María Antonieta Mendívil, a partir de la noticia de un mal diagnóstico médico a una mujer en su familia, reflexiona acerca del sesgo de género en el ejercicio de la medicina. Problematiza los patéticos paralelismos que se llegaron a hacer (y que en algunas mentes masculinas siguen vigentes) entre el cuerpo femenino y el cuerpo masculino, colocando siempre lo femenino como algo inferior, algo incompleto. Esto se deriva en problemas de negligencia médica que necesitan detenerse urgentemente antes de que sigan siendo la causa de tantas pérdidas de mujeres.
La deslegitimación de las mujeres en el sistema de salud
María Antonieta Mendívil, a partir de la noticia de un mal diagnóstico médico a una mujer en su familia, reflexiona acerca del sesgo de género en el ejercicio de la medicina. Problematiza los patéticos paralelismos que se llegaron a hacer (y que en algunas mentes masculinas siguen vigentes) entre el cuerpo femenino y el cuerpo masculino, colocando siempre lo femenino como algo inferior, algo incompleto. Esto se deriva en problemas de negligencia médica que necesitan detenerse urgentemente antes de que sigan siendo la causa de tantas pérdidas de mujeres.
Texto de María Antonieta Mendívil 30/09/21
Era el fin de invierno de 1990. Acompañé a mi madre con su doctor, porque tenía episodios de fiebre, una sensación de enfermedad general en el cuerpo y unas ojeras oscuras y profundas.
Al salir de la consulta, el doctor la acompañó hasta la sala de espera, y ahí a bocajarro y displicente, lanzó su diagnóstico lapidario: “Ya deben aceptar que tu madre tiene depresión y, después de años deprimida, también es hipocondriaca”.
Salimos en silencio de ahí. Recuerdo el rostro apenado de mi madre. Ella no estaba satisfecha, intuía que había algo más; sin embargo, se sentía avergonzada, como si mintiera a la familia o a ella misma. El doctor ya había fijado la etiqueta desde su superioridad: hipocondría, depresión.
Meses después, mi madre tuvo un accidente automovilístico; se realizó estudios para descartar golpes internos, y eso que ella sentía reptar por dentro de su cuerpo, invadirla, intoxicarla, estaba ahí con toda la claridad de la resonancia magnética: un enorme tumor en el riñón, y un cáncer que se esparcía hacia el estómago, hígado y pulmón.
Mi madre murió en octubre de 1991. Fue cáncer.
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El ejercicio de la medicina ha sido y sigue siendo androcéntrico. La medicina no es neutral. Existe el sesgo de género en la práctica de la medicina que deslegitima los síntomas de las mujeres por razón de género, y que deviene en diagnósticos equivocados, infradiagnósticos o diagnósticos tardíos; muchos de los cuales derivan en consecuencias perniciosas.
No existen estadísticas, pero sí un buen número de artículos y libros en los que se habla de ello. Cada una de las mujeres que he conocido tiene en su historial de salud uno o más casos en los que este sesgo de género ha obstaculizado un diagnóstico acertado y oportuno.
La medicina, al final de cuentas, fue territorio de los hombres, esos que se erigieron como los hacedores de la cultura, en contraposición de la animalidad del ser humano; los hombres que centralizaron el conocimiento, incluso ginecológico, partiendo del cuerpo masculino como modelo; los hombres que decidieron ignorar el conocimiento de las mujeres sobre sus cuerpos, sobre la reproducción, sobre la ginecología, para monopolizarla, controlarla, y generar toda una narrativa discriminatoria; los hombres que abordaron el cuerpo femenino como una derivación patológica del cuerpo masculino.
Rosa María Moreno Rodríguez menciona en su artículo “Ideación científica del ser mujer” que ya en sus referencias sobre el cuerpo femenino, Galeno “propuso la inferioridad de la naturaleza femenina respecto a la del varón, la que adujo debido a la constitución anatómica de los órganos reproductores”.
La medicina androcéntrica hizo paralelismos entre cuerpo femenino y cuerpo masculino, en el que los ovarios de las mujeres eran remedo inmaduro de los testículos masculinos. Lo masculino como lo que es, lo externo, evidente; y lo femenino como lo oculto, el misterio, lo oscuro, lo que no alcanzó a madurar, a emerger. El cuerpo masculino como ejecutor de la cultura, de lo racional, lo civilizado, aquello que nos aleja de lo animal y primitivo. El cuerpo femenino como el resabio de la animalidad del ser humano; un salvajismo que era mejor mantener bajo reposo y cautiverio.
La medicina y su estudio del cuerpo femenino tuvo un papel fundamental en el confinamiento de las mujeres en el espacio doméstico, en su rol exclusivamente reproductivo; y a la vez, la atención de los servicios de salud a las mujeres sigue perpetuando, de alguna manera, ese rol centrado en la reproducción, desde un poder asimétrico entre la medicina y la autonomía de las mujeres. Y toda asimetría es abusiva.
Bien lo dijo Marcela Lagarde en Los cautiverios de las mujeres , “Las mujeres están cautivas porque han sido privadas de autonomía vital, de independencia para vivir, del gobierno sobre sí mismas, de la posibilidad de escoger y de la capacidad de decidir sobre los hechos fundamentales de sus vidas y del mundo”. Y ese cautiverio sigue dejando su impronta en la gestión de su salud.
