Lecturas precarias en la Nueva Escuela Mexicana

Lo que leímos en la infancia abrió nuestra mente al mundo. Hoy, con la Nueva Escuela Mexicana, los estudiantes tienen menos acceso a la literatura clásica. ¿Cómo afectará esto su imaginación y aprendizaje? La lectura sigue siendo clave para expandir horizontes.

Texto de 01/10/24

Lo que leímos en la infancia abrió nuestra mente al mundo. Hoy, con la Nueva Escuela Mexicana, los estudiantes tienen menos acceso a la literatura clásica. ¿Cómo afectará esto su imaginación y aprendizaje? La lectura sigue siendo clave para expandir horizontes.

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De los recuerdos más nítidos que tengo de mi infancia escolar son las lecturas. Es extraño, pero en mi memoria conservo imágenes de mayor resolución de las ilustraciones que acompañaban a las lecturas que las que guardo de los rostros de mis compañeros o de alguna lección de mis maestras. También tengo presente la trama de las historias y la emoción que sentí al conocerlas; los neurocientíficos tienen razón cuando afirman que las emociones y los pensamientos placenteros secretan sustancias de realización y entusiasmo, ambas sensaciones gozosas. Al rememorar estas historias siento aún la huella de asombro y fascinación que dejó en mí el contacto con los libros de esa época.

Recuerdo claramente el mito de “Perseo y Medusa”; también la lectura de “Los ciegos y el elefante” una historia hindú que muestra el problema de unos ciegos que no pueden adivinar qué es lo que tocan en tanto cada uno de ellos solo tiene acceso a una parte de un animal, en este caso, un elefante. Al final, el enigma se resuelve cuando todos integran la percepción fragmentada que cada uno tenía. La metáfora es de una alta imaginación didáctica. No conozco una manera más amena y contundente de aprender estrategias de resolución de conflictos. Al pasar los años y ya en secundaria, en medio de una discusión en mi grupo, traje esta historia a cuento para proponer que la disputa podía tener solución si incorporábamos las posiciones individuales para lograr una visión de conjunto. 

Entre una decena más de lecturas que vienen a mi mente, recuerdo también “La casa de Aureliano Buendía” y “El Licenciado Vidriera”. García Márquez y Cervantes Saavedra eran vecinos en las páginas de mi libro de sexto año. De entre todas, y para concluir la nostalgia que ahora siento, elijo “El Principito y el zorro”, fragmento de la gran obra de Antoine de Saint Exupéry. A pesar de que años más tarde leí el libro completo, retengo, de aquella primera lectura, dos líneas del diálogo que sostienen los personajes:

—A mí me gustan las gallinas ¿Y tú, también buscas gallinas?

—No —dijo el principito— yo busco amigos. 

Asistí a escuelas públicas; mis padres no acostumbraban comprarnos libros de lecturas, pero sí nos obligaban a leer los libros de texto que nos daban en la escuela. La educación era importante en mi casa, sin embargo, mis padres no tenían el hábito de leer. Esta breve descripción de mi entorno familiar coincide con la estadística del Módulo sobre Lectura (MOLEC) del INEGI el cual da cuenta de que millones de familias actuales no son tan diferentes a la mía en los años ochenta. En los hogares de nuestros alumnos, el consumo de libros de literatura es limitado, alcanza, para la medición del 2024, apenas el 39 % mientras que la visita a librerías es del 13.8 %. Aunque, como siempre, el promedio esconde cifras más cruentas en zonas marginadas como Oaxaca, Chiapas y Guerrero. Es muy probable que para niños de estas comunidades los libros de textos gratuitos sean el único acceso a la cultura universal.

