Matar no siempre es peor que dejar morir

En junio de este año la Comisión de Salud de la LXV Legislatura de la Cámara de Diputados de México realizó la Semana de la Eutanasia para alentar un diálogo público y de alto nivel sobre el tema. En este texto, Gustavo Ortiz Millán profundiza al respecto.

Texto de 21/07/22

En junio de este año la Comisión de Salud de la LXV Legislatura de la Cámara de Diputados de México realizó la Semana de la Eutanasia para alentar un diálogo público y de alto nivel sobre el tema. En este texto, Gustavo Ortiz Millán profundiza al respecto.

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La perspectiva tradicional acerca de la diferencia moral entre la eutanasia activa y la pasiva sostiene que matar siempre es peor que dejar morir. La primera es condenable, mientras que la segunda es permisible. Esta perspectiva se basa en la idea de que la eutanasia activa es la acción de quitarle intencionalmente la vida a alguien, es decir, que constituye un asesinato, por lo tanto, no es moralmente permisible y debe penarse legalmente. Por otro lado, la eutanasia pasiva es moralmente permisible porque no implica la acción de provocar la muerte de manera deliberada y activa, sino que implica que se le retiren los medios en muchas ocasiones extraordinarios que mantienen con vida a una persona en situación terminal, es decir, la muerte se produce como efecto de la omisión o la suspensión de acciones médicas, se deja que las cosas sigan su curso y que la persona enferma muera por una muerte natural. Es la enfermedad misma la que mata al paciente, no el médico que, se nos dice, se ha comprometido a no matar y a siempre tratar de salvar la vida del paciente. En todo caso se buscará reducir el dolor y el sufrimiento de la persona a través de cuidados paliativos y otras medidas mínimas ordinarias y tanatológicas, en otras palabras, se buscará eliminar el dolor, no al doliente. Así pues, según esta perspectiva tradicional, matar es siempre moralmente condenable, mientras que dejar morir es permisible; la eutanasia activa es incorrecta, la pasiva es correcta.1

Esta perspectiva tradicional la encontramos, por ejemplo, en diversas leyes de voluntad anticipada que se han aprobado en México en los últimos años y que sostienen que la eutanasia pasiva es correcta, pero que omiten decir nada acerca de la eutanasia activa. De hecho, prefieren ni siquiera usar el término “eutanasia pasiva”, que es el que tradicionalmente se ha usado para referirse a la práctica de dejar morir a un enfermo, y optan por el eufemismo de “ortotanasia”, introducido por la Iglesia católica para oponerse a la eutanasia. Ortotanasia equivale a cuidados paliativos, que buscan no postergar ni adelantar la muerte, sino hacer todo para que sea la mejor muerte posible, una “muerte correcta” —que es el significado etimológico de la palabra—.

Desde esta perspectiva el término “eutanasia” parece moralmente condenable y con una carga semántica negativa, y se deja solo para referirse a la eutanasia activa. Así, por ejemplo, la Ley de Voluntad Anticipada de la Ciudad de México, aprobada en 2008, explícitamente condena las acciones que buscan causar la muerte, o sea, la eutanasia activa. Sin embargo, reconoce el derecho de los enfermos terminales y desahuciados a decidir si quieren ser sometidos a tratamientos médicos extraordinarios para mantenerse con vida. Una persona que padezca una enfermedad en etapa terminal, que comprometa su integridad y su vida y que no tenga posibilidad de recuperación puede rehusarse a que se continúe con algún tratamiento médico obstinado y que se le deje morir. Ahora se llama a esto “rechazo de tratamiento”. Esta decisión la puede tomar la persona de manera consciente y autónoma o bien la pudo haber dejado por escrito a través de un documento de voluntad anticipada, previendo que pudiera llegar el momento en que perdiera la capacidad de tomar decisiones y especificando los tratamientos que no quiere que se le apliquen. Aunque en este último caso no siempre hay garantía de que el o la médico tratante respete la voluntad de la persona enferma si la familia llega a oponerse a que se le retiren los tratamientos que prolongan artificialmente su vida —hay algo así como un “derecho de familia” que en la práctica suele prevalecer sobre la decisión autónoma del paciente y que pocos médicos se atreverán a desafiar—.

“…la Ley de Voluntad Anticipada de la Ciudad de México explícitamente condena las acciones que buscan causar la muerte, o sea, la eutanasia activa. Sin embargo, reconoce el derecho de los enfermos terminales y desahuciados a decidir si quieren ser sometidos a tratamientos médicos extraordinarios para mantenerse con vida”.