Qué necesario se hace actualmente analizar la responsabilidad del androcentrismo en la perpetuación de la discriminación y violencia hacia las mujeres en el ejercicio de la medicina.
El estudio de la ginecología, si bien puede verse como un avance en cuanto al abordaje del conocimiento concreto del cuerpo de las mujeres, tuvo desde su origen un sesgo: el estudio se realizó desde la perspectiva masculina, sin tomar en cuenta los saberes acumulados de las mujeres sobre sus cuerpos y el proceso de reproducción; y ese modelo del cuerpo femenino no tomó en cuenta a las mujeres en su diversidad, sino a las mujeres que esos hombres de ciencia tenían en casa y en sus ciudades: esposas amas de casa, madres, que recibían cierta alimentación y ayuda de servidumbre y niñeras; es decir, el modelo fue desde la perspectiva del hombre blanco, burgués.
Las secreciones y el poder reproductivo emanado del cuerpo de las mujeres se emparentó con la animalidad, con el salvajismo, con la fuente de sus enfermedades. Toda la etiología de las enfermedades de las mujeres se concentró en su funcionamiento uterino. Así hablaban de “desplazamientos” uterinos o “prolapsos”, al mismo tiempo que mencionaban las “sofocaciones histéricas” de las mujeres.
Este uterocentrismo que mezcla y confunde lo biológico y lo psicológico, y que reduce la salud de la mujer a su capacidad reproductiva, sigue primando actualmente, a pesar de todos los avances de la ciencia y la incursión de las mujeres científicas en la medicina.
Y de alguna manera, la familia, el Estado, las leyes, siguen esta visión: las mujeres son madres —ejerzan como tal o no—, y como maternan no pueden acceder a las mismas oportunidades laborales; existen los permisos por baja materna, pero las bajas paternas son insignificantes, cuando no inexistentes; las labores de cuidados no remunerados siguen recayendo casi exclusivamente en las mujeres.
La medicina ha tomado como modelo de investigación a hombres o animales machos. Y de esta manera ha perpetuado el género masculino como lo normativo en el abordaje de la medicina.
Con ese poder, ¿qué los detiene a ejercer la medicina desde la invencibilidad de su perspectiva masculina?, ¿quién les impide abordar la atención con un sesgo de género que acaba siendo irresponsable y muchas veces pernicioso, cuando no mortal?
Hace algunos días recibí la noticia de una de las mujeres más cercanas y amadas en mi vida y en mi familia, por años diagnosticada con depresión y fibromialgia; este diagnóstico fue la frontera para no indagar en una sintomatología que no tenía nada que ver con depresión o fibromialgia, sino con un cáncer en escalada.
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El derecho a la salud forma parte de la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discrimación contra la mujer (CEDAW), que ha sido firmado por México, para lo cual recomienda que los Estados “incorporen la perspectiva de género en sus políticas, planificación, programas e investigaciones necesarias de salud, a fin de promover mejorar la salud de la mujer y el hombre”.
Las leyes del país y las convenciones que hemos firmado pueden proteger a las mujeres en nuestros derechos reproductivos, en el establecimiento de límites en las prácticas que perjudican nuestra vida y salud, pero ¿cómo se deconstruyen las estructuras patriarcales en los esquemas de valores de los profesionales de la salud?, ¿cómo se rompe un sistema patriarcal que sigue asumiendo el cuerpo de la mujer como un defecto y anomalía?, ¿cómo transformar la atención médica a una que no subestime la palabra de la mujer, su voz, su sentir y sus saberes sobre su propio cuerpo?
En La mujer y la salud en México, un compendio de artículos editado por CONACYT , se aborda la salud de las mujeres en la resonancia social que este tema tiene, y cómo esta discriminación impacta en el entorno familiar y comunitario. Se sostiene que, por ejemplo, en comparación con los hombres, las mujeres sufren más rechazo social cuando tienen un problema de salud. Incluso, llega a romperse el vínculo con su pareja, y suelen asumir solas los tratamientos.
a discriminación que las mujeres sufren traspasa el sesgo de género que obstaculiza un buen y oportuno diagnóstico, y se prolonga al entorno social y familiar de las mujeres con alguna condición de enfermedad.
El sesgo de género en el ejercicio de la medicina es un tipo de violencia. La violencia de género ejercida desde los profesionales de la salud no es inocua, es letal. Y es letal también para las instituciones, donde se perpetúa esta práctica patriarcal, invisible, connatural.
Así como mi madre, como tantas mujeres en mi familia, como yo misma, sufrimos de violencia en el ejercicio de la medicina, cada mujer tiene una historia que compartir en ese sentido. No podremos recuperar las vidas de mujeres amadas y valiosas que redujeron su calidad de vida o murieron por esta deslegitimación de sus voces y cuerpos.
El dolor profundo por esas pérdidas se vuelve más hondo cuando pienso en todas las formas que las mujeres tenemos de morir por el simple hecho de ser mujeres. Espero el día en que podamos liberarnos de esos cautiverios del sistema patriarcal. Y que mis hijas, sí, dos mujeres, y tú y tus hijas puedan atestiguarlo. EP
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