Raúl Rodríguez Barocio escribe sobre la importancia de reflexionar y actuar sobre el reposicionamiento de México frente a Estados Unidos y la relevancia de la frontera norte.
Frontera norte: ¿Tercer país?
Raúl Rodríguez Barocio escribe sobre la importancia de reflexionar y actuar sobre el reposicionamiento de México frente a Estados Unidos y la relevancia de la frontera norte.
Texto de Raúl Rodríguez Barocio 12/09/22
“I am exiled even from the definition of exile…”
Jhumpa Lahiri
El primer frente…
México parece transitar por un vacío peligroso en torno a su proyecto de nación, de cara a una era pospandémica muy compleja —o peor aún, pandémica a perpetuidad—; una crisis de sentido, diría Guillermo Hurtado. Se discuten ampliamente los síntomas de mayor apremio, pero hay preocupaciones de largo plazo que exigen un mejor ejercicio de introspección y prospectiva.
Entre las tareas pendientes, urge debatir más a fondo el papel de México en el mundo en el nuevo contexto geopolítico. Una prioridad obvia es el reposicionamiento de México frente a —y dentro de— Estados Unidos.
En el panorama de ese vínculo tan complejo, la frontera norte es literalmente el primer frente. Requiere de una nueva visión y narrativa. Una que supere los mitos y los estereotipos, que enfrente la incomprensión, el desdén y la ignorancia que privan en ambos países sobre nuestra colindancia. Una que sea puente de entendimiento y teja la urdimbre de nuevas y mejores posibilidades para ambos lados.
El tercer país…
La frontera norte de México y su par vecina parecen un tercer país sin serlo. Tampoco son parte plena del uno o del otro, ni son a cabalidad un todo; son fronteras en plural, amasijo de subregiones, cada una con sus particularidades y dinámica propia. La frontera es una línea y no lo es. Nada la expresa mejor que una palabra para la cual no tenemos equivalente en español: borderlands.
Pese a la creciente interdependencia y los intensos lazos individuales, la frontera es coexistencia de “vecinos distantes” en muchos sentidos. Cuando la cadencia de lo bilateral en las tres décadas de libre comercio parecía llevarnos hacia la “responsabilidad compartida” y el “destino común”, la frontera da testimonio de que la convergencia entre ambas naciones ha sido —por decir lo menos— insuficiente.
La vida en la frontera es una de brechas profundas que no se cierran, de intersticios que no terminan de abrirse, de disonancias y contrastes entreverados. Es el in-between. Es la zona más extensa donde se engarza el mundo desarrollado con el mundo en desarrollo. Es gozne entre dos realidades. A lo largo de casi 3,200 kilómetros tiene el común denominador de un intenso cruce de personas e intercambio de mercancías y servicios y un crecimiento demográfico acelerado, caracterizado por altas tasas de una migración que en gran proporción se afinca en la región.
Por razones políticas y de seguridad, a esa complejidad se suma una viscosidad creciente —“thickening of the border”, en palabras de Francisco Lara-Valencia—. A la distancia no solemos percibir matices. Comprendemos las dimensiones de su problemática, pero no su naturaleza y dinámica. Las simplificaciones abundan y ante todo no ayudan a configurar una política de desarrollo eficaz para la región. De entrada, no podemos seguirla entendiendo como una realidad monolítica, homogénea; especialmente del lado estadounidense.
Babel en América…
El septentrión novohispano se empieza a perfilar con las expediciones de la tercera década del siglo XVI. Hacia los albores del siglo XIX arranca un proceso mejor descrito en inglés: la transmutación de frontier en border. Cerca de 110 mil mexicanos quedaron en los territorios que México perdió entre 50 cambios de gobierno en sus primeros 30 años de vida independiente, en la dramática inestabilidad primigenia —cesión de casi 57 % de la superficie del país—. Literalmente, la frontera los cruzó. Ya en nuestro tiempo, como apunta Greg Grandin en The End of Myth, la amenaza del muro rompe el hechizo fundacional estadounidense de un mundo sin límites ni freno de conquista.
Sin embargo, como señalaba Octavio Paz, la frontera es mucho más que geografía: es cultura, política, historia. Es babel de lengua y cultura ambidiestras, por usar una expresión de Roberto Suro. Nomenclatura e identidad escindida, entre “Río Bravo” y “Río Grande”. Babel que casi ha derivado en una tercera lengua. Lori Celaya, Margarita Remón-Raillard y otros han hecho el inventario de la contribución de la literatura a la reflexión en torno de la identidad fronteriza y la transculturación, incluyendo lo aportado desde el centro de México por Monsiváis, Fuentes y Poniatowska, entre otros.
Pese a la evolución extraordinaria de la realidad mexicoamericana, pese a la dimensión y relevancia que han adquirido la migración y las remesas, pervive en México la visión excluyente del que se fue para “el otro lado”. Más allá del ámbito de la ficción, ha habido muy poco interés por conocer y entender el “México de afuera”, como subraya David Maciel.
