato popular para asumir la compleja responsabilidad de gobernar el país, pero también para conducir con visión y responsabilidad los asuntos del Estado, defender y promover los intereses nacionales.
Serán otras las consideraciones: las de la seguridad interna, las del crecimiento económico, el empleo y el comercio, las de la transición energética y la emergencia climática, las de los servicios de la salud y la educación pública, que se entrecruzan de manera transversal con la política exterior. Sin embargo, esos imperativos, repercusiones y transformaciones mundiales reclamarán en unas cuantas semanas un conjunto de importantes definiciones sobre cuál será el lugar de México en el mundo —¿con el Sur Global o entre las potencias emergentes, en América del Norte o con una parte de América Latina y el Caribe?— y demandarán la toma de importantes decisiones sobre nuestra conducta, peso e influencia en la vida internacional frente a múltiples conflictos y crisis presentes y futuras. Es urgente y necesario que se cobre mayor conciencia, en la opinión pública y más allá de ella, manteniendo una altura de miras sobre la importancia que las realidades y determinantes internacionales tienen y tendrán para el futuro de México.
En su oportunidad, por supuesto se analizarán los aciertos y los errores, los logros y las oportunidades perdidas en política exterior este sexenio, se evaluará lo hecho y lo que se dejó de hacer. Habrá estudios y análisis serios, evaluaciones y balances retrospectivos desde el quehacer político y académico que buscarán esclarecer si, como lo estableció el presidente López Obrador al iniciar su gobierno, la mejor política exterior, con base en los principios constitucionales, fue o no la política interior; o si acaso como jefe de Estado no terminó, de hecho, por circunscribirse a ella, quedando atrapada en un cúmulo de declaraciones, situaciones de crisis y decisiones coyunturales, en virtud del desconocimiento de la historia diplomática y el desinterés del presidente por participar en la política internacional.
Por ello conviene preguntarse si en el proyecto y movimiento político que propuso una transformación en la historia de la vida pública de país, la política exterior y las relaciones con otras naciones y la necesaria participación en los foros multilaterales y mundiales, bajo su dirección —una responsabilidad constitucional indelegable— redundaron en efecto en avanzar en una dirección genuinamente progresista, de izquierda o más bien populista. O si por el contrario, ante las exigencias del ejercicio del poder ejecutivo, el presidente López Obrador optó por desconocer, en lugar de reconocer, la compleja historia de las relaciones de México con el exterior e incurrió en una suerte de amnesia histórica, en una pérdida de memoria respecto de la trayectoria de prestigio de la diplomacia mexicana, en aras de un pragmatismo fincado más en filias y fobias ideológicas, en su talante político para deslindarse de los regímenes pasados, mantenerse distante y ajeno respecto de los acontecimientos internacionales y conocer y valorar la opinión de otros jefes de Estado y ponderar la conducta de otros gobiernos.
Si pasamos revista sobre algunos de los últimos acontecimientos en el tablero internacional y la reciente actuación externa de México, posiblemente se entenderá mejor lo que ha venido ocurriendo.
La muy compleja y determinante relación con los Estados Unidos ha continuado desarrollándose “como un juego de espejos, zigzagueante, entre bandazos de nacionalismo ramplón y de entreguismo vergonzoso”, como recién señalaba Agustín Gutiérrez Canet, un agudo periodista y experimentado diplomático mexicano. El presidente López Obrador no se encontró jamás con miembros de la comunidad de migrantes mexicanos en sus contadas visitas a Estados Unidos, pero celebró como un logro de su gobierno las cuantiosas remesas vitales para millones de familias en México, habiendo accedido a desplegar en ambas fronteras a miles soldados de la Guardia Nacional para contener los flujos migratorios internacionales, sin obtener nada a cambio.
De igual manera, contemporizó y cedió ante las amenazas de Trump para imponer aranceles y aceptó las presiones de Biden de cerrar la frontera, accediendo de facto a ser un tercer país seguro, para continuar aceptando la permanencia de cientos de miles de migrantes en territorio mexicano, en espera de la resolución de sus peticiones de asilo y refugio en el país vecino, solicitudes que se han multiplicado por decenas de miles en el nuestro. El reciente acuerdo con el gobierno de Venezuela, el entendimiento con el presidente Nicolás Maduro para la repatriación de miles de migrantes venezolanos, con ayuda pecuniaria mexicana, desconoce y ofende los principios de dignidad, solidaridad y defensa de las libertades que a lo largo de la historia ha sostenido la política exterior mexicana.
Numerosas lecciones de cómo, mediante la construcción de acuerdos y la administración de los desacuerdos con nuestros vecinos y luego socios comerciales en América del Norte, fue posible construir durante décadas una buena vecindad, combatir el crimen organizado trasnacional y enfrentar juntos a los carteles del narcotráfico terminaron por quedar relegadas o en el olvido. Las referencias a la política exterior de Benito Juárez o de Adolfo López Mateos resultaron más bien anecdóticas al permitir una desinstitucionalización de la política exterior, marginar y maltratar a los miembros del Servicio Exterior Mexicano en flagrante incongruencia con la diplomacia profesional de Matías Romero o Jaime Torres Bodet.