En la página oficial de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos (CONALITEG), se puede consultar el archivo histórico de las diferentes generaciones de libros de texto que se han distribuido en las aulas mexicanas; desde la generación de 1960 hasta la actualidad. En él, es posible rastrear las diferentes lecturas y autores seleccionados y apreciar plumas tan diversas como célebres. Desde Alfonsina Storni hasta Whitman pasando por Borges y Rulfo, estas ediciones también incluyen mitos griegos y literatura popular; las más de las veces se perciben traducciones y adaptaciones bien logradas y una curaduría equilibrada y selectiva. 

“El ciclo escolar actual, 2024-2025, es el segundo año que los estudiantes de las aulas mexicanas no tienen libros de texto destinados ex profeso a la literatura”.

A pesar de ello, la Nueva Escuela Mexicana descartó la idea de hacer libros de lecturas para los niños de educación básica. El ciclo escolar actual, 2024-2025, es el segundo año que los estudiantes de las aulas mexicanas no tienen libros de texto destinados ex profeso a la literatura. Desde mi perspectiva, tal medida constituye un retroceso, sobre todo después del cisma educativo que provocó la pandemia de covid-19. 

Pensemos, por ejemplo, en un estudiante que actualmente cursa sexto de primaria. Cuando las escuelas cerraron sus puertas, el estudiante iba en primer año y no regresaría a las aulas sino hasta tercer grado y solo en formato híbrido, el cual, en las escuelas oficiales, era una especie de combinación entre días presenciales y otros de trabajo escolar en casa. Esta medida pretendía reducir el aforo escolar y, con ello, evitar la propagación del virus. Diversos estudios han demostrado que el cierre masivo y excesivamente prolongado de las escuelas en México (70 semanas) trajo consigo un rezago importante en los conocimientos básicos (Informe RIMA 2021). 

Regresando al ejemplo, es muy probable que nuestro estudiante en cuestión al volver al aula tuvo una lista enorme de aprendizajes a construir o fortalecer de los grados anteriores. Ante este panorama, es poco probable que los docentes, en su rol de mediadores entre el niño y la lectura, hayan podido dedicarle tiempo a la degustación literaria y al hábito lector. Lo más seguro es que las maestras se hayan enfocado a resarcir los vacíos temáticos que había dejado tras de sí la pandemia.

Para cuarto de primaria, nuestro estudiante hipotético, vivió por vez primera un ciclo escolar completo. Sin embargo, al ingresar a quinto grado se encontró con un nuevo modelo educativo y una nueva familia de libros de texto, ya sin libro de lecturas y sin libro de matemáticas. 

Aunque los (muy pocos) defensores de los nuevos libros de texto han asegurado que no hay libro de lecturas ni de matemáticas, porque los contenidos de esos libros se reacomodaron en campos de conocimiento (llamados campos formativos), la realidad es que los números exactos de lecturas literarias para cada grado de primaria son para primero, 28; segundo, 18; tercero, 23; cuarto, 12; quinto, 27 y sexto, 19. En promedio, 21 lecturas para todo el ciclo escolar. De tal modo que, si sumamos todas las lecturas de los seis grados de primaria contenidas en estos nuevos libros, el número es apenas equivalente al total de lecturas que tenía un libro de texto de un solo grado en las generaciones previas a la Nueva Escuela Mexicana. 

Sin embargo; el problema de la literatura en los libros de texto gratuitos no se limita a la cantidad precaria de textos literarios que se incluyen sino, sobre todo, a su calidad: los cuentos y los pocos poemas que se presentan son de autores contemporáneos con trayectoria literaria aún en ciernes. 

Desconozco el proceso que siguió la selección de lecturas y autores incluidos. Porque aun si la pretensión era únicamente incluir a autores contemporáneos, dentro de estos no figuran las plumas que garantizan un horizonte de preguntas y asombro infantil de mayor calado. Estoy pensando en Francisco Hinojosa, Anthony Browne, Satoshi Kitamura y Oliver Jeffers, por mencionar a los más relevantes. Aun con ellos, la ausencia total de los clásicos continuaría siendo un reproche. Sigo sin comprender lo que se desea proteger en la mente de los niños quitándoles el acceso a Bradbury, Mistral o Quevedo. 