En la parte estadounidense, en contraste —en especial a partir de Carey McWilliams en “North From Mexico” en 1949—, se cuenta con una historiografía de lo mexicoamericano, copiosa en las últimas cuatro décadas. La contribución de Maciel, Rosina Lozano, Francisco Lomelí, Samuel Truett, Gregory Rodríguez, Raúl Ramos y muchos otros ha permitido contar con una historia transnacional. Los testimonios complementarios de la búsqueda de identidad a la manera de John Phillip Santos, Alfredo Corchado y Andrew Selee remiten a Ralph Waldo Emerson: toda historia es finalmente biografía.
Territorio de asimetrías…
En lo económico, las asimetrías fronterizas son enormes bajo cualquier indicador. Exhiben varios planos de desigualdad: entre los dos lados de la frontera, entre las comunidades de cada lado y con relación al resto tanto de México como de Estados Unidos.
Si bien por su economía los estados fronterizos mexicanos son una zona privilegiada en el contexto del país —los seis están entre los primeros 12 estados; la de Nuevo León es cinco veces mayor por persona que la de Chiapas—, la economía de California supera en más de 70 veces en términos nominales a la de Baja California (datos de 2020); es de hecho mayor a la de México entero. El producto interno de los cuatro estados fronterizos estadounidenses equivale a 18 veces el de los seis estados fronterizos mexicanos; por habitante, es más de cinco veces mayor. Incluso ajustado por paridad de poder adquisitivo, es 2.5 veces mayor. Para dar una idea más tangible del contraste, tan solo el presupuesto de la Universidad de California en 2022 es mayor al de toda la educación pública de México. Por cierto, el alumnado de nuevo ingreso en licenciaturas a los nueve campus de la universidad fue por primera vez mayoritariamente hispano en 2020.
Como solía decir Jorge Bustamante, del lado estadounidense la geografía parece reflejar una curva de ingresos, con la pendiente de la frontera acentuada hacia el sur, conforme transita uno de oeste a este desde San Diego hasta Brownsville. En la parte oriental se encuentra el condado de Starr en Texas, en la orilla de la Presa Falcón. Es el condado con mayor proporción de hispanos en Estados Unidos: 98 por ciento. Starr está entre los siete condados más pobres del país, de un total de más de 3 mil. Su ingreso per cápita es la mitad del de San Diego. Los niveles de pobreza son casi tres veces mayores. Los retos en la atención de covid-19 en el hospital del condado han sido dramáticos. Si el total de los condados fronterizos de Texas fueran un estado, ocuparían el primer lugar nacional en nivel de pobreza y de desempleo y el último en educación y salud.
La frontera del lado mexicano es, entre otras cosas, un drama ecológico hermanado con ausencia de imaginación y voluntad política. La presión demográfica ha superado con creces la capacidad de los servicios públicos básicos. Los sistemas de agua, drenaje, saneamiento y residuos sólidos se ubican entre los rezagos y las necesidades más sentidos de la población, pese a los avances apoyados por el Banco de Desarrollo de América del Norte. Ecosistemas en común que se obstinan en ignorar línea divisoria y mojoneras políticas. Ríos, acuíferos, tierras, flora, fauna y atmósfera compartidos que queremos que sigan sujetos a un concepto de soberanía propio del siglo XIX, cuando el XXI ya nos alcanzó. Aguas bilaterales que seguimos administrando bajo un acuerdo que es casi octogenario y dos organismos en uno —la Comisión Internacional de Límites y Aguas CILA / IBWC— creados en pleno porfiriato. Con aciertos, como en el caso del Acta 323 para enfrentar la escasez en el Río Colorado, pero sin la agilidad y eficacia de la International Joint Commission que administra el agua limítrofe entre Estados Unidos y Canadá.
Es, además, un tema muy relevante políticamente; en tiempos de sequía y escasez toma de rehén la agenda bilateral en su conjunto. El cambio climático sienta nuevas pautas y urgencias. La crisis que adquiere visos mayúsculos en la cuenca del propio Río Colorado así lo comprueba: la actual es posiblemente la peor sequía en 12 siglos.
Urge crear una perspectiva de región ante problemas que no obedecen a líneas y muros. En temas largamente debatidos como el del agua compartida, resultan insuficientes los acuerdos del pasado y son ineficaces las estructuras rígidas de negociación bilateral existentes. Es necesario lograr fórmulas ágiles de planeación y administración conjunta, buscando esquemas y distritos bilaterales sostenibles, equitativos y transparentes, para hacer de la corresponsabilidad algo viable.
En la lejanía de las capitales de ambos países las urgencias de la frontera están en alguna medida ausentes, salvo en algunos foros especializados de gran calidad. La coordinación entre los gobiernos estatales y locales debe ser un asunto prioritario. A partir de 1980, la Conferencia de Gobernadores Fronterizos representó un foro para tratar de identificar una agenda en común e integrar una red de líderes que le diera sustento. En lugar de perfeccionar su operación, hace más de 10 años dejó de convocarse. Con excepción del vínculo Sonora-Arizona, San Diego-Tijuana y pocos más, las alianzas subregionales y los mecanismos de enlace transfronterizo son insuficientes para abordar las urgencias en forma coordinada y eficaz: seguridad, violencia, narcotráfico, contrabando de armas, migración, pobreza y desigualdad, trata de personas, corrupción, impunidad, agua y medio ambiente, salud, infraestructura, obstáculos al comercio, rezagos educativos, mala administración municipal. En todos estos ámbitos, no habrá soluciones eficaces si no se trabaja en conjunto.