Hasta la fecha, en México, 17 estados han pasado leyes de voluntad anticipada que fundamentalmente regulan la eutanasia pasiva u ortotanasia (Aguascalientes, Chihuahua, Ciudad de México, Coahuila, Colima, Estado de México, Guanajuato, Guerrero, Hidalgo, Michoacán, Nayarit, Oaxaca, San Luis Potosí, Tlaxcala, Veracruz, Yucatán y Zacatecas). Básicamente sostienen que la eutanasia pasiva está bien, pero la activa no; que dejar morir es correcto, matar no. El personal médico que practica la ortotanasia está protegido por la ley, pero al que llegue a practicar la eutanasia activa se le castigará como a un homicida. En México la Ley General de Salud (art. 166 bis 21) prohíbe la eutanasia activa y el suicidio asistido, no así dejar morir a un paciente terminal. Dicha ley nos dice: “Queda prohibida la práctica de la eutanasia, entendida como homicidio por piedad, así como el suicidio asistido, conforme lo señala el Código Penal Federal, bajo el amparo de esta ley”. El artículo 312 del Código Penal Federal especifica el castigo: “El que prestare auxilio o indujere a otro para que se suicide, será castigado con la pena de uno a cinco años de prisión; si se lo prestare hasta el punto de ejecutar él mismo la muerte, la prisión será de cuatro a doce años.”

Esta perspectiva tradicional que está plasmada en nuestras leyes también es compartida por la Iglesia católica, siempre y cuando la omisión de asistencia no implique que no se buscará tratar de salvar la vida al paciente en aquellos casos en los que este podría haberse recuperado y sin que esto implique ensañamiento terapéutico. Todo depende de si los medios son proporcionados (cuidados paliativos) o desproporcionados (ensañamiento terapéutico). Es decir, la Iglesia católica no se opone a la eutanasia pasiva si esta no está posibilitando, en los hechos, la eutanasia activa.

Esta perspectiva tiene varios problemas. El primero es que en muchas ocasiones es peor retirar el tratamiento a un paciente que terminar con su vida activamente. Al retirarle el tratamiento al paciente terminal, que de cualquier modo va a morir, generalmente va a sufrir más y se prolongará innecesariamente su sufrimiento y su agonía. En ese caso sería preferible y más humano terminar activamente con la vida de quien ya se sabe que está agonizando, que es algo que puede hacerse a través de una inyección letal. En muchas ocasiones esta persona solicita explícitamente que se termine lo más pronto con su vida.

El proceso de “dejar morir” puede ser lento y doloroso, generalmente mucho más desgastante para la enferma y su familia que el de terminar activamente con su vida. Muchas veces implica que la persona se deje morir, dejando de comer y beber, con lo que se consigue una muerte por deshidratación e inanición. Es el caso de Efstratia Tuson, una maestra jubilada de 85 años de Middlesex, Inglaterra, que tenía una enfermedad terminal, pero sus médicos se rehusaron a satisfacer su solicitud de una dosis letal de barbitúricos. Pidió que la llevaran a una clínica de eutanasia en Suiza a morir, pero le dijeron que tendría que esperar un mes para una cita. Entonces comenzó a negarse a comer y beber. Le tomó cinco días de agonía morir. Su hija narró su caso así: “Su masa corporal se redujo, su rostro se volvió demacrado, su piel estaba muy seca. Se estaba muriendo de sed. Era como estar en el desierto. Siento que torturaron a mi madre hasta que murió.” Probablemente no había ningún tratamiento que le quitaran para morir y por eso pedía el suicidio médicamente asistido. Cada vez se promueve más la acción de dejar de comer y beber (voluntarily stop eating and drinking o VSED) para quien no tiene la opción legal de la muerte médicamente asistida.

En muchos casos los síntomas de la deshidratación y la desnutrición se inician con mareos, una baja en la presión arterial, taquicardia, contracturas musculares o calambres y pueden llegar a aparecer convulsiones, coma o pérdida total del conocimiento, hasta que después de varios días se produce la muerte.

Aunque la muerte por deshidratación y por inanición es en ocasiones el único camino que nuestras leyes le dan a la gente que tiene una enfermedad en una fase terminal y ya no quiere seguir viviendo, seguramente esa gente preferiría tener un tipo de muerte diferente. Un hombre de 75 años, que tenía una enfermedad de motoneurona avanzada, tardó 25 días en morir de hambre y deshidratación. Al cabo de varias semanas utilizó una ayuda de comunicación para escribir: “No harías pasar a un perro por esto. Le darías una inyección letal.” Ciertamente no es lo que llamaríamos una muerte digna, pero las leyes que prohíben la eutanasia no le dejan a la gente otra opción.

