Prisca Awiti conquistó el podio y destruyó prejuicios en los Juegos Olímpicos París 2024. Esta crónica, escrita por Aníbal Santiago, relata el triunfo argénteo de la judoca mexicana.
Prisca: la plata mexicana vence al prejuicio
Prisca Awiti conquistó el podio y destruyó prejuicios en los Juegos Olímpicos París 2024. Esta crónica, escrita por Aníbal Santiago, relata el triunfo argénteo de la judoca mexicana.
Texto de Aníbal Santiago 02/08/24
Resignada, sonriente, serena, Prisca Awiti explica una vez, y otra y otra, su “coartada”. Comparece en entrevistas ante los medios de comunicación pero parece que lo hace en una corte frente a un juez, a quien argumenta su inocencia: aunque por su fenotipo, acento y nombre a muchos les parezca extranjera, es mexicana. Es mexicana, explica a las cámaras, porque tuvo derecho legal a serlo pues su madre Lola es una mexicana nacida en León, porque desde hace años vive en México, porque desde 2017 representa en judo a México y no a Reino Unido (nació en Londres) y es mexicana porque desde bebé visitaba en este país a su familia materna.
La medallista de plata en -63 kg de París 2024 es un poco más protocolaria que Chavela Vargas (“los mexicanos nacemos donde se nos da nuestra rechingada gana”). Con una sonrisa blanca e invencible repite su historia con la tranquilidad de quien relata a un niño un cuento infantil y recibe como respuesta “¿me lo cuentas otra vez?”. Ojalá le crea aquel México renuente a asumir que a las identidades ya no las definen las fronteras ni los colores, al menos para disfrutar la gigante medalla plateada en un deporte que en Juegos Olímpicos jamás nos había dado podio.
Hija de un keniano, Prisca es una sorpresa. Veamos las matemáticas: hasta el martes, antes de ser oficialmente una de las dos mejores judocas del planeta, en Instagram tenía mil seguidores. Hoy ronda los 100 mil. Y también, hay que admitirlo, es una magnífica sorpresa si nos atenemos al ranking mundial, 18, que la tenía con un rezago de 15 puestos para ser aspirante a medalla.
La guitarrista, la atleta, la egresada en Ciencias Deportivas por la Universidad de Bath, la hermana de otros cuatro judocas, ya sale al tatami este 30 de julio para combatir en el deporte que en 1882 inventó el maestro japonés Jigorō Kanō, disciplina que admite que el adversario sea arrojado, arrastrado, rodado, derrumbado, empujado. Arte marcial de ataque multicolor.
Como cualquier judoca, el martes Prisca persigue la victoria inmovilizando la espalda con estrangulación o palancas en figuras de piso (Ne waza) y de pie (Tachi waza). En dieciseisavos de final da cuenta en 35 segundos de la afgana Nigara Shaheen, miembro del equipo de refugiados. Luego, en octavos derrota a la polaca Szymanska. Hasta ahí, sus festejos son moderados.
En cuartos de final somete a la austriaca Piovesana y cambia discreción por euforia. La agarra por la solapa de su judogi, la enlaza con su pierna derecha, le impide levantar la cabeza, la traba encajando su pie entre ambas piernas rivales, la agarra del cuello y la derrumba. El colofón de su maniobra es dejar a la austriaca de espaldas y mirar inquisitiva al réferi, como preguntando, ¿esto basta para darme el punto? Lo es. Prisca triunfa y se aproxima a un metal. La atleta de 28 años abre sus brazos al cielo, abraza a un poder celestial, para entonces sí pelear por presea en la semifinal.
La croata Katarina Kristo, multimedallista mundial y europea, impone con su imagen segura desde vestidores: se da golpes en el pecho y la cara con la actitud férrea de quien está dispuesta a doblegar a un león. En cambio, Prisca, discreta, se presenta a la multitud resoplando, buscando su centro con la respiración. Transcurre más de la mitad del combate de 4 minutos para que la estrategia se incline hacia la mexicana, y es en contrataque. La europea la sujeta de la solapa pero Prisca, usando a su favor el envión enemigo, la derrumba, atrapa su cabeza y la inmoviliza contra el piso pasando su pierna sobre el torso. Vencida boca arriba, la brillante balcánica mira desconsolada al techo de la repleta Arena Campo de Marte y abre los brazos. Krista en posición Cristo.
Prisca asegura plata. Llora, se arrodilla, alza las manos y camina ansiosa por la arena de un lado a otro: siente a la gloria como un destino brumoso al que no termina de llegar. Pero ya está ahí.
Cae un rato más tarde con la eslovena Leški en el combate por el oro, metal al que también llora pero ahora de tristeza cuando se le escapa sin remedio. Con los minutos, el dolor profundo se disipa al advertir la magnitud de su conquista eterna. Y vuelve a sonreír.
En el enlace a distancia que la televisión establece con su mamá, la guanajuatense Lola le repite “Prisi, Prisi, Prisi”. No atina a decir mucho más a su hija que sin éxito intenta contener el llanto. A Prisca Guadalupe Awiti Alcaraz le basta su silencio emocionado, casi desprovisto de palabras, para explicarle a su sociedad que México tiene también sangre africana. EP
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