En México, diversas propuestas gubernamentales han procurado atender de manera integral los problemas de la región desde el Programa de Industrialización de la Frontera en la década de los sesenta. Los resultados han sido limitados; ha abundado la presión demográfica y social y ha faltado visión, voluntad política, liderazgo, instituciones eficaces, planeación, recursos y constancia.
Un nuevo modelo…
La relevancia de la seguridad y del combate al terrorismo exige un nuevo paradigma para el desarrollo de la frontera. Ese nuevo modelo deberá dilucidar ante todo la forma de facilitar el flujo legal de bienes y personas, cumpliendo con los imperativos de seguridad y sacando mejor provecho de su condición de puente entre dos economías cada vez más interdependientes.
¿Hacia dónde se encamina la frontera en las próximas décadas? ¿Cómo pueden encauzar las políticas públicas en ese futuro para lograr una mejor calidad de vida para la región?
Aun los pronósticos más optimistas apuntan hacia una frontera donde las presiones demográficas y los retos en materia económica, social, ambiental y de seguridad continuarán creciendo. Hace falta un mejor entendimiento de la realidad y la dinámica de la frontera para precisar qué tipo de región es deseable y viable, cómo puede hacer mejor uso de sus ventajas en el escenario económico internacional y cómo se puede, por tanto, enriquecer la agenda para su desarrollo.
La evolución económica y demográfica del sur de Estados Unidos debería ser motivo suficiente en México para un nuevo enfoque de la frontera. La economía de California y de Texas es cada una más de tres veces mayor en términos nominales per cápita que la de México. Una tercera parte de la población de California y Texas es ya de origen mexicano. En meses recientes, el crecimiento de la población hispana en Texas ha sido 5.5 veces mayor a la de los blancos no hispanos. En 2022, los hispanos se convirtieron en el mayor grupo demográfico de Texas.
El Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos ha analizado la estrecha relación que existe entre la buena marcha de la economía mexicana y el bienestar del sur del vecino país. México en su conjunto debe aprovechar mejor una ventaja esencial para apuntalar su competitividad: su vecindad con Estados Unidos en la propia franja de encuentro.
Por ejemplo, la economía de Texas es similar en tamaño a la de Canadá, Brasil, Rusia y Corea del Sur; 50 % mayor que la de México en términos nominales. En particular, si fueran un país, la economía de las cuatro ciudades del llamado “Triángulo de Texas” —Houston, Dallas, San Antonio y Austin— sería en conjunto la número 15 del mundo. Son cuatro de las 10 ciudades más pobladas y de mayor crecimiento demográfico y económico de Estados Unidos. Constituyen ya una de las 10 regiones de mayor creación de valor económico a nivel global.
Texas es líder por el dinamismo y diversidad de su economía. Es el principal estado exportador de Estados Unidos; México es por mucho su mayor socio comercial. En 2020, las importaciones tejanas provenientes de México representaron 36 % del total; fueron iguales a la suma de la de los siguientes seis proveedores del estado, incluyendo China y Canadá. Sus ventas a México fueron 32 % del total de sus exportaciones, equivalentes a la suma de sus siguientes siete compradores. Y más que comercio, los vínculos de producción conjunta dan sustancia a la relación.
La vecindad y los lazos con la frontera y con el “Triángulo de Texas” ofrecen la perspectiva más prometedora en materia económica para México —sobre todo para el noreste y centro del país—. La distancia entre la región central de México y la frontera con Texas es la tercera parte de la que la separa de la frontera con California. La afinidad cultural y los lazos históricos y de negocios son un gran catalizador.
Prosperar juntos…
La geografía, las diásporas, la historia, la interacción económica y las muchas vías de vínculo comunitario impulsan un proceso acelerado de compenetración en la frontera. Ambos lados pueden prosperar juntos; es, de hecho, la única forma en que realmente podrán avanzar.
Como subraya Shannon O´Neil en The Globalization Myth (2022), el reacomodo de procesos económicos por regiones es la horma de nuestro tiempo. Las fuerzas que impulsaron la globalización durante cuatro décadas están cambiando drásticamente por factores como la distensión con China. ¿Cómo aprovechar plenamente el realineamiento de cadenas productivas globales y la proliferación de corredores de producción compartida si no empezamos por crear un entorno más sano y eficaz en la frontera?En ninguna otra parte colindan hoy dos mundos tan diferentes y a la vez tan interdependientes y compenetrados como en el caso de México y Estados Unidos. Una tarea central será la definición de los términos de esa interdependencia para un futuro mejor que el que hoy anticipamos. EP
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