Hay otras formas de dejar morir, como retirarle el ventilador mecánico a gente con enfermedades respiratorias en estado crítico. En estos casos retirar el ventilador se acompaña con sedación, para aminorar el sufrimiento, pero tal vez sea mejor en esos casos morir con una inyección. En otros casos hay pacientes que no tienen nada que les puedan quitar para morir cuando esto es lo que quieren. Puede ser que no todos los casos sean igualmente dramáticos, pero todos son casos de gente que, dada su condición, probablemente hubiera preferido morir más rápidamente y sin dolor si se le hubiera dado la opción.

¿Por qué pensamos que en casos como estos es preferible dejar morir lenta y dolorosamente a una persona que de cualquier modo va a morir si se le desconecta o se permite que deje de comer y beber en vez de terminar rápidamente y sin dolor con su vida a través de una inyección letal que le proporcione un profesional sanitario siguiendo protocolos establecidos? Preferir lo primero a lo segundo puede recibir muchos nombres, pero uno de ellos podría ser crueldad. La pregunta es más relevante cuando la segunda opción ha sido solicitada consciente y autónomamente por la persona misma, ya sea de viva voz o a través de un documento de voluntad anticipada. Si esto es así, entonces la eutanasia activa es preferible a la pasiva —o para decirlo en términos actuales: la eutanasia es preferible a la ortotanasia o al rechazo de tratamiento— no solo porque reduce el sufrimiento, sino también porque respeta de mejor manera la autonomía de la persona que decide cómo quiere terminar su vida.

En un clásico artículo sobre el tema publicado hace casi 50 años en el New England Journal of Medicine, el filósofo estadounidense James Rachels desafió la distinción entre eutanasia activa y pasiva. No solo argumentó que la eutanasia activa puede reducir el sufrimiento de un modo en que la eutanasia pasiva no lo hace, y que por lo tanto es una forma de muerte más humana, también argumentó que no hay una diferencia moral significativa entre matar y dejar morir; lo que marca la diferencia es el objetivo último de estas acciones. Rachels dio un ejemplo en el que contrasta 1) la acción de Smith, quien intencionalmente ahoga a su primo en la bañera para recibir una herencia con 2) la acción de Jones de dejar morir a su primo, quien accidentalmente resbaló en la bañera y se está ahogando frente a la mirada de Jones, que decide no hacer nada. Igual que en el caso de Smith, si el primo de Jones muere, él recibirá una herencia. ¿Es peor el caso de Jones, quien simplemente deja morir a su primo mirando cómo se ahoga sin hacer nada, que el de Smith, que intencionalmente mata a su primo ahogándolo en la bañera? No parece haber una diferencia moral significativa entre los dos casos: en ambos es igualmente malo matar que dejar morir. La diferencia no radica en actuar o dejar de actuar, sino en la razón para hacer una cosa o la otra. Si la razón es terminar con la vida de alguien para recibir una herencia, son igualmente malas las dos opciones. Sin embargo, si se mata o se deja morir a alguien por una buena razón, por ejemplo, terminar compasivamente con el sufrimiento de alguien que agoniza en medio de dolores intolerables, entonces cualquiera de las dos opciones es buena, independientemente de cómo se provoque la muerte, sobre todo si la propia persona que agoniza quiere morir y pide ayuda —no es un tercero el que dice que es mejor que muera porque está sufriendo, sino la propia persona—. En ambos casos la razón es básicamente terminar por piedad con el dolor y el sufrimiento de alguien que padece una enfermedad en fase terminal y cuya muerte está próxima de cualquier modo. Sin embargo, si ese es el caso, entonces parece que deberíamos optar por la opción que reduzca el sufrimiento, es decir, deberíamos de optar por la eutanasia activa, sobre todo cuando esta ha sido solicitada por la propia persona. Que la persona la solicite es algo muy relevante: si no la pide, las acciones deben limitarse a paliar y se puede llegar hasta la sedación (terminal) —aunque en ocasiones es difícil distinguir entre eutanasia y sedación—.

