La ciudad con posibilidades ilimitadas

De 2017 a 2018 cubrí centros de detención para migrantes en Estados Unidos para la revista The New Yorker. Era parte de mis labores como asistente de investigación del decano de la escuela de periodismo en la Universidad de Columbia. La intención era entender el entramado institucional que permitía que algunos migrantes indocumentados fueran víctimas de violaciones sexuales, negligencia médica o que murieran en estos centros gubernamentales administrados por contratistas privados. Esos meses de investigación, entrevistas con migrantes y activistas y viajes a centros de detención, me causaron estragos emocionales importantes, mismos que intenté desahogar y resolver en esta serie de tres ensayos reporteados sobre las políticas migratorias en Estados Unidos bajo la administración xenófoba de Donald J. Trump. Este es uno ellos y es sobre del Centro de Procesamiento de ICE ubicado en Adelanto, California.

Texto de 22/07/20

De 2017 a 2018 cubrí centros de detención para migrantes en Estados Unidos para la revista The New Yorker. Era parte de mis labores como asistente de investigación del decano de la escuela de periodismo en la Universidad de Columbia. La intención era entender el entramado institucional que permitía que algunos migrantes indocumentados fueran víctimas de violaciones sexuales, negligencia médica o que murieran en estos centros gubernamentales administrados por contratistas privados. Esos meses de investigación, entrevistas con migrantes y activistas y viajes a centros de detención, me causaron estragos emocionales importantes, mismos que intenté desahogar y resolver en esta serie de tres ensayos reporteados sobre las políticas migratorias en Estados Unidos bajo la administración xenófoba de Donald J. Trump. Este es uno ellos y es sobre del Centro de Procesamiento de ICE ubicado en Adelanto, California.

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Fui a Adelanto, California, un par de veces, para visitar el centro de detención para migrantes indocumentados. Al entrar al pueblo, entre parajes desérticos que parecen interminables, hay un letrero que da la bienvenida a la llamada Ciudad con Posibilidades Ilimitadas. 

No me gusta hablar de Adelanto. 

¿Cómo explicarles? 

Para ingresar, solicité un tour como observadora de derechos humanos. Estamos en la entrada de las instalaciones, donde quedamos de ver al encargado, con la ropa que nos indicaron: manga larga, pantalón largo, zapatos cerrados. Llegan por nosotros. Entramos. 

Adentro, paso por la banda de detección de metales, intercambio mi identificación por un gafete de visitante y me interno en las entrañas de la cárcel malllamada centro de detención. 

Adentro nos espera una serie de puertas con alarmas que indican cuando se puede pasar al siguiente cuarto. Hay que cerrar una puerta para que la siguiente pueda abrir. Para avanzar, hay que acceder a quedarse encerrado por segundos entre paredes impenetrables y puertas pesadas. Ese acuerdo tácito nos mueve entre alarmas, a través de puertas. 

El sonido de la alarma, abrir una puerta, pasar al siguiente cuarto. Cerrar la puerta. Esperar en el mini-encierro. El sonido de la alarma, abrir una puerta, pasar al siguiente cuarto. Cerrar la puerta. Esperar en el mini-encierro. El sonido de la alarma, abrir una puerta, pasar al siguiente cuarto. Cerrar la puerta. Esperar en el mini-encierro. 

El camino es laberíntico y, al poco rato, pierdo la noción de dónde estoy. Intento llevar un mapa en la mente, pero de poco sirve. Pasamos por la biblioteca: un cuartucho gris con pocos tomos de libros maltratados. Recorremos el comedor: un galerón con mesas metálicas y bloques de plástico barato de colores con rebabas gruesas que hacen las veces de platos. 

Llegamos a las celdas de aislamiento donde mandan a aquellos que mostraron un comportamiento violento y a aquellos que, en las palabras del guardia, “solicitan estar a solas porque tanta gente los abrumaba”. Los administradores le llaman aislamiento administrativo, pero los reportes escritos por activistas de derechos humanos dicen que los internos les llamaban el shu. El hoyo.  

Cada celda es un rectángulo estrecho que termina en una puerta metálica increíblemente pesada con una ventana de vidrio grueso al centro, por donde los guardias pueden observar a los prisioneros. Los observan porque, ante el aislamiento y el trauma psicológico, muchos internos se hacen daño y han llegado a suicidarse. Debajo de cada ventana, hay una tarjeta con la información de cada detenido. Cada tarjeta tiene el país de origen, la foto de la persona, su nombre y hasta arriba en letras mayúsculas el número de alien.  