En los nuevos libros de texto se aprecia también un énfasis en la literatura popular, cuentos tradicionales, leyendas y mitos de diferentes partes del país. No se malentienda, no es un tema de estatus o legitimidad de unas lecturas sobre otras; por el contrario, se reconoce la carga simbólica y valorativa que representan los mitos y relatos tradicionales que forman parte del legado histórico de la comunidad a la que pertenecemos. La crítica es a la exclusión de la herencia cultural más allá de nuestra territorialidad inmediata. 

Al respecto, Teresa Colomer, especialista argentina, nos recuerda que toda selección de obras está atravesada por un componente ideológico y este por una apuesta política de lo escolar. Quizá tendríamos que abrir un debate más profundo que enfrente la pregunta para qué leer y definir al hombre que queremos formar y al ciudadano que necesita la república, parafraseando a Rousseau.

Por ahora solo hay que decir que las lecturas que hacemos van definiendo nuestros itinerarios de aprendizaje; por ello, considero que en las aulas deben privilegiarse los trayectos estimulantes al pensamiento, la imaginación y el disfrute estético.

Faulkner decía que los clásicos se leen más para comprender el presente que para conocer el pasado. La literatura clásica es uno de los instrumentos más poderosos para entendernos como sociedad; para comprender la naturaleza de nuestras experiencias y lo más profundo de los sentimientos humanos. Dudo que exista otro currículo en el mundo que tenga la exclusión total de la literatura clásica. 

No obstante, en la realidad de la Nueva Escuela Mexicana, nuestro estudiante de sexto grado tiene en sus manos un libro de lenguajes que incluye solamente 19 lecturas de jóvenes autores y algunas leyendas populares, pero ninguna de un texto literario clásico. Es poco probable que dicho alumno tenga la suerte de contar con una maestra de sólida formación literaria y, menos probable aún, que pueda tener acceso a una biblioteca de aula lo suficientemente robusta para acercarle las lecturas que le faltan a sus libros actuales. 

“Los niños quedarán encerrados en los relatos populares de su comunidad entendiendo que su condición de pueblo marginado es única en la historia de la civilización humana”.

El horizonte interpretativo de la Nueva Escuela Mexicana es tan estrecho como lo será el bagaje literario de los alumnos. No hay ningún mito griego, tampoco nórdico ni asiático. También eluden a los representantes del boom latinoamericano y a literatos europeos y norteamericanos. Los niños quedarán encerrados en los relatos populares de su comunidad entendiendo que su condición de pueblo marginado es única en la historia de la civilización humana. Lamentable.

Sin duda, si tuviera que elegir una estrategia que mejorara la calidad educativa en nuestras aulas, me decantaría por la lectura. A través de las palabras podemos expandir el horizonte del pensamiento y la comprensión del mundo; con buenas historias logramos hacer del aprendizaje un gozo que combine el enriquecimiento cognitivo y la emoción sensible que provoca el asombro. En Leer el mundo, Michèle Petit aborda no solo la exigencia vital del acto lector, sino también sus efectos útiles en la vida escolar tanto en comprensión lectora como en el incremento de la capacidad de aprendizaje. 

Proust escribió alguna vez que los días más plenamente vividos en nuestra infancia son aquellos que pasamos con uno de nuestros libros preferidos. Evoco estas palabras, al mismo tiempo que recuerdo con alegría y nostalgia uno de mis poemas preferidos que memoricé por el puro placer de la sonoridad de las palabras y el ritmo que Espronceda logra darle a “La canción del pirata”:

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi Dios la libertad,

mi ley la fuerza y el viento,

mi única patria la mar.


Ojalá que, al igual que yo, las niñas y los niños actuales tuvieran la posibilidad de construir un diálogo interno perdurable a través de lecturas edificantes. Por ahora, esto les ha sido negado. EP

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