La solicitud mexicana para que el gobierno estadounidense financiara un programa en Centroamérica por 20 mil millones de dólares, destinado a atender las causas y crear las condiciones para que los potenciales migrantes centroamericanos optaran por quedarse en sus países no prosperó en cinco años. El presidente de México declaró recientemente que se malinterpretó su propuesta haciéndola ver como una forma de chantaje frente a las elecciones en EU. Lo cierto es que la falta de reglas de operación y la opacidad en la gestión de los recursos financieros hicieron fracasar los esfuerzos de la cooperación mexicana con nuestros otros vecinos, al exportar y tratar de implantar los programas de cooperación denominados Jóvenes Construyendo el Futuro y Sembrando Vida, provocando se deteriorara la necesaria interlocución y colaboración, y hubiera el regateo en el apoyo y diálogo político con los gobiernos de Guatemala, El Salvador y Honduras. Se extravío la contribución de México a la cooperación internacional para el desarrollo. Cuánto bien le habría hecho al presidente López Obrador haber podido contar con los consejos del embajador Gustavo Iruegas, si este hubiera vivido para acompañarlo como gobernante y no como candidato.
La política migratoria que pretendió ser humanista se revirtió muy pronto, para transitar en dirección contraria, para ubicarse en la lógica de la seguridad nacional, acentuando la pendiente de militarización y corrupción en el Instituto Nacional de Migración. Lo cual ha redundado en un profundo desarreglo institucional entre las secretarías de Gobernación, Relaciones Exteriores, Defensa y Seguridad Ciudadana y en denuncias recurrentes por violaciones de derechos humanos y abusos, acrecentando la desconfianza de múltiples gobiernos amigos ante las quejas frecuentes de maltratos a extranjeros al entrar e internarse en el país, o, por ejemplo, en la reciente reimposición del requisito de visas por parte de Canadá. El canciller Marcelo Ebrard y el presidente prefirieron desentenderse del liderazgo de México que permitió alcanzar un Pacto Global para la migración segura, ordenada y regular.
Las diferencias con Perú, a raíz de los acontecimientos políticos y los señalamientos ante los cambios en la presidencia de ese país, han terminado por hacer distantes, problemáticas y frías las relaciones bilaterales, dejando en el limbo el presente y futuro de la Alianza del Pacifico, un mecanismo de concertación e integración con una probada importancia estratégica para México, tanto en el hemisferio como con respecto a Asia Pacifico. Las constantes descalificaciones y críticas a la OEA y la animadversión personal contra el secretario general, así como los desencuentros y exabruptos con varios líderes latinoamericanos, las más de las veces para satisfacer las necesidades de la política interna como de gobernantes, han culminado en las descalificaciones mutuas con el nuevo presidente de Argentina y la deplorable injerencia y ruptura de relaciones diplomáticas con Ecuador tras el condenable asalto a la embajada mexicana en Quito.
El pleito provocado con España en relación con una visceral solicitud de disculpas por la conquista de México desembocó en la irreflexiva sugerencia de “suspender” las relaciones bilaterales, estropeando los largos y profundos vínculos históricos, de amistad y cooperación con nuestro principal socio comercial europeo. La firma del Acuerdo Global entre México y la Unión Europea para conseguir la modernización de nuestros intercambios no se logró en esta administración. Quedará pendiente para después de las elecciones en el Parlamento Europeo y estará en la agenda del nuevo gobierno de México.
Las peticiones de apoyo a las Naciones Unidas, al inicio de la presente administración, destinadas a enfrentar la corrupción en los contratos gubernamentales con instancias internacionales, se tornaron con el tiempo, en una serie de desencuentros con diversas instancias de la organización mundial, a la que el presidente no ha dejado de criticar por su ineficacia y costosa burocracia. Fuera ya por las dificultades para acceder a las vacunas contra el COVID o para objetar las observaciones de la Oficina del Alto Comisionado para los Refugiados o ante las recomendaciones en materia de derechos humanos, desapariciones forzadas, compromisos para combatir el cambio climático las diferencias han sido persistentes.
Durante su administración no se aprovecharon a cabalidad las oportunidades para México como miembro electo del Consejo de Seguridad. Las iniciativas de paz en relación con la invasión de Rusia a Ucrania o respecto de una lucha concertada y global contra la pobreza, no trascendieron al no haber estado debidamente preparadas ni haber asegurado el éxito mediante las necesarias consultas previas. La reciente abstención de México en la votación para expulsar a Rusia del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, y antes, la falta de condena y adhesión al régimen de sanciones multilaterales, son claros indicios de la falaz neutralidad ante los conflictos y la paulatina pérdida de prestigio internacional ganado a pulso durante décadas de actuación internacional responsable, inteligente y coherente por parte de México, fincada en una política exterior anclada en su propia historia y el derecho internacional y no en afiliaciones ideológicas, el cálculo simplista de ventajas y desventajas, y en las conveniencias de posturas y partidos.
Finalmente, cabe indicar que resultaría particularmente acertado y oportuno que el gobierno del presidente López Obrador, antes de terminar su mandato, y en el contexto de la guerra de Israel en contra de Hamás en la franja de Gaza y la peligrosa extensión del conflicto en Medio Oriente, la valoración de las relaciones con los países árabes, procediera de manera cuidadosa y discreta a contribuir a darle un nuevo y diferente impulso a la solución pacífica de dos Estados, otorgando el reconocimiento completo al Estado de Palestina, ahora que en Naciones Unidas se ha retomado su admisión como miembro de pleno derecho. Igualmente, podría pronunciarse sin rodeos sobre los peligros crecientes de la proliferación nuclear, ante los desenlaces de la guerra en Ucrania y los peligrosos programas balísticos de Corea del Norte, recordando y honrando las insignes batallas ganadas por Alfonso García Robles y Miguel Marín Bosch.
Sin una verdadera ancla en la historia, para transformarla, como fue la promesa, la política exterior de México terminó por navegar a la deriva, en tiempos sumamente difíciles y aciagos. Sin embargo, aún hay tiempo, ciertamente poco, para encontrar refugio en algunos puertos de abrigo para volver a trazar con memoria y visión de futuro nuevos destinos. EP
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