Atrás de cada nombre, debajo de cada país, escondida en cada foto hay también una historia. Anécdotas personales que incluyen un viaje impulsado por un sueño y alimentado por esperanza. Tal vez una familia. Incluye también una, o varias, despedidas. Despedidas tan difíciles, inesperadas e involuntarias como tragar vidrio molido a puños. 

El número de alien, que ocupa la parte superior de las tarjetas, nubla la individualidad de cada una y con su código homogeneizante desdibuja a los migrantes, convirtiéndolos en una amalgama de seres indistinguibles. Esas personas son sólo fichas ahí dentro. Detenidos. Prisioneros. Intercambiables. Insignificantes. Temporales. Aliens con códigos de barras. Números. Inconvenientes. 

Camino siguiendo a los administradores de la prisión del centro de detención leyendo lo que alcanzo a ver en las tarjetas. Me concentro en los países porque los nombres de las personas son muy largos y las caras de las fotos muy tristes. 

“México”, leo. Doy dos pasos más, y entiendo que el guía está dando una explicación de los protocolos de limpieza. Otra puerta. “México”, leo. Dos pasos. Voces en inglés de los hombres que explican los horarios de conteo. Otra ventana. “México”. Dos pasos. Alguien habla de la dieta y los servicios médicos. Otra celda. “México”. Dos pasos. Barullos inteligibles, susurros ensordecedores. Otra celda. “México”. 

Resulta demasiado. No puedo llevar la cuenta y leer las nacionalidades de los reos de los detenidos. Dejo de leer. Sigo el recorrido y empiezo a hacer preguntas. “¿Qué tan seguido se hacen los conteos de detenidos?” “A las 00:00 horas es la primera cuenta. Después sigue la de las 4:00 horas, poco antes del amanecer, y la siguiente es a las 7:00 de la mañana, justo antes de desayunar. Después viene la de las 10:00 horas, la de las 15:00 horas antes de cenar y la de las 20:00 horas. Y vuelven a empezar.” “¿Y cómo pueden dormir con tantos conteos en medio de la noche?”, pregunto. 

“¿Quiénes?”, las miradas confundidas de los guías me estudian bajo ceños fruncidos. 

“Atrás de cada nombre, debajo de cada país, escondida en cada foto hay también una historia. Anécdotas personales que incluyen un viaje impulsado por un sueño y alimentado por esperanza. Tal vez una familia. Incluye también una, o varias, despedidas. Despedidas tan difíciles, inesperadas e involuntarias como tragar vidrio molido a puños.” 

Después quiero saber sobre los horarios de comidas. “El desayuno se sirve a las 8:00 de la mañana, el almuerzo a las 12:00 del día y la cena a las 16:00 horas.” “¿Y de cuatro de la tarde a ocho de la mañana qué comen?”, indago.“Hay tiendas, el commissary, donde pueden comprar sopa Maruchan y bolsas de papas. He visto que a veces machacan las papas y las echan a la sopa. Dicen que sabe bien.” Se ríen. 

“¿Y de dónde sacan dinero para comprar en la tienda?”. No entiendo nada. 

“Se les paga por trabajar” , dicen orgullosos. 

“¿En qué trabajan?”, alcanzo a decir, volteando alrededor. 

“En todo. Limpieza, cocina, lo que se ofrezca.” Sonríen. 

“¿Cuánto les pagan?”, insisto, tratando de hacerles ver que nada de esto tiene sentido. 

“Se les paga un dólar al día.” Avanzan, continuando con la visita.  

La verdad es que no les puedo preguntar nada de eso. En parte porque me da pena, en parte porque pienso que es tonto. Pero, sobre todo, porque me da miedo. Temo preguntarlo con mi acento y que me vean inquisidores, que noten en mi cara como pronuncio las ies largas, como en español, y no breves, sucintas, como en inglés. Temo que noten en mi voz que soy latina, lo que no alcanzan a ver en mi piel. En cambio, callo, cómplice.