Alguien podría insistir en que el primer compromiso de los médicos es el de salvar la vida, que por lo tanto el médico no debería actuar intencionalmente para terminar con la vida del paciente, sino dejar que la enfermedad lo mate siguiendo su curso natural. Así, el médico no habrá hecho nada malo ni tendrá responsabilidad en la muerte del paciente. El médico tendría responsabilidad en caso de haber hecho algo activamente, no en el caso de una omisión. La respuesta de Rachels sería que es erróneo verlo de esa manera, porque al permitir que el paciente muera, los médicos están haciendo algo intencionalmente: lo están dejando morir. Tanto matar como dejar morir son tipos de acciones intencionales y en ambos casos podríamos atribuir responsabilidad al médico. Adicionalmente deberíamos decir que la persona a la que se deja morir por deshidratación e inanición no está muriendo “naturalmente” debido a la enfermedad, está muriendo por la deshidratación y la inanición. Ciertamente esto es algo que decidió el propio paciente, al que no le dejaron otra alternativa, pero es algo que hace con apoyo del médico.

Normalmente pensamos que es malo causar la muerte de personas, porque creemos que la muerte es mala para ellas. Sin embargo, la muerte no es mala en sí misma: es mala cuando se quiere seguir viviendo. Si una persona quiere seguir viviendo, incluso si está muy enferma, entonces la muerte es un mal para ella. Pero si la muerte se ha considerado preferible, si una persona incluso la ha solicitado en el contexto de una enfermedad en fase terminal, entonces provocar la muerte ya no es malo.

“Normalmente pensamos que es malo causar la muerte de personas, porque creemos que la muerte es mala para ellas. Sin embargo, la muerte no es mala en sí misma: es mala cuando se quiere seguir viviendo.”

Aquí tendríamos que repensar también cuál es el objetivo último de la medicina: ¿es el objetivo de la medicina salvar la vida? ¿O es su objetivo beneficiar al paciente? Si pensamos en ello con cuidado nos daremos cuenta de que, aunque generalmente estos dos objetivos coinciden, hay algunos casos en los que entran en conflicto. En ocasiones tratar de salvar a toda costa la vida de un paciente que padece una enfermedad en fase terminal e incurable, que lo llevará a experimentar sufrimiento y dolor, argumentando que el objetivo último de la medicina es mantenerlo con vida y no matarlo, no es beneficiar al paciente, sino perjudicarlo porque probablemente prolongará su sufrimiento. Los y las médicas tienen que pensar en cuál es el objetivo último de su práctica: ¿salvar la vida o beneficiar al paciente? Los y las médicas tienen que acatar la ley, que permite la eutanasia pasiva pero no la activa, porque si realizan la segunda pueden terminar en la cárcel. Pero es necesario que se den cuenta de que la distinción moral tradicional entre estos dos tipos de eutanasia es filosóficamente muy cuestionable y que en muchas ocasiones matar es mejor que dejar morir.

Si lo que he argumentado hasta aquí es correcto, entonces que nuestras leyes permitan la eutanasia pasiva u ortotanasia, pero no la eutanasia activa es una inconsistencia de nuestra legislación. Que permitan que se deje morir a la gente retirándole tratamientos vitales que rechaza o llevándolos a morir por deshidratación e inanición, cuando eso puede ser más doloroso y generar más sufrimiento tanto en el enfermo en fase terminal como en sus seres cercanos —siendo que ninguna de las dos opciones es intrínsecamente mala, sino que su corrección depende del objetivo último de beneficiar al paciente— es una incoherencia de nuestra legislación.

En junio de este año la Comisión de Salud de la LXV Legislatura de la Cámara de Diputados llevó a cabo la Semana de la Eutanasia para alentar un diálogo público y de alto nivel sobre el tema con vistas a iniciar los trabajos para legalizar la eutanasia y el suicidio médicamente asistido —como está sucediendo en cada vez más países en todo el mundo—. Sería conveniente que los y las legisladoras se dieran cuenta de que ya que se ha legalizado la voluntad anticipada y la ortotanasia en diversos estados del país, lo mejor que podemos hacer es legalizar también la eutanasia y el suicidio médicamente asistido porque en muchas ocasiones son una mejor opción que simplemente dejar morir a la gente en circunstancias dolorosas. Sobre todo cuando la gente lo solicita de manera consciente y autónoma. El Estado tiene el deber de respetar la autonomía de sus ciudadanos en lo que respecta a cómo quieren vivir sus propias vidas cuando eso no afecta a terceros, sobre todo cuando se trata de decidir en qué circunstancias quieren terminar su vida. EP


  1. Agradezco a Asunción Álvarez del Río y a Alicia Ordóñez sus comentarios a una versión previa de este artículo. []
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