Pienso, entonces, en las demandas class action que prepara un abogado en Tennessee para acusar a las compañías que administran estos centros de detención por esclavitud. Por pagarles “salarios” miserables a prisioneros por trabajo forzoso. Pienso también en el manual de conducta que le dan a los internos del centro de detención que incluye cosas más o menos así: 

  • Cuando te dirijas al personal, no les hables por su primer nombre ni por apodos. Háblale al personal uniformado por su rango y apellido: Oficial Jones, Capitán Smith. Si no tienen uniforme, háblales por título y apellido: Enfermera Brown, Doctor Ribas. Si no tienen título, háblales por Señor o Señora y su apellido. 
  • Si alguien te presiona para que cometas favores sexuales, es tu responsabilidad negarte a cometer el acto ilegal. 
  • Los uniformes que te dimos cuestan $17.26, los calcetines $0.73, el colchón con almohada $43.29. Si pierdes o maltratas algún artículo, se te descontará de tu cuenta personal. 
  • Si tienes alguna emergencia o hay una muerte o enfermedad en tu familia, puedes llenar una solicitud para hacer una llamada telefónica y colocarla en uno de los buzones de la habitación, que se revisan una vez cada dos días. Ten paciencia. 
  • Se te puede acusar de una violación grave y llevar a juicio si realizas alguna de las siguientes actividades: ser insolente con los oficiales, participar en reuniones no autorizadas, fingir una enfermedad.
  • Este centro de detención no es una prisión. Puede que así se sienta. Pero, si los oficiales gritan o son agresivos, es porque tal vez no estás acostumbrado a estar en lugares con mucha gente. Esto es necesario. Las reglas son importantes. Intenta no tomarte las cosas de manera personal. 
  • Las circunstancias de cada detenido son diferentes. No escuches a otros que te hagan enojar o digan que tu situación es mala. No saben nada. 
  • Intenta manejar tu estrés bajo control con pensamientos positivos. Todo es temporal. 
Camino a Adelanto

No me gusta hablar de Adelanto. ¿Cómo explicarles? Cómo explicarles que todavía me despiertan las imágenes de las caras de los hombres y mujeres detrás de los vidrios de las puertas de sus celdas. Que me despierta el recuerdo de sus manos tocando los vidrios de las ventanitas y sus bocas formando palabras que emitían sonidos inaudibles para estrellarse con los vidrios, que  las rebotaban de regreso,  metiéndoselas otra vez por la boca abierta que formaba esas palabras. Se les sigue metiendo el sonido sordo de sus propias palabras rebotadas con tal fuerza que los empuja hacia atrás, derrotados, sabiéndose aislados y silenciados. Y la fuerza del sonido que se les cuela de regreso al cuerpo también los empuja hasta sentarlos en sus catres, encerrados en este centro de detención perdido en el desierto.  

Cómo explicarles  que, cuando llegamos a los dormitorios, vimos filas y filas de literas en cuartos abiertos con dos regaderas sin puertas y un par de lavabos junto a la pared. Un lugar así solo puede ser una especie de campamento de verano. Pero no está lleno de niños, sino de adultos con las miradas perdidas y uniformes azul marino de manga corta.

Junto a las literas con sábanas blancas hay mesas y un librero. En los estantes hay cajas y cajas de juegos de mesa. Todos están cerrados, envueltos en plástico. Todos los juegos de mesa para distraer a una población de personas provenientes de todo el mundo, menos de Estados Unidos, están en inglés. 

“Los uniformes que te dimos cuestan $17.26, los calcetines $0.73, el colchón con almohada $43.29. Si pierdes o maltratas algún artículo, se te descontará de tu cuenta personal.”

Cómo explicarles que adentro sólo pude hablar con una mujer: Claudia. Mexicana de nacimiento, Claudia llevaba prácticamente toda su vida en California. La llevaron sus papás cuando tenía un año. Ahí creció y vivió. Tiempo después, ya adulta, empezó a consumir mariguana. La mandaron a la cárcel por supuesta posesión ilegal de la droga. Después llegaron los políticos a Washington prometiendo deportar criminales y Claudia era una. La metieron al centro de detención, desde donde trata de articular un documento legal explicando su vida, sus circunstancias, sus plegarias. 

Entre el arresto de Claudia y su futura deportación, California legalizó el consumo, la producción y la venta del cannabis. 

Cómo explicarles que, mientras Claudia está detenida en esas paredes, a escasos metros de ahí un alcalde está firmando contratos con compañías que buscan expandir el recién creado negocio de la mariguana legal. 

No me gusta hablar de Adelanto, la Ciudad con Posibilidades Ilimitadas. 

¿Cómo explicarles? EP

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